ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

jueves, 10 de diciembre de 2020

EL CASO DE RODRIGO DE TORDESILLAS

 

Hoy en día, ya estamos acostumbrados a ver que la mayoría de los diputados y senadores de las Cortes españolas sólo están allí para votar lo que les digan sus respectivos jefes y también para aplaudir o abuchear, según les tengan instruido. Así que daría igual que en el Congreso de los Diputados hubiera uno por cada partido o los 350 que hay ahora, porque los resultados serían los mismos.

En cambio, esto no siempre fue así. Hubo un tiempo en que, sobre todo, en Castilla, los hombres eran libres y sólo les separaban el estamento al que pertenecieran.

No ocurría lo mismo en Cataluña, porque, a pesar de lo que suelen presumir de su Historia, suelen olvidarse de que, el feudalismo, duró más tiempo en esa zona y sólo acabó en 1486 con la Sentencia Arbitral de Guadalupe, promulgada por los Reyes Católicos en ese famoso monasterio extremeño.

Por otro lado, Carlos, hijo de Felipe el hermoso y su esposa, conocida como Juana la loca, había nacido en 1500 en la localidad de Gante (Bélgica). Residió en esa localidad hasta 1518 en que vino a ocupar el trono de España.

En 1516, había muerto su abuelo, Fernando el Católico, rey de Castilla y Aragón, en Madrigalejo (Cáceres). Su abuela, la reina Isabel I de Castilla, había muerto en 1504. Su padre había muerto en 1506 y su madre estaba recluida en Tordesillas por una presunta enfermedad psiquiátrica.

Por si no lo sabíais, Fernando, junto a Isabel, fueron proclamados reyes de Castilla. Sin embargo, Isabel nunca fue reina de Aragón, porque los catalanes no admitían que las mujeres pudieran ser reinas en su tierra.

Así que el joven Carlos vino en 1518 a coronarse como rey de los diferentes reinos que había en España y en sus dominios.

Evidentemente, en unos, como Castilla, le costó menos que las Cortes le reconocieran y juraran como nuevo rey.

En cambio, en otros, como los de la Corona de Aragón, le costó mucho más y aún se demoraron mucho más los créditos que pidió para comenzar su reinado.

En las Cortes de Castilla, se acostumbraba a que, cuando un monarca pidiera aprobar una serie de impuestos, primero se los aprobaran y luego se discutieran las reivindicaciones de cada una de las ciudades.

En cambio, en las Cortes de Aragón y, sobre todo, las de Cataluña,

lo hacían al revés. Primero, el monarca tenía que dar una solución satisfactoria a las reivindicaciones de los diputados, aparte de comprometerse por escrito a realizar lo prometido y luego se discutía si le iban a conceder ese nuevo impuesto.

Como podéis suponer, esa es una de las razones por las que, a través de los tiempos, Castilla se ha empobrecido y Cataluña no.

Cuando, en enero de 1519, Carlos ya había sido proclamado rey de Castilla, con el título de Carlos I y todavía seguía en Barcelona negociando con los diputados catalanes, le llegó la noticia de la muerte de su abuelo, el emperador Maximiliano I de Austria.

Había sido el soberano del Sacro Imperio Romano-Germánico. Un título muy rimbombante y que daba mucho prestigio, pero que ya tenía un poder poco menos que nominal.

Sin embargo, todos se mataban por tener ese título. No olvidemos el caso de Alfonso X el Sabio, que gastó mucho dinero y muchos años en intentarlo, pero no lo consiguió. Alfonso era hijo de Beatriz de Suabia y, por tanto, tenía derecho a la sucesión de ese Imperio, pues era miembro de la Casa Imperial de los Hohenstaufen. Por eso mismo, fue elegido Rey de Romanos, que era el título del heredero a ese Imperio, aunque luego prevaleció otro candidato, que fue el elegido por el Papa.

