Esta vez voy a intentar narrar
una parcela muy conocida de la Historia de la forma más amena e inteligible
para todos. Bueno, tal y como procuro hacer siempre.
Evidentemente, no tengo el
dominio narrativo de Alejandro Dumas (padre), que, en 1849, publicó una novela
titulada “El collar de la reina”, la cual sigue gozando de mucha fama en la
actualidad.
Ciertamente, como yo no me dedico a
la novela, sino a la Historia, pues no me voy a apartar de los hechos, como
suelen hacer los novelistas a fin de que la narración tenga más interés para el
lector.
El personaje principal de esta
historia se llamaba Jeanne de Valois-Saint Rémy. Esta mujer había nacido en
1756, en una pequeña población del noreste de Francia, llamada Fontette, en la
región de Champaña.
Aunque su padre era un noble
llamado Jacques I, barón de Saint Remy y ser descendiente de un hijo ilegítimo
del rey Enrique II de Francia, suegro de nuestro Felipe II, lo cierto es que
estaban totalmente arruinados, aunque vivieran en un castillo de la familia.
Su madre, Marie Jossel, era la
hija de un criado, que siempre había trabajado en ese castillo. Lógicamente, la
familia del barón, que tampoco andaba muy boyante, económicamente, nunca aprobó
ese matrimonio y siempre se negaron a ayudarle.
Para el que no se acuerde ya de
la Historia de Francia, la dinastía Valois reinó en ese país hasta 1589. El
último rey de la misma fue Enrique III, el cual no tuvo descendencia. Su sucesor
fue su primo, Enrique de Navarra, conocido como Enrique IV, el jefe del bando
protestante, que se convirtió al catolicismo, para poder reinar en Francia. Los
dos reyes tuvieron un mismo final. Ambos fueron asesinados, en diferentes
momentos, por católicos radicales.
Volviendo a la condesa, hay que
decir que su niñez no fue muy agradable. En su casa no tenían para comer, así
que solían mendigar por las calles, robar cosechas y cuidar el ganado de los
vecinos.
En un principio, fueron seis
hermanos. Sin embargo, tres de ellos murieron en la niñez y sólo llegaron a la
edad adulta Jacques, Marie-Anne y Jeanne.
A partir de 1762, la cosa fue
empeorando, si cabe, aún más. Murió su padre y su madre se dedicó,
literalmente, a la prostitución.
Posteriormente, la madre, se
buscó una nueva pareja y se fueron los dos juntos a otra parte. Así que dejó
totalmente desatendidos a sus hijos a los cuales no les quedó más remedio que
dedicarse a seguir mendigando.
Parece ser que la niña tuvo un
verdadero golpe de suerte. En una ocasión,
cuando se hallaba mendigando por los caminos, topó con un carruaje. Como
hacían habitualmente, lo pararon para pedirles dinero.
La niña mencionó que era “de la
sangre de los Valois”. Lógicamente, eso no podía pasar desapercibido para una
aristócrata, como la marquesa de Boulainvilliers, que viajaba en el carruaje.
Esta le hizo una serie de
preguntas a la niña y se la llevó, junto con sus hermanos. La ascendencia de
los chicos fue plenamente comprobada en Versalles, por medio de un especialista
en Genealogía llamado Cherin.
En aquella Francia, donde todavía
existía una monarquía, no se podía permitir que unos descendientes del rey San
Luis vagaran por la calle.
Gracias a ello, a Jacques le
permitieron ingresar en una Academia militar, además de abonarle una pensión
anual de 1.000 libras.
A las dos chicas las ingresaron
en un internado de monjas y les dieron, a cada una, una pensión de 900 libras
anuales.
Al terminar su educación, les
ofrecieron profesar como monjas en el monasterio. Sin embargo, ellas declinaron
el ofrecimiento, volviendo a su región de origen.
Parece ser que estuvieron
viviendo en casa de unas costureras, donde las hacían trabajar mucho. Así que
se fueron de allí cuanto antes.
