Supongo que, como yo, muchos de vosotros
habréis llegado a conocer a este
personaje de la Historia a través de la famosa película Becket, dirigida en
1964 por Peter Glenville.
Con respecto a esa película,
también habría que decir que, seguramente, buena parte de su fama se deba a la
impresionante actuación, que realizaron en la misma, dos
“gigantes” de la pantalla, como fueron Peter O’Toole y Richard Burton.
No sé si en algún momento de la
película os ha parecido más una obra de teatro. Realmente, así es. Estaba
basada en la obra del famoso escritor francés Jean Anouilh, “Becket o el honor
de Dios”. Estrenada en 1959.
Nuestro personaje de hoy se
llamaba Thomas Becket y nació en 1118 en Normandía, aunque en otros sitios figura
Londres, como su lugar de nacimiento.
Su padre era un comerciante
inglés, lo cual le dio a la familia una situación un tanto acomodada. Esto le permitió
estudiar en París.
Obtuvo su primera formación con
los monjes de la abadía de Merton en Surrey, situada al sur de Inglaterra.
Tras la temprana muerte de su
padre, su familia pasó a tener apuros financieros. Así que, más tarde pasó a
ser uno de los secretarios de Theobald, arzobispo de Canterbury, el cual le
envió a estudiar Derecho en la Universidad de París y a su vuelta, en 1154, le
nombró archidiácono de esa misma sede primada de Inglaterra.
Parece ser que se ganó la amistad
del anciano arzobispo y juntos realizaron viajes a Francia y a Roma. Incluso,
le envió a perfeccionar sus estudios de Derecho a la aún, hoy en día,
prestigiosa Universidad de Bolonia.
Al comenzar su vida, Inglaterra,
se hallaba en una profunda anarquía. El rey Enrique I, que había perdido a su
hijo varón y sucesor en un accidente, nombraba a su hija Matilde como sucesora
en el trono. Es preciso decir que todavía no había reinado ninguna reina en
Inglaterra, así que los nobles no estuvieron muy de acuerdo con la decisión del
monarca.
No obstante, dado que el rey ya
tenía prevista la mala acogida de este nombramiento entre sus nobles, casó a su
hija Matilde, que acababa de enviudar del emperador Enrique V, con Godofredo V,
conde de Anjou y de varios lugares más.
Matilde no tuvo hijos de su
primer matrimonio. Sin embargo, en el segundo tuvo tres hijos, aunque su marido
también murió joven.
Al morir, Enrique I de
Inglaterra, intentó que su sucesora fuera su hija Matilde. Sin embargo, tal y
como se temía, los nobles coronaron a Esteban de Blois, como nuevo rey de
Inglaterra.
A partir de ahí, hubo guerra civil, que duró unos 20
años, entre los partidarios de uno y otro. Sin embargo, en
1153, poco después de la muerte de Eustaquio, el heredero de Enrique de Blois,
éste firmó el Tratado de Wallingford.
Por medio de este documento, se
reconocía a Esteban de Blois como rey de Inglaterra hasta su muerte y como su
sucesor a Enrique, hijo mayor de Matilde y Godofredo.
Precisamente, uno de los negociadores
de este tratado, por parte de la Iglesia de Inglaterra, ante el Papa Eugenio
III, fue nuestro personaje de hoy.
Así que, como el rey, Enrique II
de Inglaterra, vio que era un gran negociador, y por consejo del arzobispo
Theobald, lo nombró canciller del reino. Lo que ahora sería un presidente del
Gobierno.
Estuvo en ese puesto durante 7 años, durante los cuales sirvió muy
fielmente a su rey, siendo muchas veces recompensado por ello.
Ese período acabó tras la muerte
del arzobispo Theobald. Según parece, el
rey no se había llevado demasiado bien con el clérigo fallecido y necesitaba
que ese puesto vacante fuera ocupado por una persona de su confianza. Así que
eligió nada menos que a Thomas Becket.
Parece ser que Thomas no estuvo
muy de acuerdo y le dijo al rey: “Si me haces obispo te arrepentirás”, pero no
le hizo caso.
Efectivamente, Thomas Becket,
siempre fue fiel a su señor. Cuando estuvo bajo las órdenes del rey, le fue
fiel a éste, en cambio, cuando pasó al estado eclesiástico, le fue fiel a Dios.
Le ordenaron sacerdote un día
antes de nombrarlo nuevo arzobispo de Canterbury y primado de la Iglesia de Inglaterra.
Cambió radicalmente su forma de
vida. Así que pasó de comportarse como un cortesano, con continuas fiestas, a
ser una persona muy religiosa, que cumplía muy bien con los mandatos de la
Iglesia. En resumen, se tomó muy en serio su nuevo trabajo.
En aquella época, solía haber en
todos los países conflictos originados por las luchas de poder entre los reyes
y los miembros de la Iglesia.
Parece ser que en 1163 acusaron a
un fraile inglés de asesinato y éste fue llevado ante un tribunal eclesiástico,
el cual le absolvió por falta de pruebas. Eso no gustó nada a mucha gente y el
rey aprovechó para intentar aumentar su poder a costa de la Iglesia.
Por ello, en 1164, en medio de una
asamblea, llegaron a enfrentarse verbalmente el rey y el arzobispo. Así que a
Thomas no le quedó otro remedio que el exilio en una abadía en Francia.
