.jpg)
Como siempre, empezaré por presentarlo.
Nuestro personaje de hoy se llamaba Gérard Labrunie, pero será más conocido por
su seudónimo, Gérard de Nerval. Nació en 1808, en el París de Napoleón
Bonaparte.
Precisamente, su padre ejerció
como médico militar en los ejércitos de Napoleón. Fue destinado al Ejército del
Rhin, donde le acompañaron su mujer y su único hijo.
Desgraciadamente, su mujer
falleció en 1810, cuando se hallaban en Silesia. Así que Gérard tuvo que ser
criado por su tío abuelo materno, en la campiña de Valois (Francia).
En 1814, tras la derrota de Napoleón,
su padre fue desmovilizado y pasó a trabajar como médico civil. Puso una
consulta en París y se llevó a su hijo a vivir con él.

A partir de entonces, se anima a
escribir. En un principio, sólo haría pequeños poemas. Más adelante, se
atrevería con escritos satíricos, una obra de teatro y hasta una traducción del
clásico Fausto, de Goethe.
Más adelante, se atreve con dos
antologías. Una sobre los poetas alemanes y otra sobre los franceses. No tiene
demasiado éxito, pero le sirven para darse a conocer entre las figuras literarias más importantes de ese momento.
Ahí es cuando adopta su seudónimo
de Gérard de Nerval. Parece ser que toma ese apellido del nombre de una finca, donde
se había criado, durante su niñez, el Clos de Nerval.
Por lo visto, estos escritores
noveles se reunían en cierto lugar, sólo para hablar de sus problemas. Sin
embargo, la Policía, pensó que se trataba de unos conspiradores y fueron
encerrados durante una temporada, hasta que se aclaró ese asunto.

Es posible que lo hiciera sólo para
llamar la atención. Algo que es muy frecuente entre los artistas. Lo que los
franceses llaman “epatar” o asombrar al personal.
En 1834, cobró una herencia de su
abuelo, la cual le permitió viajar por varios países europeos. Sin embargo,
pronto se le acabó el dinero y tuvo que volver.
Posteriormente, se dedicaría al periodismo.
Esto ya le permite viajar y vivir con cierta comodidad.
Incluso, colaboró con Dumas en el
libreto de la ópera Piquillo, aunque, como era muy común entonces, todo el
mérito se lo llevó Alejandro Dumas.

La verdad es Gérard tuvo mala
suerte, porque también se había fijado en esta cantante un financiero
británico, llamado William Hope.
Desgraciadamente, nuestro personaje tuvo
uno de esos desengaños amorosos, que todos hemos padecido alguna vez en la vida.
Parece ser que, por aquella
época, ya manifestaba eso que, actualmente, se define como un trastorno
bipolar.

En 1843, realizó varios viajes
por Oriente. Logró visitar Egipto, Siria, Chipre y Constantinopla. Se dice que
en esos viajes tuvo varios amoríos con mujeres de esos países. Incluso, que
llegó a comprar una esclava, con la que convivió en El Cairo. Todo ello, lo
narra en su obra “Viaje a Oriente”, publicada en 1851. No sé si sería cierto o fruto de cierta dosis de fanfarronería por su parte.
Incluso, llegó a prologar una
edición de “El Diablo enamorado”, de Jacques Cazotte, al que dediqué mi
anterior artículo.
También probó fortuna dentro del
género de la Literatura de terror, con su obra “La mano encantada”.
A su regreso, su estado mental
empeoró. En muchas ocasiones, lo vieron por la calle, a altas horas de la noche, paseando como un sonámbulo y es
detenido, pensando que estaría borracho.
Pasa por el sanatorio del Dr. Blanche,
que tiene cierta fama, por haber tratado a otros enfermos famosos, como Van
Gogh o Baudelaire. Allí no hace más que leer libros esotéricos, lo cual no le
hace ningún bien a su estado mental.
A la salida de uno de esos
hospitales es cuando escribe una de sus obras maestras, “Aurelia o el sueño y
la vida”. Donde describe las fases de su locura e, incluso, afirma, como muchos
otros enfermos mentales: “Temo estar en una casa de cuerdos y que los locos
estén fuera”.
En el siglo XX, esta obra fue
calificada nada menos que como una precursora del movimiento Surrealista.
Es más, un día entró en el
Hospital de la Caridad y, descalzándose, recorrió las salas del centro. De esa
guisa, fue imponiendo sus manos en la cabeza de varios enfermos. Según dijo,
estaba convencido de que disponía de ciertos poderes de curación.

