Nuestro personaje de hoy es un
ejemplo de tesón. No estoy hablando de uno de esos cuentos con un final feliz,
sino de un personaje real, que no se resignó a vivir de la forma en que había
venido al mundo.
Nació en Sevilla, en el seno de
una familia muy modesta. Su padre era albañil y su madre, vendedora en el mercado.
Con sólo 11 años, falleció su
madre y su familia comenzó a vivir en la miseria más absoluta. Así que se tuvo
que poner a trabajar, como, desgraciadamente, hacían muchos chicos por aquellos
años.
Como algunos otros líderes
políticos, comenzó a trabajar como tipógrafo y panadero y, además, se dedicó a
leer, en sus ratos libres, todo aquello que caía en sus manos.
En un principio, fue miembro del
Partido Republicado Radical, liderado por Alejandro Lerroux, al que ya he
dedicado en otra ocasión uno de mis artículos.
También es posible que su
fulgurante ascenso social, aparte de sus dotes personales, se debiera a su
pronta afiliación a la Masonería, pues allí se podría encontrar con gentes de
todas las clases sociales.
Se inició, con el apodo de
Justicia, en una logia de Sevilla llamada Fe, con el número 261 y perteneciente
a la obediencia al Gran Oriente español. Luego pasó por varias más, para
terminar como Grado 33, que era el máximo.
En 1910 ya fue elegido concejal
para el Ayuntamiento de Sevilla, representando a su partido. Allí estuvo hasta
1923. Por aquellas fechas, editó, en su propia imprenta, un semanario de ideología republicana llamado
“El Pueblo”. Años más tarde publicó también otros periódicos, pero todos con
poco éxito.
Durante su estancia como concejal
en el Ayuntamiento de Sevilla, formó parte de la Comisión Organizadora de la Exposición
Iberoamericana de 1928.
En 1923, llegó a ser elegido
diputado a Cortes por la provincia de Sevilla. Sin embargo, la Junta del Censo
y el Supremo anularon su elección.
Durante la Dictadura del general
Primo de Rivera fue uno de los mayores opositores al régimen en Andalucía.
Estuvo exiliado en Francia a
causa de sus ideales políticos y por estar implicado en los preparativos para
la Sublevación de Jaca.
Sin embargo, en 1930, se reunió
con otros líderes republicanos para la firma del famoso pacto de San Sebastián.
Al día siguiente de haber sido
proclamada la II República, regresó en un viaje triunfal en ferrocarril, acompañado
por otros políticos, que se hallaban igualmente en el exilio.
Nada más llegar a Madrid, fue a
tomar posesión de la nueva cartera de Ministro de Comunicaciones que le había
encargado el Gobierno.
miembros de la Masonería. Algunos
autores dicen que hubo unos 149 diputados afiliados a esa organización de un
total de 5.000 miembros en toda España.
También en el Gobierno hubo
algunos ministros y otros cargos secundarios que pertenecieron a la Masonería.
Podríamos destacar entre los primeros al mismo Azaña, Lerroux, Largo Caballero,
Martínez Barrio y Fernández de los Ríos.
En octubre de 1933 fue designado
como nuevo presidente del Consejo de Ministros (lo que ahora se conoce como presidente
del Gobierno), a fin de hacerse cargo de
la organización de las elecciones, dado su reconocido espíritu moderado y
porque Alcalá Zamora estaba buscando políticos de tipo centrista para que los
partidos tradicionales no se radicalizasen, como le ocurrió al PSOE.
También fue Ministro de la
Guerra, en 1933, durante el breve período
de un mes. Este período fue muy complicado, pues los dos bandos se estaban
radicalizando y algunos autores afirman que muchos partidarios de la izquierda
empezaron a pensar que la II República era de su exclusiva propiedad. Sin
embargo, los de la derecha, salvo excepciones, pensaban que lo mejor era
eliminar ese régimen.
En alguna ocasión fue muy duro
criticando al Gobierno, como en el caso de las víctimas por la represión en
Casas Viejas.
Con la llegada de Lerroux a la
presidencia del Consejo, nuestro personaje fue nombrado ministro de
Gobernación. Sin embargo, dimitió poco tiempo después, debido a su disconformidad
con la política de Lerroux, que propugnaba un acercamiento a la CEDA.
