ESCRIBANO MONACAL

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UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

martes, 26 de marzo de 2024

EL DOCTOR MARCEL JUNOD, DELEGADO DE LA CRUZ ROJA INTERNACIONAL

 

Hoy en día, cuando parece que se quieren recuperar algunos personajes importantes e, incluso, otros un tanto secundarios, de la guerra civil española, echo en falta un reconocimiento a este médico suizo. Así que voy a narrar su vida para que todos podamos conocerla.

Marcel Junod nació en 1904 en la ciudad suiza de Neuchâtel. Tenía cinco hermanos más, siendo él el penúltimo.

Su padre era un pastor protestante, pero, desgraciadamente, murió joven. Así que su madre decidió trasladarse, con sus hijos, a Ginebra, donde residía su familia.

Supongo que ese cambio de residencia fue muy importante en la vida de Marcel, ya que en su localidad de origen no había ninguna universidad y, por tanto, no podría haber realizado estudios universitarios.

Por ello, y gracias a la ayuda de unos familiares, consiguió licenciarse en Medicina, especializándose en cirugía.

Por lo visto, empezó trabajando, como cirujano, en un hospital en Mulhouse, al nordeste de Francia. Cerca de la frontera entre Francia y Suiza.

Desconozco su relación inicial con el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Lo cierto es que, en 1935, este organismo le encarga que se traslade a Abisinia, actual Etiopía, para informarles de lo que está ocurriendo, ya que ese país estaba siendo invadido por Italia.

Hay que decir que los italianos ya habían intentado invadir ese país en 1895

y salieron derrotados con el rabo entre las patas.

Así que esta vez, Mussolini se jugaba todo su prestigio en esta guerra, ya que la anterior, donde sufrieron muchas bajas, supuso la caída del gobierno que había en esa época en Italia.

Como Italia y Alemania se habían unificado muy tardíamente, se pusieron a buscar, a toda prisa, unos territorios para colonizar, a fin de igualarse al resto de las potencias occidentales. El problema es que ya quedaban muy pocos territorios sin colonizar.

Junod llegó a Etiopía acompañado por otro colega del CICR, llamado Sidney Brown. Un tipo al que se le veía de lejos, porque medía 2 metros.

A pesar de que los dos bandos habían firmado el protocolo de 1925, que prohibía utilizar armas químicas en las guerras, Italia no lo respetó y utilizó allí el gas mostaza, que le había sobrado de la I Guerra Mundial.

Evidentemente, esto provocó muchas bajas entre las tropas etíopes y la victoria de las tropas italianas. Por no hablar de los frecuentes asesinatos de los prisioneros, por parte de los italianos. Se ve que, de otro modo, no hubieran vencido.

En 1936, regresó a Ginebra. En agosto de ese mismo año, le volvieron a llamar del CICR. Allí le recibió nada menos que Max Huber, entonces presidente de esa organización.


Le encargó que viniera a ver qué estaba pasando en España y cómo se podía ayudar.

Se ve que Huber tenía la misma idea que muchos españoles. O sea, que este conflicto iba a durar sólo unas pocas semanas y no que se iba a convertir en una guerra civil, que iba a durar 3 años.

Así que Junod vino a España. Empezó por visitar Barcelona, donde los milicianos de la CNT-FAI se habían hecho con el control de esa ciudad.

Luego fue a Madrid, donde vio que esa ciudad también estaba bajo el control de los milicianos de varios partidos y sindicatos de izquierda.

Posteriormente, fue a Pamplona, donde mandaban los militares y tenían a sus órdenes a las milicias de falangistas y requetés.

Parece ser que tuvo bastante éxito, al organizar canjes de prisioneros entre los dos bandos. Uno de los canjeados fue el famoso escritor Arthur Koestler.

También logró que pudieran comunicarse por carta los prisioneros y sus familiares y saber que aún estaban vivos. Parece ser que logró enviar varios millones de mensajes a través de la Cruz Roja.

Como la guerra civil española duró más de lo que pensaban en Ginebra, el CICR, envió 15 delegados, con el fin de apoyar a las 9 oficinas de ese organismo, que ya existían en nuestro país. Por lo visto, varios de esos delegados eran oficiales del Ejército suizo.

Parece ser que tomaron cientos de fotos, cuyos originales se conservan en el CICR, en Ginebra. No obstante, en 2008, enviaron copias de estas fotos al Centro Documental de la Memoria Histórica, situado en Salamanca.

