Hoy voy a hablar sobre uno de
esos curiosos personajes que aparecen de vez en cuando en la Historia. Se trata
de una mujer que siempre consiguió hacer lo que le dio la gana en un mundo
donde sólo los hombres solían llevar la voz cantante. Me refiero nada menos que al siglo
XVII.
Nuestro personaje de hoy es la reina Cristina de Suecia. Nació en 1626 en el castillo real de
Estocolmo. Sus padres fueron el rey Gustavo II Adolfo de Suecia y María Leonor
de Brandeburgo.
Pertenecía a la dinastía de los
Vasa, que llevaba unos 100 años en el trono de Suecia, tras haber vencido y
expulsado a los daneses.
Curiosamente, tanto su madre como
su abuela paterna eran alemanas. Así que su familia siempre tuvo vínculos con
el norte de Alemania y se expresaba indistintamente en sueco o en alemán.
Parece ser que su madre estaba
empeñada en darle a su marido un varón, como heredero al trono, pero nunca lo
consiguió, porque, lamentablemente, sufrió varios abortos.
No sé si la razón para este
empeño pudiera estar en que el rey también tuvo una amante holandesa, que le dio
un varón y que nació 10 años antes que Cristina. Siendo reconocido por el rey y
recibiendo, por ello, varios títulos nobiliarios.
No obstante, aunque parezca
mentira, el nacimiento de Cristina contentó más a su padre que a su propia
madre, con la que nunca se llevó muy bien. Incluso, hay quien dice que intentó
matarla en un par de ocasiones.
En una de ellas, una doncella,
que había venido desde Alemania con la reina, se dejó caer a la niña. No le
causó un daño importante. Sin embargo, le produjo una lesión en un hombro, que
le duró toda la vida.
En un alarde de previsión, su
padre, consiguió que los consejeros del reino votaran a favor de Cristina, como
sucesora en el trono, cuando ésta sólo tenía un año. No obstante, estaba previsto
que, si en el futuro llegaba a nacer un varón, le darían prioridad a éste en el
orden sucesorio.
Parece ser que el rey era un
hombre muy valiente, pero nunca fue un buen estratega. Fue seducido por las tramas
del cardenal Richelieu para que Suecia entrara en la famosa Guerra de los
Treinta Años y así no tener que combatir, de momento, Francia, que todavía no
tenía un Ejército tan importante como el de España. A pesar de lo que se diga
en la novela “Los tres mosqueteros”.
Curiosamente, aunque Francia era
un país católico y su primer ministro era un cardenal, siempre apoyó al bando
protestante. Bajo cuyo mando pusieron al rey de Suecia.
De esa forma, Suecia, entró en
1629 en esa guerra, la cual había comenzado en 1618 y ya se había convertido en
una gran guerra a nivel europeo.
Al principio, no le fue demasiado
mal, pero en 1632, el propio monarca sueco murió en la batalla de Lützen. De
ese modo, Cristina, se convirtió en la nueva reina de Suecia, sin haber
cumplido los 6 años.
El rey había nombrado a su canciller
como tutor de la niña. La pequeña, en un principio, vivió con una tía suya,
hermana de su difunto padre, hasta el fallecimiento de ésta. Luego, vivió un
tiempo con su madre y, posteriormente, con una hermana del canciller.
Parece ser que su madre quedó muy
afectada por la muerte de su padre. Durante un año, se negó a que fuera enterrado
y ordenó que le extirparan el corazón al cadáver y lo introdujeran en un
recipiente de cristal, que colocó en su dormitorio.
Esto no era del todo extraño,
pues ya habían existido otros miembros de su familia que también habían sufrido
problemas mentales.
Así que el canciller tomó las
medidas oportunas para que la niña fuera apartada de su madre y a ésta la envió
a vivir a un castillo lejos de Estocolmo.
Aun así, su madre se puso en
contacto con los daneses y consiguió escapar de Suecia al país de sus
tradicionales enemigos, Dinamarca. Posteriormente, de allí se fue a residir a
su Prusia natal. Lógicamente, esto no hizo ninguna gracia a los suecos y la
acusaron de traición, porque Prusia también se había convertido en enemiga de
Suecia.
