ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

miércoles, 31 de julio de 2024

STELLA GOLDSCHLAG

 

Ayer tuve una conversación con otro tuitero, el cual me dijo que los judíos, que habían colaborado con los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial, lo habían hecho bajo presión. Yo le dije que fue así, en la mayoría de los casos, pero no en todos. Así que ahora voy a mostrar el caso de una mujer judía, que colaboró voluntariamente con los nazis.

Stella Goldschlag nació en julio de 1922 en Berlín. Era hija única y pertenecía a una familia judía acomodada y muy integrada en Alemania. Ellos se consideraban, ante todo, alemanes.

Su padre fue un periodista, que trabajaba como redactor jefe para la productora cinematográfica Gaumont y su madre era concertista de piano.

Curiosamente, tanto su madre como ella eran altas, rubias y con ojos azules. O sea, que no tenían pinta de ser judías. Además, Stella siempre fue una mujer muy atractiva.

En 1935, todo empezó a torcerse debido a las presiones del Ministerio de Propaganda, encabezado por el Dr. Goebbels, el cual exigía que todos los judíos fueran despedidos de los puestos de trabajo que tuvieran alguna importancia.

Así que su padre fue despedido y tuvo que dedicarse a dar clases de música y tocar en una orquesta compuesta sólo por judíos. Evidentemente, ahora sus ingresos eran muy inferiores a los que había tenido hasta entonces.

El alcance de esa represión también afectó a Stella, la cual, aunque era una alumna brillante, tuvo que dejar la escuela pública y sus padres la tuvieron que matricular en una escuela privada sólo para judíos.

Parece ser que allí tuvo que aguantar muchas burlas del resto de sus compañeros, porque era la que parecía menos judía.

Supongo que ahí empezaría su odio por todo lo judío y su pretensión de no parecer judía.

En 1938, empezaron las persecuciones contra los judíos, cuando los nazis invadieron sus barrios y enviaron a muchos de ellos a los campos.

De momento, sus padres pudieron esconderse y evitar ser deportados. Así que intentaron, por todos los medios, emigrar a USA, donde tenían unos parientes que los podrían acoger en su casa.

Sin embargo, el Gobierno USA utilizaba el sistema de cuotas de visados por países y les informaron de que, aunque les apuntaran en la lista, tendrían que esperar un par de años para poder emigrar a ese país.

Mientras tanto, Stella estuvo estudiando para ser diseñadora de modas. Un trabajo que pensaba realizar a su llegada a USA.

Parece ser que también se le daba bien cantar y lo hacía en una
banda de jazz, compuesta sólo por judíos. Allí conoció a Manfred, su primer marido, con el que se casó en 1941.

De momento, no fueron deportados a ningún campo, porque empezaron a trabajar en la industria armamentística.

Curiosamente, Manfred también era un judío alto, rubio y con ojos azules. Por ello, en muchas ocasiones, les paraban los alemanes para preguntarles por qué llevaban cosida en sus ropas la estrella de David, si no eran judíos.

Así que Stella tomó una decisión bastante arriesgada. Decidió llevar sólo la estrella en el trabajo, pero no por la calle.

No obstante, el Gobierno nazi decidió que la mayoría de los judíos, que trabajaban en las fábricas de armas, fueran deportados a los campos. Stella y su madre se libraron. Sin embargo, Manfred fue deportado al temible campo de Auschwitz, de donde no logró salir con vida.

Su padre tampoco fue detenido, porque esas detenciones se realizaban en horario nocturno y él tenía el turno de noche. Así que no lo hallaron en su casa para detenerlo.

En aquella época conoció a un joven judío llamado Rolf Isaaksohn, que, más tarde, se convertiría en su segundo marido. Éste no tenía ese aspecto de ario, pero sí parecía italiano. Así que ambos podían pasar desapercibidos. Incluso, un amigo les proporcionó unos documentos de identidad falsos para que no fueran deportados.

