Esta vez voy a hablar sobre un destacado
personaje de la antigua Grecia, que es casi un desconocido, hoy en día.
Arquíloco de Paros nació alrededor
del 712 a. de C. en la isla de Paros. Una famosa isla por la gran calidad del
mármol que se extraía de sus yacimientos.
Incluso, en esta isla, se
encontró la famosa Crónica de Paros, que consiste en una losa de mármol, donde alguien
grabó unas inscripciones en donde se citan de manera cronológica, fechas
importantes en la Historia de Grecia. Desgraciadamente, una parte del mismo se
ha perdido. No obstante, se conserva lo que allí estaba escrito, gracias a que
un autor británico publicó el contenido de estos grabados, unos años antes de
su pérdida.

Parece ser que la mala situación económica
de su familia le llevó a alistarse en una expedición de voluntarios de su isla, que tenía como fin la colonización de la isla de Tasos, frente a las costas de Tracia.

Parece ser que, antes de
aventurarse en esa expedición de conquista, los de Paros, enviaron a un
representante suyo al célebre Oráculo de Delfos.


Según parece, la gente le fue
mirando cada vez peor, pues no se habían cumplido sus vaticinios. Así que la
necesidad le llevó a tomar las armas, como un mercenario más de la antigua
Grecia.
También, por esa época, Licambe,
el padre de su prometida, llamada Neobule, le rechazó y otorgó a otro
pretendiente la mano de su hija.
¿Quién perturbó tu entendimiento? Antes
estabas en tus cabales. Pero ahora eres
en la ciudad gran motivo de burla.”
Parece ser que esto hizo que
fueran la comidilla del pueblo y, según algunos, llegó a tanto la vergüenza a
la que les habían sometido, que Licambe y su hija llegaron a suicidarse.
Algunos afirman que el verdadero
motivo por el que Licambe no le otorgó la mano de su hija es porque se enteró
de que Arquíloco era hijo de una esclava tracia.

Precisamente, en su obra titulada
“Elegías” confiesa sin rubor que lo hizo y que lo volvería a hacer para salvar
su vida. "Algún
sayo se ufana con mi escudo, un escudo irreprochable que abandoné contra mi
voluntad en un matorral. Mas con ello salvé mi vida. ¡Qué me importa aquel
escudo! Ya me compraré otro que no sea peor." En aquella época también se llamaba sayos a los tracios.
Lógicamente, esto le dio fama de
cobarde y hasta se prohibieron sus obras en Esparta. No fuera que se llegaran a
contagiar los aguerridos soldados espartanos, a causa de ese comportamiento.

Además, en una época, donde lo habitual
era formar una línea de guerreros hoplitas, en la que se protegían unos combatientes a otros con la mitad de su
escudo, era una falta grave romper esa línea. De hecho, en muchos lugares se
castigaba con la muerte.

Gracias a un eclipse de Sol, que
describió en uno de sus poemas, los expertos han llegado a afirmar que murió
poco después del 647 a. de C.

Es más, llegó a criticar a los
jefes militares fanfarrones, diciendo que prefería a los que demostraban su
valor en combate:


esos oficialillos barbilindos
que se pavonean por el campamento
con sus escudos labrados,
al aire las cabelleras
perfumadas.
Creen saber ya
todos los secretos
del arte militar.
Yo prefiero
mil veces a esos otros camaradas
chaparros, peludos y burdos,
y que recién llegados del surco
no te traicionan
en el campo de batalla.
Con sus piernas velludas
y zambas
siempre acuden si en las refriegas
te ven en apuros.
Esos camaradas,
hediondos a mierda
y a sudor, son para mí
más elegantes y bienolientes
que todos los aristócratas
de Atenas juntos.
Dame, oh Palas
Atenea, memoria
y que recuerde yo el nombre
de aquel agricultor pestilente
que me salvó la vida cuando estaba
un espartano a punto de degollarme.”

Incluso, cuando ya había
comenzado la famosa batalla de Filipos, Horacio, que estaba en el bando de
Bruto y que debía de haberle leído, hizo lo mismo, al tirar su escudo y su
espada y se marchó a Atenas.
Sin embargo, no le faltaron
detractores, como Píndaro, que le acusó de haberse alimentado de calumnias de
todo tipo; Heráclito, que dijo que debería de haber sido apaleado; y hasta
Aristóteles, que le calificó de blasfemo.
Parece ser que el género de la sátira
griega se hallaba casi olvidado, hasta que se volvió a poner de moda durante el
Renacimiento.
Modernamente, el famoso Nietzsche,
en su obra “El nacimiento de la tragedia en la música”, daba la misma importancia
a Arquíloco que a Homero y los calificaba como los autores más originales de la
Literatura griega.

Una de sus características es que nuestro personaje
no fue un seguidor de las ideas propagadas por los diferentes estados griegos,
como los valores morales o el honor recibido por participar en la guerra. En su
caso, es más partidario de disfrutar de la vida, sin pensar demasiado en los
demás.
En sus poemas, relató los
sufrimientos de la guerra. Al contrario de lo que se hacía en su época, que se solía
exaltar la misma en los poemas épicos. En cierto modo, se podría calificarlo
como antimilitarista. Algo muy extraño en su época o, por lo menos, no
conocemos muchos ejemplos de ese comportamiento en la antigua Grecia.

Sólo se conserva de su obra
fragmentos de las Elegías y algunos de sus Yambos, por los que pasó a la
posteridad. Termino con uno de sus versos:
“Corazón, corazón de irremediables penas agitado,
¡álzate!
Rechaza a los enemigos oponiéndoles
el
pecho, y en las emboscadas traidoras sostente
con
firmeza. Y ni, al vencer, demasiado te ufanes,
ni,
vencido, te desplomes a sollozar en casa.
En
las alegrías alégrate y en los pesares gime
sin excesos. Advierte
el vaivén del destino humano.”
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