ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

martes, 28 de febrero de 2017

EL MUY OBEDIENTE MARISCAL GROUCHY



Seguramente, todos habréis tenido cierta experiencia laboral. Supongo que os habréis dado cuenta que, en muchos sitios, lo que más agrada a los jefes no es que sus subordinados trabajen mucho y bien.
Realmente, no es así. Lo que de verdad les gusta es tener una especie de “siervos”, que les hagan constantemente la pelota y, sobre todo, que no hagan nada, si no se lo han ordenado antes.
Aunque parezca mentira, el Ejército francés, es, por tradición, uno de los que  exigen una mayor disciplina a sus miembros. De hecho, se comenta que en las dos guerras mundiales y, sobre todo, en la primera de ellas, era algo en lo que incidían mucho sus mandos.
Parece ser que había una especie de ley no escrita, que decía que un soldado francés tenía que temer más a sus mandos que al propio enemigo. A lo mejor, por eso mismo, los oficiales franceses fusilaron a muchos de sus propios soldados.
En esta ocasión, voy a hablar de un personaje, que, por lo que se ve, tenía que pedir permiso a su jefe hasta para ir al baño.
Emmanuel de Grouchy nació en París en 1766, en el seno de una familia noble de origen normando. Su padre fue el primer marqués de Grouchy.
Curiosamente, las malas lenguas decían que, como su abuela fue amante de Luis XV, es muy posible que su padre fuera hijo ilegítimo de ese monarca.
Parece ser que su madre, Gilberte Freteau de Peny le daba un aporte intelectual a la familia. Tenía en su casa uno de esos salones, donde se reunía la gente que tuviera alguna inquietud cultural.
Posiblemente, por eso, su hermana Sophie, que llegó a ser una gran pensadora feminista, se casó con el famoso matemático, filósofo y político, Nicolás de Condorcet. Mientras que su otra hermana, Charlotte, lo hizo con el médico y político Pierre Cabanis.
Sin embargo, en el caso de nuestro personaje, no creo que todo eso le valiera para nada. Así que ingresó muy jovencito en el Ejército.
Con sólo 13 años ingresó en un regimiento de Artillería, sito en Estrasburgo. Dos años después, fue trasladado a la Caballería, donde ya militaría toda su vida.
Cuando cumplió 20 años, ya era capitán e ingresó en una unidad de caballería escocesa, perteneciente a la Guardia Real de Francia. Al entrar en ese cuerpo, fue ascendido a teniente coronel.
Evidentemente, para estar en esa unidad había que ser un noble. Sin embargo, como, en 1789, confesó sus preferencias por el régimen republicano, fue trasladado a otra unidad, lejos de los monarcas.
Supongo que ese amor a la República, cuando llegó ésta,  le valió otro ascenso a coronel y el mando de unidades de caballería en la zona sur del país, durante las Guerras de la Convención, estando a las órdenes del famoso general La Fayette.
También hizo un buen papel en la defensa de Nantes, durante la guerra de la Vendée, de la cual ya escribí hace tiempo en otro artículo. Ahí estuvo bajo el mando del general Hoche.
No obstante, como Robespierre y sus seguidores, veían traidores por todas partes, Grouchy, al formar parte de la nobleza, fue expulsado del Ejército. Así que tuvo que esperar a la caída del “Insobornable”, en 1794, para volver a la vida militar.
Posteriormente, también luchó durante el episodio del desembarco de los monárquicos exiliados en la playa de Quiberon. Hace tiempo,  escribí otro artículo sobre este hecho.

