Hoy traigo al blog un movimiento,
que tuvo su apogeo en el siglo XIX, pero que no sería de extrañar que renaciera
en cualquier momento.De hecho, ya va existiendo un neo-ludismo.
Por cierto, hace unos días, he leído
que existe un programa del Gobierno USA con el que quieren fomentar el uso de robots en
todas las empresas de ese país.

Empezaremos por el principio. El citado
movimiento lo comenzaron una serie de artesanos ingleses, que, hasta entonces,
se habían dedicado a trabajar en talleres con unas condiciones de vida
aceptables.
De pronto, la Revolución
Industrial, trajo una serie de máquinas, que lo hacían todo mucho más rápido y
con un coste menor para el empresario.
Evidentemente, los obreros, aunque
la mayoría de ellos eran analfabetos, se dieron cuenta de que en su empresa,
cada vez echaban más gente a la calle y pagaban menos.

Las fábricas cada vez se hacían
más grandes, al igual que las jornadas de trabajo de los obreros, mientras que
los salarios eran cada vez más pequeños. Una de las razones era que,
prácticamente, ya no necesitaban mano de obra especializada y que el trabajo de
manejar una máquina lo podía hacer gente con muy escasa formación.
Por ello, nadie tenía su puesto
de trabajo asegurado, ya que era muy fácil sustituir a un obrero por otro.
Parece ser que también tuvieron
algo que ver las duras condiciones de trabajo que se dieron en Inglaterra,
durante las guerras napoleónicas. Efectivamente, la época de mayor auge del
ludismo se dio entre 1811 y 1813.

No está muy claro de dónde
procede ese nombre. Unos dicen que era un homenaje a un personaje llamado Ned
Ludd, obrero nacido en Anstey y que trabajaba en Leicester, que, en un momento
de furia, alrededor de 1779, destrozó dos tejedoras mecánicas de la fábrica
donde trabajaba.

Lo cierto es que muchos
campesinos se vieron obligados a abandonar sus pueblos a causa de la política
del gobierno británico, consistente en privatizar los campos que habían sido
comunales desde siglos atrás.

Toda esa masa de gente se fue
acumulando en las ciudades para buscar trabajo en las fábricas. Así que estas
urbes cada día fueron más insalubres y la gente tenía unas condiciones de
trabajo y de vida menos aceptables.
La gente decía que se hartaba de
trabajar, pero no le llegaba con su sueldo para vivir. ¿Os suena eso de algo?
Volviendo al comienzo del
ludismo, se suele decir que empezó un 12/04/1811, cuando, en plena noche, un
grupo formado por unas 350 personas (hombres, mujeres y niños) atacaron una
fábrica de hilaturas en Notthingham.
Primero, destrozaron los grandes
telares a base de golpes con la maza y luego le prendieron fuego a la fábrica.
El propietario se llamaba William Cartwright y se dedicaba a confeccionar telas
de mala calidad con máquinas modernas.

Según el Gobierno británico, los
luditas, provocaron abundantes pérdidas a causa del destrozo de maquinaria, fábricas,
almacenes, etc.
No obstante, también el Estado
tuvo que movilizar y enviar al Ejército a esa zona, aparte de ampliar el
personal de los juzgados para procesar a los detenidos.
Los luditas también estaban en
contra del nuevo tipo de sociedad que se les venía encima. Ellos eran
partidarios del trabajo bien hecho, sin importar el tiempo que se necesitara
para ello.

Incluso, se dedicaron a estropear
el paisaje campestre, pues muchas de sus fábricas las construyeron en esos
bonitos valles, donde antes pastaba el ganado y ahora sólo se veía en ellos el
hollín y el humo que salía por sus chimeneas. Una contaminación que aún puede
apreciarse hoy en día.

Allí empezó algo que nosotros
solemos padecer a diario. Entonces, se decía que el que controlara el capital,
tendría todo el poder y no le afectarían ni las leyes ni el poder del rey. Desgraciadamente,
en eso, acertaron de lleno.
Enviaron casi 15.000 soldados a
esa zona, lo cual era una cantidad considerable sólo para reprimir un
movimiento obrero. Dicen que Wellington utilizaba, habitualmente, una menor
cantidad de soldados para enfrentarse a los ejércitos de Napoleón.

También enviaron muchos policías,
espías, milicias, etc, con el único afán de detener a la mayor cantidad de
gente posible y juzgarla sin garantías de ningún tipo.
A pesar de que los obreros se
dirigieron al Parlamento para hacer llegar sus quejas y mejorar su forma de
vida, no se les escuchó.
Es más, el partido conservador consiguió
que se aprobara en febrero de 1812 un endurecimiento de las penas que suponía
que un ludita podría ser condenado a muerte.

El Gobierno realizó una campaña
contra los luditas, calificándolos como ladrones, asesinos y alborotadores y
así justificaba la Ley aprobada contra ellos.


Al final, 28 personas fueron
juzgadas. De ellas, 5 fueron encarceladas en el Reino Unido, 8 deportadas a
Australia con una condena de 7 años de trabajos forzados y 15 fueron condenadas
a penas que les pudieran llevar a la horca.
De ellos, 7 habían sido condenados
por extorsión para recaudar dinero para la causa. Otros 6 de robar comida
durante unos disturbios. Los dos restantes, por destruir maquinaria.

El resto fue enviado a Australia con una condena de 14 años para cumplir en esa isla.
Desgraciadamente, el ludismo fracasó
y el capitalismo siempre ha calificado a este movimiento como el de unos locos
irracionales, que no comprendían lo que era el progreso.
Es cierto que la Revolución
industrial trajo un gran progreso para la sociedad. No obstante, es preciso
decir que también, en nombre del progreso, se han cometido muchas barbaridades.
Podemos destacar, entre otras, los
campos de exterminio, los de experimentación médica, los daños causados en la salud
por el DDT, la talidomida, los escapes radioactivos, la contaminación de la
capa de ozono, el cambio climático, etc.

Hoy en día, si tomamos conciencia
de los excesos provocados por la industria, podríamos intentar crear un nuevo
tipo de sociedad, más respetuosa con el medio ambiente y que permitieran un
desarrollo sostenible.
En la actualidad, muchos
ciudadanos se movilizan cada día más para intentar que la tecnociencia no ponga
en peligro nuestro presente y tampoco nuestro futuro.

Así, demuestran que la tecnología
puede tener un aumento del bienestar social, pero también un aspecto muy negativo
para la salud.
Aparte de que, normalmente, los
empresarios, sólo tienen puesta la vista en obtener los mayores beneficios
posibles. En cambio, cuando hay que gastar para arreglar lo que ellos han
contaminado, esa labor se la suelen dejar al Estado. Para que la paguemos entre
todos.
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