Bueno, después de un tiempo en el
que no he podido escribir, ni publicar
por ciertos motivos de salud, voy a intentar
realizar nuevos artículos a un ritmo parecido al que lo hacía antes.

Seguro que todos habéis tenido alguna
vez muchas ganas de dejar vuestros rutinarios oficios y embarcaros en alguna aventura,
para olvidar esa vida tan anodina.
Esto es algo que me recuerda a
los famosos cómics de superhéroes. En ellos, siempre se ve a un personaje que
lleva una vida gris y es poco apreciado por sus amistades. Sin embargo, tras
vestirse de una determinada manera, obtiene unos superpoderes que le permiten enfrentarse
a cualquier amenaza y entonces sí que consigue ser admirado por sus
conciudadanos.
No voy a divagar más y ya entro
en materia. El nombre real de nuestro personaje de hoy era Domingo Badía i
Leblich y nació en Barcelona en abril de 1767.

En 1778, su padre fue nombrado
contador de guerra y tesorero del partido judicial de Vera, en Almería. Hacía
allí se trasladó toda la familia.

En 1791, se casó con María Luisa
Burruezo, a la que siempre llamó, en sus cartas, cariñosamente, Mariquita.
Al año siguiente, la pareja se
mudó a Córdoba, donde nuestro personaje ocupó el puesto de administrador de las
rentas del tabaco.

Obtuvo el permiso del Consejo de
Castilla para intentar sobrevolar la zona con su globo al que llamó Guadalupe.
Parece ser que su idea era hacer con este aparato, una serie de observaciones
meteorológicas y también comprobar si sería factible dedicarlo al transporte de
grano, para abaratar los costes. Desgraciadamente, no lo consiguió, tras haberlo
intentado en diversas ocasiones.
De esa manera, nuestro personaje,
se vio de pronto sin poder utilizar su globo y casi arruinado, pues había
gastado buena parte de su patrimonio en el invento.
También perdió su trabajo. Así
que se trasladó a Madrid, con su esposa, donde trabajó como secretario de un
militar y como bibliotecario. Un trabajo idóneo para una persona tan apasionada
por la lectura.
En 1801, después de haberse documentado
muy bien sobre África, se atrevió a presentarle, al mismísimo Godoy, un plan
para visitar el norte de ese continente, a fin de recabar conocimientos sobre él,
que no teníamos en España, ni en ningún país de Europa.
Contra todo pronóstico, Godoy, le
hizo caso, pero utilizándolo para lograr sus intereses de tipo político y
militar.

La idea de Badía era viajar allí,
disfrazado de árabe, y usando esa lengua, demostrar su fe musulmana y su
conocimiento del Corán.

En este viaje le acompañó el
conocido botánico Simón de Rojas Clemente, que le enseñó dónde tenía que
adquirir todas esas cosas, además del idioma y la cultura árabe.
En 1803, ya se aventuró a entrar
en Marruecos. Al llegar, les pareció un tipo raro, pero le dejaron pasar. En
sus cuadernos se dedicó a anotar todo lo que veía. Incluyendo, datos
históricos, etnográficos, demográficos, conversaciones, etc.


Una de las cosas que mosqueó a
los árabes es que no tuviera mujeres. Él se defendió alegando que, primero
quería hacer la peregrinación a la Meca, para cultivar su espíritu.
Evidentemente, él ya estaba casado en España y tenía varios hijos.
Ya entonces hizo sus primeros contactos
con el hermano del sultán, para ver si era posible que, ya que criticaba la
política realizada por su hermano, se atreviera a rebelarse contra él y
deponerle del trono.

Parece ser que el Gobierno envió
esas tropas al sur de España, pero no llegaron a cruzar el

Cuando Ali se enteró de este movimiento, escribió inmediatamente al Gobierno español, rogándole que las tropas no desembarcaran en Ceuta, sino en Melilla, donde no había tropas enemigas, aunque fuera un viaje un poco más largo.
Una cosa que ha caracterizado a
todos los gobernantes que ha tenido España es su facilidad para cambiar de
opinión. Carlos IV no fue ajeno a esta costumbre y, cuando estaba todo
pendiente de una orden suya, decidió cambiar de planes y no realizar esa invasión.
No es posible saber por qué lo
hizo. Quizás, porque había llegado a algún tipo de acuerdo con el sultán o para
prevenir que Francia se interpusiera y estropeara los planes españoles.

Por fin, en 1806, se dirige desde
el Cairo hasta Suez para, desde allí, dirigirse hacia la ciudad sagrada de la
Meca, vedada para cualquier occidental.
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Para no llamar la atención y,
como, por entonces, ya estaba muy metido en su papel, se dedicó a hacer lo
mismo que el resto de los peregrinos musulmanes.
También allí, el sultán de la
zona, reclamó su presencia. Nuestro personaje logró convencerle de que era una
especie de príncipe árabe, nacido en Alepo. Tuvo suerte de que no le
descubrieran, porque tenían la costumbre de ejecutar a todos los intrusos que
pillaban en esa ciudad.
Parece ser que se siguen usando
los planos realizados por Ali Bey, para ilustrar algunas ediciones actuales del
Corán, porque no tienen otros sobre el templo tal y como estaba antes.

