Esta vez traigo al blog a un personaje
tan desconocido que ni siquiera he encontrado alguna imagen suya. Así que no os
la puedo ofrecer.
Nació en la ciudad castellana de
Cuenca, en 1412. Era hijo de Alonso García Armíndez Chirino, de Guadalajara, que
fue médico de varios reyes, como Enrique III y Juan II. Su madre fue María de
Valera.
Parece ser que su padre tendría
buena fama, pues fue nombrado por Juan II “alcalde y examinador de los físicos
y cirujanos de sus reinos”.
Debía de ser un médico muy
curioso, pues en su obra “Espejo de la Medicina”, llegó a escribir que al ser
insegura la ciencia médica, no se debe acudir a ella, salvo en casos muy apurados, siendo mejor
dejar hacer a la Naturaleza.
También a mí me parece que sigue
siendo muy poco segura a pesar de los grandes avances médicos, habidos en el
siglo XX.
Evidentemente, esta afirmación le
atrajo cientos de críticas hacia su obra, por parte de sus colegas y él les
contestó con su “Replicación”.
Otras obras suyas son “Menor daño
de la Medicina” y “De la sanidad y la Medicina”. Las cuales produjeron menos
escándalo que la primera.
No está muy claro si Diego de
Valera fue hijo legítimo o ilegítimo del médico, pues no lo cita en su
testamento. También podría ser que no se llevara muy bien con él.
Sin embargo, algunos autores
afirman que no lo hizo, porque, en esa época, no se incluían en un testamento a
los hijos menores de edad. Por entonces, nuestro personaje, tenía unos 17 años.
Incluso, algunos piensan que su padre
pudo haberse casado en dos ocasiones, pues, en su testamento, no cita como su
esposa a María de Valera, sino a Violante López, probablemente, su segunda
esposa.
Por ello, en otros documentos se
dice que Juan Hernández de Valera, personaje importante de la corte y regidor
de Cuenca, es el suegro del converso Alonso Chirino.
Incluso, el famoso Enrique de
Villena, menciona la amistad que existía
entre ambos en su obra “Tratado de la lepra”.
Sin embargo, en la ejecutoria
encargada por uno de sus descendientes, para ingresar en la Orden de Alcántara,
se citan como hijos del matrimonio de Alonso y María de Valera:
Juan Alonso Chirino, capellán
mayor del rey Enrique IV, aparte de ser también obispo de Segovia.
Fernán Alonso García Chirino,
regidor de Cuenca y montero mayor de Enrique IV. Estuvo al mando de la defensa
de esa ciudad y consiguió repeler un ataque de los infantes de Navarra.
Por último, se cita a nuestro
personaje de hoy, Diego de Valera.
Volviendo al padre de nuestro personaje,
se dice que la fama y la riqueza de esta familia datan del siglo XII, cuando
unos de sus ancestros, Alonso Pérez Chirino, se distinguió en la conquista de
Cuenca y fue recompensado por Alfonso VIII con muchos honores y tierras.
Dada la cercanía de su padre a
los reyes, a Diego le colocaron enseguida en la corte. En 1427, con sólo quince
años ya fue paje de Juan II y luego de su hijo, Enrique IV de Castilla.
Más tarde, fue investido
caballero, luchando en las batallas de Toro y de la Higueruela (1431), a la vez
que se convirtió en un conocido humanista.
De todas formas, en la época de
Juan II no hubo importantes hechos de armas, pues el monarca tampoco estaba muy
interesado en la lucha contra los moros. Así que, de vez en cuando, los
caballeros de la corte, se entretenían en hacer torneos entre ellos.
Incluso, se dieron varios casos,
supongo que a causa de aburrimiento de la Corte, en que algunos caballeros se
desplazaron a otros reinos en busca de aventuras.
Precisamente, el mismo don
Quijote, cita a alguno de estos caballeros como ascendientes suyos y, según
dice, esa es una de las razones por las que él creía que debía de repetir sus
hazañas.
Volviendo a nuestro personaje, a partir
de 1437 comenzó su carrera bélica y diplomática. Fue una buena opción, pues a
causa de su falta de nobleza, nunca podría competir con los aristócratas de la
Corte. No obstante, el rey de Castilla le proporcionó una carta de
presentación, para poder ser recibido por otros monarcas europeos.
Evidentemente, tampoco podría
rivalizar con algunos de los personajes más importantes de su época, como el
marqués de Santillana; el tío de éste, Fernán Pérez de Guzmán, a su vez,
sobrino del célebre canciller López de Ayala; por último, Alfonso de Cartagena,
obispo de Burgos y antiguo judeoconverso.
Diego también se aburría en la
Corte. Así que se dedicó a aplacar sus impulsos juveniles representando a Castilla en la corte de Carlos
VIII de Francia, donde mostró su destreza militar luchando contra los ingleses,
durante la famosa Guerra de los Cien Años.