Parece ser que Luis VII, rey de Francia, medió entre ellos para que se encontraran en
territorio francés e hicieran las paces.
Curiosamente, este monarca
francés estaba casado con Leonor de Aquitania, la cual casó después con Enrique
II de Inglaterra. Entre sus hijos, podemos destacar a Juan sin tierra y a
Ricardo Corazón de león.
Así fue y en noviembre 1170, Thomas,
regresó a Gran Bretaña. Sin embargo, cuando el rey se enteró de que el
arzobispo había excomulgado a todos los obispos ingleses que habían cedido su
poder ante el del rey, se lo tomó muy mal.
Parece ser que dijo: “¿No hay
nadie que me pueda librar de este sacerdote turbulento?”. Cuando pronunció
encolerizado estas palabras se hallaba rodeado de varios de sus nobles, los
cuales las tomaron al pie de la letra. Esos hechos tuvieron lugar en Normandía,
en la Navidad de 1170.
Cuatro de esos nobles, junto con
sus mesnadas, atravesaron el Canal de la
Mancha y el día 29 del mismo mes se presentaron ante la catedral de Canterbury,
exigiendo ver a Thomas.
Los sacerdotes le pidieron que se
refugiara en el templo, ya que se
hallaba, en ese momento, celebrando el oficio de vísperas, pero él se negó a
que la catedral se convirtiera en una fortaleza, y ordenó que no se cerraran
las puertas, así que los otros entraron sin dificultad.
Los nobles gritaron “¿Dónde está
el traidor? ¿Dónde está el arzobispo?”. Él les respondió, “Aquí estoy”. “No soy
un traidor, sino un sacerdote de Dios. Me extraña que con ese atuendo entren en
la iglesia de Dios. ¿Qué quieren?”
Uno de los nobles fue a levantar
su espada, sin embargo, uno de los sacerdotes presentes le agarró el brazo y no
pudo darle una estocada.
Al ver eso, los cuatro nobles le
atacaron a la vez, dándole muerte en los peldaños situados delante del altar.
Uno de los sacerdotes dijo que
sus últimas palabras fueron: “Muero voluntariamente por el nombre de Jesús y en
defensa de la Iglesia”. Murió a causa de varias estocadas recibidas en la
cabeza, que atravesaron su mitra. Por eso se le representa con una espada
atravesando su mitra.
En su momento, este crimen provocó
todo un escándalo en todo el orbe cristiano y el asesinado fue considerado como
un mártir. No hará falta decir que el rey intentó declinar toda
responsabilidad, la cual hizo recaer en esos cuatro nobles, que,
inmediatamente, cayeron en desgracia.
Sin embargo, este asunto fue tan
gordo, que la mentira no coló. Así que, como se ve al comienzo de la citada
película, en 1174, el rey tuvo que someterse a una penitencia pública, delante
del sepulcro de Becket, y ordenar la
construcción de un monasterio en Somerset.
Concretamente, tuvo que vestirse
con un saco y andar descalzo por la calle, mientras nada menos que 80 monjes le
azotaban con ramas. Incluso, tuvo que pasar una noche en la cripta, junto a la
tumba de su antiguo amigo.
Parece ser que, tras su muerte,
se produjeron muchos milagros, adjudicados a nuestro personaje. Así que sólo 2
años después de haber sido asesinado fue canonizado como un nuevo santo por el
Papa Alejandro III.
En 1220, sus restos mortales
fueron depositados en un relicario y éste colocado en la nueva Capilla Trinity.
Sin embargo, en el siglo XVI,
durante el reinado de Enrique VIII, sus restos se perdieron al ordenar éste la
destrucción de los monasterios del reino.
No obstante, hay quien afirma que
los monjes los salvaron y los enterraron en otra parte, pero no se sabe dónde.
Por otra parte, el año pasado se celebró una exposición donde
se mostraron algunos restos que decían ser de este santo, los cuales están en
posesión de los jesuitas ingleses, y otros que se hallan en Hungría.
Ciertamente, el lugar donde
descansaban sus restos, fue centro de peregrinación, durante más de tres
siglos. Así que ese rey, con el que se inició la Reforma en Inglaterra, ordenó
que se destruyera el templo y se quemaran las reliquias que hubiera en él.
Curiosamente, como Leonor, una de
las hijas de Enrique II y Leonor de Aquitania, había casado con Alfonso VIII,
rey de Castilla, pidió que en una iglesia de Soria, que era feudo suyo,
figurara un fresco representando el instante de la muerte del arzobispo, que
había sido amigo suyo.
Posteriormente, se construyeron
varias iglesias en los reinos de la Península Ibérica bajo la advocación de
Santo Tomás de Canterbury, el cual también pasó a ser santo patrón de algunos
pueblos de España. Su festividad se celebra cada 29 de diciembre, coincidiendo
con la fecha de su asesinato.
Por último, en Hungría, donde
como ya he dicho anteriormente, también
se conservan algunos de sus restos, este santo siempre ha sido muy venerado.
Sobre todo, en la época comunista, donde se le veía como un ejemplo de una persona
que tuvo la valentía de enfrentarse contra un poder despótico, que no respetaba
las libertades. Eso es lo mismo que hacía entonces el régimen comunista, que
había en ese país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario