Esta vez, voy a cambiar de
tercio. En principio, tras mirar el título del artículo, se podría pensar que
me he pasado del campo de la Historia al de las creencias irracionales. Sin
embargo, ya veréis cómo no es así.
Los que han venido leyendo mis artículos,
habrán notado que la época de Felipe II fue bastante convulsa. No me refiero
solamente a las guerras, las conspiraciones de palacio, el intento de sublevación
de su hijo y algunas cosas más.
En esta ocasión, voy a contar
otra de esas conspiraciones, cuyos autores la habían disfrazado como si se tratara
de otra cosa.
Nuestra protagonista de hoy,
Lucrecia de León, nació en Madrid, posiblemente, en 1567 o al año siguiente. Sobre
eso, no se ponen de acuerdo los especialistas.
Su familia era muy modesta,
siendo su padre un humilde mercader. Así
que su educación fue muy escasa, aunque parece ser que se trataba de una
persona muy inteligente.
Muy pronto, la colocaron como
sirviente de una familia importante y próxima a la Corte de Felipe II.
Algunos de sus contemporáneos afirmaban que se parecía a la imagen de Eva en la famosa pintura de Van der Eyck.
Parece ser que muy pronto se hizo
famosa a través de sus sueños de los que despertaba dando muchos gritos y
despertando a toda su familia.
Más tarde, mientras su padre le
decía que no se los contara a nadie, ella lo hacía a cambio de dinero.
Con sólo 12 años tuvo un sueño,
donde vio una procesión mortuoria con
los emblemas reales, por las calles de Badajoz. Su padre le preguntó si había
visto al rey muerto y ella le dijo que
no. Unos meses más tarde, murió allí la reina y, en principio, fue enterrada en
esa misma ciudad.
Tras acertar de lleno, cuando
profetizó que, en uno de sus sueños, había visto la derrota de la famosa Armada
Invencible, todas las miradas giraron hacia ella.
De hecho, en muchos lugares de España
se utilizaban los curanderos y saludadores. Estos últimos realizaban una
actividad muy curiosa. Consistía en recorrer los pueblos al objeto de repartir
su salud entre los moradores y animales domésticos, que habitaran en el lugar.
No sólo eran hombres, sino que también había mujeres que se dedicaban a ese
curioso oficio.
Se cree que no daban abasto
cuando circulaba por los pueblos alguna plaga, como la peste o la rabia y los
campesinos no sabían cómo salvar su ganado.
Parece ser que decían hablar con
el ganado y luego les “convencían” para que se portaran bien con sus dueños. Al
final, les santiguaban.
Algunos pensarán que esto es muy
antiguo, sin embargo, se sabe que estos personajes, han actuado hasta el siglo
XIX en algunos lugares de España.
Otro ejemplo de que el mundo no
se había desprendido, por completo, de la cultura medieval es que, en pleno
siglo XVI, se seguían dando clases de
Astrología en la propia Universidad de Salamanca.
Casualmente, Alonso, era también el confesor de la dama para la que
trabajaba, como sirvienta, Lucrecia.
Curiosamente, si observamos la lista de los clérigos, que, por
aquella época, estaban destinados en la catedral de Toledo, podremos ver que
hay muchos que se apellidaban Mendoza. Me da que eso no es una mera casualidad,
sino que, posiblemente, se hallaban ahí, porque era el mayor centro de poder de la
Iglesia católica española y, más o menos, todos ellos representaban a un mismo linaje.
Otro aspecto importante de esta historia
es que se acababa de conocer el desgraciado incidente del secretario Antonio
Pérez y buena parte de la sociedad estaba dividida entre dar su apoyo al
monarca o a su antiguo secretario.
Supongo que todo esto viene desde
que Constantino el Grande hizo esa especie de pacto con la Iglesia cristiana,
que se formalizó con el Edicto de Milán, en el 313 d. de C.
