ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

sábado, 14 de mayo de 2016

ALI BEY, EL ESPÍA DE GODOY



Bueno, después de un tiempo en el que no he podido  escribir, ni publicar por ciertos motivos de salud, voy a intentar  realizar nuevos artículos a un ritmo parecido al que lo hacía antes.
Esta vez os voy a contar la historia de un aventurero español muy notable. Como tantos otros españoles, hoy en día, es mucho más conocido en otros países que en España.
Seguro que todos habéis tenido alguna vez muchas ganas de dejar vuestros rutinarios oficios y embarcaros en alguna aventura, para olvidar esa vida tan anodina.
Esto es algo que me recuerda a los famosos cómics de superhéroes. En ellos, siempre se ve a un personaje que lleva una vida gris y es poco apreciado por sus amistades. Sin embargo, tras vestirse de una determinada manera, obtiene unos superpoderes que le permiten enfrentarse a cualquier amenaza y entonces sí que consigue ser admirado por sus conciudadanos.
No voy a divagar más y ya entro en materia. El nombre real de nuestro personaje de hoy era Domingo Badía i Leblich y nació en Barcelona en abril de 1767.
Su padre, Pedro Badía, era un administrador civil del Ejército. Concretamente, trabajaba en la Ciudadela de Barcelona.
Su madre Catherine Leblich, era de origen belga. Por supuesto, en aquella época, aún no existía ese país, sino que era parte del Sacro Imperio. Los llamados Países Bajos Austriacos.
En 1778, su padre fue nombrado contador de guerra y tesorero del partido judicial de Vera, en Almería. Hacía allí se trasladó toda la familia.
Con 14 años, Domingo,  ya empezó a trabajar dentro de la Administración, al igual que su padre. No obstante, siempre fue una persona con muchas inquietudes, alimentadas por su gran afición a la lectura. No le pegaba mucho eso de ser funcionario.
Algunos dicen que, en esa zona, se despertó su interés por el mundo musulmán. No hay que olvidar que los moriscos habían sido expulsados de España solamente un siglo antes, en 1609, y, seguramente, quedaban muchos rastros de ellos por esos pueblos. De hecho, parece ser que allí empezó a estudiar árabe.
En 1791, se casó con María Luisa Burruezo, a la que siempre llamó, en sus cartas, cariñosamente, Mariquita.
Al año siguiente, la pareja se mudó a Córdoba, donde nuestro personaje ocupó el puesto de administrador de las rentas del tabaco.
Allí, influido por los progresos de la Ciencia, construyó un globo, con el que pretendía volar. También es posible que le llegaran estos conocimientos por pertenecer a la Sociedad de Amigos del País. Incluso, llegó a publicar un ensayo sobre estas aeronaves.
Obtuvo el permiso del Consejo de Castilla para intentar sobrevolar la zona con su globo al que llamó Guadalupe. Parece ser que su idea era hacer con este aparato, una serie de observaciones meteorológicas y también comprobar si sería factible dedicarlo al transporte de grano, para abaratar los costes. Desgraciadamente, no lo consiguió, tras haberlo intentado en diversas ocasiones.
Así, su propio suegro, hizo gestiones ante el citado Consejo, para que le retiraran el permiso, cosa que consiguió.
De esa manera, nuestro personaje, se vio de pronto sin poder utilizar su globo y casi arruinado, pues había gastado buena parte de su patrimonio en el invento.
También perdió su trabajo. Así que se trasladó a Madrid, con su esposa, donde trabajó como secretario de un militar y como bibliotecario. Un trabajo idóneo para una persona tan apasionada por la lectura.
En 1801, después de haberse documentado muy bien sobre África, se atrevió a presentarle, al mismísimo Godoy, un plan para visitar el norte de ese continente, a fin de recabar conocimientos sobre él, que no teníamos en España, ni en ningún país de Europa.
Contra todo pronóstico, Godoy, le hizo caso, pero utilizándolo para lograr sus intereses de tipo político y militar.
España atravesaba, por entonces, una gran carestía de cereal. El Gobierno español se puso varias veces en contacto con el sultán de Marruecos a fin de que nos vendiera el grano, pero siempre se negó alegando que España era un país cristiano.
Así que las intenciones de nuestro Gobierno pasaban por adueñarse de Marruecos o bien poner a otro sultán en el trono, que fuera más favorable a los intereses españoles.
La idea de Badía era viajar allí, disfrazado de árabe, y usando esa lengua, demostrar su fe musulmana y su conocimiento del Corán.
No obstante, como se iban a dar cuenta de que no tenía los suficientes conocimientos del árabe, la estrategia que utilizó siempre fue ir diciendo que era un príncipe Abassí, nacido en Siria, de padre turco y criado en Europa, desde muy pequeño, por lo que casi había olvidado ese idioma.
Para empezar, se fue a Londres, donde pudo adquirir todo lo necesario para el viaje, incluyendo ropa árabe, instrumentos de todo tipo, regalos para el sultán. Sin olvidar hacerse la circuncisión para que no descubrieran que no era musulmán.
En este viaje le acompañó el conocido botánico Simón de Rojas Clemente, que le enseñó dónde tenía que adquirir todas esas cosas, además del idioma y la cultura árabe.
En 1803, ya se aventuró a entrar en Marruecos. Al llegar, les pareció un tipo raro, pero le dejaron pasar. En sus cuadernos se dedicó a anotar todo lo que veía. Incluyendo, datos históricos, etnográficos, demográficos, conversaciones, etc.
En sus descripciones suele omitir sus impresiones y sólo aporta datos objetivos. Sin embargo, solía escribir cartas cariñosas a su familia. También escribió un diario, donde expuso sus opiniones personales, sobre cada momento y los lugares donde estuvo.
Tras la llegada del sultán de Marruecos a Tánger, se presenta ante él, como si fuera un sabio venido de otro país, concretamente, de Alepo, en Siria,  y le lleva multitud de regalos. Entre ellos, algunas armas de fuego y pólvora, compradas en el Reino Unido.
Parece ser que le cayó bien al sultán y se fue con él a Marraquech, donde le regaló un palacio para vivir cómodamente, aparte de unos cuantos esclavos.