En 1780, Jeanne, se casó con un
sobrino de los dueños de la casa donde vivía. Parece ser que no acertó con su
matrimonio, pues el novio a pesar de presumir de su nobleza, afirmando ser
conde, también estaba arruinado y sólo vivía de lo que cobraba como oficial de
la Gendarmería.
Por lo visto, la novia se casó
estando ya al final de su embarazo, pues dio a luz, sólo un mes después de su
boda, a un par de gemelos, los cuales murieron a los pocos días.
La última referencia que existe
de los hermanos de Jeanne es que Jacques continuó, durante varios años, su carrera en el Ejército, hasta su muerte en
una colonia francesa. Por
lo que respecta a Marie-Anne, profesó como monja y
llegó a ser abadesa de un convento.
Volviendo a Jeanne, intentó
volver a explotar su descendencia, como miembro de una antigua casa real de
Francia. Así que no se le ocurrió otra cosa que viajar hasta Versalles para
pedirle una pensión a la propia reina.
Parece ser que la reina estaba
advertida sobre las intenciones de nuestro personaje y siempre se negó a
recibirla. Así que se quedó sin cobrar esa pensión.
Algunos autores dicen que sí que
consiguió otra pequeña pensión que le dio la hermana de Luis XVI, pero eso no
está muy claro.
En la corte de Versalles conoció
a otro bribón llamado Rétaux de Villette, que también se hacía llamar “conde”,
como ella y su marido, pero que se dedicaba a todo tipo de asuntos ilegales.
Parece ser que él la enseñó a
vivir en Versalles y le presentó a muchos cortesanos, que debía conocer para
ser aceptada en ese lugar.
Según parece, le contó que el
cardenal de Rohan, un eclesiástico que, además, era uno de los más importantes
nobles de Francia, estaba deseando ser recibido por la reina, pues ambicionaba
un puesto de primer ministro, como lo fueron Richelieu o Mazarino.
El problema es que el cardenal estuvo,
anteriormente, como embajador de Francia en Viena y allí se ganó muchas
enemistades.
Parece ser que su comportamiento
libertino era considerado como muy escandaloso en la corte de la emperatriz
María Teresa de Austria, madre de María Antonieta.
Además, en una ocasión, escribió
al rey informándole del doble juego de la emperatriz con Francia y Prusia. Esta
carta fue interceptada por alguien y leída en la corte, durante una comida, por
madame du Barry. Parece ser que en ese escrito, el embajador, insultaba a la emperatriz.
Todo esto fue tenido en cuenta
por la reina y lo primero que hizo tras su boda, fue exigirle a su marido que
destituyera a su embajador en Viena. Cosa que hizo.
Esa fue la razón por la que la
reina María Antonieta siempre despreció al cardenal de Rohan y nunca quiso
recibirle.
También, por aquella época, fueron
a la corte dos famosos joyeros, llamados Boehmer y Bassange, para ofrecerle un hermoso collar a la reina.
Parece ser que este collar había
sido encargado por el difunto rey Luis XV para su favorita, Madame du Barry. El
problema es que ese monarca había fallecido y ellos no sabían qué hacer con el
encargo. La joya a la vez que suntuosa también era muy cara. Así que la reina
se negó a comprarla, para disgusto de los joyeros.
Se dice que la reina argumentó
que no podía comprar esa joya, cuando la gente estaba muriendo de hambre por
las calles. Me da que esa no fue la razón, porque a la reina siempre le importó
bien poco lo que les pasara a sus súbditos. De hecho, siempre fue muy impopular
en Francia. Como austriaca, en francés, se dice “autrichienne”, ellos usaban un
juego de palabras para pronunciar “autre chienne”, o sea, otra perra.
Otros autores dicen que la reina
no lo quiso, porque fue un encargo hecho para una de sus mayores enemigas, Madame
du Barry.
Así que la pareja de pillos
formada por la condesa de Lamotte y Villette idearon un audaz plan para
aprovecharse de esta situación.
