Mi anterior artículo estaba
dedicado a la vida del general alemán von Seydlitz, un nombre casi completamente
desconocido hoy en día, y cuyo comportamiento, aunque algunos lo vean muy
discutible, a mí me pareció muy sensato. Al final de este artículo ya veréis a
qué me refiero.
Nuestro nuevo personaje se
llamaba Hans Emil Otto von Sponeck. Nació en 1888 en la ciudad de Dusseldorf,
hijo de un oficial de Caballería, miembro de una familia noble y también perteneciente
a una estirpe militar.
Desgraciadamente, su padre murió
cuando sólo tenía 38 años, dejando a su mujer con cuatro hijos. Así que nuestro
personaje se crió con su madre.
Siguiendo la tradición familiar,
en 1898, con sólo 10 años, ingresó en la
famosa Academia Militar de Karlsruhe. Allí destacó, sobre todo, por sus dotes deportivas.
Participó en la I Guerra Mundial,
siendo herido 3 veces en combate. Por su actuación en ese conflicto bélico fue
condecorado varias veces y terminó la guerra como teniente coronel.
Durante el período de entreguerras,
estuvo destinado, como otros muchos oficiales, en el Estado Mayor. Supongo que
los tendrían allí medio escondidos para que los antiguos países aliados, que
les impusieron duras cláusulas en el Tratado de Versalles, no notaran
que
Alemania tenía más militares de los que declaraba.
De hecho, en aquella época,
firmaron el Tratado de Rapallo, entre Alemania y la antigua URSS. Por este
acuerdo, las tropas alemanas podían realizar sus maniobras, libremente, en un
determinado territorio de la antigua URSS e, incluso, los rusos les permitieron
tener una base aérea, para suministrar a esas tropas y entrenar a sus pilotos.
Lógicamente, todo esto permaneció lejos de la vista de los vencedores de la I
Guerra Mundial.
Rusia o la antigua URSS, al
firmar por su cuenta un armisticio con Alemania, a fin de salir anticipadamente de la guerra, nunca le consideraron como
perteneciente al bando de los vencedores de ese conflicto.
No sé si sería debido a sus dotes
para el deporte, lo cierto es que, en 1937, fue uno de los elegidos para
organizar unidades paracaidistas. Para ello, fue transferido a la Luftwaffe, o
sea, el Ejército del Aire alemán.
En relación con el escándalo Blomber-Fritsch, al que ya dediqué hace mucho tiempo otro de mis artículos, parece ser que fue partidario de apoyar al general von Fritsch, jefe del Estado Mayor, en su pugna con el Gobierno alemán. Supongo que, en adelante, eso sería tenido en cuenta por los nazis para ir “cavando su tumba”.
Parece ser que, al comienzo de la
II Guerra Mundial, no se le dio muy bien, pues sus unidades tuvieron más
problemas de los previstos para doblegar al Ejército de Holanda. No obstante,
fue herido en diversas ocasiones y eso le valió para ser condecorado. En aquel
momento ya era teniente general. Hoy en día, se ve muy raro que un teniente
general haya sido herido en el frente.
También participó en la invasión
de la antigua URSS, mandando todo un cuerpo de Ejército, con el cual se dirigió
hacia Ucrania, donde estuvo hasta que tuvo que pedir la baja a causa de estar
afectado por los dolores de la ciática.
Cuando se recuperó, su superior, von Manstein, uno de los mejores estrategas del Ejército alemán, le dio el
mando de una unidad que luchaba en la península de Crimea.
Parece ser que, unos meses
después, vio que iba a ser rodeado por tropas soviéticas, que estaban atacando
a su división por tierra y mar.
Tres veces pidió permiso para
retirarse con sus tropas y las tres veces se lo denegaron. Al ver que no tenía
sentido quedarse allí y correr el peligro de ser capturados, dio, por su
cuenta, la orden de retirada.
Tampoco esa operación fue una
cosa muy fácil, pues tuvieron que caminar durante dos días, aguantando una
fuerte ventisca y unas temperaturas muy bajas, hasta que pudieron llegar a una
zona más segura, donde el Alto Mando les proporcionó refuerzos para poder
repeler a los soviéticos.
Evidentemente, en Berlín no les
hizo ninguna gracia que uno de sus generales tomara decisiones por su cuenta. Así
que, en enero de 1942, lo llamaron para prestar declaración ante un consejo de
guerra.
Allí se encontró con un viejo
conocido, el mariscal Goering, con el que ya había discutido durante el consejo
de guerra contra el general von Fristch y que ahora era su superior, pues era
el jefe de la Luftwaffe, aparte de ostentar otros altos cargos en el Estado.
