Esta vez os traigo al blog a un
tipo del que estoy absolutamente seguro que nadie me podría decir nada o casi
nada. Se trata de Lewis Wallace.
Si algún listillo ha pensado que
era el autor de Alicia en el país de las maravillas, no ha acertado, porque ese
fue Lewis Carroll y, además, ese no era su verdadero nombre, sino un
seudónimo.
Nació en 1827, en una ciudad de
Indiana. Su padre era militar, aunque pronto dejó el servicio, para ser
vicegobernador y luego gobernador de ese Estado.
Por parte materna, su abuelo fue
juez de distrito y luego congresista. Así que se puede decir que vivía en una
familia con una posición desahogada.
Me da la impresión de que sus
problemas empezaron cuando, en 1833, falleció su madre, a causa de la
tuberculosis, y su padre volvió a
casarse con una mujer sufragista y activa defensora de la abstinencia
alcohólica.
En 1846, la guerra contra México
le pilló estudiando Derecho. Así que lo dejó todo y se enroló en el Ejército,
donde lo admitieron como teniente de Infantería. Muy a su pesar, la guerra duró
tan poco que su unidad no necesitó entrar en combate. Así que, muy a su pesar,
lo licenciaron al año siguiente.
Volvió a estudiar Derecho y en
1849 fue admitido en el Colegio de Abogados de su Estado, ejerciendo en
Indianápolis. Dos años más tarde, fue elegido fiscal por un distrito de Indiana.

En 1856 ya lo vemos elegido como
miembro del Senado del Estado de Indiana.
Supongo que el buen nombre de su
padre y de su familia materna le servirían para algo.
Su admiración por Lincoln le llevó
a afiliarse al partido republicano. Así, al iniciarse la guerra civil, el nuevo
gobernador de Indiana, que era también de ese partido, le encargó la
organización de unas tropas, para combatir en el conflicto. A petición suya, le
dieron el grado de coronel.

Además, como era el general más
joven del Ejército, pues llegó a ser general con sólo 34 años, se puede ver en
la foto que se dejó un bigote y una gran perilla, que le sentaban muy mal, por cierto,
para no parecer tan joven. Igualmente, es posible que se retratara con la
guerrera abierta para disimular que fuera tan delgado.
Actuó en varios frentes, siempre
dentro del bando nordista, sin embargo, su actuación en la famosa batalla de
Shiloh, ya como general de división, sigue siendo muy controvertida al día de
hoy.
Parece ser que el general Grant
le dio una orden verbal a un ayudante, para que se la transmitiera a Wallace,
en otra parte del frente. El ayudante no la transcribió correctamente y el
correo que se la llevó no pudo precisar qué camino debería tomar nuestro personaje
con sus tropas para cumplir las órdenes de su jefe.

Al conocerse que las bajas fueron
más cuantiosas de lo previsto, le echaron, en parte, las culpas a Wallace y,
tras pasar por un consejo de guerra, con los testimonios en contra de Grant y
su jefe, Hallek, fue enviado a la defensa de una plaza en la retaguardia. Algo
que no le hizo ninguna gracia, pues lo que más le gustaba era la acción.
Su acción de guerra más celebrada
tuvo lugar en un sitio llamado Monocacy, situado en Maryland y al norte de
Washington.
Como se les habían colado por
allí las tropas del general sudista Early, con unos 15.000 hombres, lo mandaron
a Wallace para hacerle frente con sólo unos 5.800. Evidentemente, Wallace perdió
esa batalla, pero, gracias a sus tácticas para hacer perder el tiempo al enemigo,
logró que las tropas nordistas se reagruparan para defender la capital y poner
en fuga a esas tropas sudistas. No hay que olvidar que, a pesar de estar en
clara desventaja numérica, consiguió retener a ese ejército sudista durante 6
horas y luego retirarse ordenadamente a Baltimore.
En principio, parece ser que esa
derrota no le gustó nada a Grant, por lo que le retiró el mando a nuestro personaje.
Más tarde, enterado de que, gracias a él, se pudo salvar la capital, en dos
semanas le devolvió el mando.
No obstante, Wallace, seguía muy
dolido, pues su reputación se había resentido mucho tras su consejo de guerra por
su actuación en Shiloh. Incluso, le pidió por carta a Grant que le echara una
mano, pero éste se negó a hacerlo.
En la posguerra lo mandaron a
otros destinos menores. Formó parte del tribunal que enjuició y condenó a los
acusados de matar al presidente Lincoln. O sea, que sería uno de esos jueces
que aparecen representados en la película “La conspiración”. Dirigida en 2011
por el conocido actor Robert Redford. Por cierto, una gran película.
También fue el presidente del
tribunal que juzgó y condenó a muerte al capitán sudista Henry Wirz, que había
dirigido un campo de concentración para prisioneros de guerra nordistas, en el
que murieron varios miles de ellos a causa de las malas condiciones higiénicas
y los malos tratos. Uno de los pocos casos, que hubo en esa guerra, en los que se dictó una condena a muerte
contra un militar.
Es preciso decir que Wallace
conocía de primera mano cómo se vivía en esos campos de concentración, pues,
durante unos meses, fue director de uno
de ellos en Ohio.
También fue enviado por su
Gobierno para entrevistarse con los
líderes republicanos mexicanos a fin de negociar el apoyo de USA en su lucha
por expulsar a los franceses y al emperador Maximiliano de México.

