ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

miércoles, 4 de noviembre de 2015

EL REINADO DE ALFONSO IX DE LEÓN



Se me ha ocurrido hacer un nuevo artículo sobre el Reino de León, más que otra cosa, para que se entendiera bien el contexto de esas Cortes de 1188.
Como ya dije en mi anterior artículo, Alfonso IX, que nació en Zamora en 1171, fue hijo de Fernando II de León y de su primera esposa Urraca de Portugal. Esta fue hija de Alfonso I Enríquez, primer rey del nuevo reino de Portugal, y de Mafalda de Saboya. Parece un nombre de un conocido cómic, sin embargo, fue el nombre de varias reinas italianas e infantas españolas en diferentes épocas.
También, en el caso de los padres de Alfonso IX, se dio un problema que se repitió mucho durante la Edad Media. Parece ser que sus padres, que eran primos segundos, no habían pedido el oportuno permiso papal para la boda y no pasaron por caja, lógicamente. Así que el Papa Alejandro III anuló ese matrimonio y obligó al rey a tener que repudiar a su esposa, en 1170, ya que no existía, por entonces, el divorcio, ni nada por el estilo.
Como era habitual en la época, la esposa repudiada, tuvo que irse a vivir a un convento, a pesar de que el rey le había donado varias villas, para que gozara de suficientes ingresos para subsistir.
Posteriormente, en 1177, el rey Fernando II de León, se casó con Teresa Fernández de Traba, hija ilegítima de su tutor, el gallego Fernando Pérez de Traba. Desgraciadamente, este matrimonio sólo duró hasta 1180, pues su esposa murió cuando iba a dar a luz a su segundo hijo, que también murió en el parto. Lamentablemente, algo muy habitual en esa época.
En 1187, Fernando II, decidió casarse con su amante, Urraca López de Haro, hija del señor de Vizcaya. Con ella, ya había tenido un hijo el año anterior, Sancho Fernández de León, el cual fue legitimado tras el matrimonio de ambos. También tuvo, anteriormente, otros dos más, pero murieron a los pocos años de su nacimiento.
Como esta última esposa debía de ser bastante liante y el rey ya era muy anciano, pues no se le ocurrió otra cosa que asegurarle el camino al trono a su hijo Sancho, intentando desplazar del mismo al legítimo heredero, que era Alfonso.
Curiosamente, el rey Fernando II, durante su matrimonio con Teresa Fernández de Traba, tuvo a su primer hijo, también llamado Fernando. Éste nació en 1178 y murió cuando sólo tenía 9 años, o sea, en 1187, que fue, justamente, el mismo año en que el rey decidió casarse con su amante.
Digo que es curiosa la cosa, porque, durante la Guerra de la Independencia, las tropas francesas decidieron usar el famoso Panteón de los Reyes de San Isidoro de León, donde estaba enterrado él, entre otros muchos, para convertirlo en establo y sacaron los cuerpos de sus tumbas, haciendo un montón con todos ellos.
Los canónigos de la Colegiata los recogieron y los llevaron a la Iglesia de Santa Marina de la misma ciudad.
En 1997, se realizó un estudio de estos cadáveres y se pudo comprobar que el de este niño se hallaba incorrupto, lo cual me hace sospechar que hubo algo raro antes de su muerte.
La madrastra, argumentó que Alfonso era ilegítimo, pues procedía de un matrimonio anulado por el Papa, mientras que el suyo era totalmente legítimo. Incluso, intentó sin éxito, que su hermano, que era el nuevo señor de Vizcaya, se rebelase contra su rey.
Como Alfonso vio peligrar su vida, si seguía permaneciendo en su reino, se fue a Portugal, para gozar de la protección de su abuelo, el rey Alfonso I Enríquez.
Nada más enterarse del fallecimiento de su padre, regresó a toda prisa a su reino, para ser reconocido por los magnates del mismo, antes de que se le adelantara su hermanastro. Precisamente, su madre, Urraca, salió de su convento para asistir a la coronación de su hijo.