Por la misma razón, Carlos I de España, fue elegido Rey de Romanos a la muerte de su abuelo. Evidentemente, era una oportunidad que no podía dejar escapar. El problema es que, según la tradición, el emperador del Sacro Imperio, tenía que ser elegido por el colegio de los príncipes electores.

Aunque cambiaron en varias ocasiones, desde 1356, este colegio estaba formado por 3 electores pertenecientes al clero, que eran el arzobispo de Maguncia, el de Tréveris y el de Colonia. Más 4 electores seculares: el rey de Bohemia, el margrave de Brandeburgo, el conde palatino del Rin y el duque de Sajonia.

Evidentemente, como siempre había varios candidatos a emperador, pues los cargos de electores eran un chollo, porque les llovían sobornos de todo tipo. Así que eso de tener que elegir a un nuevo emperador es como si les hubiera tocado la Lotería y, lógicamente, más cobraban cuanto más tardaran en decidirse.

Así que Carlos I se encontró, de pronto, con la oportunidad de su vida, pero sin un céntimo en el bolsillo. No le quedaba otra que pedir dinero a las Cortes.

Como ya he explicado antes, ni se molestó en pedirlo a las Cortes de Aragón o de Cataluña, porque tenía prisa y sabía que no se lo iban a dar. Así que, como es lógico, se dirigió a los paganos de siempre. O sea, a Castilla.

Evidentemente, no me refiero a lo que ahora se llama Castilla, sino al reino de Castilla. O sea, a todo lo que no es Cataluña, Aragón, Valencia y Baleares. Ni tampoco Navarra, ni el País Vasco.

El problema es que esta vez, toda España, se hallaba sumida en una profunda crisis económica y no estaban las cosas como para darle caprichos al rey. Así que en Castilla probaron hacer lo mismo que siempre habían hecho los catalanes.

En febrero de 1520, Carlos V, ya había sido elegido emperador, pero, para ello, había tenido que acudir a prestamistas y ahora no podía presentarse en Alemania, para ocupar el trono imperial, sin haber devuelto, previamente, todos esos préstamos.

Así que, en ese mes, convocó Cortes. Primero en Santiago de Compostela y luego en La Coruña. Las mismas se celebraron entre el 31 de marzo y el 25 de abril.

Los ánimos estaban muy caldeados. Tanto la incipiente burguesía como el resto de la gente modesta, porque, aparte de la crisis, no iban a poder soportar ese enorme aumento de impuestos. También la nobleza, porque siempre habían tenido los mejores puestos en la Corte y ahora venía el emperador con su grupo de amigos  y les quitaba esos puestos a los nobles.

Incluso, los clérigos, porque al emperador se le antojó nombrar a uno de sus amigos, que sólo tenía 20 años, nada menos que arzobispo de Toledo. Seguro que muchos de ellos se echaron las manos a la cabeza.

De manera que la cosa se le empezó a poner difícil al emperador, porque, desde un principio, Toledo y Salamanca se negaron a asistir a esas Cortes. Sin embargo, las otras ciudades sí que enviaron a sus delegados, pero instruyéndoles que no debían de votar a favor de autorizar esos impuestos hasta que el rey se comprometiera a solucionar sus reivindicaciones.

Algunos clérigos de la ciudad de Salamanca redactaron unos poderes para distribuir entre las ciudades convocadas a esas Cortes. Esos poderes eran más limitados que de costumbre y debían de dárselos a los procuradores que representasen a cada ciudad, junto con las reivindicaciones aprobadas por cada concejo. Si el emperador no aprobaba lo que pedía un concejo, el procurador tenía que votar en contra de esos impuestos.

Sin embargo, parece ser que los asesores del monarca se enteraron de ello. Así que redactaron y entregaron a los ayuntamientos con representantes en las Cortes, un documento en el que se les daba una serie de poderes a esos procuradores para desvincularse de las reivindicaciones vecinales y votar a favor de los intereses del emperador.

