Siguiendo con la “desconocida” historia
del Reino de León, esta vez me he encontrado con un curioso un personaje. Se
trata de una mujer, perteneciente a una de las principales familias del reino, aunque
fuera de la rama ilegítima, pero que tuvo un destino insospechado.
Como siempre, vayamos al principio
de la historia. Estefanía Alonso nació de la relación ilegítima entre Alfonso
VII de León, llamado “el Emperador” y la condesa Urraca Fernández de Castro. O
sea, que era una persona que pertenecía a la alta nobleza. Sus padres fueron Fernando
García, señor de Hita y de Uceda y Estefanía de Urgel, hija del conde Ermengol
V de Urgel. Algunos dicen que Fernando García fue hijo natural del rey García
de Galicia.
Evidentemente, por parte paterna,
su ascendencia era aún más importante, siendo nieta de Raimundo de Borgoña, el iniciador
de la dinastía de Borgoña, que tantos importantes reyes medievales trajo tanto
a León como a Castilla.
Lógicamente, también era nieta de
la reina Urraca I de Castilla, que casó en primeras nupcias con Raimundo de
Borgoña, y en segundas, con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y de
Navarra, aunque, por entonces, se llamara sólo Reino de Pamplona.
Lo dicho, que a pesar de ser una
descendiente ilegítima del rey de León, tenía una inmejorable carta de
presentación para esa época.
Entre sus hermanastros figuraron
nada menos que Sancho III, rey de Castilla, y Fernando II, rey de León.
No se conoce la fecha exacta de
su nacimiento. Se cree que fue a partir de 1139, año en que comenzó la relación
entre su madre, que había quedado viuda el año anterior, y el rey Alfonso VII
de León.
Otros autores hablan de 1148, año
en el cual el rey les donó una serie de privilegios a la niña y a su madre. Documento
que fue firmado en la antigua Colegiata de Santa María la Mayor de Valladolid. Incluso,
se sabe que el rey compró algunas de las
tierras que poseía Urraca, para que tuvieran una vida sin problemas económicos.
Estefanía no debió de tener
tiempo de conocer mucho a su padre, pues sabemos que murió en 1157, al regresar
de un ataque a la zona de Almería, y fue enterrado en la catedral de Toledo. No
es extraño que fuera enterrado en una ciudad de Castilla, porque también era el
soberano de ese reino.
Urraca había estado casada con
Rodrigo Martínez, un importante noble y militar leonés, procedente de la zona
oeste de la Tierra de Campos. Pertenecía a la familia Flaínez y se hizo con un
buen patrimonio, mientras guerreaba a las órdenes de Alfonso VII, del cual fue
uno de sus hombres de confianza. Curiosamente, algunos autores afirman que
nuestro Cid Campeador descendía de una rama de esa familia leonesa, que se
enemistó con el rey Fernando I de León y se exilió en Castilla.
En algunas ocasiones, Rodrigo, fue enviado
para reprimir ciertas rebeliones contra el rey. Fue muy temido, entre los
caballeros rebeldes, pues se mostraba cruel con los caballeros vencidos.
Dicen que obligó a algunos a servirle
durante un tiempo, sin pagarles nada. Como si fueran sus esclavos.
A otros les hizo comer paja de un
pesebre y hasta les puso un yugo para que araran la tierra, como si fueran
bueyes.
Por supuesto, nunca se olvidó de
quitarles a esos caballeros todas sus riquezas, antes de ponerles en libertad.
Se cuenta que, muchas de esas ciudades, se rindieron con la
única condición de hacerlo sólo al rey y no al cruel Rodrigo.
En julio de 1138, el rey Alfonso
VII, le ordenó realizar uno de los típicos
asaltos que se hacían todos los veranos sobre el territorio moro. Lógicamente, para
destruirles las cosechas o llevarse lo que pudieran. Por supuesto, los moros
hacían lo mismo. A eso le llamaban
aceifas.
En este caso, atacaron varias
plazas. Al llegar a la plaza de Coria, intentaron conquistarla mediante una
torre de asalto.
Rodrigo, que iba a la cabeza de
estas tropas, fue alcanzado por una flecha enemiga, que se le clavó en el
cuello y le provocó la muerte en muy poco tiempo.
