Hoy en día, ya estamos acostumbrados a ver que la mayoría de los diputados y senadores de las Cortes españolas sólo están allí para votar lo que les digan sus respectivos jefes y también para aplaudir o abuchear, según les tengan instruido. Así que daría igual que en el Congreso de los Diputados hubiera uno por cada partido o los 350 que hay ahora, porque los resultados serían los mismos.
En cambio, esto no siempre fue
así. Hubo un tiempo en que, sobre todo, en Castilla, los hombres eran libres y
sólo les separaban el estamento al que pertenecieran.
Por otro lado, Carlos, hijo de
Felipe el hermoso y su esposa, conocida como Juana la loca, había nacido en 1500
en la localidad de Gante (Bélgica). Residió en esa localidad hasta 1518 en que
vino a ocupar el trono de España.
Por si no lo sabíais, Fernando,
junto a Isabel, fueron proclamados reyes de Castilla. Sin embargo, Isabel nunca
fue reina de Aragón, porque los catalanes no admitían que las mujeres pudieran
ser reinas en su tierra.
Así que el joven Carlos vino en
1518 a coronarse como rey de los diferentes reinos que había en España y en sus
dominios.
Evidentemente, en unos, como
Castilla, le costó menos que las Cortes le reconocieran y juraran como nuevo
rey.
En las Cortes de Castilla, se
acostumbraba a que, cuando un monarca pidiera aprobar una serie de impuestos,
primero se los aprobaran y luego se discutieran las reivindicaciones de cada
una de las ciudades.
En cambio, en las Cortes de Aragón y, sobre todo, las de Cataluña,
lo hacían al revés. Primero, el monarca tenía que dar una solución satisfactoria a las reivindicaciones de los diputados, aparte de comprometerse por escrito a realizar lo prometido y luego se discutía si le iban a conceder ese nuevo impuesto.Como podéis suponer, esa es una
de las razones por las que, a través de los tiempos, Castilla se ha empobrecido
y Cataluña no.
Cuando, en enero de 1519, Carlos
ya había sido proclamado rey de Castilla, con el título de Carlos I y todavía
seguía en Barcelona negociando con los diputados catalanes, le llegó la noticia
de la muerte de su abuelo, el emperador Maximiliano I de Austria.
Había sido el soberano del Sacro
Imperio Romano-Germánico. Un título muy rimbombante y que daba mucho prestigio,
pero que ya tenía un poder poco menos que nominal.
Aunque cambiaron en varias
ocasiones, desde 1356, este colegio estaba formado por 3 electores
pertenecientes al clero, que eran el arzobispo de Maguncia, el de Tréveris y el
de Colonia. Más 4 electores seculares: el rey de Bohemia, el margrave de
Brandeburgo, el conde palatino del Rin y el duque de Sajonia.
Así que Carlos I se encontró, de
pronto, con la oportunidad de su vida, pero sin un céntimo en el bolsillo. No
le quedaba otra que pedir dinero a las Cortes.
Evidentemente, no me refiero a lo
que ahora se llama Castilla, sino al reino de Castilla. O sea, a todo lo que no
es Cataluña, Aragón, Valencia y Baleares. Ni tampoco Navarra, ni el País Vasco.
El problema es que esta vez, toda
España, se hallaba sumida en una profunda crisis económica y no estaban las
cosas como para darle caprichos al rey. Así que en Castilla probaron hacer lo
mismo que siempre habían hecho los catalanes.
Así que, en ese mes, convocó
Cortes. Primero en Santiago de Compostela y luego en La Coruña. Las mismas se celebraron
entre el 31 de marzo y el 25 de abril.
Los ánimos estaban muy caldeados. Tanto la incipiente burguesía como el resto de la gente modesta, porque, aparte de la crisis, no iban a poder soportar ese enorme aumento de impuestos. También la nobleza, porque siempre habían tenido los mejores puestos en la Corte y ahora venía el emperador con su grupo de amigos y les quitaba esos puestos a los nobles.
Incluso, los clérigos, porque al emperador se le antojó nombrar a uno de sus amigos, que sólo tenía 20 años, nada menos que arzobispo de Toledo. Seguro que muchos de ellos se echaron las manos a la cabeza.De manera que la cosa se le
empezó a poner difícil al emperador, porque, desde un principio, Toledo y
Salamanca se negaron a asistir a esas Cortes. Sin embargo, las otras ciudades
sí que enviaron a sus delegados, pero instruyéndoles que no debían de votar a
favor de autorizar esos impuestos hasta que el rey se comprometiera a
solucionar sus reivindicaciones.
Sin embargo, parece ser que los
asesores del monarca se enteraron de ello. Así que redactaron y entregaron a
los ayuntamientos con representantes en las Cortes, un documento en el que se
les daba una serie de poderes a esos procuradores para desvincularse de las
reivindicaciones vecinales y votar a favor de los intereses del emperador.