De momento, las cosas les fueron bien. Sin embargo, su felicidad terminó en julio de 1943, cuando ella estaba sentada en una cafetería esperando a su marido y una judía cazadora de judíos la reconoció e, inmediatamente, fue arrestada por la Gestapo.

Fue interrogada y golpeada, porque los agentes de la Gestapo querían saber quién era el falsificador de esos documentos, pero ella no pudo responder, porque no lo conocía. Así que la enviaron a una prisión para mujeres judías.

Unos días después, pidió ser llevada al dentista, ya que sufría muchos dolores a causa de los golpes recibidos en el interrogatorio. Por lo visto, aprovechó un descuido para zafarse de la vigilancia y escapar.

Consiguió reunirse con sus padres y se escondieron en una pensión. No sé si alguien los denunciaría, lo cierto es que, pocas horas más tarde, fueron detenidos. Sus padres fueron enviados a una cárcel a donde llevaban a los que iban a ser enviados a los campos, mientras que a ella la devolvieron a la prisión de donde había escapado.

Sin embargo, unos meses después, consiguió huir de la prisión, aprovechando uno de los bombardeos aliados.

Esta vez, Stella no huyó, sino que se presentó voluntariamente en el centro, donde estaban detenidos sus padres. La Gestapo la volvió a interrogar y ella siguió diciendo que no conocía al falsificador de esos documentos de identidad.

Sin embargo, Rolf, su pareja, que también había sido detenido, aceptó convertirse en un cazador de judíos. Así que a ella le ofrecieron la oportunidad de no deportarla ni a ella, ni a sus padres, si se comprometía a hacer la misma labor que su marido. De esa manera, ingresaron en una unidad compuesta por 20 hombres y mujeres, que se dedicaban a cazar a los judíos.

Podrían moverse con libertad por todo Berlín, no tendrían que llevar cosida la estrella de David y recibirían 200 marcos por cada captura. Por no hablar de que les proporcionaban raciones abundantes de comida de las que carecían el resto de los berlineses.

Incluso, podían portar un arma y llevaban un carnet, que les acreditaba como miembros de la Gestapo. Parece ser que Stella siempre fue reacia a llevar armas, mientras que Rolf era más aficionado a ellas.

Al principio, Stella y Rolf actuaron juntos. Solían visitar los lugares de entretenimiento, donde sabían que acudían los judíos, que se hallaban escondidos, por lo que aún no habían sido deportados a los campos.

Así que ahora los nazis contaban con la valiosa colaboración de dos judíos, que querían traicionar a los demás. Por tanto, muchos de los que la habían conocido, temían encontrarse con ella por la calle, porque tenía muy buena memoria y no dudaría en entregarlos a la Gestapo.

Incluso, Rolf, los detenía a punta de pistola y hasta aprovechaba para golpearles fuertemente.

En febrero de 1944, fue traicionada por los nazis, ya que decidieron deportar a sus padres a un campo en la antigua Checoslovaquia.

Posteriormente, fueron enviados al cruel campo de Auschwitz, donde fueron asesinados. No obstante, Stella siguió colaborando con los nazis.

Como su jefe vio que Stella y Rolf ya no se llevaban tan bien, en octubre de 1944, les obligó a casarse para ver si así mejoraban las relaciones entre ellos. Cosa que no ocurrió.

Empezaron a trabajar cada uno por su cuenta y a tener sus propias relaciones. Concretamente, Stella, mantuvo una relación con un tal Heino Meissl, que la dejó embarazada, dando a luz, en abril de 1945, a una niña llamada Yvonne.

Consiguió escapar con una amiga de Berlín, poco antes de que las tropas soviéticas la rodearan por completo.

Llegaron a un pueblo, que, poco después, fue invadido por las tropas soviéticas, aunque ella consiguió librarse de ser violada.

Sin embargo, fue denunciada por una enfermera, que la había oído decir que la policía soviética era peor que la Gestapo. Así que fue detenida por los soviéticos y dejaron a su hija al cuidado de una familia judía.

En un principio, se defendió haciéndose pasar por otra de las víctimas de los nazis.

