ESCRIBANO MONACAL

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UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

miércoles, 20 de marzo de 2019

EL GENERAL CUESTA, UN TIPO MUY CABEZOTA


Seguro que conoceréis a más de un cabezota. Hoy voy a narrar en este artículo la vida de un militar que, por culpa de su cabezonería, hizo perder la vida a miles de soldados españoles.
Gregorio García de la Cuesta y Fernández de Celis nació en 1741 en una pequeña localidad de Cantabria (España), en el seno de una familia de la pequeña nobleza.
Dado su estatus social, se le permitió ingresar en el Real Regimiento de la Guardia Española. O sea, lo que ahora se llama Guardia Real. Hay que aclarar que, en aquella época, como solía ocurrir en muchos países, los nobles eran los únicos que podían aspirar a ser oficiales.
No olvidemos que nació dentro de una sociedad estamental, propio de lo que hoy se llama el Antiguo Régimen, o sea, la Monarquía Absoluta, donde era casi imposible saltar de un estamento al otro. Ni siquiera siendo millonario.
Ese fue uno de los motivos por los que, a finales del siglo XVIII, se dieron grandes cambios sociales. El más notorio de ellos fue la Revolución Francesa.
Precisamente, una de las frases favoritas de Napoleón Bonaparte era: “cada soldado francés lleva en su mochila el bastón de mariscal”. Por eso, casi ninguno de sus generales procedía de la nobleza, pues todos se habían tenido que ganar sus ascensos a pulso. Mostrando su valentía en todas las batallas.
Por eso mismo, en aquella época, era muy normal que los generales franceses acompañaran a sus soldados y murieran con ellos en las batallas.
Volviendo a nuestro personaje, parece ser que su bautismo de armas lo obtuvo estando destinado en la guarnición española ubicada en la ciudad de Orán (Argelia). Allí estuvo hasta que, en 1761, fue destinado a un regimiento en Granada.
En 1779, tras haber pasado dos años en la antigua Academia Militar de Ávila, fue destinado a las tropas que estaban asediando la colonia británica de Gibraltar.
A partir de 1781, fue destinado a América, comenzando por la actual República Dominicana y pasando por Cuba y Perú. Su misión acabó en Buenos Aires, desde la cual, en 1791, volvió a la Península. Poco antes de zarpar, se casó con una dama de esa ciudad.
Más tarde, fue destinado a la guarnición de la ciudad de Badajoz, desde donde fue destinado a combatir en el Rosellón, al mando de sus tropas.
En 1792, el estallido de la Guerra de la Primera Coalición contra la República Francesa hizo que brillaran sus dotes en el combate y eso le valió varios ascensos. Acabando ese conflicto con el grado de mariscal.
Posteriormente, fue nombrado gobernador militar de Gerona. Más tarde, capitán general del antiguo Reino de Mallorca y luego de Castilla la Nueva. Asimismo, también fue gobernador del Consejo de Castilla, uno de los órganos más importantes de la Monarquía española.
Parece ser que allí tuvo varios desacuerdos con el valido Godoy, lo cual le ocasionó su cese en el cargo y su destierro a su Cantabria natal.
Hay que recordar que España entró en ese conflicto, más conocido aquí como Guerra del Rosellón, tras la ejecución de Luis XVI de Francia, ya que en ambos países reinaba la dinastía Borbón y habían firmado unos tratados de defensa mutua, llamados Pactos de Familia.
Curiosamente, España, entró en la guerra para luchar contra Francia. Sin embargo, en 1795, firmó con nuestro país vecino el Tratado de Basilea, por el que España se salía de esa coalición y terminaban las hostilidades entre ambos países. Aunque la guerra duró dos años más.
Tras el Motín de Aranjuez, que, por vez primera, llevó a Fernando VII al trono, Cuesta fue nombrado capitán general de Castilla y León y presidente de la Real Chancillería de Valladolid, que, junto con la de Granada, formaban el antiguo Tribunal Supremo de España.
En 1808, la Guerra de la Independencia le pilló un poco mayor, con más de 60 años. Hay que tener en cuenta que, en aquella época, la esperanza de vida en España, rondaba los 40 años.
En un principio, Cuesta, no fue muy partidario de enfrentarse a los franceses, por estar en inferioridad de condiciones y también se opuso a que el pueblo se aventurara a luchar contra los invasores, para no fomentar la anarquía por todo el país.
Incluso, algunos han llegado a pensar que era un afrancesado más, pues, en esos momentos, utilizaba los mismos argumentos que aquellos, que se podrían concretar en esperar y ver cómo transcurrían los acontecimientos.
Lo cierto es que, a partir del 31/05/1808, los patriotas le presionaron para que se pusiera al frente de sus tropas. Parece ser que aquellos llegaron a colgar una horca en una ventana de un edificio frente a la capitanía. Lo cual, es un mensaje muy elocuente.
Dado que los franceses tenían su cuartel general en Burgos, formó apresuradamente un Ejército, compuesto por gente que apenas sabían usar un arma de fuego.
