ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

miércoles, 14 de junio de 2017

EL REY ENRIQUE III EL DOLIENTE

Continuando con el ciclo que había abierto sobre los reyes medievales de Castilla, hoy le toca el turno a Enrique III. Un rey que no es muy conocido.
Nació en Burgos, en octubre 1379, precisamente, el día de San Francisco de Asís, así que supongo que su mala salud se debería a haber pasado mucho frío en esa ciudad. Es una broma, claro.
Espero que no se ofendan mis amigos burgaleses.
Sus padres fueron el rey Juan I de Castilla y su mujer, la infanta Leonor de Aragón. Curiosamente, Leonor, casó con Juan I de Castilla y también fue hermana de Juan I de Aragón.
En un principio, como siempre, por conveniencias políticas, durante su infancia, se le había prometido con una princesa portuguesa. Sin embargo, al enviudar su padre, fue él quien se casó con la prometida de su hijo,  Beatriz de Portugal.
Más tarde, ya con 9 años, se casó o, más bien,  lo casaron, en la catedral de Palencia, con Catalina de Lancaster, que ya tenía 14 años, perteneciente a la depuesta dinastía de Pedro I el cruel de Castilla. Así que de esta forma resolvieron el conflicto sobre las aspiraciones de los herederos de Pedro I el cruel al trono de Castilla. También sirvió para mejorar las relaciones entre Castilla e Inglaterra.
Curiosamente, su suegro, Juan de Gante, al casarse con una hija de Pedro I el cruel, también aspiró, en su momento, a ser coronado  con el nombre de Juan I de Castilla.
A imitación de lo que estaba institucionalizado en Inglaterra, los padres de Catalina, impusieron que al heredero de Castilla se le diera un título especial y así nadie podría discutir su derecho al trono. Se acordó que fuera el de Príncipe de Asturias, que aún continua vigente. Siendo Enrique el primero en ostentar ese título.
Desgraciadamente, como ya he comentado en mi anterior artículo, dedicado a su padre, el rey Juan I, éste murió joven a causa de una caída de caballo en Alcalá de Henares. Así que Enrique llegó al trono con sólo 11 años. Evidentemente, esto fue aprovechado, como siempre, por la nobleza para intentar acumular poder a costa de restárselo al nuevo monarca.
Durante la minoría de edad del nuevo monarca, se acordó que el poder lo tendría un consejo de regencia, compuesto por 8 nobles. Para contrarrestar el ansia de poder de la nobleza, se decidió que 6 de ellos fueran de la baja, mientras que los otros 2 serían de la alta nobleza.
El arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, estaría al frente de ese consejo. Entre los miembros más destacados de ese órgano podemos citar a Fadrique, duque de Benavente y hermanastro de Juan I; Alfonso, marqués de Villena, y Pedro, conde de Trastámara e hijo de Fadrique. Como habréis visto, ciertos títulos y apellidos se repiten una y otra vez. Esa es una explicación del por qué en España siempre han mandado las mismas familias.