El matrimonio de la condesa iba
muy mal, aunque los cónyuges seguían viviendo juntos. Así que no tuvo ningún
problema en acercarse al cardenal y hacerse su amante y confidente.
Había olvidado mencionar a otro
personaje, que también participó en este enredo, más propio de una obra teatral
del Siglo de Oro español. Se trata de Cagliostro, cuyo verdadero nombre era
Joseph Balsamo, que ejercía como adivino a las órdenes del cardenal y que había
sido comprado por la pareja formada por Jeanne y Villette, para que convenciera
al cardenal. Cosa que logró a plena satisfacción de ambos.
Lo cierto es que estos pillos convencieron al cardenal de que Jeanne era
íntima amiga y confidente de la reina, aunque la verdad es que sólo la había
visto de lejos.
Le comentaron al cardenal que, si
quería obtener el favor de la reina, tenía que hacer una gestión secreta para
ella.
Le dijeron que la reina se había
encaprichado de ese lujoso collar, pero que no quería que se notara que se
gastaba dos millones de libras en su compra. Incluso, hicieron unos escritos,
falsificando la letra de la reina, donde ésta le pedía ese favor al cardenal.
Así que lo que tenía que hace el
cardenal era ir en su busca para comprarlo en nombre de la reina y ella les
iría pagando a plazos el collar a los joyeros. Por supuesto, a través del
cardenal, para que nadie se enterara.
Como era una cantidad enorme y parece
ser que el cardenal no se fiaba mucho de ellos, se molestaron en contratar a
una prostituta, que se parecía bastante a la reina, para reunirse por la noche
en los jardines de Versalles y confirmarle que las cartas eran suyas.
La verdad es que está muy claro
que esta operación estaba muy mal diseñada desde el principio. Aunque sospecho
que lo hicieron así para que saltara y se enterara todo el mundo.
Me parece que lo suyo hubiera
sido que el cardenal les hubiera comprado el collar a los joyeros y se lo
hubiera regalado a la reina. En caso de que ésta no lo hubiera querido, pues lo
hubiera vendido a otra persona y ya está. Aunque también es verdad que en
aquella época se sabía que, aunque el cardenal ingresaba, periódicamente, una enorme cantidad de
dinero, gastaba mucho y casi siempre andaba muy justo.
Lo cierto es que parece que en
esta operación todos fueron engañados. Desde el primero hasta el último.
Alguien la diseñó para quitarse a esta gente de la corte y para poner en
entredicho a los reyes. De hecho, fue una de las muchas causas por las que se rebeló
el pueblo hasta concluir en la famosa Revolución Francesa.
Volviendo al tema que nos ocupa. Evidentemente,
en cuanto hubo que pagar el primer plazo, la reina no lo pagó y los joyeros
quisieron entrevistarse con ella para reclamárselo.Ahí fue cuando se enteró de
lo que estaba ocurriendo.
Los investigadores, capitaneados
por el barón de Breteuil, enemigo acérrimo del cardenal, fueron tirando del hilo y acabaron atrapando a
toda esta pandilla de pícaros.
No obstante, estos no habían
perdido el tiempo. El cardenal entregó el collar a Jeanne, supuestamente, para
que se lo hiciera seguir a la reina.
Lo que no sabía es que esa banda
se dedicó a desmontar las piedras preciosas que formaban el collar y las habían
ido a vender a Londres, donde sacaron un buen precio por ellas.
El 14/08/1785, cuando el cardenal
iba a celebrar una misa en el Palacio de Versalles, previamente, es llamado a
una reunión con los reyes. A la misma, también asisten el barón de Breteuil y
el ministro de Justicia.
El cardenal sólo puede declarar
que, desde el primer momento, fue engañado por la condesa de Lamotte. Así que
la reina se enfada y le pide a su marido que lo encierre,
inmediatamente, en la
Bastilla.
El cardenal le suplica no ser
arrestado, por respeto a la Iglesia y al honor de su noble familia. Tampoco
podía presentar como pruebas a su favor las cartas falsificadas, pues ya habían
sido quemadas.
