ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

domingo, 3 de marzo de 2019

EL REY PEDRO II DE ARAGÓN


Hoy me apetece escribir sobre un monarca del que no se suele hablar mucho, pero que, según creo, tuvo una enorme importancia en la Historia.
Pedro II, llamado el Católico, nació en 1177, aunque otros dicen que fue al año siguiente, en la ciudad de Huesca.
Sus padres fueron el rey Alfonso II el Casto, rey de Aragón. No confundirlo con Alfonso II el Casto, rey de Asturias. Mientras que su madre fue Sancha de Castilla, hija de Alfonso VII de Castilla, llamado el Emperador y nieta de Urraca I.
Se crió en Huesca y, tras la muerte de su padre, acaecida cuando él tenía 17 ó 18 años, pasó a ser rey de Aragón, dentro de cuya Corona estaban los condados catalanes, como unos territorios más de la misma.
Sin embargo, dado que, en el testamento de su padre, se decía claramente que Pedro no podría ser rey hasta cumplir los 20 años, durante ese tiempo, la Corona estuvo bajo la regencia de su madre.
Es preciso distinguir entre Reino de Aragón, que era uno de los reinos que formaban la Corona de Aragón. Al igual que luego lo fueron otros como el de Valencia, el de Mallorca, el de Nápoles, etc. Sin embargo, Cataluña, nunca constituyó un núcleo unido, sino que estaba formado por diferentes condados y, por supuesto, jamás fue un reino. Ni, por supuesto, un Estado independiente, como muchos pretenden ahora.
Así que eso que se define ahora como “la Corona catalano-aragonesa” es algo absolutamente falso. Sólo es un invento moderno.
En septiembre de 1197, Pedro, convocó sus primeras Cortes en Daroca y allí juró los fueros y privilegios de Aragón y de sus otros territorios. Tras este acto protocolario, ya pudo empezar su reinado.
Siguiendo los consejos de su madre, continuó apoyando la política de Castilla y de su monarca, Alfonso VIII. Por ello, tuvo que enfrentarse más de una vez, con Alfonso IX de León y con Sancho VII de Navarra.
No obstante, propuso una unión de todos los reinos cristianos peninsulares para atajar el peligro de la invasión almohade, la cual, tenía la vista puesta en las ciudades de Talavera de la Reina y Toledo.
Hay que precisar que estos guerreros musulmanes eran realmente peligrosos e, incluso, consiguieron vencer al propio Alfonso VIII, en 1195, en la batalla de Alarcos. El cual no encontró la muerte en la misma, gracias a que sus nobles le obligaron a huir del campo de batalla.
Como ya he dicho anteriormente, ambos monarcas se enfrentaron a León y a Navarra. Sin embargo, en este último caso, prefirió pactar una tregua, ya que se hallaba acuciado por graves problemas económicos, pues se había erigido en protector de ciertos territorios al otro lado de los Pirineos. Así que aceptó que el rey de Navarra le pagara por no invadir su reino.
No hay que olvidar que una hermana de Pedro se había casado, en 1201, con Ramón VI, conde de Tolosa. Con lo que, teóricamente, se anulaba la tradicional rivalidad, en esa zona, entre las casas de Toulouse y Provenza.

Realmente, en ese momento, la política de la zona de Occitania (actualmente, el sur de Francia) era muy complicada, pues no sólo se daban los enfrentamientos entre los burgueses y los nobles, como en el resto de Europa, sino que también están juego otros intereses comerciales. Como el monopolio del comercio en la Provenza. Algo a lo que aspiraban Montpellier, Niza, Marsella, Toulouse y Barcelona. Todo ello, daba lugar a un cambio continuo de alianzas entre esas ciudades.
Aparte de que esos feudos ultrapirenaicos ya venían ofreciendo su vasallaje desde la época de Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, por su matrimonio con Dulce de Provenza, se ampliaron con la llegada de Alfonso I el Batallador, rey de Aragón.
Por eso mismo, en 1204, Pedro II, tuvo que personarse en Provenza para arbitrar en el conflicto entre su hermano Alfonso y otro noble de la zona.
También, en ese mismo año, casó con María, hija del conde Montpellier, con ánimo de quedarse con ese señorío a la muerte de su suegro.
Posteriormente, se embarcó rumbo a Italia, donde pretendía ser coronado por el propio Papa Inocencio III, al que dediqué otro de mis artículos.
Así que a finales de 1204 fue coronado por el Papa, poniendo sus reinos bajo la protección del Pontífice y comprometiéndose a pagar un fuerte tributo anual.
Para afrontar la mala situación económica, a este tributo añadió otro, llamado monedaje, que gravaba los bienes inmuebles. Lógicamente, esto molestó mucho a los nobles, que eran los máximos poseedores de la mayoría de los inmuebles del reino.

