Cuando se
habla del Ejército español en vísperas de la Guerra Civil, la mayoría de la
gente suele pensar que la mayoría de los militares estaban influidos por ideas
de tipo fascista, tan en boga por esa época.
Yo
creo que, efectivamente, había muchos que pensaban así, aunque me parece que a
la mayoría le daba lo mismo, como suele ocurrir hoy en día en lo que se refiere
a la relación de la gente con los partidos políticos.
Se
me ha ocurrido traer aquí a tres militares, que, aparentemente, no son muy conocidos,
pero que tuvieron mucha importancia para el inicio de la Guerra Civil.
Voy
a empezar por un personaje casi totalmente desconocido. Se llamaba Carlos
Faraudo y de Micheo.
Nació,
como muchos militares, en el seno de una familia de la alta burguesía. Vino al
mundo en Madrid en 1901.
Estudió
la carrera militar, obteniendo en 1923 su despacho como oficial de Ingenieros.
Acto
seguido, estuvo en África, donde algunos afirman que, posiblemente, conoció
allí a los otros dos personajes, pues estuvieron todos destinados en Regulares.
En
1932, una vez ascendido a capitán fue nombrado miembro de una comisión del Ejército
español, que se encargaría de adiestrar al Ejército boliviano. Al estallar la
llamada Guerra del Chaco, volvieron a España, para no poner en peligro la
neutralidad de España en ese conflicto sudamericano.
Al
regreso a nuestro país se cree que tomó contacto con miembros del PSOE y asumió
esos ideales. Parece ser que conoció a Largo Caballero y luego se ofreció como
instructor de las milicias de las Juventudes Socialistas.
En
1934, al llegar la Huelga General Revolucionaria, se le asignó como oficial al
mando del servicio militarizado de tranvías de Madrid. Él se negó a obedecer
esa orden y, tras someterle a un consejo de guerra, fue encarcelado en el
Hospital Militar de Carabanchel, por motivos de salud.
Poco
pudo gozar de esa libertad, pues fue amnistiado en febrero y, en el mes de mayo
del mismo año, le asesinaron.
Ocurrió
durante un paseo con su mujer, cerca de su domicilio, en la calle Alcántara, de
Madrid. En el conocido Barrio de Salamanca.
Unos
pistoleros falangistas bajaron de un coche y le dispararon con balas
explosivas. A uno de los asesinos se le encasquilló la pistola y no tuvo
oportunidad de rematarle, así que optaron por huir de allí.
Aunque
fue trasladado a una clínica cercana, donde le atendió el doctor Bastos, amigo
suyo, no pudo hace mucho por él, a pesar de operarle durante horas, el daño
había sido muy grave y el enfermo falleció allí mismo.
A
su entierro, que apareció en la mayoría de los periódicos, asistieron miles de
personas, sobre todo, miembros del PSOE y de las Juventudes Socialistas.
Nuestro
segundo personaje quizás es el más conocido popularmente de los tres. Su nombre
fue José del Castillo Sáenz de Tejada y, aunque parezca mentira, tenía un lejano
parentesco con el fundador y líder de la Falange, José Antonio.
Además,
su madre procedía de la estirpe de los condes de Ripalda, título que ostenta
actualmente la madre de D. Jaime de Marichalar.
Estudió
bachillerato en Granada, casualmente, en el mismo centro, el Sagrado Corazón,
donde estudió García Lorca. Otra casualidad más.
Estudió
en la academia de Infantería, saliendo de allí en 1922 y tomando parte en la
Guerra de África, dentro de los famosos Regulares de Tetuán.
Tomó
parte en numerosos combates y hasta en el Desembarco de Alhucemas, que acabó
con esta sanguinaria guerra.
Se
cree que había asumido las ideas socialistas tras conocer allí a Fernando
Condés y luego coincidir en la península, pues, tras la guerra, fue destinado a
un regimiento de Infantería en Alcalá de Henares.