Sin embargo, supongo que los policías soviéticos tendrían serias dudas y la enviaron, para confirmar su identidad, a la comunidad judía de Berlín.

Lógicamente, allí la reconocieron enseguida, porque muchos de sus capturados habían conseguido salir con vida de los campos. Los jefes de esa comunidad se opusieron a que la lincharan y sólo dejaron que la pelaran al cero.

Posteriormente, fue devuelta a las autoridades soviéticas. Estas le llevaron a un juicio, donde la condenaron a 10 años de trabajos forzados en varios antiguos campos nazis.

Tras haber cumplido su condena, consiguió salir con vida, aunque muy afectada por la tuberculosis.

Decidió reunirse con su hija para empezar de nuevo, pero fue rechazada por ésta, que nunca quiso saber nada de ella. Incluso, se hizo enfermera y se trasladó a Israel.

Por el contrario, Stella, fue nuevamente, detenida por las autoridades de la República Federal de Alemania.

Este nuevo juicio comenzó en junio de 1957 y fueron llamados varios judíos capturados por ella, en calidad de testigos de la acusación.

No se sabe la cifra exacta de los que consiguió capturar, pero se cree que fue un mínimo de 600 y un máximo de 3.000 judíos.

Ella se defendió alegando ser una víctima de los comunistas. Aparte de alegar su mala salud y la obligación de verse separada de su hija.

Evidentemente, fue condenada por sus actividades de ayuda a la Gestapo. El fiscal pidió 15 años de cárcel, pero el juez sólo la condenó a 10.

Curiosamente, no tuvo que volver a la cárcel, porque ya había cumplido esa misma condena.

En 1972, consiguieron llevarla otra vez ante los tribunales de Justicia. Sin embargo, los jueces ratificaron el anterior veredicto y la pusieron en libertad.

Stella, que nunca quiso admitir ser judía, se convirtió al cristianismo y llegó a casarse 3 veces más.

Parece ser que sufrió una gran depresión y apenas salía de casa, ni podía conciliar el sueño.

El mazazo final lo recibió cuando uno de sus amigos de la infancia escribió un libro sobre ella y sus actividades, donde entrevistó a muchas de sus víctimas.

Por ello, en 1994, cuando ya había cumplido los 72 años, se suicidó en un lago cercano a su casa.

 

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martes, 30 de julio de 2024

EL PERRO PACO

 

Confieso que hoy no sabía sobre qué tema escribir, pero he encontrado por ahí una historia que me ha parecido simpática y es la que me he decidido a narrar.

La tarde del 04/10/1879, un grupo de amigos se hallaba en el antiguo Café de Fornos celebrando la festividad de San Francisco de Asís.

Éste era un café bastante lujoso, que se hallaba en la esquina de la calle de Alcalá con la de Virgen de los peligros y donde mucha gente solía celebrar sus tertulias vespertinas. Entre los tertulianos más famosos estaban Azorín, Pío Baroja o Manuel Machado.

Evidentemente, nada que ver con la cafetería de una cadena USA, que, actualmente, ocupa el mismo local comercial. Uno de esos establecimientos sin una personalidad propia, que hacen que todas las ciudades parezcan ya iguales, porque casi todos los comercios son franquicias.

Sin embargo, esa tarde entró en esa cafetería un perro callejero. Dicen que era negro y no demasiado grande.

Supongo que tendría hambre y empezó a hacer saltos y volteretas para que le dieran algo de comer.

Por lo visto, llamó la atención de uno de los comensales, un hombre de unos 50 años, el cual le dio un pedazo de carne asada y el animal se puso muy contento.

El que le dio ese regalo fue Gonzalo de Saavedra y Cueto, marqués de Bogaraya, que solía comer en ese establecimiento. Supongo que a casi nadie le sonará ese nombre, aunque en su época fue un personaje muy conocido. Sin embargo, les podrá sonar más el nombre de su padre, Ángel de Saavedra, III duque de Rivas. El autor de aquel drama romántico titulado “Don Álvaro o la fuerza del sino”, estrenado, con mucho éxito, en 1835, el cual es mencionado en todos los manuales de Literatura española.


