
Agapito García Atadell, que así
se llamaba nuestro personaje de hoy, nació en 1902 en la localidad gallega de
Vivero.
Supongo que, como miles de
gallegos, optó por la emigración, pues muy pronto se le ve ejerciendo el oficio
de tipógrafo en Madrid.
Parece ser que siempre fue un tipo
duro, pues, ya en 1922, fue detenido por unas presuntas amenazas contra otro
colega suyo, que no quiso afiliarse al sindicato de impresores, donde militaba
Atadell. O sea, la UGT, el famoso sindicato del PSOE.
Curiosamente, Pablo Iglesias, el
fundador del PSOE y de la UGT, también era un gallego, que emigró a Madrid y además
era tipógrafo, al igual que Atadell.

Parece ser que en Madrid estuvo
ejerciendo su profesión en los talleres de los periódicos “El Sol” y “La Voz”.
También conoció por esa época al famoso dirigente socialista Indalecio Prieto,
con el que siempre le unió una gran amistad.
En 1934, tras los sucesos
conocidos como “Revolución de Asturias”, fue detenido y encarcelado en Madrid.
Allí conoció a otro famoso dirigente socialista, Largo Caballero.

Atadell fue puesto al mando de
una de esas unidades, dotada con 48 agentes, que, muy pronto, fue apodada “la
Brigada del Amanecer”, por las horas en que ejecutaban sus arrestos, aunque el
nombre de estas unidades era el de Milicias Populares de Investigación.
Bajo sus órdenes tuvo a algunos
“elementos” de cuidado, como Ángel Pedrero o Luis Ortuño. Su primera sede
estuvo en un palacio incautado a los condes del Rincón, situado en la calle
Martínez de la Rosa, 1. Entre Serrano y Castellana. Justo lo contrario de una
barriada obrera.

Es más, algunos periódicos
republicanos, solían publicar las más importantes detenciones realizadas por
este grupo y se les animaba a seguir por ese camino.
Incluso, llegaron a organizar su
propia checa de la cual casi nadie salió con vida. En un principio, estaba en
los sótanos del Círculo de Bellas Artes, junto a la calle de Alcalá. Supongo
que, como era un lugar muy transitado, se buscaron otro más tranquilo, lejos de
miradas curiosas. Así que se trasladaron a un edificio de la calle Fomento, el
antiguo Palacio de Manzanedo, cerca del actual edificio del Senado.
Incluso, tuvieron otra en la
calle de San Bernardo, donde, según parece, se especializaron en encarcelar y
asesinar a religiosos de todo tipo. Lo mismo les daba hombres que mujeres.

A pesar de haber atrapado en
Madrid a multitud de miembros de la Quinta Columna, nunca fue muy del agrado
del bando republicano. Se decía de él que era “un bandido y un canalla” y que
su único afán no era servir a la II República, sino servirse de su cargo para
robar todo lo posible y hacerse rico cuanto antes.
Evidentemente, eso nunca se lo
dijeron públicamente cuando estaba en Madrid al mando de su brigada. Por si
acaso.

En su momento, debió de tener
mucho poder, pues hasta los representantes diplomáticos le visitaban habitualmente
con el fin de realizar gestiones para intentar conseguir la libertad de los
nacionales de cada uno de sus países.
Una de sus más hábiles estratagemas
fue publicar en la prensa que en la sede del Círculo de Bellas Artes se
repartían vales de comida. De ese modo, pudieron detener a muchas de las
personas que acudieron a retirar esos vales ficticios.
Hay quien dice que llegaron a
matar unas 2.000 personas. Me parece una cifra demasiado alta, pues la Brigada
fue disuelta a finales de 1936, justo cuando Atadell huyó de España.


Por otra parte, hay quien afirma
que, aunque Luis Calamita fue detenido por la brigada de Atadell, no fue
asesinado por ellos, sino por un matón enviado por Galarza, llamado Vicente
Rueda, que también era paisano y enemigo de Calamita

Por ello, no es de extrañar que,
en la posguerra, el colectivo de los porteros fuera uno de los más castigados
por los vencedores. Muchos sufrieron duras penas de cárcel y otros fueron
condenados a muerte y ejecutados. Por eso, muchas de esas porterías fueron
ocupadas por militares y policías jubilados.