Así que fue encerrado en la
Bastilla y tuvo que dar orden de vender todos sus bienes para pagar a los
joyeros. Un siglo después, sus herederos seguían pagando esa deuda.
El monarca cometió el error de dejarle
elegir al cardenal si quería un juicio privado ante el rey o un juicio ante el
Parlamento, que era como se llamaba al Tribunal Supremo. El clérigo eligió la
segunda opción, porque pensó que los nobles que formaban el Parlamento se apiadarían
de él, por ser uno de los suyos. El problema es que este juicio fue público y
así todo el mundo se enteró de lo que había ocurrido. Asistieron al juicio nada
menos que 64 jueces.
De esa forma, el cardenal fue
absuelto del robo y de haber cometido un delito contra la reina, por haberse
dado cita en los jardines de Versalles para conspirar, supuestamente con ella.
La verdad es que la reina estaba completamente
indignada con el fallo del tribunal, porque parecía que la habían puesto en
entredicho. Así que convenció a su marido para expulsar
al cardenal de la
corte, enviarlo a una abadía y luego a otra un poco más lejos.
Lo cierto es que quedó muy claro,
ante la opinión pública, que la reina había tenido algo que ver en el asunto. Así
que su imagen y la del rey, se hicieron muy impopulares entre la gente.
En cuanto a lo que se refiere a
la banda de pillos, sólo pudieron capturar a la condesa de Lamotte, pero no a
su marido que se hallaba en Londres y se quedó allí. Fue
condenado, en
ausencia, a una pena de galeras.
A Rétaux de la Villette, el
principal cómplice de la condesa, lo pillaron en Suiza. Declaró en contra de la
condesa y su marido. Así que lo condenaron al exilio fuera de Francia. Muriendo
unos años después en Venecia.
En cuanto a Cagliostro, sólo fue
obligado a abandonar, inmediatamente, el territorio de Francia.
Volviendo a la condesa de
Lamotte, fue sentenciada a cadena perpetua en la prisión de la Salpetriere. Aparte
de recibir unos latigazos y de marcarle la letra “V” de ladrona en los hombros.
Parece ser que, cuando iba a ser marcada, se removió tanto que una de ellas se
la marcaron a fuego en uno de sus senos.
Curiosamente, se afirmó que la reina mandó a una de sus damas de confianza a hablar con la presa. Lo que hizo sospechar aún más de la soberana.
Poco después, la condesa consiguió
escapar de la prisión, disfrazada como si fuera una niña. Parece ser que algún
desconocido la ayudó, abriéndole las puertas de la cárcel.
Posteriormente, se fue a Londres y
allí escribió su versión sobre todo este asunto, aunque algunos dicen que la reina le había pagado una gran cantidad de dinero para comprar su silencio. En esa obra, sólo reconoció
que ella había sido la amante del cardenal y que la propia reina había estado
metida, desde el principio, en este tema.
Lo cierto es que, aunque allí
estuvo protegida por los franceses opositores al rey, la
alegría no le duró mucho. En junio de 1791, parece ser que fue perseguida por
unos desconocidos, dentro de su domicilio. Por alguna extraña razón, cayó por
una ventana, produciéndose múltiples lesiones que, dos meses después, la
llevaron a la tumba. Está enterrada en un cementerio de Londres.
Alguien dijo que se trataba de agentes
monárquicos franceses, mientras que otros pensaron que se trataba de simples acreedores.
Como ya comenté al principio, algunos
autores han dicho que esta historia fue una de las muchas excusas en que se
basaron los republicanos para iniciar la Revolución Francesa, que estalló sólo
4 años después de este suceso.
La verdad es que en aquella época
era muy difícil desacreditar a un monarca ante los ojos de su propio pueblo.
Máxime en un país, como Francia, donde, desde la Edad Media, se creía que sus
reyes curaban ciertas enfermedades con sólo tocar a los enfermos y eso hacían
de vez en cuando. A lo mejor, por eso, tardaron tantos años en conseguirlo.
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