He de reconocer que, desde hace
mucho tiempo, he tenido en mente la idea de escribir un artículo sobre este
asunto. No lo he hecho, porque este tema hay que afrontarlo desde varios puntos
de vista y no he tenido tiempo para ello. Sin embargo, hoy me voy a atrever a
hacerlo.
Así que, en septiembre de 1580,
Felipe fue nombrado rey de Portugal y a esa ceremonia llevó a muchos de sus
cortesanos. Entre ellos, a los padres de nuestro protagonista, los cuales
vivieron allí hasta 1583.
Su padre, Juan de Tassis Acuña
había sido ennoblecido por el rey, con el título de conde de Villamediana, por
su buena gestión como correo mayor del reino. Mientras que su madre también
descendía de la nobleza.
Como vemos, nuestro protagonista
se crió en el seno de una familia muy acomodada y no le faltaron lujos.
Logró tener una muy buena
formación. Incluso, estudió varios años en la Universidad, pero no quiso acabar
sus estudios.
En 1607, falleció su padre y él
heredó el título y el cargo de correo mayor del reino. Un puesto muy bien
pagado.
Desde entonces, se dedicó a
escribir obras de teatro y sonetos, donde se metía con todo el mundo. Además,
se le daba muy bien. De esa forma, se granjeó muchas enemistades, como las del
conde-duque de Olivares, Lope de Vega o Quevedo.
También le gustaba meterse con la
Iglesia. Parece ser que, en cierta ocasión, entró en un templo, acompañado por varios
amigos, y le preguntó al sacristán para qué era una bandeja, que estaba situada
junto al altar. Éste le dijo que era para depositar monedas a fin de que las almas
salieran del Purgatorio y se fueran al Cielo.
El conde sacó nada menos que dos ducados y los depositó en la bandeja. Después, le preguntó al sacristán si esas almas ya habían salido del purgatorio y el otro le respondió afirmativamente. Así que el conde recogió sus dos ducados, diciendo que ahora estarían mejor en su bolsa.
Era un tipo muy mujeriego, además
de muy aficionado al juego. Lo que le llevó a tener muchas deudas. Incluso, se
le acusó de ser homosexual. En una palabra, lo que se suele llamar un golfo y eso
le valió que Felipe III le desterrara un par de veces.
En 1621, coincidiendo con la
muerte del rey, Felipe IV le permitió regresar de su destierro y eso dio lugar
a que todos sus acreedores se le echaran encima y, por ello, tuvo que deshacerse
de varios de sus monopolios locales en correos.
En 1622, el conde representó en
los jardines del Palacio de Aranjuez una obra que había escrito en honor a los
reyes. Se titulaba La gloria de Niquea.
Como era el cumpleaños del rey,
animaron a la reina a participar en la representación,
subida en un carro, como si fuera Venus, y rodeada de nubes.
Lo único cierto es que se produjo
un incendio del que muchos culparon al propio Villamediana. Así que él mismo se
apresuró a salvar a la reina, bajándola en brazos por una escalera, situada
detrás del escenario.
Anteriormente, durante otra obra
teatral, el conde apareció en escena con un traje adornado por muchas monedas
de real, las cuales tenían un agujero por donde iban cosidas, y diciendo “mis
amores son reales”. Parece ser que eso no le gustó nada al rey.
Así que, el domingo 21/08/1622, sobre las 21.30 horas, Villamediana y el conde de Haro se dirigían a bordo de una carroza, por la calle Mayor. Acababan de salir del Real Alcázar y se dirigían a la Puerta del Sol. Villamediana iba sentado en el lado izquierdo.
Era uno de esos días en que suele
hacer un calor sofocante y, por eso, llevaban las puertas del carruaje
entreabiertas, para que entrara un poco de aire fresco.
Cuando circulaban a la altura de
la Iglesia de San Ginés, alguien salió de entre las sombras, saltó al carruaje
y le clavó una espada en el torso de Villamediana.
Éste fue llevado, inmediatamente,
a casa de unos amigos, donde le atendió un médico, pero nada pudo hacer por
salvarle. Murió allí mismo.
