ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

jueves, 5 de noviembre de 2015

LA DESDICHADA VIDA DE ESTEFANÍA ALONSO



Siguiendo con la “desconocida” historia del Reino de León, esta vez me he encontrado con un curioso un personaje. Se trata de una mujer, perteneciente a una de las principales familias del reino, aunque fuera de la rama ilegítima, pero que tuvo un destino insospechado.
Como siempre, vayamos al principio de la historia. Estefanía Alonso nació de la relación ilegítima entre Alfonso VII de León, llamado “el Emperador” y la condesa Urraca Fernández de Castro. O sea, que era una persona que pertenecía a la alta nobleza. Sus padres fueron Fernando García, señor de Hita y de Uceda y Estefanía de Urgel, hija del conde Ermengol V de Urgel. Algunos dicen que Fernando García fue hijo natural del rey García de Galicia.
Evidentemente, por parte paterna, su ascendencia era aún más importante, siendo nieta de Raimundo de Borgoña, el iniciador de la dinastía de Borgoña, que tantos importantes reyes medievales trajo tanto a León como a Castilla.
Lógicamente, también era nieta de la reina Urraca I de Castilla, que casó en primeras nupcias con Raimundo de Borgoña, y en segundas, con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y de Navarra, aunque, por entonces, se llamara sólo Reino de Pamplona.
Lo dicho, que a pesar de ser una descendiente ilegítima del rey de León, tenía una inmejorable carta de presentación para esa época.
Entre sus hermanastros figuraron nada menos que Sancho III, rey de Castilla, y Fernando II, rey de León.
No se conoce la fecha exacta de su nacimiento. Se cree que fue a partir de 1139, año en que comenzó la relación entre su madre, que había quedado viuda el año anterior, y el rey Alfonso VII de León.
Otros autores hablan de 1148, año en el cual el rey les donó una serie de privilegios a la niña y a su madre. Documento que fue firmado en la antigua Colegiata de  Santa María la Mayor de Valladolid. Incluso, se sabe que el rey  compró algunas de las tierras que poseía Urraca, para que tuvieran una vida sin problemas económicos.

Estefanía no debió de tener tiempo de conocer mucho a su padre, pues sabemos que murió en 1157, al regresar de un ataque a la zona de Almería, y fue enterrado en la catedral de Toledo. No es extraño que fuera enterrado en una ciudad de Castilla, porque también era el soberano de ese reino.
Urraca había estado casada con Rodrigo Martínez, un importante noble y militar leonés, procedente de la zona oeste de la Tierra de Campos. Pertenecía a la familia Flaínez y se hizo con un buen patrimonio, mientras guerreaba a las órdenes de Alfonso VII, del cual fue uno de sus hombres de confianza. Curiosamente, algunos autores afirman que nuestro Cid Campeador descendía de una rama de esa familia leonesa, que se enemistó con el rey Fernando I de León y se exilió en Castilla.
En algunas ocasiones, Rodrigo, fue enviado para reprimir ciertas rebeliones contra el rey. Fue muy temido, entre los caballeros rebeldes, pues se mostraba cruel con los caballeros vencidos.
Dicen que obligó a algunos a servirle durante un tiempo, sin pagarles nada. Como si fueran sus esclavos.
A otros les hizo comer paja de un pesebre y hasta les puso un yugo para que araran la tierra, como si fueran bueyes.
Por supuesto, nunca se olvidó de quitarles a esos caballeros todas sus riquezas, antes de ponerles en libertad.
Se cuenta que,  muchas de esas ciudades, se rindieron con la única condición de hacerlo sólo al rey y no al cruel Rodrigo.
En julio de 1138, el rey Alfonso VII,  le ordenó realizar uno de los típicos asaltos que se hacían todos los veranos sobre el territorio moro. Lógicamente, para destruirles las cosechas o llevarse lo que pudieran. Por supuesto, los moros hacían lo mismo. A eso le llamaban
aceifas.
En este caso, atacaron varias plazas. Al llegar a la plaza de Coria, intentaron conquistarla mediante una torre de asalto.
Rodrigo, que iba a la cabeza de estas tropas, fue alcanzado por una flecha enemiga, que se le clavó en el cuello y le provocó la muerte en muy poco tiempo.
Su cadáver fue llevado de vuelta a León, para ser enterrado allí en un templo cercano a la catedral.
Volviendo a nuestro personaje de hoy, Estefanía Alonso, no se sabe cuándo se casó con Fernando Rodríguez de Castro, llamado “el castellano”, porque era de Castilla y su familia se había exiliado a León huyendo de la poderosa Casa de los Lara.
Se calcula que la boda tendría lugar alrededor de 1160, año  en que tuvo lugar la batalla de Lobregal. En la que capitaneó las fuerzas de la casa de los Castro, contra la de los Lara.
Parece ser que el rey Alfonso VII, le otorgó como premio a sus servicios, la mano de su hija Estefanía. Se cree que ella podría tener unos 18 años, mientras que él ya había cumplido 41. Curiosamente, eran primos hermanos, pues la madre de ella, Urraca, era hermanastra del padre de él.
Este matrimonio tuvo dos hijos. Uno fue Pedro Fernández de Castro, el castellano, señor de Paredes de Nava e infante de León y Sancha Fernández de Castro.
Precisamente, el hermano mayor de su madre, Urraca, se llamaba
también Pedro Fernández de Castro, apodado “Potestad”, siendo el primer maestre y uno de los fundadores de la Orden de Santiago, anteriormente llamada Orden de Cáceres. Parece ser que, tras visitar Tierra Santa, se le ocurrió fundar una orden de caballería inspirada en la del Temple.
Es curioso, porque se sabe que Fernando había estado casado con Constancia Osorio, hija del conde Osorio Martínez, el cual había sido uno de los hermanos de Rodrigo, el fallecido en Coria. La repudió tras la batalla de Lobregal, porque la familia de ella tomó partido por el bando contrario. Incluso, en esa  batalla, mató él mismo a su suegro, el conde Osorio