Estaba muy claro que Goering no
iba a ser muy imparcial. Es más, ni siquiera permitió que compareciera ningún
testigo, durante las 7 horas que duró el consejo de guerra. Así que no tuvo
ningún problema para declararle culpable de desobediencia a su inmediato
superior, por haberse retirado sin su permiso.
Parece ser que a nuestro personaje
no le valió de nada alegar en su defensa que tomó esta decisión para intentar
preservar la vida de sus soldados, a fin de no acabar muertos o capturados por el
enemigo.
Evidentemente, eso es lo que
aprendían los oficiales en la academia militar, sin embargo, esa doctrina no
era del agrado de unos fanáticos, como eran los nazis, a los que nunca les
importaron las vidas de los soldados, ni siquiera la de los civiles.
Siguiendo el Código de Justicia
Militar, vigente en aquel momento, fue condenado a la pena de muerte. Posteriormente,
Hitler, se la conmutó por la de 6 años de prisión y expulsión del Ejército.
Incluso, se le confiscaron sus
propiedades. También uno de sus hijos, que era oficial en una unidad de paracaidistas,
fue trasladado forzoso a otra unidad, que combatía en la zona de Calais.
Parece ser que el general von
Manstein, su inmediato superior y uno de los generales favoritos de Hitler,
realizó varias gestiones para intentar que fuera puesto en libertad, pero todas
resultaron infructuosas.
Estaba muy claro que esta
sentencia no era otra cosa que una llamada de atención del Gobierno nazi hacia la
casta militar, que no era muy afín a la política del Gobierno.
Por eso mismo, como dije al
principio del artículo, el general von Seydlitz, que intentó retirarse con sus
tropas, a principios de 1943, ya sabía lo que le podría esperar, si se
aventuraba a dar esa orden por su cuenta. Seguramente, por eso mismo, dio
libertad a cada uno de sus soldados para hacer lo que quisiera y él, junto con otros mandos, optaron por entregarse al
enemigo a sabiendas de que les podrían tratar mejor que los de su propio bando.
Supongo que en la decisión de
Hitler, éste habría sopesado que, al conmutar la sentencia de muerte, se atraería
a muchos de los oficiales a su causa. También así torpedearía el férreo bloque
de la oficialidad germana.
Aunque, según parece, von Sponeck, no tuvo que
soportar unas condiciones muy duras en su prisión, debió de tener muy claro que
era una especie de rehén, en manos del Gobierno, para que los militares
cumplieran ciegamente las órdenes de Hitler.
Desgraciadamente, tras el fallido
atentado de von Stauffenberg contra Hitler, el Gobierno alemán aprovechó esta
excusa para quitarse del medio tanto a los presuntamente implicados en el
complot, como a todos los que hicieran cualquier tipo de oposición al régimen. Eso ya lo habréis visto en otros de mis artículos.
Parece ser que, desde
hace tiempo, Himmler, tenía ganas de cargarse a von Sponeck. Así que
no se cortó un pelo para dar la orden de fusilarlo inmediatamente. Esta vez,
sin que ni siquiera interviniera un juez. No obstante, otros autores afirman
que Himmler dio esa orden tras habérserla sugerido el gobernador nazi de esa
provincia, Josef Bürckel.
Está muy claro que lo utilizaron
como una excusa, pues, por lo que se ve, nuestro personaje no estuvo implicado,
en ningún momento, en ese abortado complot contra Hitler.
Así que, el 23/07/1944, sólo 3
días después del fallido atentado, fue fusilado en el patio de la prisión de
Gemersheim, una localidad cercana a la frontera con Francia, donde estaba encarcelado.
Tras permitirle decir unas últimas
palabras, fue fusilado y enterrado en el jardín de la prisión. En la posguerra,
sus restos fueron trasladados hasta un cementerio militar, ubicado en ese mismo
Estado federal alemán de Renania-Palatinado.
Parece mentira, pero ya hemos
visto que un militar alemán, como von Seydlitz, conservó su vida, tras
entregarse a los soviéticos, mientras que nuestro personaje fue fusilado por orden
de su propio Gobierno.
Curiosamente, uno de sus hijos, Hans
Cristof, que llegó a ser uno de los principales diplomáticos de la ONU, también
fue uno de los primeros objetores de conciencia en Alemania.
Por otra parte, también es muy llamativo
que, en esa ocasión, nuestro personaje se mostrara tan contrario a obedecer las
órdenes.
Traigo esto a colación, porque algunos
autores le acusan de estar implicado en el asesinato de civiles y prisioneros
de guerra soviéticos, durante la invasión del territorio de Ucrania. Siguiendo las
instrucciones recibidas del Alto Mando.
Parece ser que el famoso general
von Choltitz, que estuvo bajo su mando y luego fue el último gobernador militar
de París, confesó todo eso en una conversación, que fue grabada por los británicos,
durante su cautiverio.
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