Una de las cosas que mosqueó a los árabes es que no tuviera mujeres. Él se defendió alegando que, primero quería hacer la peregrinación a la Meca, para cultivar su espíritu. Evidentemente, él ya estaba casado en España y tenía varios hijos.
Ya entonces hizo sus primeros contactos con el hermano del sultán, para ver si era posible que, ya que criticaba la política realizada por su hermano, se atreviera a rebelarse contra él y deponerle del trono.
Se sabe que Ali, por si acaso, contactó con el Gobierno español, para que fueran preparando una fuerza de invasión, que estuviera preparada en Ceuta, al objeto de que cruzara la frontera en el momento en que se produjera la rebelión contra el sultán.
Parece ser que el Gobierno envió esas tropas al sur de España, pero no llegaron a cruzar el
Estrecho. Parece ser que el sultán fue alertado por alguien y ordenó que varias unidades de su Ejército se colocaran en la frontera.
Cuando Ali se enteró de este movimiento, escribió inmediatamente al Gobierno español, rogándole que las tropas no desembarcaran en Ceuta, sino en Melilla, donde no había tropas enemigas, aunque fuera un viaje un poco más largo.
Una cosa que ha caracterizado a todos los gobernantes que ha tenido España es su facilidad para cambiar de opinión. Carlos IV no fue ajeno a esta costumbre y, cuando estaba todo pendiente de una orden suya, decidió cambiar de planes y no realizar esa invasión.
No es posible saber por qué lo hizo. Quizás, porque había llegado a algún tipo de acuerdo con el sultán o para prevenir que Francia se interpusiera y estropeara los planes españoles.
Lo cierto es que, seguramente, el sultán se enteró de los planes de Ali y del Gobierno de España. Así que ordenó que nuestro personaje fuera expulsado inmediatamente de su reino.
Su nave partió con destino a Trípoli y, más tarde, hacia Alejandría y la Meca. Lo cierto es que el barco tardó demasiado en llegar a su destino a causa del mal estado del mar. Incluso, recaló durante bastante tiempo en Chipre, antes de dirigirse hacia Alejandría.
Por fin, en 1806, se dirige desde el Cairo hasta Suez para, desde allí, dirigirse hacia la ciudad sagrada de la Meca, vedada para cualquier occidental.
A mediados de 1807 consiguió llegar a la Meca. Nada menos que 15 meses después de su expulsión de Marruecos.
Fue el primer viajero occidental que pisó esa ciudad. Aportó un montón de datos de la misma. Incluidos varios dibujos que todavía se utilizan hoy en día, pues no se conserva casi nada de la ciudad, tal y como él la vio.
Para no llamar la atención y, como, por entonces, ya estaba muy metido en su papel, se dedicó a hacer lo mismo que el resto de los peregrinos musulmanes.
También allí, el sultán de la zona, reclamó su presencia. Nuestro personaje logró convencerle de que era una especie de príncipe árabe, nacido en Alepo. Tuvo suerte de que no le descubrieran, porque tenían la costumbre de ejecutar a todos los intrusos que pillaban en esa ciudad.
Parece ser que se siguen usando los planos realizados por Ali Bey, para ilustrar algunas ediciones actuales del Corán, porque no tienen otros sobre el templo tal y como estaba antes.
De allí, se fue a Jerusalén. Incluso, llegó a entrar en el templo, donde no podían pisar los occidentales. Su periplo final le llevó hasta Turquía, para emprender el viaje de vuelta a España.
Cuando llegó, se encontró con un país muy cambiado, pues acababa de empezar la Guerra de la Independencia, contra el invasor francés.
Como se suponía que él había trabajado a las órdenes de Carlos IV, fue a verle a su exilio, en Francia, a fin de  entregarle toda la documentación de su misión.
Para su sorpresa, el monarca, no la aceptó y le dijo que eso pertenecía a España. Así que tendría que volver a Madrid para entregarla al nuevo gobierno español, encabezado por José I Bonaparte.
El nuevo monarca agradeció mejor sus servicios y le nombró gobernador de Segovia y luego de Córdoba, aunque no por mucho tiempo, ya que alguien le denunció por una presunta malversación de caudales públicos y lo cesaron de su cargo.
El problema es que, al aceptar esos cargos del rey francés, el pueblo lo vio como un afrancesado más. Así que tuvo que exiliarse, acompañado por el ejército francés en retirada.
Más tarde, en Francia, hizo una serie de gestiones, para que le permitieran regresar, pero se negaron a permitirle la entrada.
Así que, un tiempo después, en 1812, se dedicó a publicar, en ese país,
sus memorias,  las cuales se editaron en varios idiomas y fueron utilizadas por los nuevos viajeros que se atrevieron a visitar esa zona.
En 1818, se atrevió a hacer un nuevo viaje por esos territorios, pero esta vez a las órdenes del Gobierno francés.
Sus planes eran llegar a la Meca. Desde allí, cruzar hacia Egipto y dirigirse hacia el sur, hasta el nacimiento del Nilo. Por último, llegar a la desconocida ciudad de Tombuctú.
Llegó algo enfermo a Damasco. Allí, no encontró a un amigo médico francés con el que se tenía que entrevistar. Así que no le quedó más remedio que dejarse tratar por un médico local.
Parece ser que siempre sospechó de éste, ya que pensaba que, en vez de intentar curarle, le estaba envenenando. Así que mandó a París unas muestras de la medicina recetada, para que le dijeran si era un veneno o no.
Lo cierto es que en París analizaron el medicamento, pero Ali no llegó a conocer la respuesta, pues murió antes. Parece ser que los científicos franceses dijeron que no era un veneno, sino un preparado farmacéutico a base de ruibarbo.
Así que se puede atribuir la muerte de nuestro personaje, con poco más de 50 años,  a causas naturales.
Fue enterrado de acuerdo con el ceremonial musulmán en una zona que se encuentra en la actual Jordania.
Una muerte más de un español, que fue olvidado por su país y que, por lo menos, fue reconocido por Francia.
Incluso, en su época, fue muy admirado por los grandes exploradores von Humboldt y R. Francis Burton.
No se conoció la verdadera identidad de Ali Bey hasta que, en 1836, se tradujo su libro al español. En el prólogo del mismo, se indicaba que su verdadero nombre era Domingo Badía.
Ese mismo año, Manuel Godoy, publica sus Memorias, donde reconoce que este gran aventurero y explorador fue agente suyo.