Hay que decir que Napoleón presionó al Gobierno español para que le cediera sus mejores tropas, que fueron destinadas a Dinamarca, al mando del marqués de la Romana.
Así que las fuerzas de Cuesta apenas llegaban a los 5.000 hombres.
Sin embargo, los franceses, que enseguida supieron que lo que estaba ocurriendo, movilizaron a unos 9.000.
No hará falta decir que estos últimos ya llevaban varios años curtidos en muchos combates, mientras que la mayoría de esos españoles no había combatido nunca.
Pocos días después, los dos ejércitos, por llamarles de alguna forma, se enfrentaron en la pequeña localidad vallisoletana de Cabezón del Pisuerga (¡qué casualidad!).
Este pueblo está ubicado junto al camino que unía Madrid con Burgos y desde allí hasta la frontera francesa. Siendo la principal vía para aprovisionar a las tropas francesas en la Península Ibérica. Así que, para los franceses, era prioritario tenerlo despejado de enemigos.
Lo curioso del asunto es que parece impropio de un general con tantos años de servicio, como es el caso de nuestro personaje, diera una orden, contraviniendo cualquier manual sobre táctica militar.
En aquel lugar existía un pequeño puente. Lo lógico es que las tropas españolas se hubieran atrincherado a un lado del río, con el puente de frente, esperando la embestida de los franceses.
Evidentemente, lo más normal es que hubiera habido muchos muertos, pero también es verdad que hubieran soportado mejor el ataque francés y no hubieran sufrido tantas bajas.
Por el contrario, parece ser que el general Cuesta, dio la orden de atravesar el puente y recibir el ataque francés, con el puente a sus espaldas, lo cual era un auténtico suicidio, porque ellos mismos se cortaban su retirada.
Por lo visto, en un principio, los franceses, se mosquearon mucho, pensando que habría gato encerrado y, seguramente, los españoles les tendrían preparada alguna emboscada.
No obstante, atacaron las posiciones españolas y, como es de suponer, provocaron una gran masacre, porque, a la primera carga, muchos españoles huyeron horrorizados ante la veterana Caballería francesa.
Parece ser que, tras esta derrota, José I y sus partidarios pensaron que podrían atraerlo a su bando y llegaron a ofrecerle el cargo de virrey en Nueva España (actualmente, México), pero él lo rechazó.
De hecho, redactó una proclama, donde, en uno de sus párrafos se advertía: “El objeto de Napoleón es hacernos esclavos de la Francia, llevarnos a países remotos a servir a sus caprichos y sacarnos todas nuestras riquezas”. Más adelante, puede leerse: “¿Qué dirán las demás naciones al vernos abatidos y reducidos a una mísera colonia de esclavos?”
Posteriormente, se retiró con las fuerzas que le quedaban hacia la zona de Benavente. Allí contactó con las fuerzas de Galicia, mandadas por el general español Joaquín Blake, más algunas
tropas de voluntarios castellanos y asturianos.
Parece ser que decidieron recuperar Valladolid, que había sido ocupado por los franceses. Por lo visto, no se coordinaron nada bien. Sin embargo, el general francés Bessieres, el mismo que ya le había derrotado en Cabezón del Pisuerga, sí que estaba al corriente de los movimientos de sus oponentes.
Así que aprovechó que marchaban como dos ejércitos totalmente separados, para así machacar primero a uno y luego al otro. Los combates tuvieron lugar en la localidad vallisoletana de Medina de Rioseco.
Lógicamente, los franceses, volvieron a cometer otra masacre entre las tropas españolas. Incluso, contraviniendo las normas de guerra, vigentes en ese momento, fusilaron a todos los combatientes españoles que habían capturado en la batalla.
Hay quien dice que Cuesta y Blake no se coordinaron, porque este último había recibido instrucciones de la Junta del Reino de Galicia para que no lo hiciera, ya que desconfiaban de la lealtad de Cuesta.
Esto también se explica, porque, al no existir, en principio, un mando único, las Juntas de cada zona rivalizaban entre sí y procuraban no colaborar entre ellas.
De hecho, el propio Cuesta, redactó un manifiesto donde abogaba por la unión de todas las Juntas de España en un mando único. Incluso, llegó a profetizar: “Nuestras colonias serían perdidas, pues no pertenecen a esta o a aquella provincia de España, sino a todo el Reino”.
Precisamente, lo mismo que argumentaron, poco más tarde, los cabecillas que independizaron las distintas zonas de la América española, alegando que, tras la invasión francesa, se habían roto sus vínculos con España.
Parece ser que la idea de Cuesta era fundar un órgano compuesto por representantes civiles o militares de las diferentes capitanías generales para que constituyeran un mando único para dirigir la guerra. Por supuesto, nada que ver con las, posteriores, Cortes de Cádiz, pues Cuesta seguía siendo partidario de la Monarquía Absoluta.
