A veces ocurren cosas inesperadas, que podrían haber cambiado la Historia del Mundo. Siempre se ha dicho
que no hay planes perfectos, porque pueden fallar en cualquier momento.
Eso fue lo que le ocurrió al
estado Mayor alemán, pocos días antes de la invasión de Francia, durante la II
Guerra Mundial. Lo tenían todo muy bien planeado, pero les falló el llamado
“factor humano”.
Confieso que, hasta hace pocos
días, yo también desconocía este incidente y
la verdad es que es de risa, porque
entre el accidente de unos y la incompetencia de otros, lo cierto es que se les
escapó una “buena carta” de las manos a los aliados.
Empezaremos por el principio. El
mayor Erich Hoenmanns, perteneciente a la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana,
estaba destinado en la base aérea de Loddenheide, cerca de Münster, al oeste de
Alemania. Parece ser que allí conoció a otro oficial, el capitán Helmuth Reinberger,
destinado en una unidad de paracaidistas, concretamente, en la sección de Logística.
El piloto no debería de tener
muchas horas de vuelo, porque era un oficial perteneciente a la reserva. Por
ello, se ofreció para llevarlo hasta
Colonia, con el fin de sumar horas y, de paso, ver a su familia, que vivía
allí.

Como, por entonces, no estaba
todavía muy desarrollada la Meteorología, pues nadie les pudo avisar de que se
iban a meter en una zona con una niebla muy espesa.


Posteriormente, la cosa se
complicó, cuando, tras encontrarse con un campesino de la zona, se dieron
cuenta de que estaban en Bélgica. En principio, no había nada que temer de un país
que se había declarado neutral.
Sin embargo, a Reinberger casi le
dio un ataque. Salió corriendo hacia el avión siniestrado y sacó inmediatamente
el maletín amarillo que portaba en el viaje.
A gritos, le comunicó a
Hoenmanns, que en el maletín se hallaban documentos altamente secretos, algo
que el piloto desconocía hasta ese momento.
Así que, mientras Reinberger
intentaba quemar esos documentos tras unos matorrales, el piloto entretuvo al
campesino.
Ese día les falló todo, porque su
encendedor tampoco funcionó y le tuvo que pedir el suyo al campesino belga.
Estando en eso, se acercaron un
par de guardias belgas de fronteras y pudieron retirar los documentos del
fuego, antes de que se quemaran del todo. Reinberger trató de huir, pero fue
detenido por los belgas.

El problema fue que, al levantar
la tapa de la estufa, el alemán se quemó la mano y chilló. Eso hizo que el
capitán belga se lanzara sobre él, sacando los papeles de la estufa y quemándose
también la mano.

Posiblemente, al día siguiente
llegaron las noticias de este accidente a Berlín. Allí, Hitler, sospechando que
el oficial de paracaidistas llevaría consigo los planes de invasión, se puso
hecho una fiera, como de costumbre, e, incluso, ordenó el cese del general de
la unidad a la que pertenecía el piloto.
Para no levantar mucho la liebre,
les encargaron a los agregados militares alemanes en las embajadas en Bélgica y
Holanda que sondearan a ver qué documentos llevaba ese oficial y en qué estado
habían quedado.

No obstante, el general Jodl,
ayudante de Hitler, no se fiaba mucho de ellos y le dijo a Hitler que “la
situación es catastrófica”, porque la invasión estaba prevista para la próxima semana.
A pesar de ello, al día siguiente
recibió el informe de los agregados militares y su lectura le tranquilizó un
poco.
Aunque buena parte de los
documentos se habían quemado, todavía se podían ver en ellos las intenciones de
los alemanes, aunque no se indicaba la fecha exacta del ataque.

Por tanto, el mismo rey, Leopoldo
III de Bélgica, llamó a su ministro de Defensa, al general británico Gort y al
general Gamelin, jefe del Ejército francés. También le dio
una copia resumen de los documentos al oficial francés de enlace, aunque no le comentó
de dónde habían sacado esa información.

También avisó este monarca a sus
colegas, la reina Juliana de Holanda y la gran duquesa Carlota de Luxemburgo,
en forma de mensajes cifrados.
El 12/01 hubo una importante
reunión en la sede del Estado mayor francés. Allí estuvieron discutiendo este
tema los altos cargos del Ejército francés y el jefe de la Inteligencia. Este
último se mostró escéptico sobre el asunto.
No obstante, a Gamelin le pareció
bien que los belgas se inquietaran, pues seguía con la idea de atravesar
Bélgica para, desde allí, atacar Alemania. El problema era que los belgas no le
dejaban atravesar su frontera y, probablemente, este asunto les haría cambiar
de idea.
Una vez que ya todos conocían lo
que estaban tramando los alemanes, ahora la cuestión era saber si éstos
se iban a tomar un tiempo para cambiar esos planes o, por el contrario, iban a atacarles
inmediatamente, para que a ellos no les diera tiempo de tomar las medidas
oportunas.

El jefe del Estado Mayor holandés
ordenó que se cancelaran todos los permisos a los soldados y que se cerraran y
minaran todos los puentes estratégicos.
No obstante, las autoridades
belgas seguían siendo reticentes a la entrada de tropas aliadas en su
territorio y continuaron con las barreras cerradas.
La razón estaba en que su rey era
un ferviente defensor de la neutralidad de su país y confiaba en resolver el
problema entre franceses y alemanes por la vía diplomática.
Mientras tanto, debido a las
intensas nevadas, que estaba sufriendo esa zona, los alemanes pospusieron su ataque,
sin concretar una nueva fecha.

Como ya mencioné en mi anterior
artículo, el plan definitivo de ataque, le fue encargado, por orden de Hitler,
al general von Manstein. Era una especie de variación sobre el plan original.
Como el enemigo les estaba esperando en la frontera franco-belga cercana a la
costa, estaba muy claro que había que entrar por las Ardenas hacia la zona de
Sedán, donde había muy pocos efectivos aliados.
El plan defensivo de los aliados
fracasó, porque los alemanes se enteraron de que esos documentos habían caído
en poder del enemigo.


Gamelin fue muy criticado por no
haber modificado sus planes de guerra. Lo cierto es que él siempre creyó que el
Estado Mayor alemán era demasiado conservador como para cambiar tan
radicalmente de planes y, aún más, para crear la guerra relámpago.
Los dos militares alemanes fueron
juzgados en rebeldía en su país y condenados a muerte, pero no pudieron
ejecutar las sentencias, porque los aliados enseguida les evacuaron. Primero,
los llevaron al Reino Unido y luego los enviaron a Canadá.
Sin embargo, la esposa de
Hoenmanns, no pudo sobrevivir a los crueles interrogatorios de la Gestapo. Sus dos
hijos también murieron durante el transcurso de la guerra.
No he conseguido saber realmente
cuál fue el destino de estos dos prisioneros alemanes. Parece ser que Hoenmanns
se puso muy enfermo, durante su estancia en Canadá y unos años después fueron
intercambiados por otros prisioneros aliados en poder de los alemanes.
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