Así que se salió de su partido de
siempre y fundó uno nuevo, llamado Partido Radical Demócrata, con otros 13
diputados más, que luego se integró en la Unión Republicana y, más tarde, en el
Frente Popular.
En las elecciones a Cortes del
16/02/1936 fue uno de los
políticos más votados. Así que fue nombrado presidente
de las mismas.
Tras el cese de Alcalá Zamora,
como presidente de la II República, siguiendo la Constitución republicana, a
causa de su cargo, fue presidente interino de la misma entre el 07/04 y el
10/05 de 1936.
El nuevo presidente de la II
República, Manuel Azaña, le ofreció el puesto de presidente del Consejo, tras
la dimisión de Casares Quiroga. Curiosamente, este nombramiento no fue muy bien
recibido por los partidos de izquierda, pues se recordaba su pasado radical.
Parece ser que el asesinato de
Calvo Sotelo, por un grupo de miembros de las fuerzas de orden público y unos conocidos
pistoleros, le causó una profunda impresión, como a otros muchos ciudadanos. Pudo
ver que había quedado muy poco espacio para el diálogo y que la guerra civil
estaba a la vuelta de la esquina.
No se equivocó, porque este
crimen precipitó el golpe que estaban organizando los militares pertenecientes
a la UME, dirigidos por el general Mola. Incluso, según parece, este hecho fue
el que convenció definitivamente a Franco para unirse al mismo, pues a pesar de
haber sido informado de estos preparativos, siempre se mostró indeciso al
respecto.
Incluso, desde su puesto en la presidencia
de las Cortes, hizo gestiones con todos los partidos y los reunió en la
Diputación Permanente, ya que no había sesiones, por estar de vacaciones, para
intentar apaciguar los ánimos. Cosa que le agradecieron los dirigentes de la
derecha. No olvidemos que acababan de asesinar al jefe de la Oposición, lo que
en sí ya es muy grave en cualquier país democrático.
A mi modo de ver, el momento más importante de su vida sucedió
entre los días 18 y 19 de julio de 1936. Concretamente, entre las 21 horas del
día 18 y las 9 de la mañana del 19. Justo cuando se acababa de producir la célebre
y fallida sublevación militar que dio lugar a la Guerra Civil. De hecho, se
dirigió, mediante la radio, al pueblo español para explicar que había aceptado el
encargo de formar Gobierno “para evitar a mi Patria los horrores de una guerra
civil y para poner a salvo la Constitución e instituciones de la República”.
Mientras estaba haciendo
gestiones para intentar formar el Gobierno que le había encargado Azaña, se
sabe que llamó a infinidad de mandos militares, a los que intentó convencer
para que no se sumaran al golpe. Su idea era intentar combatir a los militares
sublevados con militares afectos a la causa republicana, sin tener que repartir
armas al pueblo, porque consideraba que, de esa manera, la situación se le iría
de las manos.
Con algunos de ellos tuvo éxito,
porque fallaron las comunicaciones entre los conspiradores. Parece ser que
utilizó el recurso de decirles que la sublevación había fracasado en todas
partes y que no pusieran en peligro ni su carrera ni su vida por una causa ya
perdida.
Algunos autores han llegado a
afirmar que nuestro personaje llegó a ofrecer a algunos de los más importantes
golpistas un puesto en su nuevo Gobierno, si deponían las armas. Otros dicen
que esto es totalmente falso.
También lo intentó con el famoso
“Director” del golpe, el general Mola, pero éste le dijo que ya era demasiado
tarde y no se volvería atrás, porque se le podrían echar encima todos sus
compañeros sublevados.
La verdad es que las milicias del
requeté de Navarra, que llevaban mucho tiempo preparándose para una guerra, pasaban ampliamente de Mola y se sabe que se
entendían directamente con Sanjurjo, que también era navarro.
El caso de Mola es muy curioso. En
principio, según parece, él no pensaba derrocar la República, sino, solamente,
su Gobierno. El régimen republicano le trató siempre muy mal. La razón podría
estar en que fue el último Director General de Seguridad de la Monarquía
y fue
quien ordenó las detenciones de todos los conspiradores cuando se produjo la
Sublevación de Jaca. De hecho, le expulsaron del Ejército y lo pasó muy mal en
la vida civil.
Fue, precisamente, él quien se
puso en contacto con el capitán Fermín Galán, al que conocía de su estancia en África, días antes de la sublevación, para
exigirle que le jurara que no iba a sublevarse y éste, obviamente, le mintió.
