Seguramente, todos hayamos leído
alguna vez una obra muy famosa de Dickens, llamada “Cuento de Navidad”. Si no
lo hemos hecho, da igual, porque nos la ponen de manera inmisericorde, en sus diferentes
versiones, todas las Navidades por las diferentes cadenas de TV. Dicha obra
tiene un personaje central al que lo más seguro es que todos hayamos odiado
alguna vez. Su nombre es Ebanezer Scrooge. La verdad es que es un nombre muy
rebuscado, a lo mejor se lo puso así su autor para que no coincidiera con el de
la gente más corriente.
Muchos
dicen que se inspiró en un personaje real, unos cuantos años anteriores a su
época. Su nombre fue John Elwes (1714-1789).
En
un principio no se llamaba así, sino que su apellido era Meggot y fue hijo de
un rico cervecero londinense, aunque quedó huérfano de padre y madre a muy
tierna edad. A pesar de ello, le dejaron una importante herencia.
Fue
educado en un importante y exclusivo colegio propiedad de la famosa Abadía de
Westminster, en Londres. Después, estuvo unos años viviendo en Suiza hasta su
definitivo retorno al Reino Unido.
De
joven, era todo un dandy, vestía bien, gastaba a manos llenas, se relacionaba
con los círculos más exclusivos londinenses, bebía vinos franceses, iba a los
mejores restaurantes, jugaba y perdía sin cesar…
Parece
que la tacañería era una forma de vivir en su familia, pues, aparte de su madre
que lo era y mucho, su tío Harvey, aunque poseía grandes riquezas, permitió que
su casa se viniera abajo por negarse a repararla. Ni siquiera permitía que se cambiaran
los cristales rotos de las ventanas.
Ni
se le ocurría comprarse ropa nueva y siempre vestía con andrajos. Tampoco compraba
alimentos y se dedicaba a cazar perdices y otros animales por sus tierras. En modo
alguno se le ocurría encender el fuego para calentarse y se dedicaba a pasear
por su mansión heredada.
Como
su tío no tenía descendencia, John pensaba que iba a heredar su fortuna. No obstante,
para asegurarse la voluntad de su tío, le visitaba de vez en cuando. Incluso,
se cambió su apellido Meggot por el de Elwes, que era el de su madre y su tío.
Evidentemente,
antes de realizar esas visitas, cambiaba sus ricos ropajes por otros más
propios de mendigos, para no desentonar con la forma de vestir de su tío. Luego,
durante las veladas, la daba continuamente la razón a su tío en su forma de
pensar sobre la gente que malgastaba su dinero.
Obviamente,
cuando su tío murió, en 1763, él fue su único heredero, aunque, no sé si esto
se transmitirá por contagio, también empezó a tener las mismas manías que su
tío. Así que se empezó a vestir con harapos, tenía las fincas casi abandonadas.
No se compró un carro, porque era más barato ir a caballo y procuraba cabalgar
por tierras blandas para no desgastar las herraduras. Si viajaba por la noche, buscaba un sitio bajo un árbol para ahorrarse
la posada y que tuviera suficiente hierba para que comiera su caballo.
También
tuvo dos hijos, pero, naturalmente, se negó a pagar un céntimo por su
educación.
En
1774 fue elegido para la Cámara de los Comunes y, durante sus 12 años en el
cargo, siguió viviendo tan pobremente que hasta hacía sus traslados caminando
para ahorrar el gasto de compartir un coche con otros parlamentarios.
Cuanto
más viejo, se hizo aún más tacaño. Se dice que las pocas veces que compró en
una carnicería, se llevaba el animal entero, porque era más barato. El problema
es que en esa época, como no había frigoríficos ni nada por el estilo,
seguramente comería la carne en malas condiciones.
Se
cuenta que había llegado a poseer, entre las heredadas y las adquiridas
posteriormente, más de cien casas en Londres. Como su afán era tenerlas
alquiladas, pues sólo pernoctaba en ellas el tiempo que estuvieran sin
inquilino y luego se mudaba a otra. No hará falta decir que su mobiliario era
realmente peor que el de un convento de clausura.
A
causa de sus constantes mudanzas entre las casas de su propiedad, surgió en una
ocasión que cayeron enfermos él y su criada. Un sobrino suyo fue a visitarlo,
sin saber dónde estaban. Al cabo de unos días, un chiquillo le dijo que lo
había visto entrar en una de sus casas. Cuando llegó su sobrino, aún pudo ver a
su tío vivo, sin embargo la doncella ya llevaba un par de días muerta.
No
murió, pero su estado mental se deterioró mucho. Atemorizado por morir pobre,
envolvía monedas en papeles y las escondía por la casa, para prevenir, según él,
que algún ladrón se las robase.
En
noviembre de 1789 enfermó y tuvo que guardar cama, muriendo una semana después.
Cada uno de sus hijos heredó unas 500.000 libras, pero, según parece, ninguno
fue contagiado por esa avaricia enfermiza.
En
1790, Edward Topham escribió un libro sobre la peculiar vida de este hombre. Tuvo
un gran éxito e, incluso, el apellido Elwes pasó a ser un sinónimo de un ser
tacaño.
Seguramente,
Dickens leyó esta obra y mencionó a Elwes en su novela “Nuestro común amigo”, editada
en 1865.
Dickens
nunca quiso reconocer que se había inspirado en Elwes para su personaje de
Scrooges, pero lo cierto es que los ilustradores, que trabajaban conjuntamente
con él, dibujaron un rostro muy parecido al de Elwes, en su primera edición,
publicada en 1843.
Me encanta Dickens. Desconocía esta historia que, en cierta forma, me ha recordado a cuando Dumas "se inspiraba" de esa manera tan suya, pero "Cuento de Navidad" sí que era de Dickens, que yo sepa.
ResponderEliminarYono sé si la forma cómo retrataba la infancia de la época victoriana era real, pero lo cierto es que ponía los pelos de punta.
ResponderEliminarSaludos.
Parece ser que gracias a sus novelas se hicieron varias reformas sociales en su país. Por lo menos, sirvió para algo.
ResponderEliminarSaludos.