

Aunque otros digan que España no
existía en esos siglos, lo cierto es que los reyes que surgieron durante la
Reconquista, solían decir que su legitimidad procedía de la anterior monarquía
visigótica, como reyes de España.
Lo cierto es que el 02/01/1492,
se dio por terminada la Reconquista con la toma de Granada, capital del reino
musulmán del mismo nombre.

Algo que después veremos lo que
fue una razón de peso para realizar esto. Lo cierto es que, en aquella época, el Derecho
y la religión eran dos cosas que estaban muy unidas.

Volviendo al tema de hoy, en los
reinos que había en España, quedaron bastantes miles de descendientes de
moriscos. Algunos se fueron integrando en la sociedad, pero, según parece, en
la mayoría de los casos no fue así. No hay que olvidar que algunos se fueron,
junto con su rey, Boabdil, al norte de África, pero la mayoría se quedaron aquí.
También hay que decir que su
comportamiento también dependió del trato que les dispensaron los que se
relacionaron con ellos.

Es más, apoyó la publicación del
primer diccionario español-árabe y se opuso a la instalación de la Inquisición
en el antiguo Reino de Granada. Así que se ganó el cariño de los musulmanes
residentes en ese reino.
Sin embargo, otros, como el cardenal Cisneros,
superior de fray Hernando de Talavera, no fueron tan tolerantes y ya, en 1499, los
moriscos, se rebelaron en el barrio granadino del Albaicín. Este cardenal no
tuvo tanta paciencia y les obligó a convertirse, porque, en caso de negarse a
ello, serían encarcelados y torturados.

Por lo visto, los Reyes
Católicos, siempre fueron partidarios de no utilizar la mano dura con estos
moriscos, sino, más bien, esperar a que se fueran convirtiendo e integrando,
poco a poco, en la sociedad. Más o menos, lo mismo que hicieron con los
indígenas de los lugares que iban conquistando en América.

Incluso, se intentó eliminar su
cultura, a base de quemar los libros escritos en árabe, no sólo los religiosos.
También les prohibieron que se expresaran en público en ese idioma. Cosa que
molestó a muchos de ellos, porque no sabían hablar español.
Es más, se les obligó a vestir
como los cristianos, a no llevar sus tradicionales amuletos. Ni practicar la
circuncisión. Ni tampoco sacrificar a los animales tal y como indicaba el
Islam.

Sin embargo, para los pobres,
eran un foco de tensión, pues trabajaban con unos salarios mucho menores que
ellos y solían tener más hijos. Con lo cual, les hacían una competencia muy
desigual y además iban siendo mayoría en muchos pueblos.

Por lo visto, en el fondo, los
cristianos nunca se fiaron mucho de los moriscos. Los veían como una especie de
Quinta Columna, dispuesta a intentar rebelarse en cada momento.

Evidentemente, la conversión tuvo cierto éxito según el grado de islamización de cada zona. En los reinos de Granada y
Valencia, donde, en algunas zonas eran mayoría, pues siguieron conservando sus
costumbres y su idioma. Sin embargo, en Castilla, donde vivían más repartidos
por el reino, su integración se consiguió en un tiempo menor.
Incluso, como muchos de ellos no
sabían escribir con nuestro alfabeto, se inventaron lo que luego llegó a
llamarse la literatura aljamiada, que consistía en escribir en castellano, pero
con los signos árabes. Seguramente, pronto dedicaré otro artículo a ese tema.
Curiosamente, mientras los moriscos
sólo utilizaban en la cocina el aceite de oliva, los cristianos usaban, casi en
exclusiva, la manteca. No me ha quedado claro si era manteca de cerdo o de
leche de vaca.


Pero el traidor se desplaza
libremente entre los que están dentro de las murallas, sus murmullos depravados
zumban a través de los callejones, y los oímos en los pasillos del poder. Un
traidor no se ve como un traidor; habla con una voz familiar a sus
víctimas, y lleva su rostro y sus argumentos; apela a la bajeza que yace
anclada en el corazón de los hombres.

Así que, en principio, les
prohibieron portar armas, les obligaron a mudarse hacia zonas alejadas de la
costa. También a pagar una serie de impuestos que los cristianos no pagaban.
Supongo que lo harían para obligarles a convertirse.