Evidentemente, al llegar el nuevo rey, su madrastra, no se quedó allí para verlo. Así que salió zumbando y se refugió en el vecino reino de Castilla, poniéndose bajo la protección de Alfonso VIII, el eterno rival de nuestro personaje.
No obstante, como la madrastra y sus partidarios no cejaron en su empeño por quitarle la corona, Alfonso IX, tuvo que reunir a toda prisa las famosas Cortes de León de 1188, donde por primera vez en Europa, se admitió a los miembros de la plebe para discutir los asuntos de gobie
rno del reino con los representantes de la nobleza y el clero. El nuevo rey necesitaba todos los apoyos posibles para gobernar.
Aun así,  Alfonso IX, tuvo que luchar durante 7 largos años contra los partidarios de su madrastra, a pesar de que le dio a su hermanastro, Sancho, una serie de cargos, para que pudiera vivir cómodamente de los mismos.
No obstante, Sancho, traicionó a su hermano, organizando un ejército, al que prometió guerrear contra Marruecos. Sin embargo, sus tropas, al ver que todo era un engaño, lo dejaron tirado en la villa de Cañamero (Cáceres). Allí vivió un tiempo, hasta que murió en un accidente de caza. Dicen que por el ataque de un oso. No había oído yo nunca que hubieran existido alguna vez osos en esa localidad cacereña, donde, por cierto, se hace muy buen vino.
Como Alfonso IX era aún muy joven, ni siquiera había sido nombrado caballero, cosa muy importante en esa época. Así que se desplazó a Castilla, donde ya reinaba su primo Alfonso VIII. Éste le trató, de un modo muy humillante, a su modo de ver. Le obligó a rendirle vasallaje y tuvo que arrodillarse y besarle la mano, públicamente. Todo ello, posiblemente, para conseguir firmar una alianza contra el rey de Portugal.
Parece ser que en este acto radica el origen del odio mutuo, que hubo toda su vida, entre estos dos reyes .
Como, seguramente, no vería muy factible la protección de Alfonso VIII de Castilla, decidió que lo mejor sería casarse con la hija del rey de Portugal, Sancho I, sin importarle el grado de parentesco mutuo.
Efectivamente, Teresa, era prima hermana suya, pues la madre de
Alfonso IX, Urraca, era hermana de Sancho I de Portugal.
Así que, una vez más, se repetiría la historia de sus padres. Se casaron, inmediatamente, en 1191, en la ciudad portuguesa de Guimarães, antigua capital de Portugal, pues Lisboa, aún se hallaba en poder de los moros.
Seguramente, no pidieron el oportuno permiso antes de la boda y tuvieron la mala fortuna de dar con un Papa muy intransigente.
Posiblemente, una de las prioridades del nuevo rey, aparte de aumentar sus ingresos, porque las arcas del Tesoro estaban casi vacías, fue la de firmar treguas con sus belicosos vecinos. Seguramente, por ello, firmó con los almohades una tregua por 5 años, pues la frontera leonesa estaba situada en la ciudad cacereña de Coria.
Por otra parte, era habitual que, en el microcosmos conformado por los reinos de la Península Ibérica, si uno de ellos destacaba, los otros intentaran hundirlo, porque entendían que ese ascenso era muy peligroso para ellos.
Así que, a propuesta de Sancho I de Portugal, se reunieron, en 1191, para firmar el llamado Pacto de Huesca, los soberanos de Aragón, Navarra y León. Este pacto también fue llamado la Liga de Huesca.
Según lo firmado, ninguno de sus miembros declararía la guerra o la paz con Castilla, sin previo acuerdo de todos ellos.
No obstante, muy pronto, este tratado fue papel mojado, pues cada uno de los miembros hizo lo que más le interesó en cada momento y no se atuvo a lo pactado.
Mientras tanto, en 1194, el Papa Calixto III, anuló su matrimonio con Teresa, hija del rey de Portugal, al considerarlo incestuoso, aunque ya tenían 3 hijos.
Supongo que esa sería una excusa, porque, como en el caso anterior, no se les habría ocurrido, previamente, pasar por la caja del Vaticano y llenar las arcas del Papa. Así que, muy a su pesar, Teresa, hubo de regresar a Portugal, para vivir el resto de su vida recluida en el convento de Lorvaon, en Coímbra.