Por lo visto, en la Dirección
General de Seguridad, sabían perfectamente que estas brigadas incautaban los
bienes a los detenidos. De hecho, había un encargado de llevar estos bienes
hasta esa Dirección. Sin embargo, la mencionada Dirección, ordenó, posteriormente,
que las nóminas de los milicianos, agentes y jueces de esas brigadas se pagaran
con la venta de esos bienes.

En noviembre de 1936, cuando se
disolvió el Comité Provincial de Investigación Pública, le fueron entregados al
Gobierno republicano un total de 472 cajas llenas de alhajas y otras dos con
objetos de oro y plata, procedentes de las incautaciones a los detenidos.
Así que Atadell, acompañado por
sus fieles compañeros Penabad y Ortuño, con la excusa de que iban a realizar un
servicio de contraespionaje, se dirigieron a Alicante, donde, en el Consulado
de Cuba, obtuvieron unos pasaportes de ese país, como si ellos fueran unos
cubanos, que hubieran extraviado su documentación.
Desde ese puerto, tomaron un
barco hacia Marsella. Adonde llegaron el 12 de noviembre de 1936. En esa ciudad
vendieron todas las alhajas que habían obtenido durante sus saqueos.

Según algunos autores, un
sindicalista francés advirtió a su amigo, el cineasta español Luis Buñuel,
sobre la presencia de este tipo en ese buque.

Por una de esas extrañas
“colaboraciones” que hubo durante esa época, la embajada republicana, a través
de otra de un país extranjero, puso estos hechos en conocimiento del Gobierno
franquista y, por ello, fue detenido tras haber atracado el buque en el puerto
de Santa Cruz de la Palma.
Curiosamente, la prensa republicana,
que, hasta entonces, siempre había jaleado todas las operaciones realizadas por
Atadell y su Brigada, esta vez decía: “No hay perdón para los traidores”. En
alusión a la huida de Atadell y sus cómplices.

Hay también algunos autores que
afirman que Atadell, que no debía t ener un pelo de tonto,

Parece ser que no les detuvieron
en el puerto de La Coruña, porque el barco tenía bandera francesa y ese país no
permitió la entrada de la Policía española a fin de practicar las detenciones.
Así que, cuando el barco ya había
zarpado hacia Canarias, la Policía franquista de esa ciudad alertó a la de
Canarias y le dijo que arrestara a los que les señalara Ricord, que seguía
navegando en ese barco.

Por lo visto, el 26/11/1936, cuando
los agentes fueron a detenerlos en Canarias, se montó un buen jaleo, porque
Ricord señaló como “rojos” a dos ciudadanos españoles. Uno de ellos era
procurador ante los Tribunales y el otro un conocido periodista. Este último
fue el que señaló al “súbdito cubano” Atadell como uno de esos presuntos “rojos”.
No obstante, él se lo tomó con mucha
calma y se limitó a decir que seguro que todo se debía a un error y que pronto
se aclararía todo.

La verdad es que estuvieron a
punto de lograr escaparse de España. De hecho, los soltaron y regresaron al
barco. Sin embargo, un falangista, que no se había creído la versión de Ricord,
los siguió y se dio cuenta de que los tres eran cómplices. Por lo que los
detuvo allí mismo.
Lo cierto es que, una vez
detenido, Atadell, se mostró muy colaborador con la Policía. Igual, pensaría
que así podría salir con vida de ese trance.

Incluso, alegó en su defensa,
haber salvado las vidas de algunos conocidos derechistas. Eso es cierto, en
parte, pues una de sus protegidas fue Rosario Queipo de Llano, hermana del
famoso general sublevado en Sevilla.

