
Sin embargo, a mí me pasa muy a
menudo que algunas de las situaciones actuales me hacen recordar cosas que ocurrieron
en el pasado.
Incluso, el gran político y
abogado romano Cicerón, solía decir que: “El desconocimiento de lo ocurrido
antes que nosotros nos hace comportarnos siempre como unos niños”.
Todo esto viene a cuento por el avance
imparable de la enfermedad del coronavirus y la indecisión de tomar medidas,
por parte de las autoridades de muchos países.
Hoy traigo al blog a Luis II de
Baviera, llamados por algunos “el rey loco”, aunque yo creo que era el más
cuerdo de esa familia.
Nació en 1845 en el monumental
palacio de Nynphenburg, situado en Munich. No olvidemos que, por entonces, el
reino de Baviera era totalmente independiente,

Por lo visto, a partir de los 16
años, nuestro personaje, se hizo muy aficionado a las óperas de Wagner. Una
afición que le perduró toda su vida.

Dado que la mayoría de los
bávaros eran católicos, solían aliarse con los austriacos, que también lo eran,
para luchar contra el resto de los Estados alemanes. Desgraciadamente, no tuvo
mucho éxito con esas alianzas. Incluso, su habitual enemiga, Prusia, le obligó
a combatir a su lado en la guerra franco-prusiana
Por lo visto, debió de deprimirse
por no acertar con esas alianzas militares, así que decidió irse a vivir al
palacio de Linderhorf, alejado de la capital, Munich. Algo que no gustó nada a
su Gobierno.

Parece ser que este monarca
conoció a esa famosa bailarina irlandesa, cuando ella fue un día a protestar
ante el rey por lo mal que la había tratado un empresario teatral.
Dicen que él le preguntó, delante
de toda su corte, si su cuerpo era obra de la Naturaleza o del Arte. A lo que
ella respondió rompiendo el escote con una tijera para enseñar sus pechos.
Obviamente, enseguida se convirtieron en amantes. No sólo eso, sino que ella
pretendió interferir en los asuntos políticos de Baviera. Así que eso obligó al
monarca a abdicar en su hijo.
Parece ser que fue una mujer con
grandes ambiciones. Durante su, posterior, estancia en USA parece ser que hizo
fortuna y entre sus grandes ideas estuvo la de dar un golpe de Estado y separar
a California de USA.
No obstante, Luis I, fue un
monarca muy popular en su reino. Durante su reinado ordenó la construcción de
la famosa Gliptoteca, varias basílicas, la Universidad, etc. Incluso, hizo que
su país ingresara en la Zollverein o unión aduanera de los Estados alemanes.

Luis decía que Wagner era el único
que le entendía y que era capaz de expresar sus propios pensamientos en forma
de música. Entre otras cosas, le dijo: “Ahora que visto la púrpura, emplearé mi
poder en endulzar vuestra vida”.
Así que Wagner tomó buena nota y
le sacó todo lo que pudo al nuevo monarca. De hecho, le cedió una villa cercana
a su palacio de Berg, a donde el monarca le visitaba casi todos los días; le
regaló una casa en Munich, le pagó todas las deudas, etc.

Parece ser que, tras el estreno
de Tristán e Isolda, le escribió, al compositor, una nota que decía: “…Te ruego
que no renuncies a tu arte en nombre de aquellos a los que proporcionas dichas
que sólo Dios podría dispensar. ¡Tú y Dios! Hasta la muerte, hasta el reino de
las Tinieblas, sigue admirándote Luis”.

Mientras que el monarca le decía:
“…Amigo mío, ¿necesito volverlo a decir? ¡Te seré fiel hasta la muerte! Eres,
fuiste y serás toda mi vida, hasta el último suspiro…Te amaba antes de haberte
visto. Oír una obra del Amigo es para mí una beatitud tan grande, que no puedo
compararla con ninguna otra…”.
Evidentemente, aunque, en un
principio, fue muy celebrada la presencia de este músico en la corte de Munich,
pronto su figura fue pasto de las luchas políticas.

Incluso, contrataron a algunos
periodistas para que le dedicaran algunos de sus incendiarios artículos: “Ese
musicastro asalariado, que hace unos años era un capitán de una cuadrilla de

Por lo visto, todo se le puso en
contra al rey. Hasta su propia madre le pedía que alejara al músico de la
corte. Seguramente, porque, aunque ella era prusiana, estaba viendo que Prusia
le estaba comiendo el terreno, en Alemania, a Baviera, que siempre había sido,
y lo sigue siendo, mucho más próspera.
Así que, en diciembre de 1865, al rey, no
le quedó más remedio que despedir a Wagner con una carta muy sentida.

