Hoy voy a cambiar otra vez de
tercio y me voy a dedicar a escribir sobre un tema más alimenticio y, seguramente,
más del agrado de la mayoría de mis lectores.

Como siempre, vamos a consultar la Historia, para salir de dudas y que “los temibles
galos” no nos metan gato por liebre.
Hacia el año 1683, los turcos otomanos estaban
muy decididos a conquistar por completo el continente europeo. Ya se habían
hecho con buena parte de los Balcanes. Su próximo objetivo era nada menos que
la capital del Imperio, Viena.
Los dos imperios llevaban ya casi
150 años de luchas intermitentes por el predominio en esa zona y, en ese
momento, iban ganando la “partida” los turcos.
En 1672 habían sostenido una
guerra contra los polacos y les habían vencido. Por lo que los turcos se quedaron
con la región de Podolia.
En 1681, como parece que se les
había subido el éxito a la cabeza, se les ocurrió meterse con los rusos. Eso ya
era caza mayor y no tomaron conciencia de ello hasta ser derrotados.
Atacaron a los cosacos, que
fueron defendidos por los rusos. Así que los turcos tuvieron que retirarse y
devolver los territorios arrebatados a los cosacos.

Los húngaros se enfrentaron con
el emperador a causa de la represión que ejercía contra su país y contra los
fieles protestantes húngaros. Incluso, se cree que los turcos les habían
prometido Viena a los húngaros, en el caso de que llegaran a conquistarla.
Además, a pesar de que los turcos
y el Imperio llevaban unos años en paz, el enfrentamiento entre los austriacos
y sus aliados húngaros le sirvió a los turcos como excusa para iniciar otra
guerra.
Los austriacos tampoco se
quedaron con los brazos cruzados y firmaron un acuerdo de defensa mutua con el reino de Polonia y
Lituania. Algo muy importante en esta historia.
Dentro de la ciudad sólo había
unos 10.000 defensores, con lo cual, no tenían demasiadas esperanzas de poder
aguantar mucho tiempo el empuje de los turcos.
El emperador tenía, en ese momento,
a la mayoría de su ejército intentando contener las amenazas de los franceses.
El ejército turco era imponente,
pero, al contrario del que asedió Constantinopla, le faltaba una eficaz
artillería para derribar sus murallas.

Los turcos derribaron algunas de sus
murallas, pero no pudieron entrar en la ciudad, a causa del ardor defensivo
demostrado por los vieneses, que les había provocado muchas pérdidas a los
otomanos.
Esta vez utilizaron otro método,
muy usado por entonces. Se trataba de realizar lo que se llamaba una “mina”,
que no era más que un túnel subterráneo, dirigido perpendicularmente hacia la
muralla y, cuando calculaban estar bajo la misma, colocaban una buena cantidad
de leña a la que prendían fuego, para que la derribara.
Lo que pasa es que no contaron
con que, por la noche, que es cuando ellos trabajaban en la mina, aunque casi
todo el mundo dormía en Viena, estaban despiertos los centinelas y los
panaderos.

Aparte de ello, coincidió también
ese momento con la llegada de las tropas del rey polaco Juan III Sobieski, que,
como ya he mencionado antes, había firmado un tratado con el emperador y estaba
muy interesado en alejar a los turcos de sus dominios.
Casi todas las naciones
cristianas habían apoyado la coalición contra los turcos. Unos mandaron tropas
y otros, simplemente, dinero. Como fue el caso de España.

No debería de extrañarnos ese
comportamiento por parte de los franceses, pues, anteriormente, Francisco I, durante
su enfrentamiento con el emperador Carlos V, había hecho lo mismo.
Así, el 12/09/1683, el ejército aliado
se presentó ante los turcos. No sé si el gran visir Kara Mustafá, jefe de estas
tropas, se desternilló de risa, al ver que los efectivos cristianos eran, más o
menos, la mitad que los turcos. Así que ni se molestó en colocarlos en orden de
batalla.

Como ya he dicho, el rey polaco,
ordenó una carga de esta gran unidad, que pilló por sorpresa a los turcos, los cuales
seguían en su campamento y en sus trincheras de asedio, esperando
tan ricamente,
y, cuando llegaron esos jinetes, no quedó títere con cabeza. Luego, las
unidades de infantería acabaron el trabajo. 
Así, en menos de una hora, acabó
esa batalla y se puso fin al asedio de Viena. El rey polaco envió una carta al
Papa, Inocencio XI, donde, al estilo del gran Julio César, escribió:
"Vinimos,
vimos y Dios venció”.
Esta batalla es conocida hoy en
día como “Batalla de Kahlenberg” o de Viena y se dio muy cerca de las murallas
de la capital. Tras ella, los turcos se retiraron a Hungría y no volvieron a
intentar expansionarse por Europa. Los países de la zona fueron recuperando con
el tiempo los territorios que les habían sido arrebatados por éstos.
Como los sultanes turcos siempre
han tenido muy mal perder, como se ha visto a lo largo de la Historia, pues
esta vez le tocó el turno a Kara Mustafá, jefe de las tropas turcas en esa batalla.
Fue detenido en Belgrado y ejecutado
con un cordón de seda, por orden del jefe de los jenízaros.
Luego, enviaron su cabeza, en una
bolsa de terciopelo al sultán Mehmed IV, que se hallaba con su corte de
Estambul.

También existe otra versión que
dice que fue el emperador austriaco, Leopoldo I, el que premió a los pasteleros
vieneses, permitiéndoles que pudieran llevar una espada, como los caballeros y
éstos, como agradecimiento, confeccionaron unos panes dedicados al emperador y
estos panecillos con la forma de la bandera de los turcos, a los que llamaron
medialuna.
Lo más curioso de este asunto es que
los franceses, que, por lo menos, en lo tocante a Luis XIV, apoyaron a los
turcos, luego fueron los que lo difundieron por toda Europa.
También se dice que los turcos
dejaron, al huir, grandes cantidades de su excelente café. Una buena parte del
mismo fue regalado por las autoridades imperiales a un extraño personaje
llamado Jerzy Franciszek Kulczycki , llamado en Austria Kolschitzky, el cual
actuó en esa guerra como espía a favor del bando imperial, pues hablaba
perfectamente turco, y consiguió
contactar con los refuerzos que venían ya en camino, avisando a los vieneses
para que no se rindieran y aguantaran un poco hasta que llegaran éstos.

También le dieron mucho dinero por
su hazaña y le regalaron una casa en Viena, en un barrio cerca de la catedral,
donde instaló la primera cafetería. Así se dice que empezó la tradición de los
cafés de Viena.
Parece ser que, tanto él como sus
empleados, servían el café vestidos de turcos. Además, fue todo un innovador,
pues comenzó a servir el café con leche, algo desconocido entre los turcos. En Viena
le han dedicado una estatua y una calle que lleva su nombre.
Espero no haberme enrollado mucho
y que os haya gustado esta historia.
Aunque aún estoy más cerca de la hora de cenar que la de desayunar, he leído este artículo mientras le doy viento a una bolsa de cruasanes, quizás no tan ricos como seguramente son los de las fotos, pero que tienen su dignidad.
ResponderEliminarCentrándome en el tema, me ha encantado tu artículo, Aliado. Me ha parecido muy buena idea hacer una introducción como la tuya para llegar al tema del cruasán (croissant, para los puristas). Poco se sabe del origen vienés del cruasán, pero también es cierto que, cuando tuve la suerte de estar en la capital del vals, vi pocos cruasanes. Por cierto, se te olvidó poner que el cruasán con un chocolate blanco dentro esta buenísimo.