Ya sabemos que, en esa época, los nobles estaban casi eximidos de pagar impuestos. Así que se unieron para presionar al rey y que les redujera considerablemente la cantidad a pagar por ese nuevo tributo.
En 1211, Alfonso VIII, envió al arzobispo de Toledo Ximénez de Rada a Roma con la misión de convencer al Papa Inocencio III para que emitiera una bula, proclamando una cruzada contra los almohades.
Lo cierto es que tuvo éxito y volvió con la misma, aunque costó bastante convencer a Sancho VII, rey de navarra, para que se uniera a esta empresa, pues estaba enemistado con el monarca castellano, sin embargo, había mantenido buenas relaciones con los almohades. No obstante, gracias a las amenazas del Papa, se unió a la misma.
En la primavera de 1212, se reunió en Toledo un fuerte contingente compuesto por tropas de los reinos de Castilla, Aragón y Navarra. Así como caballeros de las órdenes de Santiago, Calatrava, Alcántara y Malta. Aparte de ello, también vinieron caballeros franceses y de otros reinos europeos.
Sin embargo, los reyes de León y de Portugal hicieron caso omiso a la llamada papal. En el primer caso, Alfonso IX, seguía enemistado con Alfonso VIII, a pesar de que era su suegro, y se
 fue a su residencia veraniega de Babia.
Por el camino, hubo fuertes discusiones con los caballeros extranjeros, pues sólo pensaban en saquear y no era eso lo que se les había ordenado. Así que la mayoría de ellos optó por darse la vuelta y volver a sus reinos.
No obstante, el 16 de julio de 1212, el ejército cruzado se enfrentó con las tropas almohades, que les superaban en número, en las Navas de Tolosa. Un lugar cercano al pueblo de Santa Elena (Jaén).
El resultado fue una enorme victoria de las fuerzas cristianas. La fecha de esta batalla es considerada como memorable, ya que, marca un antes y un después. Tras ella, se aceleró considerablemente la Reconquista de la Península Ibérica.
Desde hacía unos 10 años, el Papa, estaba muy preocupado por el crecimiento de la herejía albigense en el territorio del Languedoc, el actual sur de Francia. Aún no se había creado la nefasta Inquisición. Así que la Iglesia sólo podía intentar convencerles para que regresaran a la misma.
De hecho, desde 1183, en que el Papa había firmado con el Imperio la Paz de Constanza, tuvo las manos libres para dedicarse a los cátaros, que estaban creciendo mucho por esa zona.
En 1179, tuvo lugar el Concilio de Letrán, donde se prohibió defender a los herejes y comerciar con ellos, pues se suponía que los mercaderes extendían esa doctrina.
Por supuesto, durante la ceremonia de coronación de Pedro II, el Papa, le recordó su obligación de combatir contra esos herejes.
En 1207, Pedro de Castelnau, legado del Pontífice, se enfrentó con Ramón, conde de Tolosa, para intentar que devolviese los bienes eclesiásticos que éste había incautado para entregarlos a los albigenses. Ante la negativa del conde, el legado procedió a excomulgarlo. Inmediatamente después, un caballero del conde, asesinó al legado papal.
Esto hizo que el Papa reaccionara, convocando una cruzada contra los albigenses, la cual se organizó en 1209, poniendo al mando de la misma a Simón de Montfort.
De esta manera, Pedro II, quedaba en una posición muy desagradable. Por un lado, tenía que defender a sus vasallos del Languedoc. Por otra, no quería enfrentarse a los cruzados, por ser, a la vez, vasallo del Papa.
De hecho, en 1209, envió a unos emisarios para intentar convencer al Papa a fin de que las tropas de Montfort no entraran en el condado de Tolosa, pero no consiguieron nada.
Simón de Montfort, que ya tenía fama de carnicero, se comportó como tal y fue dejando una estela de muerte por donde iba pasando.