Como general, intervino en las guerras de Italia y fue herido en varias ocasiones, siendo condecorado por ello.
Incluso, en 1799, luchó en la batalla de Novi, en el Piamonte, contra austriacos y rusos. Allí, los franceses, resultaron derrotados y Grouchy,  fue capturado por los rusos. Llegando a estar casi un año en poder de éstos.
No estuvo conforme con el golpe de Estado que dio Napoleón, en Brumario, para quedarse como cónsul único. Sin embargo, más tarde, Napoleón le exigió que le jurara lealtad y lo hizo. Desde entonces, siempre le fue fiel. Este es un dato que retrata a este personaje.
Posteriormente, combatió heroicamente en la actual Alemania. Siendo herido de gravedad en la batalla de Eylau.
También estuvo en otros frentes, como Austria, Prusia, Polonia, Italia, España. Siempre al mando de unidades de caballería.
Precisamente, le pilló el Dos de Mayo de 1808 en Madrid.
Estaba alojado en la casa de un noble, en la plaza del Ángel, muy cerca de la Puerta del Sol, cuando se produjo la mayor refriega entre los franceses y los españoles.
Posteriormente, fue nombrado gobernador de Madrid y tuvo que reprimir esas revueltas populares.
En la campaña de Rusia fue nombrado jefe del III Cuerpo de Caballería y, ya en Moscú, le fue encomendada la jefatura de la escolta de Napoleón, llamada, popularmente, “El escuadrón sagrado”  compuesta, exclusivamente, por oficiales de alta graduación. Está muy claro que el emperador conocía quiénes eran sus militares más leales.
Lógicamente, también participó en la dramática retirada de las fuerzas napoleónicas del territorio ruso.
Con el regreso de la monarquía, en la persona de Luis XVIII, no se le perdonó que hubiera apoyado a Napoleón, a pesar de su origen noble. Así que tuvo que abandonar el Ejército.
Tras el regreso del emperador de la isla de Elba, volvió al servicio activo, dentro de las fuerzas imperiales. Se le encomendó el mando de las fuerzas de reserva de Caballería y derrotó en el sur de Francia a las tropas del duque de Angulema.
Posteriormente, se unió a las tropas de Napoleón, para enfrentarse a las fuerzas de la Séptima Coalición, que se había formado urgentemente, a petición del Congreso de Viena. 
Fue todo tan rápido que el mismo general Wellington tuvo que abandonar un baile en Bruselas, para ponerse al frente de sus tropas.
El emperador hizo avanzar sus fuerzas en forma de Y griega, hacia Bélgica. 
Uno de los brazos de la misma estaba al mando del mariscal Ney y el otro, al mando de Grouchy.
Antes de que comenzara la batalla de Waterloo, Napoleón, vio muy claro que la clave de la victoria estaba en que no se unieran las fuerzas aliadas de los británicos con las de los prusianos. 
Así que le dio una orden muy clara a Grouchy, tenía que perseguir a las fuerzas del general prusiano von Blücher para desviarlos del lugar del enfrentamiento a fin de que no intervinieran en la batalla.
Entre el 18 y el 19 de junio de 1815, los franceses y los prusianos jugaron a perseguirse, como un gato y un ratón.
Antes del comienzo de la batalla de Waterloo, las fuerzas de Grouchy se enfrentaron a tropas prusianas en Ligny, venciendo los galos.
Sin embargo, Wellington, vio claro que iba a necesitar muy pronto esas fuerzas prusianas. Así que pidió que volvieran con refuerzos. Hasta entonces, se dedicó a defenderse de los ataques franceses. Este general británico se hizo famoso por lo bien que sabía defenderse, porque casi nunca tomaba la iniciativa a la hora de atacar.
Además, tuvo la habilidad de elegir las mejores posiciones para la batalla. Parece ser que ya había explorado ese terreno, anteriormente.
Lo que hizo von Blücher fue encargar al general von Thielmann que distrajera a las fuerzas francesas, mientras él llevaba el grueso del ejército para socorrer a Wellington.
Pronto, los franceses, comenzaron a escuchar el ruido de los cañonazos en la lejanía. Estaba muy claro que la gran batalla había comenzado.
Varios de sus oficiales fueron a hablar con Grouchy y allí se dieron cuenta de que su jefe era un hombre tremendamente disciplinado, pero que carecía de iniciativa.
Ciertamente, era un tipo valiente, pero nunca fue un temerario, como Murat, ni un inconsciente, como Ney. No obstante, había recibido 19 heridas a lo largo de su vida militar.
Napoleón le había estado enviando correos en los que le pedía que no perdiera de vista a los prusianos y los mantuviera alejados de la batalla. No obstante, cuando perdió el contacto con el emperador, no se le ocurrió obrar por su cuenta, sino que siguió haciendo lo mismo.
Habría que decir, en su descargo, que el emperador, le había enviado algunas órdenes claramente contradictorias.
Sus oficiales, entre ellos, el famoso mariscal Gerard, fueron a pedirle que les dejara ir a la batalla. Sin embargo, Grouchy, se negó a ello, argumentando que no había recibido ninguna contraorden del emperador y seguiría persiguiendo a los prusianos.
Curiosamente, Napoleón, era un militar que siempre había fomentado que sus mandos utilizaran la iniciativa propia para solventar estos problemas, durante el combate. Lo cierto es que esta vez no disponía de sus mejores generales. Muchos de ellos estaban ya jubilados o no quisieron unirse a sus tropas.
Sin embargo, los prusianos, consiguieron darle esquinazo a
Grouchy. Dieron la vuelta y, cuando Napoleón, ya veía la batalla como ganada, se presentaron en la misma.
Al mismo tiempo, el bueno de Grouchy, que se hallaba a pocos kilómetros del lugar de la batalla, ni siquiera se le ocurrió acercarse a la misma, porque nadie se lo había ordenado. Continuó buscando por todas partes a los prusianos, sin sospechar que ya habían acudido a la batalla.
Napoleón siempre tuvo muy claro que, si Grouchy hubiera acudido con sus tropas, la victoria hubiera estado del lado francés, pero, según dijo no se presentó allí “no porque él haya tenido la intención de traicionarme, sino porque le faltaba energía”.
Parece ser que Napoleón era un tipo que sabía mover muy bien a sus tropas.
A pesar de que la mayoría de sus fuerzas siempre habían estado compuestas por franceses, para quedar bien con ellos, en muchas batallas, no dudó en desplegar en la vanguardia a los voluntarios extranjeros que se había unido a sus tropas.