No todas las ciudades del reino tenían representación en las Cortes. Sólo podían enviarlos las de Ávila, Madrid, Segovia, Valladolid, Burgos, Soria, Córdoba, Zamora, León, Granada, Sevilla, Murcia, Jaén, Cuenca, Toro, Guadalajara, Toledo y Salamanca. Como ya he dicho, anteriormente, Salamanca envió representantes a los que no les permitieron la entrada, por llevar los poderes redactados por sus clérigos, y Toledo ni se molestó en enviarlos.

Parece ser que los enviados del emperador se dedicaron a presionar y a sobornar a todos los procuradores enviados por esas ciudades. De esa forma, consiguieron que la propuesta fuera aprobada por mayoría. Cosa que no gustó nada en muchas ciudades.

Tras esta larga introducción, voy a pasar a presentar al personaje de hoy. Es muy poco lo que se sabe de él o, al menos, yo no lo he encontrado.

Parece ser que fue tesorero del tesoro real depositado en el Alcázar de Segovia, sucediendo en ese cargo a su padre, que tenía el mismo nombre. Después también fue regidor de ese Ayuntamiento.

Los vecinos de esa ciudad eligieron como procuradores para representarles antes las Cortes de Santiago y luego de La Coruña a Rodrigo de Tordesillas y a Juan Vázquez del Espinar.

Parece ser que antes del regreso de ambos procuradores, los ánimos de los segovianos se tornaron muy caldeados. Por lo visto, durante una reunión vecinal en el templo del Corpus Christi, alguien insultó al corregidor de la ciudad. Argumentaba que nunca había estado allí y no se preocupaba de los vecinos. Sin embargo, tenía a dos alguaciles que utilizaban, frecuentemente, la violencia con los ellos y hasta les echaban sus perros encima.

Como a otro vecino, llamado Hernán López Melón, que había sido  siempre criado de los alguaciles, se le ocurrió defenderlos ante esa asamblea y amenazar a los que le insultaban, pues un grupo de radicales había empezado a proferir amenazas contra él.

Por lo visto, la cosa subió tanto de tono, que alguien le echó un lazo y se lo llevaron arrastrando a las afueras de la ciudad, hasta un árbol, donde lo ahorcaron.

Desgraciadamente, a la vuelta, estos asesinos se encontraron con uno de los alguaciles, llamado Roque Portal, al que no se le ocurrió otra cosa que anotar quiénes eran los revoltosos. Así que hicieron lo mismo con él y lo colgaron junto al anterior.

Al corregidor, Juan de Acuña, no se le ocurrió ir por Segovia y envió, como teniente suyo, al licenciado Ternero, que era un hombre con pocas dotes de mando como para poder pacificar la ciudad.

Volviendo a nuestro personaje de hoy, se sabe que, tanto él como su compañero segoviano, aceptaron los sobornos de los ayudantes del emperador.

Por lo visto, cuando regresaban de esas Cortes, alguien les avisó de lo ocurrido en Segovia. Así que Juan Vázquez invitó a Tordesillas a quedarse en su casa en la localidad de El Espinar, hasta que las cosas se calmaran.

No sé si Tordesillas no quiso aceptar, porque quería estar con su familia, acababa de casarse en segundas nupcias, o porque era un tipo muy temerario, lo cierto es que no aceptó el ofrecimiento de Vázquez y se fue a Segovia.

Por lo visto, esa misma noche, cuando ya se hallaba en su casa, alguien le advirtió de que no acudiera al día siguiente al Ayuntamiento para que no le ocurriese una desgracia.

Él no hizo caso a ese consejo y, a la mañana siguiente, fue al Ayuntamiento a lomos de una mula y vestido con sus mejores galas. Incluso, por el camino, se encontró con un sacerdote, el cual le recomendó que no fuera a esa reunión, pero él no le hizo caso.

En aquella época, las reuniones del Ayuntamiento se celebraban en la iglesia de San Miguel, cerca de la actual plaza mayor de Segovia.

