
Edith Louisa Cavell, que así se llamaba
nuestro personaje de hoy, nació en 1865, en un pueblo cercano a la ciudad de
Norwich, capital del condado de Norfolk, al este de Inglaterra.
Creció en el seno de una familia,
donde su padre era pastor de la iglesia anglicana, su madre era maestra y ella
era la mayor de los cuatro hijos, que hubo en ese matrimonio.
Desde 1890, estuvo trabajando 5
años como institutriz para una familia en Bruselas (Bélgica). Sin embargo, al
saber que su padre había enfermado, regresó a la casa paterna para cuidarle.
Tras conseguir su recuperación, vio
que esa era su vocación y decidió dedicarse de lleno a la enfermería. Empezó
practicando en el Hospital de Londres. Posteriormente, trabajó en otros
hospitales e, incluso, se dedicó a atender a algunos pacientes en sus
respectivos domicilios.

Incluso, 3 años después, fundó la
revista L’infirmière, donde daba a conocer las nuevas técnicas de la enfermería.
Al año siguiente, estuvo formando
a diversas alumnas de enfermería, procedentes de varios hospitales y escuelas
de Bélgica.
El inicio de la I Guerra Mundial
le pilló en Norfolk, cuando se hallaba visitando a su madre, que había quedado
viuda. Enseguida, volvió a Bruselas y empezó a trabajar para la Cruz Roja.

Sin embargo, la cosa no fue tan
sencilla como habían esperado. Los belgas ofrecieron resistencia en cada una de
sus ciudades y el Ejército alemán tomó represalias, fusilando a muchos
ciudadanos. Dicen que, incluso, a algunos niños.
Por ejemplo, en Lovaina,
incendiaron la biblioteca de su famosa Universidad, repleta de códices
medievales.

Sin embargo, ella, movida por su
ardor patriótico, comenzó a ayudar a los soldados aliados, que habían resultado
heridos y se hallaban ingresados en su hospital.
Contactó con una red, que se
dedicaba a la evasión de estos soldados y consiguió que muchos pudieran llegar
a la neutral Holanda o, incluso, a Francia. Parece ser que el cabecilla de esta
red era el príncipe Reginald de Croy.
Las autoridades militares alemanas
empezaron a sospechar de ella y, tras haber sido denunciada por Gaston Quien,
el 03/08/1915, fue arrestada y encerrada en una prisión militar.
En los siguientes días, fue
sometida a varios interrogatorios, donde confesó haber alojado en su casa a
varios prisioneros aliados y civiles belgas, para que pudieran llegar a
Holanda. Así que, ante la Policía, se reconoció culpable de esos hechos.

Según el Código Penal alemán,
ella había cometido el delito de auxiliar con tropas al enemigo. Este delito
estaba castigado con la pena de muerte, aunque, normalmente, no solían realizarse ejecuciones por este motivo, sino conmutarlas por la cadena perpetua.
Por otro lado, la Convención de
Ginebra, en su redacción de 1906, protegía al personal médico, siempre que no
se pusiera de parte de uno de los contendientes.
El Gobierno británico sólo podía
protestar. Sin embargo, el Gobierno USA, que aún no había entrado en la guerra,
presionó al alemán, diciéndole que esa ejecución le haría muy impopular al Imperio
alemán.
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Parece ser que era una mujer que
lo tenía muy claro. Conservó la serenidad durante todo el consejo de guerra y
siempre reconoció esos hechos, que había realizado durante 9 meses.
Desgraciadamente, fue condenada a
muerte a pesar de la defensa realizada por el abogado belga Sadi Kirschen.
De los 27 procesados, sólo 5
fueron condenados a muerte. Cavell, el arquitecto Baucq, Louise Thuliez,
Severin y la condesa de Belleville. Sin embargo, a los 3 últimos se les conmutó
por la de cadena perpetua.
Enseguida, varios de los
representantes de las cancillerías presentes en Bélgica, como el de USA o el de
España, pidieron, reiteradamente, clemencia.
Concretamente, el embajador
español, era el marqués de Villalobar, al que hace tiempo dediqué otro de mis artículos.
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El 12 de octubre fue llevada a un
campo de tiro, junto a su cómplice Baucq y tres civiles belgas. Las últimas
palabras que le dijo a un capellán alemán fueron: “Estoy alegre de morir por mi
país”.

Aunque los alemanes se ciñeron a
aplicar sus normas legales, parece ser que este episodio de la guerra no gustó
nada ni a los países amigos, ni a los enemigos de Alemania y provocó
movimientos de protesta en todo el mundo.
No está muy claro, pero hay
algunos autores que afirman que Cavell había perteneciendo a la organización
británica MI6, dedicada al espionaje en el extranjero.
Parece ser que, aunque había sido
interrogada, por la Policía, en francés, su consejo de guerra se desarrolló en
alemán, por lo que no pudo enterarse de las acusaciones del fiscal hacia ella,
ya que nadie se las tradujo.

En mayo de 1919, su féretro fue
llevado al Reino Unido. Primeramente, fue recibido en la famosa Abadía de Westminster,
donde se celebró una misa de funeral de Estado, presidida por el rey Jorge V.
Posteriormente, fue trasladada a
la catedral de Norwich, ciudad cercana a su lugar de nacimiento, donde fue
enterrada en el interior del templo. Necesitó una dispensa del propio rey, ya
que, un siglo antes, se habían prohibido los entierros dentro de ese edificio.

Los que la conocieron la vieron
como una persona seria, valiente y responsable. El capellán que la atendió
antes de ser ejecutada declaró: “No creo que la señorita Cavell quisiera ser
una mártir, pero ella estaba lista para morir por su país”.
El capellán Graham dijo que ella
le había dicho: “No tengo miedo. He visto la muerte tan a menudo que no es
extraño, ni temeroso para mí”.

Incluso, poco después de ello,
varios detenidos por delitos de este tipo, fueron liberados por los tribunales
alemanes, alegando que es posible que desconocieran que estuvieran realizando
un delito.
Hoy en día, cada 12 de octubre,
se conmemora la fecha de su muerte. Parece ser que es muy posible que en un
futuro sea canonizada por la Iglesia anglicana.
Existen numerosos monumentos a su
memoria, en diversas partes del mundo. Precisamente, en 1940, Hitler, ordenó
destruir una estatua que había en París, dedicada a esta heroína.
Incluso, en 2015, con motivo del
centenario de su ejecución, se celebraron diversos actos en Norwich. Incluso,
se restauró el vagón que llevó sus restos hasta esa ciudad. Además, ese mismo
año, se acuñó una moneda de 5 libras esterlinas con su efigie.
También, a lo largo del tiempo,
se han escrito numerosos libros, estrenado películas y hasta composiciones
musicales en honor a esta heroica enfermera.
Sirva este artículo como mi
tributo de admiración para una persona que lo dio todo por sus enfermos y que
no le importó arriesgarse por ayudar a sus compatriotas, hasta perder la vida
por ello.
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