Afortunadamente, el 19/07/1808, sólo 5 días después de esta derrota, los franceses fueron derrotados, muy brillantemente, por el general Castaños, en Bailén (Jaén).
Fue la primera derrota seria del Ejército francés y eso encendió tanto las alarmas que el propio rey José I huyó de Madrid a Burgos, junto con toda su Corte, y hasta llegaron a levantar el primer sitio de Zaragoza.
Incluso, hasta el mismo emperador, alarmado por los acontecimientos ocurridos en España, atravesó los Pirineos con sus mejores tropas y, en pleno invierno, se plantó en Madrid.
Curiosamente, en lugar de apartarle del mando, alguien tuvo la feliz ocurrencia de nombrarle comandante de todo el Ejército español, por ser el general más antiguo. Afortunadamente, rectificaron muy pronto y le cesaron.
Posteriormente, le enviaron como jefe del Ejército de Extremadura, con el fin de contener a las tropas francesas para que no llegaran a Andalucía. Parece ser que tuvo suerte en este cometido y consiguió expulsar a los franceses de
esa región. Sin embargo, sufrió las rivalidades políticas, que le negaron los suministros que había pedido para sus tropas. También es verdad que, en aquel momento, en España, había mucha gente que se estaba muriendo, literalmente, de hambre.
Todavía no estaban constituidas las actuales provincias, las cuales fueron creadas por el político Javier de Burgos en 1833. Así que no fueron rivalidades provinciales, como se dicen en algún sitio.
Desgraciadamente, a los franceses les interesaba mucho controlar Extremadura y, especialmente, Badajoz, por ser el camino principal de entrada de los refuerzos para las tropas británicas, al mando del general Wellington.
Aparte de que este general británico solía rehuir el enfrentamiento directo con las tropas francesas, ya que su Gobierno nunca le concedió muchos soldados y no podía permitirse el lujo de tener muchas bajas en combate. Así que solía residir en Portugal y, de vez en cuando, entraba con sus tropas en España.
Así que, a finales de marzo de 1809, se dio otra carnicería. Esta vez, la batalla tuvo lugar en el pueblo de Medellín (Badajoz). Ni que decir tiene que las tropas del general Cuesta fueron de
nuevo barridas por los franceses. Aunque, en esta ocasión, las tropas españolas fueran muy superiores en número.
Como ocurrió en el caso anterior, al final de la batalla, los supervivientes españoles, fueron vilmente asesinados por las tropas francesas, siguiendo las órdenes de sus jefes.
Incluso, nuestro personaje cayó del caballo y fue gravemente herido a causa de las pisadas de otros caballos, pero consiguió retirarse del campo de batalla.
A finales de julio de 1809, las tropas del general Cuesta, se unieron a las británicas y portuguesas, al mando del general Wellington.
Aunque las relaciones nunca fueron buenas, pues Wellington despreciaba profundamente a las tropas españolas y a sus mandos, esta vez lograron una gran victoria en Talavera de la Reina.
Posteriormente, incluso, se entabló una fuerte discusión entre los dos generales, cuando Wellington se enteró de que Cuesta había dejado que los franceses capturaran a un grupo de soldados británicos heridos, que había dejado bajo su custodia.
Algunos autores británicos lo definieron como: “Carecía de talento, pero era valiente, justo y hombre de honor, muy lleno de preocupaciones, extraordinariamente terco y odiaba rencorosamente a los franceses”, lo cual le llevó a no querer coordinarse con ellos y, por eso mismo, sufrió una derrota tras otra.
Sin embargo, lo definen como a un militar valiente. Aunque no sé si este hombre participaría en los combates.
Lo cierto es que me recuerda a esos ministros que suelen ser calificados por la prensa afín a su partido como “políticos valientes”. Desgraciadamente, esa valentía suele traducirse en hacerle la vida imposible a los demás a base de subidas de impuestos y de recortes de todo tipo.
La verdad es que siempre ha sido un personaje muy controvertido, pues también es justo decir que protegió de una manera muy eficiente la retirada de las fuerzas aliadas hacia Portugal, tras la batalla de Talavera, a la altura de la localidad toledana de Puente del Arzobispo, enfrentándose a tres cuerpos de ejército franceses, con unas fuerzas muy inferiores en número. Lo cual, nunca le fue reconocido.
En 1810, nuestro personaje, sufrió un derrame cerebral, cuando se hallaba en Deleitosa (Cáceres), que le dejó, temporalmente, fuera del Ejército. Fue sustituido en el mando por el general Eguía.
Parece ser que, tras una estancia en los baños de Alhama (Málaga), donde consiguió recuperarse, las autoridades le destinaron como capitán general de Baleares. Allí fue donde murió, al año siguiente, víctima de esa misma enfermedad. Sus restos reposan en la catedral de Palma de Mallorca.
Así que dedico este artículo a todos los cabezotas del mundo para hacerles ver que, en muchas ocasiones, su cabezonería puede perjudicar gravemente a los demás.

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