ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

domingo, 27 de septiembre de 2015

LOS ATENTADOS CONTRA ENRIQUE IV DE FRANCIA



En mi  anterior entrada, ya mencioné que este monarca había sufrido en toda su vida unos 21 atentados, en otros tantos años de reinado, unos realizados y otros cortados a tiempo. La verdad es que parece excesivo, así que no estaría de más que analizáramos por qué había tanta gente con ganas de mandarlo “al otro barrio”.
Enrique IV llegó a ser nada menos que el jefe de la causa protestante calvinista, también llamada hugonote, en Francia.
Al morir Enrique III, que también falleció a causa de un atentado, le había dejado su reino, con la condición de que se pasara al catolicismo.
El 25/07/1593, nuestro personaje, abjuró del protestantismo en Saint Denis, pero a la mayoría de la gente no le pareció convincente, porque ya lo había hecho eso, anteriormente, unas cuantas veces.
La Iglesia francesa le levantó inmediatamente la excomunión. Sin embargo, el Papa Clemente VIII se lo pensó mucho antes de hacer lo mismo.
Tras su llegada al trono, siguió habiendo razones para sospechar de que todo era una farsa, pues casi todos sus colaboradores eran protestantes. Incluso, para hacer la guerra no se alió con Felipe II, el campeón del catolicismo, sino con estados protestantes como Inglaterra u Holanda.
En el campo católico se estimaba más a los duques de Guisa, como pretendientes con mayores derechos al trono de Francia. Incluso, veían como un sacrilegio que un antiguo protestante fuera el rey de un país donde la mayoría de sus súbditos eran católicos.
El rey esperó la llegada de la absolución, por parte del Pontífice, para, después, promulgar el célebre Edicto de Nantes, por el que se garantizaba cierta libertad religiosa en su reino. Esta nueva norma no le gustó nada al Papa y meditó sobre la conveniencia de dar marcha atrás en su anterior absolución.
La fuerte subida de impuestos sirvió a los opositores a su Gobierno para calificarle como un tirano. No olvidemos que los jesuitas seguían ciertas teorías, por entonces, muy de moda,  que defendían que era lícito cargarse a los tiranos. Este dato es muy importante y explica algunos de sus atentados.