A pesar de ser una niña, la dieron
la formación propia de un príncipe. Por un lado, el obispo Gothus, se hizo
cargo de su educación en lo tocante a los estudios de Filosofía, Historia, Matemáticas, etc. Por otro, se le dio una auténtica formación militar. Lo que incluye hípica, esgrima y uso de armas de fuego. Parece ser que en lo que más destacó fue en el
estudio de los idiomas. Cada año, un comité de expertos comprobaba sus
conocimientos para ver si podría ser una digna reina de Suecia.
Siempre fue una enamorada de la cultura,
lo cual le llevó a contactar con grandes personajes de su época, como el
filósofo francés Descartes. Se puede decir que era una auténtica devoradora de
libros. Incluso, en 1645, impulsó la fundación del primer periódico sueco.
Sin embargo, nunca le gustaron
las joyas ni los encajes. En muchas ocasiones, se le vio vistiendo pantalones.
Algo extraordinario para una mujer en esa época.
Paulatinamente, fue asistiendo a
las reuniones del Consejo del Reino, donde fue tomándole el gusto a la política
interior y exterior. A los 18 años, llegó a su mayoría de edad y fue asumiendo
su papel como nueva reina de Suecia.
Afortunadamente, en 1648, terminó
la Guerra de los Treinta Años, de donde Suecia salió como una nueva potencia
europea a tener en cuenta por el resto de los países del continente.
En 1650, fue coronada como reina
de Suecia en Estocolmo. Curiosamente, en esa época, Finlandia, era una parte
del reino de Suecia.
Casualmente, como en aquel momento,
Prusia, ya no era enemiga de Suecia y su madre pudo asistir a la ceremonia de la coronación de su hija. Aprovechando esa visita, volvió a residir de nuevo allí y se fue a
vivir a un castillo cedido por el Gobierno sueco.
Siguiendo la costumbre del país,
en la misma ceremonia, la reina nombró a su primo Carlos Gustavo como sucesor
al trono, con el que se había criado, mientras estuvo viviendo con sus tíos. Como
buena amante de la cultura, adoptó para su reinado el lema “La sabiduría es el pilar del reino”.
De esa forma, atrajo a varios
conocidos intelectuales, como el propio Descartes, al que sólo conocía a través
del correo y que ahora fue invitado a residir en su palacio.
Desgraciadamente, al pobre
filósofo, que sólo tenía 53 años y que se había resistido a viajar hasta ese
lejano país, le sentó muy mal el clima de Suecia y murió allí sólo 3 meses
después de haber llegado, a causa de una neumonía. No es de extrañar, porque la
reina le obligaba a que le diera sus clases a partir de las 5 de la mañana.
No obstante, hacia 1980, un escritor
halló en la Universidad de Leiden una carta escrita por el médico holandés, que
había atendido al célebre filósofo. Entre los síntomas que vio en el enfermo
(náuseas, vómitos y escalofríos) no se correspondían con los habituales de una
neumonía. Por lo que se sospecha que, posiblemente, fuera envenenado con
arsénico. Lo que no sabemos es quién tendría interés en matar al famoso
filósofo francés.
Parece ser que, ya en aquella
época, hubo muchos rumores en Suecia acerca de su muerte. Hay quien dice que,
como ella estaba dando muestras de que querer pasarse al catolicismo, alguien envió
al filósofo para formarle en esa religión. Algo ilegal e imperdonable en la protestante
Suecia. Hace ya unos años, dediqué otro de mis artículos a este personaje.
Cristina también fue una de las
mayores coleccionistas de obras de arte de su época. En cierta ocasión, regaló
a Felipe IV de España una de sus obras más queridas, “Adán y Eva”, de Alberto
Durero, la cual, en la actualidad, se puede contemplar expuesta en el Museo del
Prado, en Madrid.
La reina convirtió a su frío país
en uno de los focos culturales más interesantes de su época. Incluso, patrocinó
compañías de ballet y de teatro. Incluso, se la vio actuando en una de las representaciones
teatrales. Alguien la denominó “la Minerva del Norte”.