Su cadáver fue llevado de vuelta
a León, para ser enterrado allí en un templo cercano a la catedral.
Volviendo a nuestro personaje de
hoy, Estefanía Alonso, no se sabe cuándo se casó con Fernando Rodríguez de
Castro, llamado “el castellano”, porque era de Castilla y su familia se había
exiliado a León huyendo de la poderosa Casa de los Lara.
Se calcula que la boda tendría
lugar alrededor de 1160, año en que tuvo
lugar la batalla de Lobregal. En la que capitaneó las fuerzas de la casa de los
Castro, contra la de los Lara.
Parece ser que el rey Alfonso
VII, le otorgó como premio a sus servicios, la mano de su hija Estefanía. Se cree
que ella podría tener unos 18 años, mientras que él ya había cumplido 41. Curiosamente,
eran primos hermanos, pues la madre de ella, Urraca, era hermanastra del padre
de él.
Este matrimonio tuvo dos hijos. Uno
fue Pedro Fernández de Castro, el castellano, señor de Paredes de Nava e infante
de León y Sancha Fernández de Castro.
Precisamente, el hermano mayor de
su madre, Urraca, se llamaba
también Pedro Fernández de Castro, apodado “Potestad”,
siendo el primer maestre y uno de los fundadores de la Orden de Santiago,
anteriormente llamada Orden de Cáceres. Parece ser que, tras visitar Tierra
Santa, se le ocurrió fundar una orden de caballería inspirada en la del Temple.
Es curioso, porque se sabe que
Fernando había estado casado con Constancia Osorio, hija del conde Osorio Martínez,
el cual había sido uno de los hermanos de Rodrigo, el fallecido en Coria. La repudió
tras la batalla de Lobregal, porque la familia de ella tomó partido por el
bando contrario. Incluso, en esa batalla,
mató él mismo a su suegro, el conde Osorio
Fue uno de los hombres más importantes
del reino. Incluso, fue Mayordomo mayor del rey Fernando II de León.
Este monarca conquistó la ciudad castellana
de Toledo en 1162 y nombró a Fernando como alcalde de la misma, hasta que la
reconquistaron los castellanos en 1166.
Se sabe que, entre 1168 y 1182,
fue alcalde de León, para controlar la ciudad y todas las fortalezas que la
defendían.
En el verano de 1169 ocurrió un episodio
muy curioso. Gerardo Sempavor, llamado el Cid portugués, había conquistado la
importante plaza de Badajoz, capital de uno de los más importantes reinos de
taifas. No obstante, se le resistía la alcazaba, donde se habían refugiado el
gobernador musulmán con el resto de los defensores musulmanes.
Al enterarse el rey de Portugal,
Alfonso I, se presentó de inmediato para añadir la ciudad a sus posesiones.
El rey leonés, Fernando II, no
podía consentir que un rey portugués le quitara una de las plazas que él
entendía que podían estar entre sus futuras posesiones. Seguramente, era porque
le estaría pagando los tributos llamados parias.
Así que, como si se tratara de
una obra de teatro de enredo, con muchos personajes, se encontraron en Badajoz
las fuerzas portuguesas, al mando de Alfonso I. luego, llegaron los leoneses,
al mando de Fernando Rodríguez de Castro, que los rodearon.
Por último, llegaron unos cientos
de caballeros musulmanes, enviados por el califa almohade, aliado del rey
leonés.
Los leoneses capturaron al rey
portugués, que se había roto una pierna, y a Gerardo Sempavor, el Cid portugués,
al que dedicaré un día otro de mis artículos.
Fernando II sólo quiso quedarse
con la ciudad de Cáceres. Las plazas de Trujillo, Montánchez y otras más, le fueron
cedidas a Fernando Rodriguez. Así que se quedó como señor de un territorio, que era
teóricamente, independiente.
Siguiendo los pactos que tenían
con los almohades, devolvieron la ciudad de Badajoz a los moros y éstos mataron
a todos los cristianos que se quedaron allí.
En 1171, al haberse casado con Estefanía,
que era miembro de la Casa real, se le concedió el tratamiento de infante de León.