Fue uno de los hombres más importantes del reino. Incluso, fue Mayordomo mayor del rey Fernando II de León.
Este monarca conquistó la ciudad castellana de Toledo en 1162 y nombró a Fernando como alcalde de la misma, hasta que la reconquistaron los castellanos en 1166.
Se sabe que, entre 1168 y 1182, fue alcalde de León, para controlar la ciudad y todas las fortalezas que la defendían.
En el verano de 1169 ocurrió un episodio muy curioso. Gerardo Sempavor, llamado el Cid portugués, había conquistado la importante plaza de Badajoz, capital de uno de los más importantes reinos de taifas. No obstante, se le resistía la alcazaba, donde se habían refugiado el gobernador musulmán con el resto de los defensores musulmanes.
Al enterarse el rey de Portugal, Alfonso I, se presentó de inmediato para añadir la ciudad a sus posesiones.
El rey leonés, Fernando II, no podía consentir que un rey portugués le quitara una de las plazas que él entendía que podían estar entre sus futuras posesiones. Seguramente, era porque le estaría pagando los tributos llamados parias.
Así que, como si se tratara de una obra de teatro de enredo, con muchos personajes, se encontraron en Badajoz las fuerzas portuguesas, al mando de Alfonso I. luego, llegaron los leoneses, al mando de Fernando Rodríguez de Castro, que los rodearon.
Por último, llegaron unos cientos de caballeros musulmanes, enviados por el califa almohade, aliado del rey leonés.
Los leoneses capturaron al rey portugués, que se había roto una pierna, y a Gerardo Sempavor, el Cid portugués, al que dedicaré un día otro de mis artículos.
Fernando II sólo quiso quedarse con la ciudad de Cáceres. Las plazas de Trujillo, Montánchez y otras más, le fueron cedidas a Fernando Rodriguez. Así que se quedó como señor de un territorio, que era teóricamente, independiente.
Siguiendo los pactos que tenían con los almohades, devolvieron la ciudad de Badajoz a los moros y éstos mataron a todos los cristianos que se quedaron allí.
En 1171, al haberse casado con Estefanía, que era miembro de la Casa real, se le concedió el tratamiento de infante de León.
En 1180, fue  cuando tuvo lugar el luctuoso suceso. Se cree que tuvo lugar en la ciudad más importante de sus nuevos territorios, Trujillo.
Parece ser que una criada de Estefanía tenía un amante. Lo curioso es que se dice que, para que no se supiera quién era, se vestía con las ropas de su señora.
Un día, alguien advirtió a Fernando Rodríguez, que había visto a su mujer, de noche, abrazada a otro hombre.
Éste reaccionó como se solía hacer en esa época, o sea, de forma violenta. Esperó a la noche siguiente, para verlos juntos, matando de una puñalada al joven.
La criada huyó hacia la casa de sus señores y se escondió, vistiendo aún las ropas de Estefanía, pues no le dio tiempo a cambiarse.
Cuando llegó Fernando a su casa, fue al dormitorio de su esposa y la encontró allí durmiendo, matándola después de darle varias puñaladas. Sin pedirle explicaciones de ningún tipo.
Al oír ese escándalo, se presentaron varios criados en la habitación donde se había producido ese asesinato, comprobando que la señora se hallaba en la cama desnuda y ya muerta.