Al llegar a ese puesto, se
encontró, en varias de las zonas de ese territorio, con una situación, de máxima violencia, por la acción de las bandas
de pistoleros y saqueadores.
Uno de estos pistoleros fue Billy
el niño. Éste había sido ya capturado una vez y

Parece ser que Wallace se reunió,
en una ocasión, con Billy, cuando éste se hallaba encarcelado, y le prometió un
indulto total si le daba a conocer los nombres de los asesinos de un abogado
llamado Chapman.
Dicen que Billy aceptó ese trato
y confesó. El problema es que el fiscal del distrito se negó a aceptar el
convenio y Billy huyó de la cárcel, matando a algunas personas más. Por ello,
el gobernador, ordenó que lo capturaran como fuera.
Como una buena película del
Oeste, también tuvo Wallace problema con los indios, durante su mandato como
gobernador.
Dado que, durante una temporada, se dedicaron a asaltar los poblados de los blancos,
provocando un montón de víctimas, organizó una milicia con la que consiguió apaciguarlos.

Al principio, cuando se editó en
1880, no se vendieron demasiados ejemplares, pero poco a poco fue ganando fama.
En 1900 se le reconoció como el
libro americano más vendido durante el siglo XIX. Incluso, superó a la famosa
obra “La cabaña del Tío Tom”. Esto les proporcionó muchos ingresos al autor y a
sus herederos. Se ha ido reeditando continuamente, desde entonces.

A finales del siglo XIX mandó
construir un estudio junto a su residencia en Crawfordsville, Indiana, los
cuales son en la actualidad, monumento histórico nacional.
También escribió otras obras,
pero ninguna alcanzó la popularidad de Ben-Hur. Incluso, hasta una
autobiografía, donde defendió su actuación durante la Guerra Civil. También confesó
no haber pertenecido nunca a ninguna confesión religiosa, sin embargo, siempre
creyó en la idea cristiana de Dios.
En 1898, cuando estalló lo que aquí
llamamos la Guerra de Cuba, ofreció sus servicios a su Gobierno, pero no lo aceptaron.
Hasta se presentó para alistarse como soldado raso, sin embargo, fue rechazado a causa de su edad.
Murió en 1905, en su residencia
de Crawfordsville.
Una vez más, Aliado, nos sorprendes con una vida que se ve superada por su obra. Aunque no sé si seré capaz de ver otra vez Ben-Hur si la dan en la tv esta Semana Santa, sí sé que puedo tirar del hilo de la vida de Wallace y aprender algo más de la historia de Estados Unidos y no caer en los tópicos de siempre.
ResponderEliminarTiene gracia lo de los uniformes. Ya en la Primera Guerra Mundial, los franceses tuvieron problemas con los uniformes rojos y azules. Es obvio que eran incompatibles con el camuflaje, pero iban muy "elegantes".
Volviendo al tema de Ben-Hur. Creo que han descubierto en una isla de la Toscana la villa de Mesala, el enemigo de Ben-Hur. Espero que esta noticia sirva para aprender un poco más de historia que, a veces (y sin ánimo de desmerecer la novela de Wallace), resulta más interesante que las mismas novelas.
A mí, la película siempre me ha resultado pesada, pero no sabía, hasta ahora, que la novela tuviera tanta fama. Lo curioso es que el autor confesó que no era una persona religiosa.
ResponderEliminarLos uniformes de los zuavos serán muy elegantes, pero me parecen muy poco apropiados para combatir.
Efectivamente, no me canso de repetir que, en innumerables ocasiones la Historia real es mucho mejor que las novelas inventadas.
Saludos.