Por entonces, abundaban en algunos libros frases como éstas: “Si no puede recurrirse a autoridad que haga justicia del usurpador, el que lo mata salva la patria y merece recompensa”. Frase que atribuían a Santo Tomás.
Un rector de la Sorbona decía: “El rey recibe su poder del pueblo, y cuando haya causa razonable, el pueblo tiene derecho de quitarle la corona”.
Enrique III fue asesinado por un dominico el 01/08/1589. Tres días después, la universidad parisina de la Sorbona excomulgaba al fallecido rey y a todos los que rezaran por él. Unos días más tarde se reunieron 70 doctores de Teología de la Sorbona, los cuales desligaron del juramento de obediencia y fidelidad a todos los vasallos del difunto rey, declarándole tirano.
Un miembro del Colegio de Abogados de París declaró: “No debe tenerse relación alguna con los tiranos y el matarlos es un acto glorioso”.
El canciller de la Iglesia de París, hablando también en nombre de la Universidad dijo: “El príncipe es tirano, cuando sobrecarga de contribuciones y tributos al pueblo, y se opone a las asociaciones y progresos de las letras”.
Precisamente, tras haberse bautizado como católico y ser rey de Francia, la única corporación religiosa que no quiso jurar obediencia al rey fueron los jesuitas, escudándose en que el Papa aún no le había levantado la excomunión.
Su primer intento de atentado lo sufrió en 1584, cuando, tras haber sido advertido por un sacerdote, pudo desarmar a un militar que ya estaba dispuesto a disparar sobre él.
También lo intentaron en otra ocasión atrayendo a un capitán hugonote, para no despertar sospechas, pero el hombre no se decidió a cometer el crimen.
En 1591 lo intentó un orfebre parisino, pero fue detenido a tiempo. No obstante, fue juzgado y condenado a morir en la horca.
En 1593 le tocó el turno a un soldado, el cual, como en ocasiones anteriores, había escuchado una proposición de dos sacerdotes para cometer este delito. Fue detenido por un guardia antes de cometer el crimen. Tras ser interrogado y torturado, se le juzgó y se le condenó a muerte. A los curas no los pudieron pillar, porque ya habían puesto tierra de por medio.
Al siguiente asesino no le dio tiempo ni de intentar cometer el crimen, pues gritó en una taberna que iba a atravesar el corazón del rey con su cuchillo. Así que fue arrestado, juzgado y ejecutado.
En 1594, la policía detuvo a ocho individuos que pretendían matar al monarca. Así que los juzgaron y los colgaron. Está visto que buena parte de los impuestos recaudados los destinaban a chivatos de la policía.
A finales del mismo año, un joven de 19 años lo intentó y casi lo consigue. Se coló entre la guardia y los criados de palacio, llegando hasta la recámara del rey, sin levantar sospechas. Se lanzó hacia él con un cuchillo, pero un movimiento imprevisible del monarca, que se agachó para saludar a una persona,  hizo que fallase y que sólo le hiciera una herida en el labio y
otra entre los dientes.
Tras capturarlo, inmediatamente, la guardia real, confesó que había sido convencido por unos jesuitas, ya que el chico estudiaba Derecho en un centro de esta Orden religiosa.
Así que, siguiendo la confesión del joven, los jueces prendieron a 37 jesuitas y, luego, el rey aprovechó para echarlos de Francia. No obstante, al joven le juzgaron y le condenaron a muerte, con el sufrimiento especial que se reservaba para los regicidas, como en los anteriores casos.
Tampoco se escapó del brazo de la Justicia el padre Guignard, jesuita y director del colegio donde estudiaba el chico. Fue juzgado y ahorcado, por haber sido uno de los inductores de ese crimen.
A principios de 1595, le llegó el turno a un cura un poco bocazas. No se le ocurrió otra cosa que ir por las tabernas empuñando un cuchillo y presumiendo de que con él iba a matar al rey. Lógicamente, fue arrestado, juzgado y colgado.
En 1596 fueron esta vez dos los candidatos al patíbulo. En el primer caso, se trataba de un abogado, que viajó desde su pueblo expresamente para cometer ese crimen. Se supone que alguien se fue de la lengua, porque la policía lo arrestó nada más llegar a París. Fue juzgado, colgado y quemado.
En el segundo caso, se trataba ahora de un italiano (¿No sé qué pinta aquí un italiano?). Lo cierto es que había comentado su intención de cometer ese crimen y alguien lo habría denunciado. Así que fue juzgado y ejecutado.
En 1597 ocurrió lo mismo. Dos religiosos, uno de nacionalidad flamenca y otro francés, fueron capturados antes de cometer el crimen. Así que fueron juzgados y ejecutados el mismo día.
En 1600 le tocó el turno a una mujer dueña de un restaurante
en Saint Denis y con fama de bruja. Se le oyó comentar que iba a meter a su marido como cocinero de palacio, para así tener la oportunidad de que ella le suministrara un veneno con el fin de matar al rey. Afortunadamente, la policía fue advertida a tiempo y esta mujer fue juzgada y quemada como hechicera.
En 1601 una mujer viajó expresamente a París para advertir a la policía de las intenciones de su marido, un abogado de un pueblo de Borgoña. Así también el marido salvó su vida, pues sólo le condenaron a una pena de prisión.
En 1603, todo un hidalgo fue acusado también de querer envenenar al rey. Desconozco cómo pretendería realizar esta acción. Lo único cierto es que le juzgaron y le condenaron a muerte.
Ese mismo año, Enrique IV, no escarmentó y consintió el restablecimiento de los jesuitas en Francia, aun contra el parecer  del Parlamento, que así se llamaba en Francia al Tribunal Supremo.