Unos años después, cuando faltaba
poco para el golpe de 1936, Mola, fue llamado por su superior jerárquico, el
general Batet, para interrogarle sobre si se iba a sublevar, pues le habían llegado
noticias sobre ello y él dio su palabra de que no lo iba a hacer. Todos sabemos
que mintió.
Martínez Barrio intentó formar un
Gobierno con gente moderada. Entre sus componentes sólo había gente de probada
lealtad republicana y algún nacionalista catalán. No incluyó ningún miembro de
los partidos más a la derecha o a la izquierda, para intentar serenar los
ánimos, pero no fue comprendido y fracasó. Parece ser que él culpó a algunos líderes,
como Largo Caballero de oponerse a su intento, presionando para disolver el
Ejército y repartir armas a los milicianos.
La disolución del Ejército ya figuró
en un Decreto firmado por el dimitido Casares Quiroga y esa fue una de las
mejores ayudas que obtuvieron los golpistas para poder avanzar más fácilmente
hacia Madrid, a pesar de haber fallado estrepitosamente en su intento de dar un
golpe de Estado.
Después de comprobar que no había
manera de parar el golpe y la futura guerra civil, nuestro personaje, se puso
en contacto con Azaña para dimitir y éste le ofreció el cargo al farmacéutico y
catedrático José Giral, el cual, para no perder tiempo, ratificó en sus cargos
a todos los ministros del dimitido Casares Quiroga y dio orden de repartir
armas al pueblo.
Como Giral antes de ser
presidente había sido ministro de Marina, tomó una decisión, que yo considero muy
importante. Sospechando que unas maniobras de la Armada, que se estaban
desarrollando por entonces en la zona de Canarias y el Norte de África, podrían
estar relacionadas con el golpe militar y el traslado de tropas a la Península,
dio orden de cancelar inmediatamente las
mismas y regresar todas esas naves al territorio peninsular, con lo que, muy posiblemente,
estropeó los planes de los golpistas para trasladar rápidamente las tropas asentadas en
África.
Durante la guerra, nuestro personaje,
fue uno de los asesores de Azaña, aunque se reunieron pocas veces, y presidió en varias ocasiones las Cortes,
trasladándose a Valencia con el Gobierno. También hay que decir que alcanzó un alto grado en la
Masonería española.
Fue uno de los 62 diputados que
se reunieron en la última sesión de las Cortes Republicanas, celebradas en febrero
de 1939 en las caballerizas del castillo de Figueras.
Cuando cayó definitivamente la II
República, tomó, como muchos otros, el camino del exilio, yendo primero a Francia,
para después trasladarse a Cuba.
Parece ser que el día que, cuando
iba al exilio en Francia, llevó en su propio coche a Azaña, Giral y Negrín. El
coche se averió, bloqueando la carretera, y tuvieron
que bajarse a empujarlo
para desbloquearla. El final del camino lo tuvieron que hacer a pie, como la
inmensa mayoría de los exiliados.
Al final, como casi todos los republicanos,
se fue a México, que fue el país donde les dieron una mejor acogida. Allí
presidió durante unos años la Junta española de liberación, donde estuvo
defendiendo las instituciones tradicionales de la II República.
Precisamente, por su afiliación a
la Masonería fue condenado, en 1941, lógicamente, en ausencia, por el Tribunal
de Represión de la Masonería y el Comunismo a la pena de 30 años de cárcel y la
inhabilitación perpetua para cualquier cargo público. Sin embargo, él
declaró
que la Masonería jamás influyó en las decisiones de la II República, ya que sus
miembros pertenecían a partidos con una ideología muy diferente. Por ejemplo, en
las Cortes Constituyentes, formadas en 1931, había 48 masones radicales, pero
también 44 socialistas.
Curiosamente, al finalizar la II
Guerra Mundial, se le ocurrió volver a París, donde fue nombrado presidente de
la II República en el exilio. Ocupó ese cargo hasta su muerte en esa misma
ciudad, ocurrida en 1962. Fue sustituido por el catedrático de Derecho Luis
Jiménez de Asúa.
En el año 2000, se le hizo justicia, trasladando sus restos
a su Sevilla natal, tras las gestiones de la Asociación de Abogados
Progresistas de Andalucía, para ser enterrados en el cementerio de San Fernando
de esa ciudad.
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