1 comentario:

  1. En primer lugar, quiero darte nuevamente la bienvenida al mundo del blogero. Se echaban de menos tus artículos. Pues sí que me gustaría embarcarme en alguna aventura, la de viajar por los lugares de los sitios de los que escribo, y también de los que escriben otros.

    Otra vez has dado con un personaje del que no se conoce mucho. En seguida me he preguntado si el hecho de que la madre de Bey sea extranjera, influyó de alguna manera en que fuera espía.

    Lo que me ha sorprendido bastante es su interés en la ciencia; no se suela hablar mucho de esas cosas en personajes históricos si no están vinculados estrictamente a la ciencia. Es alucinante que, para los medios que había en la época, que eso no significara un freno para intentar volar. Encanto de suegro, menos mal que le fue bien en su siguiente trabajo.

    Y era un ser avanzado a su tiempo con su proyecto de estudiar África. ¿No te recuerda un poco, ese empuje, al que tuvo Champollion cuando estudió Egipto? Eso sí, me parece un poco complicado lo que pensó Godoy para compensar la escasez de cereal. Creo que, en vez de pensar en apropiarme de un país, me hubiera tomado mi tiempo para negociaciones. O qué pensaba Godoy ¿que los marroquíes les iban a recibir con los brazos abiertos? No todo se arregla con el mejor de los espías, ni con la más brutal de las invasiones.

    Volviendo a Bey, y sin ánimo de hacer un chiste fácil, se ve que en la época Londres ya era un sitio apropiado para irse de compras, aunque lo de hacerse la circuncisión creo que fue llevar las cosas demasiado lejos. Lo que no sé es por qué no se le ocurrió decir que ya tenía esposa en España, no una sino varias. ¿Quién iba a viajar para comprobarlo? En cuanto al cambio de opinión del rey, igual fue por despecho. ¿Cómo podía hacerle gracia que saliera adelante un plan que fraguó el amante de su mujer? Por otra parte, me sorprende que haya ediciones ilustradas del Corán con dibujos de un occidental, al que se debió agradecer mejor su gesto de lealtad al depuesto rey que, presumiblemente, no hizo nada porque no se le tomara por afrancesado ni porque volviera a España.

    Gran artículo, Aliado. No te pongas enfermo.

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