Esta vez traigo al blog a un
historiador muy apreciado por los expertos y, sin embargo, poco conocido a
nivel popular.

Vamos a empezar por decir que nuestro
personaje nació en Judea, más o menos, por el año 37 d. de C., en el seno de
una familia dedicada al sacerdocio y su nombre original fue Yosef ben
Mattityahu. Algo así como hijo de Matías.
Según nos cuenta en sus escritos,
estudió las 3 escuelas filosóficas de
los judíos. Es decir, la saducea, la esenia y la farisea, decidiéndose por esta
última.
Antes de comenzar su educación, pasó
3 años en el desierto con un eremita esenio llamado Banos. A partir del 56
inició ya su formación como fariseo.
Debía de tener dotes para la abogacía
y la diplomacia, pues en el año 64 encabezó una comisión, para entrevistarse en
Roma con el emperador Nerón, a fin de conseguir la liberación de unos
sacerdotes judíos encerrados a causa de las últimas revueltas contra los
romanos.

En el año 66 fue designado por
los judíos como jefe militar de Galilea, durante la Gran Revuelta, a pesar de
no ser muy partidario de la misma, pues ya había conocido el poder de Roma.
Aguantaron durante un año los ataques romanos, pero luego fueron vencidos.
Debía de ser un tipo muy hábil,
porque, según parece, sus colegas que tenían mando sobre rebeldes, decidieron darse muerte unos a otros, antes
que rendirse al enemigo. Lo fueron haciendo a base de combatir por parejas y, cuando
le tocó a él, convenció al otro para seguir los dos con vida.


Es posible que, al unirse a los
romanos, uno de sus objetivos fuera reivindicar
la cultura de los pueblos sometidos por éstos y hacer que se llegara a conocer
en todo el Imperio. Aparte de salvar su vida, claro está.
Incluso, escribió 2 libros llamados
“Contra Apión”, donde se atrevió a defender que la cultura judía tenía la misma
antigüedad y la misma validez que la griega.
Primeramente, escribió antes del
75 d. de C. su obra “La guerra de los judíos”, sólo en arameo, dedicado a sus compatriotas.
Luego, entre los años 75 y 79 d.
de C., escribió una versión griega de la misma obra, pero ampliándola. Esta vez iba desde el año
170 a. de C. hasta el 70 d. de C., y la componían 7 libros.


A lo mejor, si afirmo que este
autor es uno de los preferidos del Cristianismo, a muchos les va a resultar
increíble. Sin embargo, si digo que, cuando, en el año 93 d. de C.,escribe
“Antigüedades judías” y ahí aparece, por primera vez, la figura de Jesús de Nazaret, seguro que la
cosa ha quedado más clara.
Es verdad que
Jesús también fue mencionado en otra obra del gran historiador romano Tácito, pero eso ya fue en una época posterior
a esta obra.
Sin embargo, hoy en día, hay
muchas dudas de que el llamado “Testimonio Flaviano”, donde ya aparece en un
texto la figura de Jesús, fuera escrito por este autor o se tratara de una falsificación
posterior.
En la misma obra también alude a
la figura de Juan el Bautista, asesinado por los secuaces de Herodes Antipas.

Gracias a sus obras podemos conocer
hoy en día de primera mano cómo fueron algunos asedios importantes, como el de
la heroica ciudad de Masada, en el año 74 d. de C..
También nos suministra
información muy importante acerca de las diferentes sectas judías, como los
fariseos, saduceos, zelotes, esenios, etc.
Incluso, nos da noticias de cómo
fueron los martirios a que fueron sometidos algunos líderes cristianos, como Santiago,
del que se dice que fue hermano de Jesús.
Es más, habla de la Pasión de
Jesús y su crucifixión en tiempos del gobernador Poncio Pilatos, aunque, como
ya he dicho antes, hoy en día se duda de que todo eso lo escribiera él o fuera
fruto de la inventiva de los diferentes copistas de la Iglesia.



En 2007, los arqueólogos
encontraron las ruinas del Templo Herodiano, lugar donde fue sepultado Herodes.
Es curioso, porque el caso de
Herodes fue parecido al de Flavio.
Pasó de estar combatiendo en el bando de
Marco Antonio y Cleopatra a tener una gran amistad con Augusto, tras ser capturado
por éste. Parece ser que se ofreció al emperador para romanizar su patria y
allí lo enviaron para que cumpliera esa labor.
No se conoce la fecha de la
muerte de Flavio Josefo, por lo cual, se supone que fue posterior al 93 d. de
C., año en el que fue publicada su última obra.
Lo cierto es que algunos padres fundadores de la Iglesia, como San Jerónimo o San Ambrosio, confiesan haberlo leído y lo citan muy a menudo en sus obras.
En los casos de San Eusebio y San Juan Crisóstomo, califican sus obras como imprescindibles para poder datar muchos episodios que aparecen en el Antiguo Testamento.
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