Algunos comentan que comenzó su
colección de obras de arte con pinturas y esculturas traídas por sus tropas,
tras haber saqueado, durante la guerra, la ciudad de Praga.
Hay quien dice que los
embajadores de Francia y España actuaron como consejeros de la reina a la hora
de influir en su entrada en la religión católica.
Incluso, en el caso del embajador
español, Antonio Pimentel de Prado, que, en la célebre película sobre la vida
de esta reina, protagonizada en 1933 por Greta Garbo, nos da la idea de que
hubo un cierto amorío entre dos personas jóvenes. Lo cierto es que no fue así,
porque el embajador ya andaba por los 50 años, mientras que la reina estaba por
la veintena.
Parece ser que Felipe IV envió a
su embajador a Estocolmo para que comprobase el poder militar de Suecia y si la
reina Cristina iba a casarse con algún personaje importante de un país enemigo
de España. En ese caso, habría que ir tomando medidas para corregir el equilibrio
de fuerzas en Europa. No obstante, el monarca español pretendía tener buenas
relaciones diplomáticas con Suecia.
Según parece, se hicieron buenos
amigos, porque ella ya había pensado en abdicar y, para ello, buscaba el apoyo
de las monarquías más importantes del momento. O sea, España y Francia.
De hecho, se sabe que la reina y
el embajador español mantenían reuniones a puerta cerrada y eso hizo que
pensaran que eran amantes. Sin embargo, estaban organizando su abdicación y su
conversión a la fe católica.
A partir de 1647, se
multiplicaron las presiones del Consejo del Reino a fin de que la reina
decidiera casarse cuanto antes para traer un sucesor al reino.
Dos años después, les comunicó
que no pensaba casarse y tampoco les iba a dar explicaciones del por qué había
tomado esa decisión.
En 1653, cuando nuestro embajador
regresó a España, entre su equipaje, traía un regalo de la reina Cristina para
Felipe IV. Se trataba de un retrato de la reina a caballo, el cual, hoy en día,
se puede ver expuesto en el Museo del Prado.
En 1654, ya directamente,
comunicó al Consejo del Reino, su decisión de abdicar al trono de Suecia.
También sin aportar ningún tipo de explicación. Lo cual era doblemente extraordinario.
En junio de 1654, durante una
emotiva ceremonia en el castillo de Upsala, la reina se desprendió de sus
atributos reales y se los dio a su sucesor, su primo, que reinaría bajo el
nombre de Carlos X Gustavo. Por último, se fue despidiendo de sus consejeros y
de los nobles del reino. Así como de sus damas de la Corte y de su madre, que seguía
residiendo en su remoto castillo.
Se acordó otorgarle una generosa
pensión, la cual cobraría hasta su muerte. Así que se marchó de Suecia, embarcando
hacia Hamburgo, para luego continuar su viaje hasta Flandes.
Lógicamente, unos años antes,
había ido sacando su patrimonio personal de su país para que no le fuera
incautado.
En ese territorio, que, por
entonces, pertenecía a la Corona española, fue donde abjuró de su fe protestante
para convertirse a la religión católica. Eso fue en la Nochebuena de 1654.
En Suecia dejó a su canciller,
que entró en una profunda depresión, la cual le llevó, sólo unos meses después,
a la muerte. También el obispo que la había educado fue culpado de su abdicación
y optó por recluirse en un antiguo monasterio hasta su muerte.
En octubre de 1655, Cristina, se
fue de viaje hacia Roma. Un mes más tarde, el Papa, informó a las demás cortes
europeas sobre la conversión de Cristina a la fe católica. Parece ser que la
verdadera razón de Cristina para tomar su decisión de abdicar, estuvo en que
ella quería convertirse al catolicismo. Sin embargo, la práctica de esa religión era ilegal en Suecia. Supongo que no quiso presionar para no provocar
una guerra civil en su país. Como las que hubo en Francia.