El mismo año, a petición de un  legado papal, se reunieron los reyes de Castilla y de León para firmar el tratado de Tordehunos, por el que el castellano se comprometía a devolver al leonés las fortalezas que le había arrebatado unos años antes y así acabar una guerra entre ambos que ya duraba 3 años.
No obstante,  quiso ayudar a su primo, Alfonso VIII, en su lucha contra los peligrosos almohades, sin embargo, éste fue derrotado clamorosamente en 1195 en la batalla de Alarcos, que casi le cuesta la vida.
La causa de la derrota en esta batalla fue muy clara. Los almohades tenían un ejército demasiado numeroso, mientras que a los aliados no les había dado tiempo a reunirse para organizarse. Sin embargo, Alfonso VIII, pensando que era muy urgente echar de allí a los moros, no esperó a las tropas de los demás reinos y su ejército fue destrozado por el de los musulmanes.
A raíz de esta derrota cristiana, el resto de los reinos hispánicos se apresuró a pactar una tregua con los musulmanes.
Es más, Alfonso IX, llegó a ser excomulgado por el Papa a causa de sus pactos con los musulmanes, que incluían la posibilidad de que se le cedieran tropas moras para invadir Castilla.
En 1196, los leoneses volvieron a invadir Castilla, para que les devolvieran las plazas perdidas, sin embargo, Castilla se alió con Portugal para atacar León y Galicia.
Para intentar asegurar la paz con Castilla no se le ocurrió otra cosa que casarse con su sobrina Berenguela, hija de Alfonso VIII. O sea, que volvió a casarse con un familiar, pues su padre y el de Alfonso VIII eran hermanos.
En 1197, tuvo lugar la boda en la iglesia de Santa María, de Valladolid. Esta vez reinaba otro Papa, igual de intolerante o aún más que el anterior, nada menos que el célebre Inocencio III, al que ya dediqué otro de mis artículos.
No valieron de nada los ruegos de Alfonso IX, ni de la reina Leonor, madre de Berenguela. Así que el Papa no se cortó un pelo y excomulgó a ambos cónyuges.
En 1203, ya no pudieron más y Berenguela tuvo que volver a Castilla. No obstante, de este matrimonio ya habían nacido 4 hijos. Uno de ellos sería el futuro Fernando III el Santo el reunificador definitivo de los dos reinos.
Aparte de los hijos de esos dos matrimonios, el rey tuvo como amante a Teresa Gil, la cual le dio otros 4 hijos. También tuvo amoríos con otras damas, con las que tuvo una decena de hijos, pero no vamos a entrar en detalles.
Tras su boda con la hija del rey de Castilla, se aseguró, momentáneamente, la paz con este reino, por lo que ahora se dirigió contra Portugal, para recuperar las plazas que su rey le había arrebatado.
Tras el divorcio con Berenguela, surgió de nuevo el conflicto con Castilla, hasta que se acordó que Fernando, el hijo habido con Berenguela, se quedara con las plazas en conflicto.
Más tarde, Alfonso VIII, estaba preparando una gran alianza para combatir a los moros e invitó a Alfonso IX a participar en ella, pero éste declinó la oferta, salvo que se le devolvieran las plazas en discordia. Por ello, no quiso enviar allí a sus tropas.
Así, en 1212, gracias a las gestiones de Inocencio III, todos los reyes hispánicos, salvo el leonés y el portugués, consiguieron contra los almohades, la importantísima victoria de las Navas de Tolosa. No obstante, se sabe que algunas tropas de voluntarios, procedentes de esos reinos, acudieron por su cuenta a esta batalla.
A pesar de ello, mientras tenía lugar esa batalla, el rey leonés dio orden de recuperar las plazas arrebatadas por Castilla. Sin embargo, él se retiró a pasar el verano en la zona de Babia, donde había mucha caza. De ahí viene la expresión “estar en Babia”.
No obstante, a la vuelta de Alfonso VIII, firmó un pacto con el rey leonés para continuar con la lucha contra los moros.
En 1214, a raíz de la muerte de Alfonso VIII, nuestro personaje,
intentó entrometerse en los asuntos de Castilla.