Tras haber entrado en la iglesia y antes de haber tomado la palabra, se formó un buen escándalo en la puerta del templo. Incluso, la multitud, que había quedado fuera, amenazó con echarla abajo, ya que la habían cerrado.

Cuando Tordesillas quiso dar cuentas de lo que había hecho en esas Cortes, muchos de los reunidos se pusieron a vociferar y a amenazarle. La cosa degeneró hasta tal punto que lo prendieron y se lo llevaron a la cárcel.

Como no la encontraron abierta, porque los carceleros habían recibido la orden de no abrir a nadie, alguien cogió una soga y se la pusieron alrededor del cuello. Lo arrastraron por toda la ciudad. Salieron a su paso clérigos de varias órdenes religiosas, que les pidieron que lo soltaran.

Hasta salió un religioso, llamado Juan de Arévalo, que era hermano del regidor a pedirles de rodillas que lo soltaran, pero no le hicieron caso. Lo único que permitieron fue que un fraile se acercase para tomarle confesión y luego lo apartaron violentamente.

Incluso, acudieron a su encuentro unos cuantos caballeros con sus espadas desenvainadas, pero la multitud era tan numerosa e iba bien armada con lanzas, que los pusieron en fuga.

Así que llevaron a Tordesillas hasta el lugar donde habían colgado a las otras dos víctimas y, viendo que ya estaba muerto, lo colgaron de los pies, junto a los otros dos.

No contentos con ello, luego se dirigieron a la casa de Tordesillas. La asaltaron, la saquearon y la incendiaron.

Como el emperador ya había partido hacia Alemania, había dejado como regente a uno de sus hombres de confianza, Adriano de Utrecht, que luego llegó a ser Papa con el nombre de Adriano VI.

Así que los caballeros de Segovia fueron a informarle de lo sucedido y a pedirle que no pagaran justos por pecadores, como suele ocurrir en estos casos. Al escuchar esto, el presidente del Consejo de Castilla y arzobispo de Granada, Antonio de Rojas, exigió un duro castigo para los culpables. No sé si sería porque el corregidor de Segovia, Juan de Acuña, era uno de sus sobrinos y no le gustaría que perdiese ese puesto.

Sin embargo, el señor de la Puebla de Montalbán se opuso a ello, argumentando que, de proceder a sangre y fuego, podría estallar una guerra civil de grandes proporciones para la que no estaban preparados. Así que, afortunadamente, el Consejo le dio la razón a este último.

Encargaron al alcalde Rodrigo Ronquillo la misión de hacer justicia en Segovia con las tropas que pudiera reunir y con pocas armas de guerra.

Parece ser que los segovianos ya conocían a Ronquillo, pues, unos 15 años antes, había sido alcalde de esa ciudad y lo tenían por una persona dura y vengativa.

Así que los segovianos tomaron medidas para defenderse, al grito de “Viva el Rey y la comunidad y mueran los malos ministros”.

También quisieron encomendar la defensa de la plaza al conde de Chinchón, el cual se negó a ello y se refugió con sus tropas en el interior del Alcázar de Segovia.

De esa manera, los comuneros, camparon por sus respetos por toda la ciudad de Segovia. Exigieron a la gente que se definiera si estaba con ellos o contra ellos. Lo que provocó que muchos huyeran y sus casas fueran saqueadas.

Por otro lado, varios priores y frailes de los conventos de esa ciudad, se dirigieron a Valladolid, para pedirle al regente que no se actuara con demasiada violencia, para no perjudicar a muchos ciudadanos, que eran inocentes de esos hechos. No obstante, el Consejo de Castilla, ya había tomado su decisión y enviaron a Ronquillo.

Lo cierto es que Ronquillo fracasó ante las murallas de Segovia. Así que tuvo que retirarse y ese fue el comienzo de una guerra civil, que duró dos años, entre las tropas del emperador y los comuneros de Castilla.

Ese tema lo contaré en un próximo artículo, para no alargar demasiado éste.

 

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