Concretamente, se trata de unas 300.000 referencias con unas 600 imágenes. Curiosamente, en aquella época había en España dos organismos de la Cruz Roja Española. Uno en cada bando.

En ese archivo, cuyas copias han sido entregadas a España, no sólo hay 

documentos de la guerra civil, sino también de la suerte corrida por los exiliados republicanos españoles en los campos de concentración en Francia y en Alemania. También sobre los prisioneros, que lucharon en la División Azul.

Muy pronto, Junod se dio cuenta de que esto no era una simple guerra, sino algo que muchos estaban aprovechando para resolver viejos prejuicios, deudas y envidias entre familias o entre patronos y obreros.

De hecho, hubo varios meses en los que se produjeron más muertes en la retaguardia que en el frente de batalla.

Llegó a escribir en sus informes: “Es un país, donde el asesinato y las ejecuciones han llegado a un grado que la Historia no ha conocido jamás”. Ahí podemos 

apreciar la impotencia en la que se encontraba, porque no le dejaron salvar muchas vidas.

No obstante, su labor no quedó circunscrita al canje de prisioneros, sino que también se dedicó a otras tareas. Entre ellas, la visita a las cárceles, pero no creo que le dejaran entrar a ver las infames checas.

Aparte de ello, también organizó la distribución de ropa, comida y medicinas, la asistencia de las víctimas, que habían perdido su hogar a causa de los bombardeos, etc.

Parece que en el CICR quedaron contentos con la labor desempeñada por Junod en la guerra civil española.

Así que fue uno de los primeros delegados de la CICR en la II Guerra Mundial.

Viajó por muchos países azotados por esta guerra. El problema es que el Convenio de Ginebra daba competencias al CICR para efectuar visitas a los campos de concentración en los que hubiera prisioneros militares, pero no en los que hubiera civiles. Como fue el caso de los campos de concentración nazis.

También se entrevistó con los gobernantes de varios países. Gracias a ello pudo organizar la llamada “flota del CICR”, compuesta por una serie de barcos mercantes, que se dedicaron a distribuir miles de Tm de alimentos en los países donde se estaba pasando más hambre.

En 1944 se casa con Eugénie Perret, también empleada en las oficinas centrales del CICR.

Sin embargo, su organización no le da mucho descanso a Junod, pues, a finales de ese año, lo envía a Japón, ya que desconfían del trato que les estén dando allí a los prisioneros del bando aliado.

Parece ser que tardó bastante en llegar a Japón, ya que tuvo que atravesar todo el territorio de la antigua URSS.

Por lo visto, en agosto de 1945, estaba en Tokyo y hasta allí le llegan rumores de que los USA han utilizado una nueva arma, que ha causado mucha destrucción.

Un colega suyo había acudido a Hiroshima y desde allí le envía 

un informe aterrador. Por ello, Junod se comunica con el alto mando USA para que envíe, urgentemente, medicamentos a esas dos ciudades, pues Japón ya se había rendido.

Posteriormente, fue a visitar Hiroshima, siendo el primer médico extranjero que visitó esa ciudad y quedó horrorizado con lo que vio.

En 1946 consiguió regresar a su casa y conocer a su hijo mayor, que había nacido el año anterior.

Posteriormente, fue nombrado jefe del Departamento de Anestesiología en el Hospital de Ginebra.

En 1947, publicó su famosa obra El tercer combatiente, que en algunos países fue titulada El guerrero sin armas, la cual ha sido traducida a varios idiomas. Allí explicó su actividad en varias guerras, como delegado del CICR.

Sin embargo, no lo dejaron en paz. En 1948, fue nombrado representante de UNICEF en China, pero, debido a sus problemas de salud, no estuvo mucho tiempo en ese puesto.

En 1952, fue nombrado miembro del comité central del CICR. Era un puesto que le obligaba a realizar muchos viajes y también tuvo que dejarlo. Posteriormente, fue nombrado vicepresidente del CICR.

Así que regresó para seguir trabajando en el Hospital y en la Universidad de Ginebra. Desgraciadamente, allí le llegó la muerte en 1961.

Por lo visto, murió en el hospital, cuando estaba reanimando a una paciente, que acababa de ser operada.

Aunque en España sea alguien, prácticamente desconocido. En otros países han erigido varios monumentos en su honor.

Parece ser que tenía muy claro que el mundo dejaría de existir si las bombas atómicas volvieran a utilizarse en otra guerra.

Esto lo deberían de tener muy presente esos que ahora parecen estar deseando que comience otra guerra mundial.

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