En ese reino, por una parte,  tenían el problema de la minoría de edad del príncipe Enrique y, por otra, que un cierto número de nobles, encabezados por Álvaro Núñez de Lara, habían intentado quitarle la tutela a Berenguela sobre el heredero. Al mismo tiempo, también intentaron eliminar los derechos de Fernando, hijo de Alfonso IX, sobre la corona de Castilla.
Incluso, tuvo que presentarse Fernando al frente de unas tropas leonesas, para auxiliar a su madre que se hallaba cercada en una villa. Parece ser que esto fue aprovechado por la reina para que Alfonso IX dejara salir a Fernando del reino León.
Estos dos problemas se resolvieron con la prematura muerte de Enrique I, a los 13 años, debida a una pedrada en la cabeza, cuando jugaba con otros chicos de su edad,  lo cual provocó que Berenguela fuera la nueva reina de Castilla.
Contra todo pronóstico, en la misma ceremonia de coronación, Berenguela, renunció a la misma, para entregar el reino a su hijo Fernando.
El mismo Alfonso IX quedó asombrado con este comportamiento y, como siempre había anhelado ceñir la corona de Castilla, se presentó en ese reino al frente de sus tropas.
No hubo quien le convenciera para que diera marcha atrás, pero, al llegar a Burgos, allí le esperaba su hijo Fernando, encabezando una multitud de tropas castellanas. Eso hizo que diera media vuelta y regresara a León, reconociendo a su hijo como nuevo rey de Castilla.
Incluso, en 1218, los dos reyes se reunieron en Toro (Zamora) para firmar una paz definitiva entre ambos reinos.
Esta paz le dio una gran tranquilidad a Alfonso IX que, a partir de esa fecha, se dedicó casi exclusivamente a combatir a los musulmanes.
En 1227, conquistó por fin Cáceres, después de haberlo intentado varias veces. En 1230, caerían Montánchez, Mérida, Badajoz y algunas plazas que ahora son portuguesas.
Ese mismo año, intentó peregrinar a Santiago, para dar gracias por las nuevas conquistas, pero murió por el camino, concretamente, en Sarria. Está enterrado en la catedral de Santiago.
En sus últimos años, no tuvo muy claro a quién debía de legar la corona de León. Desde luego, nunca quiso unirla a Castilla.
El heredero natural hubiera sido su primer hijo, llamado también Fernando, pero había muerto en 1214. Así que decidió que la heredaran sus hijas Sancha y Dulce, hermanas del fallecido.
En 1230, tras la muerte de Alfonso IX, hubo un grave problema sucesorio, pues Fernando III, al que había desheredado su padre, amenazó a sus hermanas con invadir León, si no le cedían el reino a él.
No obstante, el mismo año, se reunieron Teresa de Portugal y Berenguela de Castilla, ambas, antiguas esposas de Alfonso IX, las cuales llegaron a un acuerdo, por el que las herederas cederían León a Fernando III a cambio de una generosa pensión vitalicia. Ese acuerdo se llamó la Concordia de Benavente. Así quedaron definitivamente unidos, en la persona de Fernando III el Santo, los reinos de León y Castilla.
La labor política de Alfonso IX fue muy interesante, pues concedió fueros tanto a las nuevas villas, como a algunas de las antiguas, para facilitarles su desarrollo. Incluso, fundó algunas muy importantes, como La Coruña.
La política económica de este rey, hizo que aumentara la riqueza de su reino, al favorecer a grandes capas sociales y así disminuyó el peso de la nobleza en las decisiones políticas.
En 1208, se creó en Castilla la antigua Universidad o Estudio General de Palencia, inexistente hoy en día, a la que solían acudir muchos jóvenes leoneses.
El problema es que no les era fácil ir allí, debido a las frecuentes guerras entre ambos reinos. Así que, en 1218, creó el Estudio General de Salamanca, antecesor de la famosa Universidad de Salamanca.
Por tanto, se puede decir que, a pesar de las frecuentes guerras a las que sometió a su reino, su reinado fue muy positivo y su labor ha sido injustamente olvidada hoy en día.

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