Todo este rollo viene porque el
canónigo Alonso de Mendoza, que era partidario de Antonio Pérez, cogió bajo su
protección a Lucrecia. Él junto a otro clérigo llamado fray Lucas de Allende, que
era el confesor de Lucrecia, se dedicaron a tomar nota de todo lo que decía esta
chica y, más tarde, por supuesto, lo interpretaban de la manera que más convenía
a sus intereses.
En su afán por fastidiar los
últimos años del reinado de Felipe II, se aventuraron a interpretar de una
manera cada vez radical sus nuevos sueños.
Dicen que el libro de cabecera de
Alonso de Mendoza era “La interpretación de los sueños”, de Artemidoro de
Éfeso.
Esta vez dijeron que Lucrecia
había soñado que, a causa de la mala política de Felipe II, se llegaría al
final de España y de la Iglesia Católica. Esto ya eran palabras mayores, así
que el rey pidió la intervención, en este caso,
de su fiel Inquisición.
Al mismo tiempo, habría una
rebelión general de los moriscos, que aún residían en la península, para
facilitar estas invasiones.
Casualmente, el propietario de la
zona donde se hallaba esa cueva era Cristóbal de Allende,
hermano del clérigo
citado anteriormente. También era el tesorero de lo recaudado entre los
miembros de esa nueva congregación. Era una forma de que todo quedara en casa.
Así que la gente crédula, entre
los que se hallaban algunos personajes muy importantes, como el afamado
arquitecto Juan de Herrera, fundaron la llamada Sociedad de la Nueva
Restauración, que, se supone, la
formarían los elegidos para salvarse en esa cueva. Según se dice, este
arquitecto, se encargó de acondicionar esa cueva para que pudiera ser utilizada
por los que fueran a refugiarse en ella.
Para buscarse aún más enemigos,
los intérpretes de sus sueños, se atrevieron a
decir que un nuevo rey reconquistaría el país. Expulsaría a todos los
invasores. Incluso, echaría a los moros de Jerusalén y hasta trasladaría la
sede papal de Roma a Toledo. Evidentemente,
el nuevo Papa, también sería español.
No obstante, Alonso Franco de
León, padre de Lucrecia y natural de
Valdepeñas, parecía cada vez más preocupado por el futuro de su hija, pues, según
argumentaba, ya había visto a muchos, que se dedicaron a estos mismos menesteres,
y acabaron siendo quemados públicamente por la Inquisición.
Sin embargo, su madre, Ana
Ordóñez, estaba muy contenta, porque, gracias a los múltiples regalos que
recibía su hija, la situación económica de la familia había mejorado mucho.
Lucrecia también se mostraba muy
alarmada por los temores de su padre. Seguramente, por ello, visitó a su
antiguo confesor, el cual no la trató nada bien, por haber dejado de serlo.
Incluso, se atrevieron a
calificar a Felipe II como un ser inhumano, al que despreciaban tanto en sus
vastos reinos, como en su propia familia.
También es necesario aclarar que
el canónigo Alonso de Mendoza, que, posiblemente, pertenecía a la familia de
los duques del Infantado, estaba apoyado
por el Inquisidor general y arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga.
Precisamente, este último, fue el que puso en libertad al famoso Fray Luis de
León. También es el que aparece en el célebre cuadro del Greco "El entierro del conde de Orgaz".
En este momento, entra un nuevo
personaje en nuestra narración. Se trata de un antiguo soldado de origen navarro, llamado
Miguel de Piedrola Beamonte.
Según lo que narró a los
interrogadores de la Inquisición, fue educado por un clérigo, hasta que se
enroló en los Tercios y estuvo luchando en Sicilia.
Dijo haber tenido la mala suerte
de haber sido capturado por los turcos y llevado hasta la actual Estambul. En
varias ocasiones, intentó huir de allí, hasta que lo consiguió.
También dijo haber escrito
algunas profecías, que le envió a Felipe II y éste le premió con una renta y el
privilegio de poder investigar en los archivos sobre los antiguos reyes de
Navarra, pues afirmaba pertenecer a ese linaje.