El marqués de Bogaraya era un hombre polifacético. En su juventud fue oficial de Caballería, pero renunció a la carrera militar tras el destronamiento de Isabel II.

Después se dedicó a la cría, a la doma de caballos y a la enseñanza de la hípica.

También se dedicó a otras aficiones, como la música clásica. Parece ser que fue un buen flautista. Presidió la Sociedad Filarmónica y hasta consiguió que el famoso Camille Saint-Saëns diera unos cuantos conciertos en España.

Al comienzo del reinado de Alfonso XII empezó a interesarse por la política, afiliándose al Partido Conservador. Fue diputado a Cortes, concejal y hasta alcalde de Madrid. Posteriormente, fue gobernador civil y presidente de la Diputación Provincial de Madrid.

Como ya he dicho que el grupo de amigos conoció al perro el día de San Francisco de Asís, le “bautizaron” con el nombre de Paco.

Por lo visto, a todo el mundo le pareció un perro muy simpático, así que éste siguió yendo, en días sucesivos, a ese café y todos le daban algo de comer. De hecho, los clientes hasta discutían entre ellos, para conseguir que se sentara en su mesa.

Incluso, algunos días, probó suerte en el Café Suizo, que también se hallaba en la calle de Alcalá, pero en la acera de enfrente. Evidentemente, entonces no había el tráfico, que hay ahora y no era tan peligroso cruzar esa calle.

Parece ser que entre sus proveedoras habituales también se hallaban las obreras de la fábrica de tabacos de Embajadores, que siempre solían tener alguna golosina para él.

Por lo visto, era un animal muy sociable. Así que mucha gente solía llevarle al hipódromo, que entonces se hallaba donde ahora están los Nuevos Ministerios. También hubo quien lo llevó, en varias ocasiones, al teatro.

Sin embargo, parece ser que su espectáculo preferido eran las corridas de toros. La plaza de toros de Madrid estaba donde ahora se halla el Palacio de los Deportes, en la avenida de Felipe II. Allí tenía su asiento reservado en el tendido 9. Incluso, solía acompañar a los toreros, cuando se dirigían, montados en un carruaje, hacia la plaza de toros.

Entre un toro y otro, le gusta saltar al ruedo y hacer varios saltos y cabriolas, que gustaban mucho al público, salvo a los puristas. Ya sabemos que los que se las dan de entendidos de los toros suelen ser gente muy conservadora y no les gustan ningún tipo de novedades.

Aunque muchos le propusieron irse con ellos a su casa, él nunca quiso renunciar a su libertad y solía ir a dormir a las cocheras de los tranvías, que estaban en la calle Fuencarral. Todavía se utilizaban los tranvías de tracción animal y no los que se movían por medio de la electricidad.

Como en el Café Fornos se celebraban muchas tertulias de periodistas y literatos, el nombre del perro Paco, pronto empezó a aparecer en artículos y novelas. Así que se hizo muy popular. Incluso, fue mencionado en obras de teatro y en alguna zarzuela. Hasta apareció en las tiras cómicas de algunos periódicos.

Por no hablar de que hubo cronistas, que detallaban las actividades diarias del can y hasta componían canciones en su honor. Llegaron a inventar la frase: “saber más que el perro Paco”.

Por ello, ya podía entrar en cualquier establecimiento, pues nadie se atrevía a echarlo, por miedo a una mala crítica en la prensa. Curiosamente, le dejaban entrar hasta en los establecimientos, que tenían un cartel en la puerta, donde se prohibía la entrada a los animales.

Ya sabemos que, en aquella época, la gente se fiaba de lo que decían los periódicos. No como ocurre ahora, que dicen que sólo tienen dos verdades: la fecha y el precio.

Dado que en los toros la gente tiene derecho a protestar, si no les está gustando la faena, que está realizando el torero. Nuestro personaje, lógicamente, expresaba su descontento ladrando.