No es broma, eso sucedió durante
muchos siglos y la mayoría de la gente estaba absolutamente convencida del
poder de curación de sus monarcas.
También ingresó en varias
sociedades secretas, como la llamada Sociedad de la Niebla, cuyo miembro más
conocido fue Julio Verne.
Por lo visto, tampoco era ajeno
al mundo de las bebidas fuertes o al de las drogas, como el llamado dawamesk.
Es lo que antes se llamaba buscar el conocimiento por “el camino de la mano
izquierda”.
Por lo visto, decían que así encontraban nuevas percepciones. Cosa
que yo dudo.
Otros lo llamaban a esto
encontrar el verdadero conocimiento, bien por la “vía húmeda” o por la “vía
seca”.
Parece ser que, en enero de 1855,
sus amigos, le vieron con muy mal aspecto. Realmente, no se sabe si eso fue debido
a sus habituales deudas económicas o a un empeoramiento de sus enfermedades
mentales.

Poco antes de su aparente suicidio, había
compuesto, dentro de un libro de poemas titulado “El desdichado”, un soneto que
tituló “Epitafio”. Éste acaba con una extraña frase: “Lo quiso saber todo y al
final no supo nada”.
Seguido de este otro párrafo: “Y
una noche de invierno, cansado de la vida, dejó escapar el alma de la carne
podrida y se fue preguntando: ¿para qué habré venido?”
TODAS LAS IMÁGENES PROCEDEN DE WWW.GOOGLE.ES
Estos genios/locos nos entretienen y nos hacen disfrutar con sus obras y también con sus biografías. Pero la verdad es que muy a menúdo sufrieron mucho en sus vidas.Un alto precio a pagar. En ese sentido no los envidio para nada.Luis Manteiga Pousa
ResponderEliminarEn este caso, yo creo que se trataba de un hombre con grandes problemas psiquiátricos y es muy posible que eso le hubiera llevado a suicidarse.
EliminarMuchas gracias por su comentario y saludos.
Me matizo. Estos genios/locos, en su mayoría, tuvieron una vida básicamente desdichada. Pero también vivieron la otra cara de la moneda, vivieron con gran intensidad, para lo bueno y para lo malo, para el placer y para el dolor (a veces mezclados), fluctuando entre los extremos, en una ambivalencia radical, mucho mayor de la habitual en la mayoría de las personas. En ese sentido, también hay una parte de sus vidas que es envidiable.
EliminarMe parece que ser un genio puede dar miedo.
ResponderEliminarSer un genio te hace ver más allá de lo que se ve a simple vista, o sentirlo, hace que tu cabeza de vueltas aunque no quieras, planteandote cuestiones que la mayoría de la gente no se plantea, que le des vueltas y vueltas a los temas rompiendo los estereotipos. Desde luego, te quita tranquilidad y te hace vivir en la incertidumbre y en la búsqueda contínua. Y eso puede dar miedo. Ya se dice que la genialidad y la locura pueden estar muy cercanas, mezcladas, y ese es otro de los posibles miedos, el de enloquecer. Profundizar demasiado te puede llevar al abismo mental incluso, muy a menudo, sin llegar a ninguna parte satisfactoria. Por otra parte, la genialidad puede ser apasionante, entrar en territorios desconocidos y conseguir grandes logros. Puede tener esa ambivalencia, como de algún modo las drogas. Nerval atravesó la frontera y entró de lleno en la locura.
ResponderEliminarEntró de lleno, o en gran parte, claro. Y, por ejemplo, ¿hubo lucidez en su supuesto suicidio?.
ResponderEliminarNo lo sé, pero me da la impresión de que se trataba de un genio inadaptado a su tiempo, porque no podía comprender que no tuviera éxito entre el público. Es algo que les ocurre a muchos depresivos, que se ponen unos objetivos muy altos y se deprimen, porque no los han conseguido.
EliminarRecuerdo que, cuando yo empecé a trabajar, me dijeron que las empresas no querían listos, sino adictos y ese es el problema.
Muchas gracias por su comentario y saludos.
Efectivamente, no sabemos hasta que punto su suicidio fue un acto de lucidez ante lo que tenía pinta de que se le venía encima y/o de desesperación. Un saludo.
ResponderEliminarMás bien, yo diría que fue un acto de desesperación de una persona, del que todos decían que era un genio, pero que no triunfaba.
EliminarYa se sabe que la gente sólo habla bien de uno cuando se ha muerto.