Evidentemente, la Inquisición, no
se metía con los que profesaban otra religión, sino con los conversos al
Cristianismo, que, en su vida privada, profesaban su religión original. Así
que, al convertir a estos moriscos, ya se podían meter con ellos, si los
pillaban realizando actos propios de la religión musulmana.

Así que algunos de los jefes de
los moriscos entraron en contacto con estos piratas a fin de facilitarles sus
saqueos y, de paso, intentar que fueran derribando el poderío español. No hay
que olvidar que el propio rey Francisco I de Francia, pactó con los turcos y le
cedió algunos de sus puertos para luchar contra España.
Hace tiempo, escribí un artículo donde
se hablaba de la “esclavitud blanca”. En él, explicaba muy claramente cómo
algunos de estos moriscos avisaban a sus amigos, los piratas, sobre cuándo y dónde podrían desembarcar en las costas españolas, para hacer el mayor daño posible
y, de paso, obtener la mayor cantidad de botín y esclavos.

Incluso, se sabe que los moriscos
aragoneses habían contactado con los hugonotes (protestantes franceses) para
que, en caso de iniciar una rebelión, les ayudaran a enfrentarse con el
Ejército español.
Hasta en Sevilla, en 1580, se desbarató, una conspiración morisca que había contactado con piratas berberiscos.

Lo cierto es que los obispos y
los predicadores se encontraban muy desalentados, pues habían tenido muy poco
éxito en sus intentos para atraer a los moriscos a la fe cristiana.

Incluso, algunos clérigos se
atrevieron a decir que, aunque no hubieran hecho nada, condenaran a todos los
jóvenes moriscos a galeras o a trabajar en las peligrosas minas de Almadén,
donde se extraía el preciado mercurio.
Era una forma de ir exterminándolos,
pues se sabe que una persona no solía aguantar con vida más de 5 años, si era
condenada a galeras.

Sin embargo, a los moriscos, esto
no les gustó nada, porque, en muc hos casos, iba en contra de
las capitulaciones,
que, en su momento, firmaron los Reyes Católicos, para acabar con la guerra de
Granada. Un conflicto que se prolongó durante 10 años, hasta 1492.

En 1568, Fernando de Córdoba y
Válor, uno de los líderes moriscos, que, a partir de entonces, se llamó Aben
Humeya, encabezó una rebelión en la comarca granadina de las Alpujarras, en la
que llegó a atraer a unos 25.000 fieles seguidores. No hará falta decir que esta
rebelión estaba financiada y apoyada por los piratas berberiscos y el Imperio Otomano.

Así que al monarca no le quedó
otra que sustituir a la milicia local por los famosos tercios, traídos a toda prisa desde
Italia y al mando del famoso Juan de Austria, hermanastro del rey, que luego
sería el triunfador en la batalla de Lepanto.
A partir de 1570, muchos moriscos
depusieron las armas e, incluso, huyeron al norte de África. Sin embargo, otros
siguieron resistiendo hasta el siguiente año.


Con la llegada de Felipe III al
trono, su primer valido, el duque de Lerma, que tenía muchos intereses en
Valencia y, más aún, entre los moriscos, convenció al monarca para que no los
expulsara.
Sin embargo, en el mismo Reino de
Valencia, estaba la figura de San Juan de Ribera, que, aparte de ser arzobispo
de Valencia, luego fue nombrado también virrey de ese territorio, el cual siempre
presionó al rey para que expulsara, inmediatamente, a los moriscos.
Parece ser que el mencionado duque
de Lerma, uno de los mayores co rruptos de la Historia de España, cambió de
postura,
cuando se le autorizó para que, en caso de expulsión, pudiera quedarse con
todos los bienes de los moriscos. Está visto que a cada uno hay que hablarle en
el único lenguaje que entiende. No olvidemos que fue el que propició el traslado
de la capital de España a Valladolid. Casualmente, llevó la corte a una serie
de inmuebles, que había comprado previamente.

Al final, como siempre, pagaron
justos por pecadores. Así que el 22/09/1609 comenzó la expulsión de los moriscos,
empezando por los de Levante, que es donde residían el mayor número de ellos.