En
1934, su regimiento es enviado a reprimir la sublevación de Asturias. Allí se
le da el mando de una sección de morteros y se le ordena disparar contra la
gente. Él se negó diciendo: “Yo no tiro sobre el pueblo”. Eso le costó un
consejo de guerra y una pena de un año en una prisión militar.
Con
la llegada del Frente Popular, pidió su traslado a la recientemente fundada
Guardia de Asalto. En marzo de 1936 es destinado al cuartel de Pontejos,
situado justo al lado de la madrileña Puerta del Sol.
Su
actividad la compaginó con su afiliación a la UMRA y como instructor de las
milicias de las Juventudes Socialistas.
El
14 de abril de 1936, durante el desfile celebrado por el aniversario de la
proclamación de la II República, fue asesinado el alférez Atanasio de los
Reyes, perteneciente a la Guardia Civil, el cual asistía al mismo de paisano.
El
comportamiento del Gobierno, en relación con este hecho, fue un verdadero
escándalo. Publicó una esquela donde no se decía ni el lugar, ni la hora del
entierro, para que se hiciera en un entorno familiar. Sin embargo, sus compañeros
no estuvieron de acuerdo e instalaron su capilla ardiente en el cuartel que
todavía existe en Príncipe de Vergara, de Madrid.
El
féretro fue llevado a hombros por sus compañeros por un itinerario designado
por el Gobierno. No asistió ningún ministro, pero sí una multitud de diputados
de derechas, falangistas uniformados, gran cantidad de militares y miembros
representativos de todos los rangos de la Guardia Civil.
En
el trayecto hasta la plaza de Manuel
Becerra fueron interrumpidos por miembros ultraizquierdistas, que, incluso,
llegaron a disparar algunos tiros contra el cortejo.
Al
llegar a la citada plaza, les esperaba la Guardia de Asalto, con la orden de
disolver ese cortejo, que se había convertido en una manifestación de carácter
político. Al frente de las unidades de Asalto se hallaba el teniente Castillo.
Parece
ser que hubo un gran forcejeo y uno de sus hombres mató de un disparo a un
joven que luego se supo que era primo de José Antonio.
Tras
esto, se dice que la gente se enardeció y el propio teniente, que, según dicen,
perdió los nervios, disparó contra un joven carlista, al cual hirió gravemente.
Los manifestantes intentaron linchar al teniente, pero pudo salir de allí con
vida gracias a la ayuda de sus subordinados.
A
pesar de este suceso tan grave, el teniente sólo fue detenido durante unas
horas y ni siquiera fue procesado, lo cual era absolutamente ilegal.
A
partir de ahí, se prodigaron las amenazas contra él y sus superiores le
recomendaron que aceptara otros destinos fuera de Madrid, a lo que él siempre
se negó.
No
obstante, fue obligado en abril a acompañar al presidente de la República en
ese momento, Martínez Barrio, en su visita a Sevilla.
A
su vuelta, ya intentaron por dos veces asesinarlo, saliendo milagrosamente
ileso. No obstante, las milicias socialistas, que él había estado entrenando,
se dedicaron a escoltarle, sin que él se diera cuenta, en los trayectos entre
el cuartel y su casa.
El
12 de julio, fue a las Ventas a la corrida que hubo esa tarde. Allí una
militante socialista le dijo que se rumoreaba que ese día pensaban atentar
contra él, pero él le contestó que no pensaba esconderse.
Al
acabar el espectáculo, dejó a su mujer en su
domicilio de la calle Augusto Figueroa y se dirigió hacia su trabajo,
junto a la Puerta del Sol.
Hacia
las 10 de la noche, giró hacia la calle de Fuencarral y allí, junto a un
oratorio que aún existe, fue disparado por unos desconocidos, que tras asesinarle,
huyeron y no fueron capturados.
Un
periodista que pasaba por allí le llevó hasta un centro sanitario, que había en
la calle de la Ternera, pero nada pudieron hacer por él.