Otros autores dicen que lo que ocurrió es que Juan I había decidido nombrar un consejo de regencia, formado sólo por 6 nobles. Lo formaban el marqués de Villena, el arzobispo de Santiago, el maestre de Calatrava, el conde de Niebla y don Juan Hurtado de Mendoza. Aparte de su presidente, el arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio.
Cuando el rey visitó Madrid ocurrió un suceso imprevisto. Estando la comitiva real en el interior de la iglesia de San Martín, ésta fue rodeada por tropas del duque de Benavente y del conde de Trastámara. Parece ser que así reflejaron su queja por no haber sido admitidos dentro del consejo de regencia. Así que no tuvieron más remedio que ampliarlo a 8 miembros para incluirlos dentro de ese órgano.
Desgraciadamente, en aquella época, se vivía un gran descontento, debido sobre todo a las malas cosechas y a la inestabilidad económica. Aparte de las epidemias.
Evidentemente, de todo este estado de cosas sacaron provecho ciertas personas, que echaron la culpa de todo ello a los judíos, dado que solían ser los prestamistas de la gente endeudada. Supongo que lo harían para no tener que devolver los préstamos.
Como todo el mundo sabe, hoy en día, los Bancos sólo dan préstamos a quienes creen que pueden devolverlos. En aquella época, supongo que sólo los podrían solicitar los nobles y seguro que ellos eran los que más estaban endeudados con los judíos. Además de la corona y la Iglesia.
Aparte de eso, como siempre suele ocurrir en España, cuando el Estado se endeuda, suele subir los impuestos hasta el infinito, sin pararse a pensar si los ciudadanos podremos o no pagarlos. Esto creó una gran inestabilidad social.
Esta situación fue aprovechada por ciertos tipos, como un predicador, llamado Ferrán Martínez, más conocido como el Arcediano de Écija, que ejercía su labor en Sevilla.
Este miembro del clero se aprovechó del momento para lanzar continuamente desde el púlpito duros reproches contra los judíos. Tanto es así que radicalizó a las masas hasta el punto de que se produjeran bastantes víctimas mortales en los asaltos a las juderías. Cometidos, principalmente, en 1391.
Lógicamente, esto, en lugar de arreglar las cosas, provocó una mayor inestabilidad económica en el reino, pues los judíos eran los que manejaban los mayores capitales y la Hacienda real se fue quedando sin sus principales prestamistas.
La cosa se complicó cuando la alta nobleza quiso recuperar su tradicional papel en el gobierno de Castilla e intentó deponer a los miembros de la baja, que ahora se hallaban colocados en los puestos más altos de la Administración del Estado. Esto provocó casi una guerra civil entre ambos bandos.
Visto el cariz que estaba tomando este asunto, se decidió proclamar la mayoría de edad de Enrique III, para que pudiera reinar, a pesar de que sólo había cumplido 13 años.
Obviamente, la mala salud del monarca hizo pensar a muchos que duraría poco en el cargo. Así que algunos de estos nobles estuvieron moviendo sus hilos para aumentar sus privilegios en la corte.
Sin embargo, este joven, seguramente, bien aconsejado, fue capaz de ir dominando a los miembros rebeldes de la aristocracia.
Seguramente, todos tomaron buena nota cuando vieron que su propio tío, el duque de Benavente, fue encerrado en una prisión. Además, le desposeyó del título y le mantuvo encarcelado hasta su muerte.
Así que el conde de Trastámara, en cuanto pudo, huyó de Castilla, en previsión de que le pudiera ocurrir lo mismo que al primero.
El conde de Noreña intentó hacerse fuerte en Asturias, pero no pudo aguantar la presión del Ejército castellano, y tuvo que exiliarse en Inglaterra.
Es justo mencionar que una de las cosas por las que se sublevó el conde de Noreña es que le habían desposeído de la mayoría de sus territorios para dárselos al que ostentara, en cada momento, la dignidad de Príncipe de Asturias.
Parece ser que estos tres nobles, que tenían en común ser hijos bastardos del rey Enrique II, se habían aprovechado de la minoría de edad del rey para intentar llenarse los bolsillos impunemente.
Así que, contra todo pronóstico, sólo dos años después de haber llegado al trono, este muchachito tan enfermizo, fue capaz de vencer a los rebeldes de la alta nobleza del reino.
Otra de sus primeras medidas, nada más ocupar el trono, fue proteger a los judíos y sus aljamas. Al mismo tiempo, ordenó la captura y  prisión para los culpables de los alborotos contra esta minoría.
Al año siguiente, otro que también pretendió sacar tajada de la pretendida debilidad de este monarca, fue el rey de Portugal, el cual, sin mediar una declaración de guerra, invadió Castilla, tomando la plaza de Badajoz.
Sin embargo, Enrique III, sin pensárselo mucho, ordenó que zarpara inmediatamente la imponente flota de Castilla, con la orden de atacar las costas portuguesas y la flota de ese país.
El ataque castellano se combinó con otro terrestre, que afectó algunas localidades fronterizas, como Miranda do Douro, llegando en su avance hasta Viseu.
Lógicamente, dos años después, el monarca portugués, que también se llamaba Juan I, pidió un armisticio, que supuso la devolución de las plazas conquistadas por los dos bandos y la vuelta a la frontera tradicional entre los dos países.
Aunque parezca increíble, en muy poco tiempo, este animoso rey, había conseguido solucionar muchos problemas que llevaban enquistándose durante varios siglos y comprometían al desarrollo de Castilla.
Había conseguido la paz con Portugal, renovar la amistad con Francia e Inglaterra e, incluso, llevarse bien con Aragón. Así que, de esta manera, los comerciantes castellanos, podrían exportar e importar sin trabas a través del Atlántico y del Mediterráneo.
Ahora quedaba una cosa muy importante, despejar el Estrecho de Gibraltar de piratas berberiscos, para poder navegar tranquilamente por él.
Por ello, decidió enviar a la flota, la cual asedió y consiguió tomar la ciudad de Tetuán, el lugar donde se concentraba la mayor cantidad de piratas.
Incluso, se permitió comenzar la conquista de las Islas Canarias. El mando de la expedición lo entregó a dos caballeros franceses, Juan de Bethencourt y Gadifer de
la Salle.
En 1405, llegó al trono de Granada el belicoso monarca Muhammad VII, el cual comenzó su reinado con una serie de ataques a la zona de Murcia.
Esta vez, el rey castellano, no se pudo poner al frente de las tropas, pues la enfermedad no se lo permitió. Así que se decidió poner al frente de las mismas a su hermano Fernando.
No obstante, la muerte del rey, ocurrida en Toledo el día de Navidad de 1406, suspendió los preparativos para esa campaña. Lo que dio una cierta ventaja al monarca granadino.
Enrique III fue el que creó la figura del corregidor en los ayuntamientos, restándole autonomía a los mismos.
En su afán por tener las mejores relaciones posibles con otros Estados, envió embajadas a Turquía y hasta al lejano reino mongol de Tamerlán. A este último reino envió varias embajadas, la más importante estuvo al mando de Ruy González de Clavijo.
A algunos les podrá parecer una excentricidad que este rey enviara una embajada hasta el rey de los mongoles. La razón es muy sencilla. Los monarcas europeos se habían dado cuenta de que los mongoles eran los únicos que habían sabido vencer en varias ocasiones a los turcos y, al apoyarlos, evitarían que los otomanos conquistaran por completo el Imperio Bizantino, incluida su capital, y, más tarde, se plantaran en territorio europeo. Como ocurrió un poco más tarde, al conquistar Macedonia y partes de Bulgaria y de Serbia.
Parece ser que, en 1402,  el monarca mongol invitó a los embajadores castellanos a presenciar una batalla contra las tropas del sultán Bayaceto I, terror de la Cristiandad. No se contentaron con derrotarle con una facilidad pasmosa, sino que, incluso, apresaron al sultán, el cual murió poco tiempo después.
Incluso, los mongoles, entregaron a los embajadores castellanos, dos damas españolas que se hallaban en poder de los turcos.