También fue enviado a Bohemia, donde
ayudó a su rey, Alberto, a luchar contra los rebeldes husitas, de los que ya he
hablado en otros artículos. Por ello se ganó varias condecoraciones. Precisamente,
cuando se hallaba viajando por las tierras del Sacro Imperio, murió su
emperador, Segismundo, siendo Alberto el elegido para ocupar el trono. Por ello,
nuestro personaje, tuvo ocasión de asistir a la coronación del nuevo emperador.
Parece ser que en esas tierras
tuvo una discusión con un caballero alemán, que había visitado la Península
Ibérica. Éste, durante una comida, comentó jocosamente, que el rey de Castilla no
podía lucir su bandera, porque la había perdido luchando contra los portugueses
y éstos la lucían en la basílica de Batalha.
Nuestro personaje argumentó que el
rey de Castilla perdió ese combate, pero no la dignidad. A lo que el emperador
le dio la razón y el otro caballero hubo de disculparse por lo dicho.
No hay que olvidar que estamos en
la época en donde era normal que un caballero se pusiera en la mitad de un
camino o de un puente para pelearse contra todos los que pasaran por allí. Se
ve que los caballeros se tendrían que aburrir como una ostra y tendrían que
demostrar que servían para algo.
Por supuesto, nuestro personaje
tampoco fue ajeno a esta violenta costumbre y combatió contra otro caballero
que estaba apostado cerca de la entrada de la ciudad de Dijon.
Vistió su caballo con sus mejores
galas, utilizando para ello un manto de seda teñido de rojo, donde destacaban
las cinco flores de lis, puestas en forma de cruz, que formaban el escudo de
armas de la casa de los Chirino.
Como es costumbre entre los
franceses, al ver que el caballero castellano era más bien bajito, le pusieron
a combatir contra el más alto de los galos. No obstante, nuestro personaje
venció y fue aclamado por ello.
Parece ser que, tras este
combate, el duque de Borgoña, le premió
con un aspa de madera dorada, para que lo luciera en su escudo de armas, sobre
fondo rojo.
A su vuelta a Castilla, en 1444, fue
condecorado por el rey, que se hallaba en Tordesillas, pues a éste ya le habían informado de lo bien
que le había defendido ante el caballero alemán.
Parece ser que al final de ese
mismo año, el rey le encargó volver a Francia para hablar con ese monarca,
Carlos VII, a fin de conseguir la
liberación del conde de Armagnac.
Para ello, tuvo que esperar,
durante 40 días, a que el monarca francés se dignara a recibirle y, aunque, en
un principio, se negó a poner en
libertad al conde, después lo hizo, aceptando las razones esgrimidas por
Valera. De esa manera, el conde fue liberado de su prisión en Carcasona.
Incluso, el mismo monarca, Juan
II, que se hallaba viudo, le encargó que, secretamente, hiciera gestiones ante
el rey de Francia para ver si le permitiría casarse con su hija mayor, llamada
Radegunda. Es posible que fracasara en este intento, porque la joven murió poco
después, sin haber realizado ningún pacto matrimonial entre los dos reyes.
Tal vez, es probable que el rey
francés tampoco hubiera aceptado nunca la propuesta del castellano, porque ya
había prometido a su hija con Segismundo, futuro emperador del Sacro Imperio.
Parece ser que Juan II le encargó
que hiciera esa gestión de manera secreta, porque D. Álvaro de Luna estaba
empeñado en que el monarca se casara con Isabel de Portugal, cosa que, por fin
consiguió.
No obstante, tras ese matrimonio,
la enemistad entre la reina y el valido fue cada vez a más. Esto llegó hasta un
punto en que se formó un complot palaciego contra él, lo que obligó al rey a
encerrarle, siendo, posteriormente, condenado a muerte y ejecutado. Algo que
nunca le perdonó el rey a su esposa, pues siempre habían sido íntimos amigos. Esto
lo recordó hasta el mismo momento de su muerte.
Posteriormente, en 1447, Diego de
Valera, representó, en calidad de procurador,
a la ciudad de Cuenca ante las Cortes de Tordesillas.
Nuestro personaje tenía fama de
ser muy sincero y allí también lo fue. Tras las intervenciones de los diversos
pelotas, lameculos y “estómagos agradecidos”, que siempre los ha habido en este
país, le tocó a él el turno.
Parece ser que le dijo que no
estaría de más que, antes de condenar a alguien, sería bueno ser escuchado por
un juez o por el rey. Cosa que no estaba ocurriendo en esa época en el reino.
