Hoy voy a escribir un artículo
sobre una sociedad secreta, que algunos autores dicen que existió, mientras que
otros lo niegan rotundamente.
Yo no estoy a favor ni en contra,
pero nunca descarto nada y además me parece un tema muy interesante.
Por lo visto, su primera sede
estuvo en Toledo, aunque, tras el descubrimiento de América y la llegada del
oro y la plata, procedente de ese continente, se trasladaron a Sevilla.
No hay que olvidar que la Casa de
la Contratación estaba en esa ciudad y tenía el monopolio de todo el comercio
con Hispanoamérica. Luego la trasladaron a Cádiz.
Lógicamente, los delincuentes
suelen ir a los lugares donde corre el dinero con una mayor facilidad y, por entonces,
Sevilla era la ciudad más rica de Europa.
Un autor afirma que, en el siglo
XVII, había en Sevilla unas 300 casas de juego y otras 3.000, donde se practicaba
la prostitución.
Parece ser que estaban muy bien
organizados en La Garduña, ya que tenían prostitutas, que se dedicaban a atraer
a tipos con pinta de tener dinero, para que luego otros les robaran.
También tenían una gran cantidad de espías para enterarse de cuándo vendrían los mejores cargamentos y también si habían llegado algunas personas ricas a la ciudad. Incluso, disponían de testigos falsos para testificar en los juicios.
Por supuesto, disponían de
asesinos y duelistas a sueldo, que mataban a cualquiera por encargo.
Algunos autores del siglo XVII,
como Sebastián de Covarrubias o Jerónimo de Barrionuevo, escribieron algunas
obras sobre esta organización criminal.
Otros autores afirman que los
miembros de la Garduña también se dedicaban a denunciar a musulmanes y judíos a
los que acusaban de seguir practicando sus respectivas religiones, en secreto.
Evidentemente, esto no lo hacían gratuitamente.
Como los autos de fe inquisitoriales costaban mucho dinero, los inquisidores
solían ir a la búsqueda de gente adinerada con el fin de incautarles sus
riquezas, poder pagar todos los gastos y enriquecerse.
Así que, según algunos autores, ese
era un negocio, donde colaboraban los miembros de la Garduña y donde,
obviamente, también sacaban tajada, pues solían quedarse con los bienes de los
condenados. Supongo que era una forma de que los inquisidores no se mancharan
las manos con la sangre de los reos.
Hay quien dice que el personaje
de Monipodio, protagonista de la novela Rinconete y Cortadillo, está basado en
una persona, que Cervantes llegó a conocer, cuando estuvo preso en la cárcel de
Sevilla.
También aparece una especie de asociación
de delincuentes sevillanos en la obra “La vida del Buscón don Pablos”, de
Francisco de Quevedo.
Con el paso del tiempo, parece ser que se transformó en una especie de hermandad religiosa, para poder camuflarse con una mayor facilidad en la sociedad sevillana. Así que tenían hermanos mayores y menores, como cualquier cofradía, a la que llamaban “San Hernando de los afligidos”.
Aunque ya habían creado una especie
de sucursales en otras ciudades. Preferiblemente, en las que tenían puerto. Evidentemente,
para dedicarse al contrabando.
Dicen que sus miembros se reconocían
por tener un tatuaje con tres puntos en ambas palmas de las manos.
También dicen que algunos de sus
miembros fueron asesinados por sus propios compañeros por haber actuado por su
cuenta.
Por otra parte, hay una leyenda del siglo XV, que dice que tres hermanos, que pertenecían a esta organización, huyeron de Toledo, después de haber cometido un crimen y acabaron residiendo muchos años en Sicilia.
Desde allí, se repartieron por
Italia con el fin de crear organizaciones del mismo tipo. Uno de ellos fundó la
Mafia en Sicilia, otro la Camorra napolitana y otro, la Mafia calabresa.
No hay que olvidar que esos
territorios pertenecieron a la Corona de Aragón.
Dicen que esa leyenda fue recogida,
en el siglo XVII, por Alonso de Castillo Solórzano, al publicar su obra “La
Garduña de Sevilla”.
Por supuesto, con el tiempo, no
sólo hubo delincuentes profesionales entre los miembros de la Garduña, sino que
también admitieron en sus filas a jueces, alcaldes, personajes importantes,
etc.
Esta organización criminal siguió funcionando hasta que, en 1821, un grupo de policías, al mando del oficial Manuel de Cuendias, entró a registrar la vivienda de un personaje muy conocido en Sevilla, llamado Francisco Cortina.
Estaban buscando a una joven, que
había sido secuestrada y todas las pistas les llevaron hasta el domicilio de Cortina.
Efectivamente, allí encontraron
el cadáver de la chica, que había sido enterrado en el jardín de la casa y, al
realizar el registro, se encontraron con una obra, que llevaba varios años escribiendo
Cortina, donde se narraba toda la historia de La Garduña. Una organización de
la que él era el jefe.
Así que eso dio lugar a su
detención, procesamiento, juicio y condena. También fueron condenados otros 16 de
sus compinches, los cuales fueron ejecutados públicamente, en noviembre de 1822.
Por lo visto, todos los
documentos relativos a este proceso judicial quedaron destruidos, tras el
incendio sufrido, en agosto de 1918, en la Audiencia Provincial de Sevilla.
Sin embargo, toda esta narración se vino abajo, cuando el famoso antropólogo, Julio Caro Baroja, sobrino de Pío Baroja, estudió el tema, llegando a ciertas conclusiones.
Parece ser que Manuel de Cuendias
fue una persona nacida en Madrid en 1800, pero que tuvo que exiliarse en Francia,
huyendo de Fernando VII.
Allí fue profesor de idiomas y
escritor de novelas sobre diversos temas. A partir de 1848, regresó a España,
residiendo, primero en Barcelona y luego en Madrid, donde ganó la cátedra de
inglés en la Escuela de Comercio. Muriendo en Argelia en 1881.
Por lo visto, la Garduña empezó a
ser conocida a partir de una obra publicada en París en 1845, titulada “Misterios
de la Inquisición y otras sociedades secretas” y cuyos autores fueron Manuel
Galo de Cuendias y Víctor de Féréal.
Como es de suponer, el primero es
el ya mencionado Manuel de Cuendias. Mientras que el segundo, parece ser que es
uno de los varios seudónimos utilizados por la escritora francesa Victorine
Germillan, con la que el autor había tenido una relación amorosa, durante su
larga estancia en París.
Aunque muchos autores, como León
Arsenal, Hipólito Sánchiz o Fernando Prado consideran que esta organización no
llegó nunca a existir, sin embargo, en 1914, la propia Guardia Civil calificó a
la Garduña como “una peligrosísima asociación de delincuentes”.
Así que supongo que algo habría,
porque los uniformados no suelen fiarse de las leyendas. Incluso, algunos dicen
que esa organización siguió funcionando de manera clandestina.
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