Hasta el mismo Calderón de la
Barca se inspiró en este acontecimiento para escribir un auto sacramental titulado
“La protestación de la fe”.
Evidentemente, el Papa Alejandro
VII, no perdió la ocasión para celebrarlo por todo lo alto. Ordenó que en todas
las ciudades por las que pasara la antigua reina, se le rindieran honores como
si todavía estuviera en el trono. Así, se ordenó que sonaran las campanas y que
los cañones dispararan las protocolarias salvas.
A mediados de diciembre de 1655,
Cristina, hizo su entrada triunfal en Roma, montada sobre un caballo blanco y
seguida por una amplia comitiva. Uno de los que la acompañaron fue Antonio
Pimentel de Prado, el cual había estado también presente, el año anterior, en
el bautizo de esta monarca.
Acudieron a su encuentro el
propio Papa, junto con todos los cardenales. Celebrando su llegada por todo lo
alto.
En Roma decidió organizar otra
corte y se propuso aumentar su colección de obras de arte, aunque ya no tenía
los amplios recursos de que disponía cuando era reina de su país.
Volvió en alguna ocasión a
Suecia, como en 1660, tras producirse la muerte de su primo y sucesor en el
cargo.
De vuelta a Roma, hizo aumentar
las actividades culturales de la capital. Incluso, organizó una academia
literaria y hasta apoyó excavaciones arqueológicas.
Algunas estatuas de su colección,
halladas en el palacio de Adriano, en Tívoli, fueron adquiridas por Felipe V de
España y también están ahora expuestas
en el Museo del Prado.
Parece ser que, en Suecia, nunca
fue muy popular, cuando era reina, ya que solía gastar grandes sumas para
compras obras de arte y, para ello, el Gobierno, tenía que aumentar los
impuestos. Así que muchos suecos se alegraron cuando oyeron la noticia de su
abdicación.
También tuvo siempre un espíritu
muy tolerante, en lo tocante a la libertad religiosa y se opuso firmemente a
toda persecución de ese tipo, como las llevadas contra los judíos o contra los
hugonotes franceses.
Su estancia en Roma sufrió
altibajos, debido a que en muy pocos años se sucedieron varios Papas y con unos
tuvo mejores relaciones que con otros.
No hay que olvidar que era
alguien con un carácter demasiado independiente y eso no gustaba mucho a la
Iglesia de aquel momento.
Aparte de que hubo un Papa que
ordenó clausurar algo muy querido para Cristina, los locales donde se representaban
obras teatrales. Algunos de los cuales habían sido patrocinados por ella.
Incluso, se ahondaron estas
diferencias, cuando hizo amistad con algunos teólogos, que luego fueron
perseguidos por la Inquisición a causa de sus ideas religiosas. Es posible que,
por esa razón, ya no gozara, como al principio, de la protección de Felipe IV
de España.
A partir de 1689, comenzó a sentirse
mal y redactó su testamento. Incluso, escribió al Papa Inocencio XI, para
pedirle que le perdonara a pesar de las discusiones que habían tenido. Lo cual
hizo el Pontífice, que también se hallaba enfermo.
Tras su muerte, ocurrida el 14 de
abril de ese año, no se respetó su voluntad de ser enterrada de una manera
humilde en el célebre Panteón de Roma.
Al contrario, sus restos fueron
velados en su palacio, por donde pasaron miles de visitantes. Más tarde, su cadáver
fue llevado a la Basílica de San Pedro, donde se le dio sepultura.
Incluso, posteriormente, se le
encargó a Fontana la realización de un lujoso monumento funerario, que se
instaló en el interior del citado templo.
Es preciso aclarar que sólo hay
tres mujeres enterradas en la Basílica de San Pedro. Una es Matilde de Canossa,
otra María Clementina Sobieska y la otra es Cristina de Suecia. A la primera de
ellas, ya le dediqué hace tiempo otro de mis artículos.
Realmente, no sé si a los suecos
les pareció más imperdonable que abdicara, que se convirtiera o que se fuera
con su patrimonio a otro país. Precisamente, a la capital del Catolicismo.
Takk
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