Para “ilustrar” su intervención,
citó como ejemplo aquella frase de Séneca que dice “Muchas veces la Justicia es
justa, sin embargo, el juez es injusto”. De todas formas, Diego, no se estaba
metiendo directamente con el rey, sino advirtiéndole de lo que estaba
ocurriendo en el reino con el gobierno de su valido, D. Álvaro de Luna.
Evidentemente, esto no le hizo
mucha gracia al soberano, el cual no quiso escuchar al resto de los
procuradores y se fue de la ciudad. Tampoco agradó a otros más, los cuales
amenazaron a Diego.
Unos años más tarde, fue enviado
por el rey, de manera provisional, como embajador ante varias cortes, como las
de Dinamarca, Inglaterra, Borgoña y Francia. Todo ello, gracias a su dominio de los idiomas.
Siempre fue enemigo de don Álvaro
de Luna, publicando algunos poemas contra él, lo que le costó el alejamiento
del rey.
Gozó de varios cargos importantes
durante los reinados de Enrique IV y Fernando el Católico, siendo consejero de
este último.
Desde 1467 estuvo al servicio del
riquísimo duque de Medinaceli, el cual le nombró alcaide de su castillo en Puerto
de Santa María.
Estuvo casado con María de
Valencia y ordenó construir la capilla de Santa Ana en la iglesia mayor del
Puerto de Santa María. En ella se pueden ver los escudos de los Chirino y los Valera.
Escribió varias obras históricas,
donde defiende el derecho del historiador a poder relatar la verdad, sin
censura de ningún tipo. Lo cual no le hizo ninguna gracia a Juan II de Castilla,
sobre todo tras enviarle una de sus famosas “epístolas”, donde le narraba de
una forma muy sincera su opinión sobre
la situación en que se hallaba su reino.
Otras de sus obras fueron el Tratado
de las armas, dedicado a la heráldica; la Providencia contra la Fortuna; el Ceremonial
de príncipes; El Espejo de verdadera nobleza, El Doctrinal de Príncipes, etc.
Hoy en día, se le considera uno
de los mejores escritores en prosa de su época. Por ello, Marcelino
Menéndez Pelayo lo menciona en su obra
“Antología de poetas líricos españoles”.
Siempre estuvo muy unido a la
casa de los Zúñiga, condes de Plasencia y enemigos acérrimos de D. Álvaro de
Luna. Quizás, por eso, algunas de sus poesías
aparecen en el llamado “Cancionero de Stúñiga”, forma antigua del apellido
Zúñiga, aunque este cancionero se escribiera en Aragón.
Parece ser que los Zúñiga
utilizaron a Diego como su correo, para organizar un complot contra D. Álvaro
de Luna, que, curiosamente, también era de Cuenca, como él. Éste fue informado a tiempo y pudo huir.
Se veía muy claro que el rey no
quería procesar a su valido, no obstante, un grupo de cortesanos, empezando por
la propia reina, le estaban obligando a ello. Así que tan pronto decía que lo
prendieran como que no y eso enfadó mucho a los Zúñiga.
Así que, por fin, consiguieron
que el rey firmara su famosa orden, dirigida a su alguacil mayor, D. Álvaro de
Zúñiga, en la que se decía: “yo vos
mando que prendades el cuerpo a D. Álvaro de Luna, Maestre de Santiago, é si se
defendiere, que lo matéis”.
Para ello, los Zúñiga, rodearon
el castillo de Burgos, donde se hallaba el valido con sus seguidores y desde el
cual se ejerció una fuerte resistencia.
Al final, el valido, se decidió a
salir, tras haber recibido ciertas promesas, por parte del rey. Lamentablemente,
luego no se cumplieron. Así que luego fue sometido a un juicio amañado, que
terminó con una condena a muerte y su decapitación en público. De poco le sirvió que su tío abuelo hubiera sido el pontífice conocido como el Papa Luna.
Sin embargo, los seguidores del
valido, que estuvieron defendiéndose en el castillo de Burgos, tras rendirse,
fueron puestos bajo la custodia de nuestro personaje y no sufrieron daño
alguno.
Tras la muerte de Juan II, subió
al poder su hijo, Enrique IV, el cual, a pesar de ser el cronista de su reino,
nunca fue muy del agrado de nuestro personaje.
Curiosamente, en cierta ocasión,
el rey, mandó una serie de corregidores a varias ciudades. Nuestro personaje se
enfadó, concretamente, con el que fue destinado a Cuenca, porque, un día no se
le ocurrió otra cosa que prender a los cargos principales de la ciudad y no liberarlos
si no pagaban una fuerte cantidad que él había estipulado.
Lógicamente, Valera, denunció
este comportamiento ante el rey y éste ordenó que se presentaran ambos ante él.
Allí reunidos ante el monarca y su Consejo, Diego, relató los hechos acaecidos
en la ciudad.