Su
muerte fue muy importante y con nuestro siguiente personaje veremos el motivo.
En
cuanto a la identidad de sus asesinos, en un principio se le echó la culpa a la
Falange, que era la que más actuaba por entonces, pero, con el paso de los
años, se ha demostrado que fueron unos jóvenes requetés carlistas.
El
siguiente militar se llamaba Fernando Condés. Seguramente, este nombre no os
dirá nada, pero ya veréis cómo fue un personaje importante en nuestra Historia.
Nació
en Vigo en 1906, siendo su padre oficial de Infantería. Siguiendo la tradición
militar, fue a la academia de Infantería y de allí salió como oficial destinado
a la Guerra de África.
Como
ya he dicho antes, seguramente allí coincidió con los otros dos personajes y, especialmente
con José del Castillo, pues ambos combatieron en Regulares.
En
1928 consiguió ingresar en la Guardia Civil y, posteriormente, a través de la
diputada socialista Margarita Nelken, fue trabando amistad con dirigentes de
este partido, como Amaro del Rosal o el mismísimo Largo Caballero, líder de la
corriente más izquierdista de esa formación política.
En
1934, tomó parte en los sucesos revolucionarios, intentando ocupar, con el
apoyo de algunas tropas, el Parque de Automóviles de la Guardia Civil, donde él
estaba destinado. Por ello, fue sometido a un consejo de guerra y encarcelado.
Al
igual que el anterior, con la victoria del Frente Popular fue amnistiado y
readmitido en la Guardia Civil, siendo ascendido al empleo de capitán. No
obstante, como no tenía muchas simpatías en ese Cuerpo, fue designado como
disponible forzoso y no le dieron ningún destino.
Ingresó
en la UMRA, asociación de militares antifascistas, donde también estaban
nuestros otros dos personajes de hoy.
También
actuó, junto con el teniente Castillo, como instructor de la unidad motorizada,
formada por miembros de las Juventudes Socialistas, que solían ser los
guardaespaldas de Prieto.
En
ese año se produjeron varios asesinatos importantes. Podemos destacar el del 7
de mayo, del capitán Faraudo, mencionado anteriormente, y el del 12 de julio,
del teniente Castillo, muy amigo de Condés.
Eso
hizo que se congregaran en el cuartel de Pontejos, donde estaba destinada la
víctima, varios miembros de las Juventudes Socialistas, guardias de Asalto y el
propio Condés.
Un
grupo de ellos, dirigido por Condés, consiguió una furgoneta policial. Con ella
se trasladaron en un principio hasta la casa de Gil Robles, pero no se
encontraba allí. Así que se decidieron por ir a la casa del líder derechista
José Calvo Sotelo.
Le
ordenaron que se vistiera y que les acompañara a la Dirección General de
Seguridad.
Al principio, la víctima no se fio de ellos, pero al ver que estaban
dirigidos por un oficial de la Guardia Civil, les acompañó.
Dentro
del coche, a la altura de la calle Serrano, Calvo Sotelo, fue asesinado por uno
de los pistoleros del grupo. Según parece, el autor fue el socialista Luis
Cuenca.
Por
la mañana, Condés se presentó absolutamente desesperado en la sede del PSOE, pidiendo
ver a alguno de los dirigentes del partido. Como no había ninguno disponible,
se llamó al diputado Juan Simeón Vidarte.
Al
entrevistarse con él, le dijo que no había sido su intención hacerlo y que sólo
pretendía secuestrarle durante unos días. El diputado le dijo que lo mejor era
esconderse durante un tiempo y le facilitaron una casa de Margarita Nelken.
También
le dejaron muy claro que había cometido una estupidez, que llevaría al país, en
pocos días, a una lucha sin cuartel.
Luego
estuvo presente en el asalto al Cuartel de la Montaña y murió al poco de
iniciarse la guerra en los combates habidos en Somosierra, junto a Madrid.
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