En la campaña de Rusia, de las 300.000 bajas que tuvo su ejército,
sólo un 10% de ellos eran franceses. Supongo que era una forma de quedar bien con sus conciudadanos y de ganarse su apoyo. Además, parece ser que nunca se fio demasiado de los voluntarios extranjeros.
Precisamente, alguno de los generales extranjeros, que habían estado bajo su mando, ahora estaban en   el bando de Wellington.

Volviendo a nuestro personaje de hoy, hay que decir que los prusianos se enfrentaron con una fuerza de unos 17.000 hombres contra las tropas de Grouchy, que les doblaban en número. 
El enfrentamiento, llamado, posteriormente, batalla de Wavre, quedó en tablas, pero duró el tiempo suficiente para que el grueso de las fuerzas prusianas se pudiera incorporar a Waterloo.
Cuando Grouchy, a la mañana siguiente,  se enteró de su tremendo error, sólo hizo una cosa correcta, retirarse ordenadamente y conducir sus tropas hacia París. Fue toda una hazaña, pues consiguió zafarse de todas las tropas enemigas y no perdió ni un solo hombre.
De todas formas, según parece, en esa batalla se batieron todos los records de la improvisación.
Napoleón se presentó al mando de sus tropas en un estado físico deplorable. Padecía cistitis y hemorroides, que se habían agravado al cabalgar durante varias horas y no le habían dejado dormir.
No era muy mayor, pues sólo tenía 46 años. Unos meses más que su oponente, Wellington. Sin embargo, en el caso de von Blücher, ya había cumplido los 72, aunque poseía un envidiable buen estado físico y no le importaba combatir junto a sus tropas.
El mariscal Ney, viendo que Napoleón no estaba en plena forma, quiso pensar por su cuenta. Así que, como le pareció que Wellington había ordenado retroceder a sus tropas, no se le ocurrió otra cosa que ordenar una carga con todas las unidades de caballería. Al llegar a la cima de la colina, estos miles de jinetes, se encontraron con los británicos, que habían formado en cuadros, matando a muchos franceses y dejando a Bonaparte sin caballería.
Incluso, un militar británico, el teniente general Thomas Picton, que había perdido su equipaje, fue al combate, encabezando sus tropas de infantería, vestido de civil y “armado” con un ridículo paraguas, en lugar del correspondiente sable. No hará falta decir que se lo cargaron a la primera. No obstante, algunas malas lenguas dicen que podría haber recibido un disparo de sus propias tropas, pues era muy odiado por sus soldados.
De todas formas, eso debería de ser normal entre los oficiales británicos,
porque Wellington siempre hablaba muy mal de las tropas que tenía bajo su mando.
Por el contrario, Napoleón y sus oficiales mimaban a sus tropas y
siempre ascendían a sus soldados sólo por sus méritos en combate y no por su cuna. Solía decir que “todo soldado francés lleva en su mochila el bastón de mariscal”. Era cuestión de ganárselo a pulso.
Curiosamente,  el mismo general Cambronne, jefe de la famosa Guardia Imperial francesa, que no quiso rendirse a los aliados,  casó con una dama británica, unos años más tarde.
Tras el destierro de Napoleón a Santa Elena, Grouchy, fue mal visto por todos sus antiguos compañeros. Incluso, se le acusó de traición, para intentar enfrentarle a un consejo de guerra y condenarle a muerte, pero no se llevó a cabo.
Por si acaso, como otros muchos bonapartistas, tomó el camino del exilio hacia América, donde vivió varios años. De hecho, figuraba en la lista de los traidores que elaboró el ministro Fouché y se la presentó a Luis XVIII.
Con él,  viajaron sus dos hijos, Alphonse y Víctor, que también eran militares. Los tres llegaron a Baltimore a comienzos  de 1816. Para no ser reconocido, nuestro personaje utilizó documentación falsa a nombre de Charles Gauthier.
En 1818, el general Gourgaud, que había acompañado a Napoleón al exilio en Santa Elena, publicó una obra llamada “La campaña de 1815”. En ella, su autor, criticaba duramente la actuación de Grouchy en Waterloo. 
Poco más tarde, nuestro personaje le contestó con otra obra “Observaciones sobre la campaña de 1815”, donde rebatía todo lo dicho por el anterior. Posteriormente, publicó varios escritos más, donde intentaba explicar su comportamiento en Waterloo.
En 1821, fue amnistiado y volvió a Francia, aunque tuvo que seguir aguantando que le consideraran como el culpable de la derrota en Waterloo.
En 1830, el rey Luis Felipe, le restauró sus rangos de mariscal y de par de Francia. Algo que no gustó a muchos de sus antiguos compañeros.
Hasta el propio escritor austriaco, Stephan Zweig, en su obra “Momentos estelares de la Humanidad”, le echa toda la culpa a Grouchy de la derrota de Napoleón en Waterloo.
Sin embargo, yo pienso que Ney también tuvo una gran parte de culpa, al cargar con toda la caballería francesa contra los cuadros británicos. Fracasó en el intento y, de paso, Napoleón, le echó una gran bronca, porque, prácticamente, se quedó sin jinetes para oponer a los  de los aliados.
Lo cierto es que las fuerzas de los aliados eran mucho más numerosas que las de Napoleón. 
La única posibilidad que tenían, para poder alcanzar la victoria, era enfrentarse primero a uno y luego a otro. 
Eso lo sabía perfectamente Bonaparte y, por ello, le encargó a su fiel mariscal Grouchy que alejara a los prusianos de la batalla.
Lo que no llegó a saber nuestro personaje es que los prusianos dividieron sus fuerzas en dos.
Así, dejaron una pequeña parte de las mismas para entretener a Grouchy, mientras que el grueso del Ejército dio la vuelta y se presentó a tiempo en la batalla.
Si Grouchy hubiera dejado de perseguir a los prusianos, éstos se hubieran presentado, al completo, en la batalla, y, al ser más que las tropas francesas, también les hubieran vencido.
Aunque parezca mentira, el único que nunca le culpó de nada fue el propio Napoleón. 
Él sabía perfectamente que Grouchy se había portado de la manera en que él le había enseñado y nunca había dejado de serle fiel. Es lo que tiene hacer prevalecer la disciplina por encima de la razón, algo que en España nunca podremos entender. 
No se puede exigir a una persona que deje de pensar por su cuenta y luego echarle en cara que no lo haya hecho.
Muy a pesar de la gente que pedía su cabeza, el mariscal Grouchy, murió plácidamente en 1847, a la edad de 80 años, en una ciudad cercana a los Alpes. 
Además, su cadáver fue enterrado en el famoso cementerio parisino de Père Lachaise.