Entre sus profecías, podemos
citar la muerte del príncipe Carlos, la de don Juan de Austria, el
fallecimiento del Papa Gregorio XIII y adivinar quién le sustituiría, Sixto V.
Su fama aumentó de tal modo, que
a su casa llegaban todos los días un montón de personas, pidiéndole que les
adivinase su futuro. Hasta algunos clérigos hablaban de él como de un nuevo
profeta.
Este nuevo personaje ya tenía
relación con Lucrecia, porque, en los sueños de ésta, aparecía como el hombre
que iba a salir de esa cueva, con los supervivientes de la invasión, para
realizar una nueva reconquista y ser proclamado nuevo rey de España, ya que,
según decía, pertenecía a la antigua casa real de Navarra.
A primeros de mayo de 1590, el inquisidor de Toledo, don Lope de Mendoza, recibió la orden de confiscar todos los documentos que hallase en
el domicilio de Alonso de Mendoza. Parece ser que, al principio, quizás por amistad
o parentesco con el acusado, se resistió a hacerlo. Sin embargo, unos días
después cumplió esas órdenes a rajatabla.
Posteriormente, Alonso, fue condenado a 6
años de cárcel y luego recluido en el monasterio jerónimo de la Sisla, cercano
a Toledo donde murió unos años más tarde.
La misma Lucrecia, que acababa de
comprometerse con Diego de Vitores Texeda y se hallaba embarazada, también fue
detenida y sometida a varios interrogatorios. De hecho, dio a luz en prisión.
En 1595 participó en un auto de
fe, que se celebró en el patio del convento de Santo Domingo, en Toledo. Allí la
vistieron con un sambenito, una vela y una cuerda alrededor del cuello. De hecho,
en ese momento se enteró de que no había sido condenada a muerte. Es posible que
eso se debiera a que, hasta 1594, año de la muerte de Gaspar de Quiroga,
inquisidor general y arzobispo de Toledo, éste los habría protegido a ella y a
Alonso de Mendoza.
Seguramente, por ello, aunque fue
acusada nada menos que de blasfemia, sedición, falsedad, sacrilegio y algunas cosas
más, sólo fue condenada a cien azotes, destierro de Madrid y reclusión durante
dos años en un convento. Ni siquiera la azotaron ese día, porque el verdugo no
acudió al auto.
Lo curioso es que no la querían
en ningún convento, salvo que pagara el alojamiento para ella y su hija. No fue
así, porque su padre tampoco quiso ayudarla.
Al final, fue a parar al hospital
de San Lázaro, de Toledo, de donde tuvo que ser evacuada, para no ser
contagiada por las graves dolencias de los enfermos allí ingresados. Parece ser
que este centro estaba especializado en los afectados por la tiña, la lepra o
la sarna.
Posteriormente, la ingresaron en
el Hospital de San Juan Bautista. Conocido, actualmente, como Hospital de
Tavera.
Poco más se puede decir sobre esta
extraña mujer. Tras su ingreso en ese centro no se supo más de ella.
Algunos autores piensan que esta
rebelión dentro de la Iglesia contra ese monarca pudo venir porque, una de las
consecuencias de las varias bancarrotas que hubo durante su reinado, fue que el
Estado se quedara con algunos de los impuestos, que tradicionalmente, cobraban
los clérigos a sus feligreses.
Eso lo entendió muy bien este
rey, porque se sabe que se interesó, personalmente, para que Piedrola no
pudiera salir jamás de su encierro, ni tener contacto con nadie, que no fueran
sus guardianes en el castillo de Guadamur. Incluso, dio unas claras
instrucciones para que se destruyera toda la correspondencia entre el monarca y
Piedrola.
Espero que os haya gustado el
artículo, aunque esta vez reconozco que me he extendido mucho.

























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