Supongo que el monarca castellano se pondría muy contento al conocer las noticias que le traían sus embajadores sobre su nuevo aliado.
Curiosamente, tanto Tamerlán como Enrique III murieron en 1406. Aunque es preciso decir que el primero era ya un anciano, que estaba prácticamente ciego, mientras que el monarca castellano sólo había cumplido los 27 años.
Lamentablemente, a su muerte, se volvió a repetir la situación creada cuando él fue proclamado rey, con el agravante de que el príncipe de Asturias, su hijo mayor, el futuro Juan II, sólo tenía 2 años.
Me imagino que más de uno estará pensando que fue una pena que, para un rey que nos sale bueno durara tan poco. Yo también pienso lo mismo.
Enrique III y Catalina de Lancaster tuvieron tres hijos. La primera fue María, que se casó con el rey Alfonso V de Aragón, al que ya dediqué otro de mis artículos. Esta fue la primera mujer que ostentó el título de princesa de Asturias, por derecho propio, porque antes lo tuvo su madre, como consorte, hasta que, 4 años después,  nació su hermano Juan.
La segunda fue Catalina, que se casó con su primo Enrique de Trastámara, hijo de su tío Fernando I de Antequera, del que también hablé en otro de mis artículos.

Por último, Juan, que reinó bajo el nombre de Juan II de Castilla, del cual hablaré en mi próximo artículo.

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