Parece ser que, en toda España,
expulsaron a unos 272.000 moriscos, entre ellos, unos 117.000 del reino de
Valencia, que es donde eran más numerosos y donde representaban el 30% de los habitantes
de ese territorio.
En Aragón, expulsaron a unos
60.000; en Castilla y Extremadura, a unos 44.000; en Andalucía a unos 29.000;
en Murcia, a unos 13.000; Cataluña, unos 3.800 y en Granada, unos 2.000. No
obstante, se cree que las cifras llegaron a los 300.000, pues muchos de ellos
pudieron escapar, sin control, hacia Francia.

No obstante, el virrey recomendó
que embarcasen con sus padres, para que no se produjeran motines que ralentizaran
el proceso de expulsión.
Aún así, parece ser que varios
nobles, entre ellos, la propia virreina, asesorados por algunos clérigos, se
dedicaron a secuestrar niños moriscos, que estaban esperando con sus familias a ser
embarcados, con el argumento de “haberlos quitado de las garras de Satanás”. A estos,
cuando crecieron, los dedicaron a las labores domésticas en sus palacios.
Por lo visto, se produjeron conatos
de rebelión, cuando corrió el rumor de que no iban a ser bien recibidos en el
norte de África. Así que algunos huyeron hacia las zonas montañosas de Valencia
y Alicante y fueron duramente reprimidos.
Incluso, los jefes militares españoles,
pagaron a sus soldados con la venta de los niños moriscos como esclavos. Muchos
de ellos fueron comprados por nobles y clérigos. Se sabe de algunos casos en
que algunos de ellos acabaron como esclavos en Sicilia.

Algún tiempo después, parece ser que, tras hacer un
recuento de estos niños, se vio que eran casi 2.500. en su mayor parte, entre 8
y 15 años y que algunos ya habían sido marcados a fuego en la cara por sus
dueños.

Como ya he dicho anteriormente,
esta expulsión fue un golpe muy grande a la pobre demografía de España. En aquel
momento, España tendría unos 7.000.000 de habitantes. Así que expulsaron casi un
5% del total.
Los lugares principales de
procedencia de los mismos fueron Valencia, donde representaban casi la tercera
parte del total de ese reino. También Aragón quedó muy afectada por esta
operación, ya que se fueron unos 50.000, casi el 20% del total de ese reino.

Empezaron embarcando a los
moriscos valencianos por considerarlos colaboradores de los piratas. Fueron
concentrados en los puertos de Vinaroz, Moncófar, Valencia, Denia y Alicante.
En enero de 1610, expulsaron a
los moriscos residentes en Andalucía, Extremadura y Murcia, los cuales
embarcaron en Sevilla, Málaga y Cartagena. Entre ellos, los famosos moriscos
del pueblo extremeño de Hornachos, de los cuales hablaré en otra ocasión.

No obstante, unos pocos miles de
moriscos todavía creían estar a salvo por una serie de excepciones que
figuraban en el decreto de expulsión. Sin embargo, también fueron expulsados,
tras la emisión de nuevos decretos a partir de 1611.
Con lo cual, en 1614, ya se dio por terminada la expulsión de todos los moriscos de los reinos de Felipe III.
Con lo cual, en 1614, ya se dio por terminada la expulsión de todos los moriscos de los reinos de Felipe III.
Parece ser que la mayoría de los
expulsados se asentaron, a partes iguales, en lo que hoy son Marruecos, Argelia
y Túnez.

Se cree que alrededor de 4.000 moriscos consiguieron quedarse en España y sólo unos pocos consiguieron regresar.
Parece ser que el rey estaba la
mar de contento, pues encargó varios cuadros para conmemorar estas expulsiones.
Incluso, su hijo y sucesor, Felipe IV, volvió a encargar más obras sobre el
mismo tema.
El día de la Anunciación de 1610,
Felipe III, salió en procesión, escoltado por su corte al completo, hasta la
Basílica de Atocha, en Madrid, para dar gracias “por la singular merced que
Dios le hizo revelándole tan con tiempo la traición que los moriscos, turcos y
confederados tenían urdida contra su real persona y contra sus reinos y
vasallos”.
Por otro lado, dijo: “Su Majestad Divina, quien cuida de este Imperio, quien lo guarda y conserva y que es de este reino y monarquía su principal causa”.
Por otro lado, dijo: “Su Majestad Divina, quien cuida de este Imperio, quien lo guarda y conserva y que es de este reino y monarquía su principal causa”.
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