En 1180, fue cuando tuvo lugar el luctuoso suceso. Se cree
que tuvo lugar en la ciudad más importante de sus nuevos territorios, Trujillo.
Parece ser que una criada de Estefanía
tenía un amante. Lo curioso es que se dice que, para que no se supiera quién
era, se vestía con las ropas de su señora.
Un día, alguien advirtió a
Fernando Rodríguez, que había visto a su mujer, de noche, abrazada a otro
hombre.
Éste reaccionó como se solía
hacer en esa época, o sea, de forma violenta. Esperó a la noche siguiente, para
verlos juntos, matando de una puñalada al joven.
La criada huyó hacia la casa de
sus señores y se escondió, vistiendo aún las ropas de Estefanía, pues no le dio
tiempo a cambiarse.
Cuando llegó Fernando a su casa,
fue al dormitorio de su esposa y la encontró allí durmiendo, matándola después
de darle varias puñaladas. Sin pedirle explicaciones de ningún tipo.
Al oír ese escándalo, se
presentaron varios criados en la habitación donde se había producido ese asesinato,
comprobando que la señora se hallaba en la cama desnuda y ya muerta.
Tras buscar por todos sitios a la
criada, la hallaron escondida bajo la cama de su señora muerta y con el vestido
todavía puesto. Así pudo comprobar, aunque ya era tarde, que su mujer era
inocente. Algunas fuentes dicen que mandó quemar viva a la sirvienta, pero no
hay constancia de ello.
El marido, que no sabía qué
hacer, fue a ver a su rey, con una soga al cuello y con la daga con la que había
cometido ambos asesinatos.
Allí, entre lágrimas, le contó la
triste historia al monarca y se ofreció para recibir cualquier castigo. El rey,
a pesar de que la difunta era su hermanastra, no quiso castigarle y le mandó de
vuelta a sus dominios extremeños.
Estefanía, como pertenecía a
la Familia real, fue enterrada en el Panteón de Reyes de la Colegiata de San
Isidoro de León, junto al sepulcro de su abuela Urraca I, reina de León.
En su epitafio se indica 1218,
como año de fallecimiento, pero a esa cifra hay que restarle 38, porque en
aquella época se utilizaba la Era Hispánica para datar cualquier acto
importante.
Se utilizaba, tradicionalmente,
el 38 a. de C., como inicio de la Era Hispánica, por ser el año en que Augusto
terminó la conquista de Hispania.
En 1185, tras la muerte de
Fernando Rodríguez de Castro, el rey Alfonso VIII de Castilla reclamó esos
territorios, que, teóricamente, eran suyos, según el Tratado de Sahagún. Al ser eran
zonas fronterizas, le encomendó su custodia a las órdenes de Santiago y
Alcántara.
En 1604, el genial Lope de Vega,
llegó a conocer esta triste historia y se basó en ella para escribir su obra “La
desdichada Estefanía”.
También otro escritor menos
famoso, llamado Luis Vélez de Guevara, escribió pocos años más tarde “Los celos
hasta en los cielos y desdichada Estefanía”, donde fantaseó más sobre esta historia.
Evidentemente, yo no estoy, ni
mucho menos a la altura, de ese genio de la Literatura Universal, pero espero que
os haya gustado mi relato, aunque, como siempre, me haya quedado un tanto largo.
Largo, pero con calidad. Desconocía por completo esta historia. Estoy pensando una cosa, igual el rey no castigó a Fernando porque le conocía y sabía que le iba a pesar más la conciencia que un castigo como la cárcel, por ejemplo. O igual no le castigó porque su autoridad tenía más peso a la hora de reclamar los territorios de la pareja; igual el Tratado de Sahagún no era suficiente...
ResponderEliminarEl Tratado de Sahagún decía que esos territorios pertenecían a Castilla. Así que, a su muerte, fue el rey de Castilla el que los cedió a dos órdenes militares.
EliminarSaludos.
Y no sé si entendí bien... ¿El Cid tenía un lado sanguinario?
ResponderEliminarNo he dicho en ninguna parte que el Cid tuviera un lado sanguinario. Al contrario, era famoso entre los moros por tratar a sus prisioneros con más consideración que otros caballeros cristianos.
EliminarSaludos.