Hay quien dice que el asesino se
llamaba Ignacio Mendes, pero nunca fue detenido y nunca se supo quién fue el
culpable. Además, los testigos dijeron que 3 cómplices del asesino le ayudaron
en su huida, enfrentándose a los sirvientes del conde de Haro.
El más ágil fue el famoso Góngora, fiel amigo suyo, ya que ambos eran poetas culteranos, y le dedicó este poema:
Mentideros de Madrid
decidnos, ¿quién mató al conde?
Ni se sabe, ni se esconde,
sin discurso, discurrid:
Dicen que lo mató el Cid,
por ser el conde lozano;
¡Disparate chabacano!
La verdad del caso ha sido
que el matador fue Bellido
y el impulso soberano.
Aquí ya vemos que Góngora se
atreve a acusar de este asesinato al propio rey, aunque luego, dicen algunos
que cambió la última estrofa por impulso cortesano.
Parece ser que todos tenían mucha prisa en quitárselo del medio. El duque del Infantado exigió que trajeran un ataúd barato, de los que se utilizaban para los ahorcados y lo enterraran esa misma noche.
Sin embargo, en 1964, el poeta
Luis Rosales, con ocasión de su discurso de ingreso en la Real Academia
Española, leyó un ensayo titulado “Pasión y muerte del conde de Villamediana”.
En él ya aporta otra serie de datos.
Por ejemplo, afirma que el amor de Villamediana no era por la reina, Isabel de
Borbón, sino por una de sus damas. Una portuguesa llamada Francisca de Távora. Parece
ser que se trataba de una joven muy hermosa, la cual ya estaba casada con Alonso
de Távora.
La poderosa familia Távora fue
masacrada, en el siglo XVIII, por el rey de Portugal. A ese tema dediqué, hace
unos años, otro de mis artículos.
Por otro lado, parece ser que a
Felipe IV, que también era muy mujeriego, le había llamado la atención esta
mujer y no sé si ya lo era, pero quería ser su amante.
Así que ahí tenemos un doble
motivo para la muerte de Villamediana. Uno, el querer ser amante de la reina.
Dos, el querer ser amante de una querida del rey, que, además estaba casada.
En 1987, Néstor Luján escribió un libro muy recomendable. Se titula “Decidnos, ¿quién mató al conde?” En él mencionó varias hipótesis sobre la causa de su asesinato.
Evidentemente, la primera es la
que acabo de mencionar. La de querer ser amante de la reina o de Francisca
Távora. Con lo cual, los maridos de ambas podrían haber intentado matarlo.
La segunda hipótesis es que fuera
un encargo del conde-duque de Olivares, un hombre con un poder enorme en la
corte y que, como Villamediana solía burlarse de él, es posible que hubiera convencido
al rey para eliminarlo. También se dice que Villamediana aspiraba a convertirse
en valido del rey.
La cuarta podría ser por un
asunto de amoríos con uno u otro sexo. El conde tuvo amoríos con muchas mujeres
y hombres y es posible que los maridos de éstas no se lo hubieran perdonado.
La quinta posibilidad es que hubiera
sido realizado por algunos acreedores a los que se hubiera negado a pagarles.
La sexta podría venir de una
especie de llamada de aviso del rey y de su valido a toda la nobleza, a fin de
demostrarles que no iban a consentir nobles díscolos o que se dedicaran a
criticar al régimen o a las autoridades.
La séptima y última menciona una
confusión de identidad por parte del asesino, aunque es muy poco probable,
porque el conde era un personaje muy conocido en el Madrid de su época.
En 1928, el escritor vallisoletano, Narciso Alonso Cortés, escribió un libro titulado “La muerte del conde de Villamediana”.
Uno de los datos que aportó, tras
haber consultado unos archivos de aquella época, fue que varios de los criados
del conde habían sido llevados a la hoguera, acusados de haber mantenido
relaciones homosexuales con este noble.
Sin embargo, el rey prohibió que
se acusara de ello al conde, por estar ya muerto. Incluso, se ordenó al juez
que archivara el proceso sobre este asesinato y, por ello, nunca se ha conocido
la autoría de este crimen.
Lo único cierto es que el conde
de Villamediana fue asesinado. Se desconoce dónde lo enterraron y nunca se supo
quién fue su asesino y mucho menos quién ordenó su asesinato.
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