Sorprendentemente, el acusado, en
lugar de negarlos dijo que todo lo había hecho en nombre del rey y que también
le había enviado su parte al monarca y había repartido el resto entre sus
compinches de Cuenca.
Lógicamente, ante esta
declaración, los miembros del Consejo, se quedaron mudos y el caso se archivó,
porque en aquella época rodaban con mucha facilidad las cabezas. De hecho, la
de ese corregidor cayó algo más tarde en Sigüenza.
En 1462, nuestro personaje fue
nombrado corregidor de la ciudad de Palencia. Desde allí, en su más puro
estilo, escribió una carta al rey, donde le recordaba que no era muy bien visto
por sus súbditos y acaba la misma recordándole que Pedro I: “el cual, por su
mala gobernación, perdió la vida y el reino con ella”.
Tras la muerte de Enrique IV,
Valera, fue partidario del bando de los Reyes Católicos, los cuales le enviaron
como corregidor a Segovia. Allí dejó buen recuerdo, por su honradez y su buen
gobierno.
Poco tiempo después, pasó al
servicio del duque de Medinaceli, el cual le nombró alcaide del Puerto de Santa
María con un sustancioso sueldo.
No obstante, los reyes le
volvieron a llamar y, por entonces, fue cuando escribió la obra “Doctrinal de
príncipes”.
Como dicen algunos autores, su
carácter severo y su honradez siempre le hicieron incompatible con la
inmoralidad que profesaban la mayoría de los cortesanos y los reyes de su
época.
Realmente, parece ser que, por
fin, encontró en los Reyes Católicos unos monarcas a los que mereciera la pena
servir.
Su hijo, Charles, fue capitán de
la flota castellana y luchó contra los piratas y los portugueses en el
Atlántico y la zona del Estrecho.
Afortunadamente, al mencionar las
hazañas de su hijo en varios de sus escritos, conocemos los enfrentamientos navales
que hubo entre castellanos y portugueses, a partir de 1475, por lo que ellos
llamaban la Guinea, en África.
Parece ser que, padre e hijo,
llegaron a conocer a Cristóbal Colón cuando éste vivió, casi dos años, junto al
duque de Medinaceli, a quien ellos servían.
Escribió obras de varios tipos.
Entre ellas, podemos destacar la “Crónica abreviada de España” (1481), también conocida
como la “Valeriana”, por el apellido de su autor, que fue muy popular hasta el
siglo XVI. Fue la primera Historia de España publicada por medio de la
imprenta.
Parece ser que los Reyes
Católicos apoyaron su publicación. Es posible que lo hicieran para utilizarla como
base de su política de construcción de una España unida.
De hecho, se puede leer en la portada del libro: “La chronica de
España, abreviada por mandado de la muy poderosa señora doña Ysabel reyna de
Castilla”.
Esta obra se suele dividir en cuatro
partes. La primera trata sobre una descripción de los países, que fueron visitados
o no por este autor. En la segunda realiza un estudio sobre la dominación
romana sobre la Península Ibérica. La tercera se dedica a la invasión de los pueblos
bárbaros y llega hasta la conquista de la Península, por parte de los árabes. La
cuarta abarca desde la victoria de Don Pelayo en Covadonga hasta el reinado de
Juan II de Castilla.
Seguramente, esta obra fue
utilizada de una manera propagan
dística por los Reyes Católicos, pues no olvidemos que los monarcas de la España medieval basaban su legitimidad en ser los sucesores o descendientes de los antiguos reyes visigodos.
dística por los Reyes Católicos, pues no olvidemos que los monarcas de la España medieval basaban su legitimidad en ser los sucesores o descendientes de los antiguos reyes visigodos.
En la “Crónica de los Reyes
Católicos” se puede comprobar claramente que era partidario de estos monarcas y
los ensalzó en los capítulos dedicados a la guerra con Portugal, por la
sucesión a la corona de Castilla, y la guerra de Granada, para la unificación
de España.
Sin embargo, en el “Memorial de
diversas hazañas” se analiza el reinado de Enrique IV, llamado el Impotente,
que nunca fue muy del agrado de nuestro personaje.
En cuanto a sus poesías, se puede
decir que tratan sobre los mismos temas que otros autores de su época, como los
amatorios o los salmos. Por supuesto, le dedica algunos a la caída de su mayor
enemigo, D. Álvaro de Luna.
Parece ser que los Reyes
Católicos siempre le tuvieron en gran estima, según se desprende de los
abundantes escritos que se conservan, remitidos por los monarcas, donde se le
agradecen sus servicios e, incluso, le dan su enhorabuena por la victoria naval
de su hijo, frente a los portugueses. Incluso, en ellos, se cita al mismísimo
Colón.
Desgraciadamente, Diego de
Valera, murió en Puerto de Santa María en 1488.
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