El 21/06/1882 asistió a una novillada. Parece ser que uno de los novilleros, al que llamaban Pepe el de los galápagos no estaba teniendo mucho acierto con el estoque a la hora de matar y estaba realizando una auténtica carnicería.

Así que, ni corto ni perezoso, Paco saltó al ruedo y eso hizo que el novillero tropezara y cayera al suelo. Por lo visto, eso no le hizo ninguna gracia y no se le ocurrió otra cosa, que clavarle el estoque al perro, en mitad de las costillas.

No hará falta decir que el novillero tuvo que salir corriendo y esconderse, porque el público saltó al ruedo con la intención de lincharle allí mismo.

Parece ser que el que consiguió retener a las masas fue un conocido empresario teatral, llamado Felipe Ducazcal. Éste se llevó al perro para ver si lo pudieran curar, pero no fue posible y murió.

No obstante, le encargaron a un especialista que lo disecara y luego su cuerpo fue expuesto en una vitrina por el jefe de areneros de la plaza, que también era el propietario de una cafetería en la calle de Alcalá.

Allí estuvo expuesto durante unos años y luego, parece ser que fue enterrado en algún lugar del Parque del Retiro. Por lo visto, hasta le dedicaron unas oraciones fúnebres.

Incluso, algo más tarde, aparecieron unas “Memorias autobiográficas del perro Don Paco”, cuya autoría algunos atribuyeron al propio rey Alfonso XII.

En 1920, se propuso erigirle una estatua por suscripción popular. Parece ser que las donaciones alcanzaron una buena suma, pero quizás no la suficiente. Así que no se hizo.

No obstante, como, muchos años más tarde, aún se seguía hablando del perro Paco, el Ayuntamiento de Madrid tomó cartas en el asunto y encargó una estatua al escultor Rodrigo Romero Pérez. La misma fue ubicada al final de la calle Huertas, en la trasera del Ministerio de Sanidad, e inaugurada en enero de 2023, con motivo el día de San Antón, patrón de los animales.

El propio alcalde Martínez Almeida calificó al perro Paco como “uno de los primeros influencer, cuya fama se extendió gracias a la prensa de época”.

Con ello, mucha gente pensó que así se pagaba una deuda que siempre habían tenido los madrileños con tan ilustre animal.

En la peana de la escultura hay un cartel, también en bronce, donde se puede leer: “Al perro Paco: perro castizo y único de la historia local de Madrid, amigo de literatos, artistas y personajes de finales del siglo XIX”.

Así que espero que os haya  gustado esta entrañable historia tanto como a mí.

 


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martes, 23 de julio de 2024

CHARLES DICKENS

 

Supongo que esta vez mis lectores no podrán decirme, como hacen a menudo, que escribo sobre personajes desconocidos para el común de los mortales. Lo cierto es que, aunque todo el mundo haya leído algunas obras de este escritor, es muy probable que desconozca muchos aspectos de su vida.

Su nombre completo era Charles John Huffan Dickens y nació en febrero de 1812 en la ciudad costera de Portsmouth, base principal de la Armada británica. Precisamente, su padre era un funcionario civil de la Armada y prestaba sus servicios en la pagaduría de esa base.

Los padres de Charles fueron John Dickens y Elizabeth Barrow, los cuales tuvieron 8 hijos, siendo nuestro personaje el segundo de ellos.

Parece ser que el sueldo del padre era demasiado escaso y eso le llevó a contraer deudas, que no pudo pagar a tiempo. Lo que dio lugar a que tuvieran que vender los muebles y la vajilla. Parece ser que eso no fue suficiente y John fue encarcelado por impago de deudas.

Esa terrible situación dio lugar a que Charles tuviera que dejar el colegio a los 10 años y se puso a trabajar en una apestosa fábrica, donde embotellaban betún y que estaba llena de ratas.

Más tarde, el padre cobró una pequeña herencia, con la que consiguió recuperar su libertad, tras haber pagado todas sus deudas.