De hecho, llegó a escribirle a su
prometida, Sofía, la hermana de Sissi: “Tú eres la más amada de todas las
mujeres, pero el dios de mi vida es, como sabes, Richard Wagner”. Así que no es
de extrañar que rompiera su compromiso con él.
Incluso, en una nota se puede
leer que el rey estaba pensando en abdicar para poder continuar al lado de su
gran amigo, pero no lo hizo, porque sus relaciones empezaron a ser más
distantes.
En una carta a Cósima, la esposa
de Wagner, le dice: “Cuento entre las horas más bellas de mi vida las que he pasado
al lado del Amigo querido, del más grande e inmortal Maestro, durante las
representaciones de su admirable obra. No las olvidaré jamás”.

Luis II ni siquiera quiso
participar en la coronación de su abuelo, Guillermo I, como Kaiser del Imperio
alemán. En su lugar, envió a su hermano Otón.

El monarca siguió viviendo en su
castillo de Neuschwanstein solo y alejado del mundo. Recordando aquellos días
felices cuando conversaba amigablemente con Wagner. Sin realizar sus deberes
como gobernante.
En noviembre de 1880, se volvieron
a ver, cuando Wagner regresaba de una gira por Italia. Como siempre, le pidió
ayuda para representar algunas de sus óperas y la obtuvo.

La última correspondencia entre
ellos se produce en 1883, meses antes de la muerte del célebre compositor, que
tuvo lugar en Venecia.
El rey quedó absolutamente
devastado, cuando se enteró de la noticia. Ordenó que cerrasen todos sus
palacios y se cubrieran de luto.
Curiosamente, las únicas coronas
de flores que se colocaron en el coche fúnebre, a pesar de las miles que se
habían recibido, fueron las de Luis II.
El rey siguió viviendo solo en su
castillo de Neuschwanstein hasta que, a mediados de junio de 1886, el Gobierno
bávaro decidió que su tío, el príncipe Luitpoldo, ocupara la regencia.
Así que le llevaron a su palacio
de Berg, donde fue recluido, bajo la vigilancia de su médico, el doctor Bernhard
von Gudden.

Ciertamente, siempre se ha
considerado una muerte muy extraña. Unos dicen que fue un suicidio y que, en su
intento, se llevó también por delante a su médico.

Curiosamente, la familia de
Sissi, vivió siempre en un castillo situado también en las orillas del mismo
lago.
Como ya he dicho, Luis, nunca fue
el más loco de la familia. A su muerte, como no tuvo descendencia, proclamaron
como nuevo rey a su hermano Otón I.
Sin embargo, el mismo doctor von
Gudden, que era uno de los mejores psiquiatras de la época, ya había
diagnosticado, en 1873, la enfermedad mental de Otón I. Así que lo tuvieron
encerrado y aislado en una de las alas del palacio de Nymphenburg.

Su última aparición pública tuvo
lugar en agosto de 1875, en un desfile militar, que presidió junto a su hermano
Luis II.
A partir de 1880, se vio que su
estado empeoraba cada vez más. Así que adecuaron una zona del castillo de
Fürstenried, próximo a Munich, donde fue encerrado y allí pasó el resto de sus
días. En una habitación acolchada, para que no se hiciera daño.

A pesar de que el Ejército bávaro
prestó juramento al rey Otón I, nunca llegó a reinar.
En cambio, su tío,
Luitpold, llevó la regencia hasta su muerte, en 1912.
Le sucedió en el cargo de regente
su hijo Luis, el cual, tras una reforma en la Constitución de Baviera, por la
que se depuso a Otón I, fue proclamado rey, con el nombre de Luis III. Este
nuevo monarca era primo de los dos anteriores.

Algunos autores opinan que hubo
una confabulación contra estos dos hermanos.
Parece ser que ellos siempre
odiaron a Prusia. En cambio, su médico y su tío Luitpold, fueron partidarios de
apoyar a ese país, como centro de Alemania. Así que, según dicen, no sería de
extrañar que se los quitaran del medio, tal y como convenía a los intereses del
canciller Bismarck.
No hay que olvidar que Baviera
era una especie de verso suelto dentro de Alemania. En 1870, tras la firma del tratado
entre Baviera y la Confederación Alemana del Norte, ese Estado pasaba a formar
parte del imperio alemán, pero éste les respetaría sus instituciones. Tales
como su servicio exterior, su propio Ejército, su servicio postal y
ferroviario, etc.
En Berlín siempre vieron esa
jugada de Baviera como una trampa de los católicos austriacos al nuevo Imperio
Alemán.
Tampoco se sabe a ciencia cierta
qué males aquejaban a ambos hermanos. Parece ser que Luis parecía algún
trastorno esquizotípico, mientras que Otón sufría esquizofrenia.
Espero que os haya gustado, aunque
reconozco que me ha quedado un poco largo.
TODAS LAS IMÁGENES PROCEDEN
DE WWW.GOOGLE.ES
Pues a mí me a parecido bien teniendo en cuenta todo lo que hay que contar, todos y cada uno de ellos tienen un largo historial y además es que son muchos.
ResponderEliminarMe alegra que le haya gustado este artículo. Así que le animo a leer otros de los muchos, que he publicado en mi blog y, si lo desea, se haga seguidor del mismo.
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