Tras esta larga introducción, voy
a pasar a presentar al personaje de hoy. Es muy poco lo que se sabe de él o, al
menos, yo no lo he encontrado.
Parece ser que fue tesorero del tesoro real depositado en el Alcázar de Segovia, sucediendo en ese cargo a su padre, que tenía el mismo
nombre. Después también fue regidor de ese Ayuntamiento.
Parece ser que antes del regreso
de ambos procuradores, los ánimos de los segovianos se tornaron muy caldeados.
Por lo visto, durante una reunión vecinal en el templo del Corpus Christi,
alguien insultó al corregidor de la ciudad. Argumentaba que nunca había estado
allí y no se preocupaba de los vecinos. Sin embargo, tenía a dos alguaciles que
utilizaban, frecuentemente, la violencia con los ellos y hasta les echaban sus
perros encima.
Por lo visto, la cosa subió tanto
de tono, que alguien le echó un lazo y se lo llevaron arrastrando a las afueras
de la ciudad, hasta un árbol, donde lo ahorcaron.
Al corregidor, Juan de Acuña, no
se le ocurrió ir por Segovia y envió, como teniente suyo, al licenciado
Ternero, que era un hombre con pocas dotes de mando como para poder pacificar
la ciudad.
Volviendo a nuestro personaje de hoy, se sabe que, tanto él como su compañero segoviano, aceptaron los sobornos de los ayudantes del emperador.
Por lo visto, cuando regresaban
de esas Cortes, alguien les avisó de lo ocurrido en Segovia. Así que Juan
Vázquez invitó a Tordesillas a quedarse en su casa en la localidad de El
Espinar, hasta que las cosas se calmaran.
No sé si Tordesillas no quiso
aceptar, porque quería estar con su familia, acababa de casarse en segundas
nupcias, o porque era un tipo muy temerario, lo cierto es que no aceptó el
ofrecimiento de Vázquez y se fue a Segovia.
Él no hizo caso a ese consejo y,
a la mañana siguiente, fue al Ayuntamiento a lomos de una mula y vestido con
sus mejores galas. Incluso, por el camino, se encontró con un sacerdote, el
cual le recomendó que no fuera a esa reunión, pero él no le hizo caso.
En aquella época, las reuniones
del Ayuntamiento se celebraban en la iglesia de San Miguel, cerca de la
actual plaza mayor de Segovia.
Cuando Tordesillas quiso dar cuentas
de lo que había hecho en esas Cortes, muchos de los reunidos se pusieron a
vociferar y a amenazarle. La cosa degeneró hasta tal punto que lo prendieron y
se lo llevaron a la cárcel.
Como no la encontraron abierta,
porque los carceleros habían recibido la orden de no abrir a nadie, alguien
cogió una soga y se la pusieron alrededor del cuello. Lo arrastraron por toda
la ciudad. Salieron a su paso clérigos de varias órdenes religiosas, que les
pidieron que lo soltaran.
Incluso, acudieron a su encuentro
unos cuantos caballeros con sus espadas desenvainadas, pero la multitud era tan
numerosa e iba bien armada con lanzas, que los pusieron en fuga.
No contentos con ello, luego se
dirigieron a la casa de Tordesillas. La asaltaron, la saquearon y la
incendiaron.
Como el emperador ya había
partido hacia Alemania, había dejado como regente a uno de sus hombres de
confianza, Adriano de Utrecht, que luego llegó a ser Papa con el nombre de
Adriano VI.
Sin embargo, el señor de la
Puebla de Montalbán se opuso a ello, argumentando que, de proceder a sangre y
fuego, podría estallar una guerra civil de grandes proporciones para la que no
estaban preparados. Así que, afortunadamente, el Consejo le dio la razón a este
último.
Encargaron al alcalde Rodrigo
Ronquillo la misión de hacer justicia en Segovia con las tropas que pudiera
reunir y con pocas armas de guerra.
Así que los segovianos tomaron
medidas para defenderse, al grito de “Viva el Rey y la comunidad y mueran los
malos ministros”.
También quisieron encomendar la
defensa de la plaza al conde de Chinchón, el cual se negó a ello y se refugió
con sus tropas en el interior del Alcázar de Segovia.
Por otro lado, varios priores y
frailes de los conventos de esa ciudad, se dirigieron a Valladolid, para
pedirle al regente que no se actuara con demasiada violencia, para no
perjudicar a muchos ciudadanos, que eran inocentes de esos hechos. No obstante,
el Consejo de Castilla, ya había tomado su decisión y enviaron a Ronquillo.
Lo cierto es que Ronquillo
fracasó ante las murallas de Segovia. Así que tuvo que retirarse y ese fue el
comienzo de una guerra civil, que duró dos años, entre las tropas del emperador
y los comuneros de Castilla.
Ese tema lo contaré en un próximo
artículo, para no alargar demasiado éste.
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