También eso permitió que Charles dejase de trabajar en la fábrica y volviera a la escuela, donde estuvo hasta los 15 años.

Posteriormente, entró a trabajar en un bufete de abogados, en Londres. Allí aprendió algo que le sería muy útil, la taquigrafía.

Por lo visto, siempre se le dio muy bien la taquigrafía y eso le abrió el camino hacia el mundo del periodismo. Empezó acudiendo a las sesiones del Parlamento y, más tarde, consiguió que se publicasen sus artículos en varios periódicos.

Dickens solía pasear por los barrios modestos londinenses y luego escribía sobre lo que había visto. Incluso, mencionaba las actividades de algunos personajes, que le habían llamado la atención, como criadas, caballeros arruinados, etc. Algo muy novedoso en aquella época.

A la vista del éxito obtenido, unos editores le ofrecieron escribir una novela sobre esos mismos personajes. En España la conocemos como Los papeles póstumos del Club Pickwick, cuya traducción se la debemos a uno de sus grandes admiradores, Benito Pérez Galdós.

Como en aquella época la mayoría de los libros no estaban al alcance de la gente modesta, en el Reino Unido, optaron por publicarla por entregas, las cuales salieron a la luz entre 1836 y 1837.

Incluso, como había mucha gente analfabeta, solían acudir a alguien que les fuera leyendo cada una de las entregas.

A partir de entonces, aparecieron otras novelas, aunque, quizás, la más conocida por todos sea Oliver Twist. También dirigió una revista y escribió algunas obras para el teatro.

Todo ello, le hizo ganar mucho dinero, el cual invirtió en una casa en un elegante barrio londinense, donde ahora está su museo.

También se casó con Catherine Hogarth, hija de un director de un periódico, donde también escribía Charles.

En 1843, apareció el conocido relato Cuento de Navidad, donde aparece el personaje avaro de Ebenezer Scrooge. A partir de entonces, tomó la costumbre de escribir unos relatos cortos para festejar la Navidad.

Sus buenos ingresos le permiten viajar por muchos países y eso lo plasmó en un libro de viajes, publicado en 1846.

Dos años más tarde, publicó la novela que le dio más fama, David Copperfield y de la que siempre se sintió más orgulloso. De hecho, confesó que allí plasmó algunos retazos de su propia vida.

Es posible que el tener nada menos que 10 hijos le hicieran meditar sobre su propia infancia.

Por ello, siempre intentó mejorar la sociedad en la que vivía. Denunció el trato dado a los huérfanos en los orfanatos, pero también el horrible espectáculo de las ejecuciones públicas. Incluso, financió la creación de un centro para prostitutas reformadas.

También fundó una revista, la cual, a un precio muy asequible, ofrecía artículos de divulgación cultural y científica.

Todo ello dio lugar a que mucha gente abriera los ojos sobre el estado de la sociedad en la que vivía y presionaron al Gobierno para realizar muchas reformas. Las cuales se hicieron realidad en años sucesivos.

En 1857, Charles fue a ver una obra teatral de un amigo suyo y allí conoció a una joven actriz, llamada Ellen Ternan.

Parece ser que las relaciones entre Charles y su esposa, Catherine, ya no eran tan buenas y eso dio lugar a que él se enamorase de esa joven, que sólo tenía 18 años, la misma edad que su hija mayor, mientras que él ya había cumplido los 45.

Al año siguiente, su mujer descubrió un brazalete de oro, que le iba a regalar Charles a Ellen y pidió el divorcio.

A partir de entonces, Charles y Ellen vivieron juntos, aunque nunca se casaron ni reconocieron que fueran una pareja.

En 1859, se publicó la famosa obra Historia de dos ciudades, donde narra los crímenes y abusos producidos durante la Revolución Francesa, inspirada en la obra de Thomas Carlyle.

Dos años después, se publicó otra de sus novelas más conocidas, Grandes esperanzas.