Como se suponía que él había
trabajado a las órdenes de Carlos IV, fue a verle a su exilio, en Francia, a
fin de entregarle toda la documentación
de su misión.

El nuevo monarca agradeció mejor
sus servicios y le nombró gobernador de Segovia y luego de Córdoba, aunque no
por mucho tiempo, ya que alguien le denunció por una presunta malversación de
caudales públicos y lo cesaron de su cargo.
El problema es que, al aceptar
esos cargos del rey francés, el pueblo lo vio como un afrancesado más. Así que
tuvo que exiliarse, acompañado por el ejército francés en retirada.
Más tarde, en Francia, hizo una
serie de gestiones, para que le permitieran regresar, pero se negaron a
permitirle la entrada.
Así que, un tiempo después, en
1812, se dedicó a publicar, en ese país,

En 1818, se atrevió a hacer un
nuevo viaje por esos territorios, pero esta vez a las órdenes del Gobierno
francés.
Sus planes eran llegar a la Meca.
Desde allí, cruzar hacia Egipto y dirigirse hacia el sur, hasta el nacimiento
del Nilo. Por último, llegar a la desconocida ciudad de Tombuctú.
Llegó algo enfermo
a Damasco. Allí, no encontró a un amigo médico francés con el que se tenía que
entrevistar. Así que no le quedó más remedio que dejarse tratar por un médico
local.
Parece ser que siempre sospechó de
éste, ya que pensaba que, en vez de intentar curarle, le estaba envenenando.
Así que mandó a París unas muestras de la medicina recetada, para que le
dijeran si era un veneno o no.
Lo cierto es que en París
analizaron el medicamento, pero Ali no llegó a conocer la respuesta, pues murió
antes. Parece ser que los científicos franceses dijeron que no era un veneno,
sino un preparado farmacéutico a base de ruibarbo.

Fue enterrado de acuerdo con el
ceremonial musulmán en una zona que se encuentra en la actual Jordania.
Una muerte más de un español, que
fue olvidado por su país y que, por lo menos, fue reconocido por Francia.
Incluso, en su época, fue muy admirado
por los grandes exploradores von Humboldt y R. Francis Burton.
No se conoció la verdadera identidad
de Ali Bey hasta que, en 1836, se tradujo su libro al español. En el prólogo
del mismo, se indicaba que su verdadero nombre era Domingo Badía.
Ese mismo año, Manuel Godoy,
publica sus Memorias, donde reconoce que este gran aventurero y explorador fue
agente suyo.
En primer lugar, quiero darte nuevamente la bienvenida al mundo del blogero. Se echaban de menos tus artículos. Pues sí que me gustaría embarcarme en alguna aventura, la de viajar por los lugares de los sitios de los que escribo, y también de los que escriben otros.
ResponderEliminarOtra vez has dado con un personaje del que no se conoce mucho. En seguida me he preguntado si el hecho de que la madre de Bey sea extranjera, influyó de alguna manera en que fuera espía.
Lo que me ha sorprendido bastante es su interés en la ciencia; no se suela hablar mucho de esas cosas en personajes históricos si no están vinculados estrictamente a la ciencia. Es alucinante que, para los medios que había en la época, que eso no significara un freno para intentar volar. Encanto de suegro, menos mal que le fue bien en su siguiente trabajo.
Y era un ser avanzado a su tiempo con su proyecto de estudiar África. ¿No te recuerda un poco, ese empuje, al que tuvo Champollion cuando estudió Egipto? Eso sí, me parece un poco complicado lo que pensó Godoy para compensar la escasez de cereal. Creo que, en vez de pensar en apropiarme de un país, me hubiera tomado mi tiempo para negociaciones. O qué pensaba Godoy ¿que los marroquíes les iban a recibir con los brazos abiertos? No todo se arregla con el mejor de los espías, ni con la más brutal de las invasiones.
Volviendo a Bey, y sin ánimo de hacer un chiste fácil, se ve que en la época Londres ya era un sitio apropiado para irse de compras, aunque lo de hacerse la circuncisión creo que fue llevar las cosas demasiado lejos. Lo que no sé es por qué no se le ocurrió decir que ya tenía esposa en España, no una sino varias. ¿Quién iba a viajar para comprobarlo? En cuanto al cambio de opinión del rey, igual fue por despecho. ¿Cómo podía hacerle gracia que saliera adelante un plan que fraguó el amante de su mujer? Por otra parte, me sorprende que haya ediciones ilustradas del Corán con dibujos de un occidental, al que se debió agradecer mejor su gesto de lealtad al depuesto rey que, presumiblemente, no hizo nada porque no se le tomara por afrancesado ni porque volviera a España.
Gran artículo, Aliado. No te pongas enfermo.