Realmente, Simón, no buscaba sólo guerrear contra los albigenses, también llamados cátaros, sino también apropiarse de los territorios de los nobles que hubieran abrazado esa herejía.
Es más, el propio Pedro II, habló con Montfort, llegando a cederle a su hijo Jaime, el cual se comprometió a casarlo con una hija de Simón, a fin de que terminaran las masacres. Pero Simón no respetó el acuerdo, aunque retuvo a Jaime en calidad de rehén.
Así que a Pedro no le quedó otra que combatir contra los cruzados. El 11/09/1213, cercó el castillo de Muret, que había sido ocupado por las tropas de Simón. Éste, al conocer la noticia, movilizó a su ejército, trasladándolo a esa ciudad.
Dado que su contingente era mucho mayor que el de nuestro protagonista, consiguió rodearle y, tras un combate que no duró mucho, el ejército aragonés fue vencido, dejando muchos muertos en el campo de batalla. Entre ellos, el del propio rey. Sus restos fueron trasladados hasta el Monasterio de Sijena, por caballeros de la Orden Hospitalaria.
De esa manera, Aragón, perdió la mayoría de sus dominios al otro lado de los Pirineos, siendo Simón de Montfort el que se hizo con muchos de ellos, tras el acuerdo del Concilio de Montpellier, en 1215.
Pedro II, que era muy mujeriego, se quiso divorciar de su esposa para casarse con otra, pero el Papa Inocencio III se lo impidió.
Se cuenta la anécdota de que, en cierta ocasión, se había encaprichado de una joven. Sin embargo, su propio consejero, Guillermo de Alcalá y su esposa prepararon una estratagema.
Una noche, éste llevó a oscuras al rey hasta un dormitorio donde le dijo que le esperaba esa dama. 
Tras acostarse el rey con ella, a la mañana siguiente, pudo comprobar que había yacido con su propia esposa. Fruto de esa estratagema fue que, en 1307, naciera el príncipe Jaime, el futuro Jaime I el Conquistador. Uno de los mejores reyes de la Historia de España.
Como no quiero que os vayáis con mal sabor de boca, en esto como en las películas, los malos nunca ganan.
Simón de Montfort siguió guerreando y acaparando títulos, como los de Conde de Tolosa, vizconde Béziers y duque de Narbona.
Sin embargo, pronto se enfrentó con Arnaldo Amalric, legado papal y abad cisterciense, que, curiosamente, combatió junto a Pedro II en Las Navas de Tolosa. De hecho, fue enviado por Inocencio III para que convenciera a Sancho VII a fin de que participara en esa batalla.
Parece ser que Montfort pretendía incautar todas las riquezas del ducado de Narbona. Sin embargo, Amalric se opuso a ello. Incluso, pidió que el Papa le quitara el condado de Tolosa.
De esa manera, ante la insistencia de Montfort, Amalric, se vio obligado a excomulgarle. Lo que era un castigo muy duro en esa época. Sin embargo, el rey de Francia aceptó el vasallaje de Montfort y dio validez a sus conquistas realizadas durante esa cruzada.
Incluso, se atribuye a Amalric aquella nefasta frase. Cuando, tras haber conquistado la ciudad de Béziers, uno de los jefes de los cruzados, le preguntó cómo distinguirían a los herejes de los que no lo eran, parece que ser que él le dijo: “Matadlos a todos. ¡Dios reconocerá a los suyos!”. Acabó como abad general de toda la Orden Cisterciense.
Sin embargo, en 1218, cuando Montfort se hallaba sitiando la ciudad de Toulouse, que se había rebelado contra él, fue alcanzado por una roca, lanzada desde una catapulta, manejada por unas mujeres, y ubicada en la muralla de esa ciudad. Esto le aplastó la cabeza, produciéndole la muerte de manera instantánea.

 TODAS LAS ILUSTRACIONES HAN SIDO TOMADAS DE WWW.GOOGLE.ES

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