A partir de 1858, se dedicó a realizar lecturas públicas de sus novelas. Por lo visto, tuvo mucho éxito y eso le llevó a realizarlas en muchos lugares, tanto del Reino Unido como de USA.

Parece ser que esos viajes constantes le acarrearon graves problemas de salud, ya que siempre había padecido problemas renales y cardíacos.

Desgraciadamente, murió en 1870, dejando su última obra sin terminar.

Parece ser que había dicho a sus familiares que quería un entierro sin lujos de ningún tipo y en un cementerio de una zona rural.

Sin embargo, el famoso diario The Times inició una campaña para que uno de los escritores más famosos que había dado el Reino Unido fuera enterrado en un lugar mucho más importante. De esa manera, consiguió que fuera enterrado en el panteón de la famosa Abadía de Westminster. Concretamente, en el llamado rincón de los poetas. Allí acudieron miles de personas a llevarle ramos de flores y rendirle homenaje por sus obras.

Su fama ha llegado hasta nuestros días. No sólo en el campo de la literatura, sino que también se han hecho varias películas y series de TV sobre las mismas.

Para resumir, Dickens vivió en un período en el que tuvieron lugar muchas transformaciones en el Reino Unido.

El final de las guerras contra Napoleón no había traído mucha prosperidad. Ello unido a que hubo una serie de acontecimientos volcánicos y meteorológicos, que supusieron muy malas cosechas.

La vida política estaba dominada por las grandes familias de siempre, que se dedicaban, sobre todo, a la explotación del campo, y seguían aliadas con la Iglesia anglicana. Los católicos no estaban muy bien vistos y solían sufrir discriminación.

Sin embargo, las élites de ese país tuvieron el acierto de ir haciendo reformas con las que consiguieron que las revoluciones de 1848, que surgieron en toda Europa, no tuvieran éxito en ese país.

No obstante, hasta las reformas de Disraeli, sólo 800.000 personas tenían derecho al voto en un país con 32.000.000 de habitantes.

El gran desarrollo británico vino por su apuesta por la industria, el incremento de las máquinas, el aumento del crédito bancario, el apogeo de los ferrocarriles y su marina, que le permitía el comercio a gran escala. Todo ello creó una fuerte burguesía industrial.

Aunque muchas de las grandes familias vieron crecer su riqueza, también es cierto que se creó una clase media, compuesta por comerciantes, profesionales liberales, etc, que solían vivir en las grandes ciudades. A mediados del siglo XIX, Londres ya tenía una población de 4.000.000 de habitantes.

En 1868, empezó a gobernar el liberal Gladstone, el cual introdujo varias medidas muy importantes, como el reconocimiento de los sindicatos obreros, la ampliación del sufragio electoral, la entrada de los partidos izquierdistas en la Cámara de los Comunes, el escrutinio secreto de los votos en las elecciones y la enseñanza primaria pública y gratuita.

Realmente, se dice que Dickens nunca fue un revolucionario, sino una persona amante del orden, pero que criticaba muchos aspectos de la sociedad en la que vivía.

Una de sus grandes preocupaciones era la educación. Decía que sólo una buena formación haría posible que mucha gente pudiera salir de la pobreza. Por ello, criticó la labor de ciertos maestros, que abusaban de la memorización y despreciaban la creatividad de sus alumnos.

También dirigió sus críticas hacia otras instituciones, como la Justicia, con unos procesos que se eternizaban y resultaban muy costosos para los demandantes. Seguro que eso nos suena mucho a los españoles.

Tampoco quedaron fuera de sus críticas el sistema carcelario, la explotación infantil en las fábricas, la corrupción política y el Parlamento.

De esa forma, aunque la sociedad británica tenía una visión muy optimista de la marcha de su país, él les descubrió la otra cara de la moneda: la de los desheredados.

A su muerte, su amigo, Thomas Carlyle, dijo: “Es un acontecimiento universal. Un talento único se ha extinguido repentinamente y ha eclipsado la ingenua alegría de los pueblos”.

 

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