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6 comentarios:

  1. Visité el cementerio de Père Lachaise a principios de los noventa y vi su tumba. Era una de las pocas que estaban descuidadas, se ve que seguía despertando pocas simpatías.

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    1. Efectivamente, parece ser que los bonapartistas aún no lo han olvidado. De todas formas, él se limitó a cumplir con lo que le habían ordenado, porque nunca tuvo iniciativa propia. Realmente, su fallo fue que se dejó escapar a von Blücher y pudo intervenir en la batalla.
      Si nuestro personaje hubiera abandonado la persecución de los prusianos, también habrían perdido, los franceses, esa batalla, porque su número era muy inferior al de los aliados.
      Saludos y muchas gracias por su comentario.

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  2. Pienso que la mayoría que ha leído ¨ Momentos Estelares de Humanidad¨ sobre todo en su adolescencia, no haya terminado odiando a Grouchy.

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    1. No deja de ser una novela. Un historiador no debe tomar partido por ninguna de las partes.
      Saludos y muchas gracias por su comentario.

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  3. Nadie pretende aplicarle el rigor histórico a una novela, solo comentaba por así decirlo una anécdota juvenil. Pienso al igual que tu, que la suerte de Napoleón ya estaba echada de antemano con Grouchy o si el, a un triunfo en Waterloo hubiera venido la derrota...era solo cuestión de tiempo.

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    1. Eso no lo tengo yo tan claro, porque los aliados pusieron casi toda la "carne en el asador" para derrotar a Napoleón en Waterloo.
      Si Napoleón hubiera vencido en esa batalla no sé si los aliados les hubieran opuesto más tropas, pues el Reino Unido tenía un Ejército muy pequeño y, si lo perdía, dudo mucho que hubiera seguido movilizando a los demás países contra Napoleón.
      Sólo hay que ver las escasas tropas que enviaron a la Península y los pocos refuerzos que enviaron para suplir las bajas.
      Muchas gracias por tu comentario y saludos

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