Incluso, se permitió el lujo de
alegar que otras brigadas, como la Escuadrilla del Amanecer o los Linces de la
República, eran mucho más sanguinarios y más incontrolados que la suya.
No obstante, el 30/06/1937, llegó
su juicio, en forma de Consejo de Guerra, el cual fue realizado en la Audiencia
Territorial de Sevilla, aunque se les aplicó el Código de Justicia Militar.
Supongo que fue así por haberse declarado el estado de guerra.
El fiscal aportó una gran
cantidad de testigos que testificaron en contra de los acusados. Algunos
calificaron a Atadell como un completo sádico, que creía tener poderes para
matar a quien quisiera.

No obstante, el fiscal, en sus
conclusiones finales, pidió pena de muerte para Atadell y Penabad y 20 años de
reclusión para Ricord. Parece ser que esto cayó como un jarro de agua fría en
el ánimo de los procesados.
Por lo que respecta al abogado
defensor, pidió cadena perpetua para Atadell por un delito de rebelión militar.
Puede parecer algo extraño, porque los que se sublevaron fueron los del otro
bando. Sin embargo, durante la guerra y la posguerra, se utilizó esa acusación
para llevar a mucha gente a la cárcel o hasta el pelotón de fusilamiento.

Por lo que se refiere a Ricord,
lo califica como a un débil mental, que sólo aceptó el dinero de Atadell para realizar
unas gestiones por su cuenta. No ve culpabilidad alguna y, si acaso, podría ser
acusado de negligencia, con una pena de 6 meses y 1 día.
Curiosamente, durante esos meses
que duró su encarcelamiento en Sevilla, Atadell, se volvió muy católico. Rezaba
mucho y hasta escribió unas cartas a su mujer, donde le encargaba una serie de
misas en honor de varios santos de su devoción.
Incluso, escribió pidiendo
perdón, públicamente, por el daño que había cometido contra la Iglesia y los clérigos
de la misma.

Lo cierto es que fue un tipo que
nunca le importó cambiar de bando. Empezó siendo del PSOE, luego se fue al PCE,
donde no estuvo mucho tiempo, para volver de nuevo al PSOE.
La sentencia del juicio coincidió
con la petición del fiscal. Así que, una vez aprobada por las autoridades
militares, las dos penas de muerte se ejecutaron el 15/07/1937, por medio del
garrote. Al día siguiente, sus cuerpos fueron enterrados en el Cementerio de
San Fernando, de Sevilla.
Lo cierto es que, si no lo
hubieran ejecutado los nacionales, sus amigos republicanos se hubieran mostrado
muy dispuestos a hacer lo mismo. Parece ser que en su brigada también habían
asesinado a conocidos republicanos, que no eran afines al PSOE. De hecho, su ejecución
se publicó en la prensa republicana y se calificó como un acto de Justicia.
La verdad es que se les dieron
más oportunidades que las que ellos daban a los que habían caído en sus manos.
Parece ser que los miembros de esa brigada solían formar en su checa una
especie de tribunal, presidido por Atadell.
Se interrogaba muy cruelmente al
detenido y con amenazas de todo tipo. Al final, el total del sumario sólo ocupaba
una cara de una cuartilla. Por supuesto, al preso no se le daba la opción de
que lo defendiera un abogado.
Esos “tribunales” no descansaban
en todo el día. Trabajando en turnos de 8 horas en las más de 200 checas que se
instalaron en Madrid.
Al final, sólo había tres
opciones: libertad, encarcelamiento o muerte. parece ser que, en la mayoría de
las sentencias, el veredicto, dependía de que les cayera más o menos simpático
el detenido. A veces, los que habían conseguido la libertad, eran detenidos en la calle por milicianos de otra checa y asesinados allí mismo.
Su destino era justo, una rata cobarde y asesina. Otro logro más del karma....
ResponderEliminarPues sí, aunque yo no soy partidario de la pena de muerte, lo cierto es que merecía ser castigado duramente.
EliminarMuchas gracias por su comentario y le invito a leer más artículos de mi blog y, si lo desea, a hacerse seguidor del mismo.