Tras buscar por todos sitios a la criada, la hallaron escondida bajo la cama de su señora muerta y con el vestido todavía puesto. Así pudo comprobar, aunque ya era tarde, que su mujer era inocente. Algunas fuentes dicen que mandó quemar viva a la sirvienta, pero no hay constancia de ello.
El marido, que no sabía qué hacer, fue a ver a su rey, con una soga al cuello y con la daga con la que había cometido ambos asesinatos.
Allí, entre lágrimas, le contó la triste historia al monarca y se ofreció para recibir cualquier castigo. El rey, a pesar de que la difunta era su hermanastra, no quiso castigarle y le mandó de vuelta a sus dominios extremeños.
Estefanía, como pertenecía a la Familia real, fue enterrada en el Panteón de Reyes de la Colegiata de San Isidoro de León, junto al sepulcro de su abuela Urraca I, reina  de León.
En su epitafio se indica 1218, como año de fallecimiento, pero a esa cifra hay que restarle 38, porque en aquella época se utilizaba la Era Hispánica para datar cualquier acto importante.
Se utilizaba, tradicionalmente, el 38 a. de C., como inicio de la Era Hispánica, por ser el año en que Augusto terminó  la conquista de Hispania.
En 1185, tras la muerte de Fernando Rodríguez de Castro, el rey Alfonso VIII de Castilla reclamó esos territorios, que, teóricamente, eran suyos, según el Tratado de Sahagún. Al ser eran zonas  fronterizas, le encomendó su custodia a las órdenes de Santiago y Alcántara.
En 1604, el genial Lope de Vega, llegó a conocer esta triste historia y se basó en ella para escribir su obra “La desdichada Estefanía”.
También otro escritor menos famoso, llamado Luis Vélez de Guevara, escribió pocos años más tarde “Los celos hasta en los cielos y desdichada Estefanía”, donde fantaseó más sobre esta historia.
Evidentemente, yo no estoy, ni mucho menos a la altura, de ese genio de la Literatura Universal, pero espero que os haya gustado mi relato, aunque, como siempre, me haya quedado un tanto largo.

4 comentarios:

  1. Largo, pero con calidad. Desconocía por completo esta historia. Estoy pensando una cosa, igual el rey no castigó a Fernando porque le conocía y sabía que le iba a pesar más la conciencia que un castigo como la cárcel, por ejemplo. O igual no le castigó porque su autoridad tenía más peso a la hora de reclamar los territorios de la pareja; igual el Tratado de Sahagún no era suficiente...

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    1. El Tratado de Sahagún decía que esos territorios pertenecían a Castilla. Así que, a su muerte, fue el rey de Castilla el que los cedió a dos órdenes militares.
      Saludos.

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  2. Y no sé si entendí bien... ¿El Cid tenía un lado sanguinario?

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    1. No he dicho en ninguna parte que el Cid tuviera un lado sanguinario. Al contrario, era famoso entre los moros por tratar a sus prisioneros con más consideración que otros caballeros cristianos.
      Saludos.

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