Lo curioso de este asunto es que, tras el asesinato, se multiplicaron los insultos contra los jesuitas, lanzados desde cátedras y púlpitos. En cambio, su sucesor, Luis XIII, siguió favoreciendo a los jesuitas a pesar de las protestas del Parlamento.
En 1605, al volver de una esas cacerías a las que el monarca era tan aficionado, fue asaltado por un loco que quiso clavarle un puñal. El mismo rey fue capaz de quitárselo. Cuando los jueces quisieron condenarlo, el rey se opuso por su condición de deficiente mental.
Parece ser que, por aquella época, Francia, al tener un gobernante no querido por el resto de los países, ni por una buena parte de su población, a causa de su antigua fe protestante, estaba sufriendo un boicot económico y político.
Las monedas fuertes apenas se veían por la calle y los impuestos no paraban de subir. Por eso, dicen algunos autores que en aquella época se arruinó mucha gente y pudiera esa ser la causa de tantos atentados.
Precisamente, Ravaillac, procedía de una de las zonas más castigadas
por los impuestos. El mismo duque d’Epernon era el gobernador de esa zona y odiaba al rey, por tratarse de un católico extremista.
Ahora, me gustaría comentar el atentado de Ravaillac con mayor detalle, porque en el anterior artículo, creo que me he quedado algo corto.
El rey ya se tomaba a chanza las predicciones de sus astrólogos, porque cada año le anunciaban su muerte violenta, desde que ciñó la corona.
El 13 de mayo tuvo lugar la consagración o coronación de la nueva reina, María de Médicis, en la basílica de Saint Denis. No ocurrió nada malo y los reyes regresaron a su palacio sin mayor problema.
Al día siguiente, el rey, se despertó sobresaltado a causa de muchas pesadillas. No obstante, despachó con algunos de sus colaboradores y luego se fue a oír misa.
Posteriormente, se fue a ver a su hijo el delfín al Palacio de las Tullerías. No se le ocurrió otra cosa que ir andando por la calle, así que fue asaltado por un hombre que, al ver que tras el rey venían otros nobles, salió corriendo a esconderse y no le atraparon.
Tras la comida, como siempre, jugó con sus hijos y luego fue a la habitación de su esposa, donde le comentó lo preocupado que estaba, pero que iba a ver a su amigo Sully, el cual estaba enfermo. La reina le pidió que no fuera, pero él se decidió a visitarle. Luego vio encima de una mesa la famosa carta anónima que le advertía para que no saliera esa tarde. Él hizo caso omiso.
Sobre las 15.30 pasó al lado del capitán de la guardia, el cual estaba preparado, con sus tropas, para darle escolta. El rey se opuso a pesar de las protestas del militar.
Así que salió en su carroza. D’Epernon se sentó a su derecha, Montalbán y Laforce lo hicieron a su izquierda. Mirabeau y Liancourt tomaron asiento en la parte delantera del carruaje.
Detrás iban algunos nobles a caballo y unos criados a pie. Al rato de arrancar, fue entonces cuando el rey preguntó qué día era y D’Epernon contestó que era el 14 de mayo, con lo que al rey le cambió el semblante. Entendió perfectamente la predicción de su astrólogo y ordenó al conductor que regresara a palacio con la mayor rapidez posible y por un camino que no era el habitual del rey.
Su carroza pasó junto a la del gobernador de París y se paró para saludarle y charlar un rato con él.
Luego vino el momento en el que se le atravesaron al carruaje real dos carretas, una con vino y otra con heno, que, por unos momentos,  le impidieron el paso. Los criados aprovecharon para avanzar y esperar al rey al otro lado del cruce.
Ravaillac, que seguía desde hacía un rato al carruaje,  aprovechó ese momento en que el rey tenía menos escolta para lanzarse sobre él y acuchillarle. El rey no pudo verlo, porque estaba leyendo un documento con el duque D’Epernon y el asesino le atacó por la espalda. Eran las 4 de la tarde y el rey tenía sólo 57 años.
Al asesino lo detuvieron los jinetes que acompañaban al rey, pero no lo mataron, siguiendo las instrucciones de D’Epernon. Sin embargo, aparecieron de la nada otros 8 jinetes con ánimo de matar a Ravaillac. Nadie sabe quiénes eran, pero los nobles de la escolta a caballo consiguieron ponerles en fuga.
El cuerpo del rey fue llevado de regreso a palacio, pero los doctores nada pudieron hacer, porque ya estaba muerto.
La reina, entonces, temió que los traidores quisieran también matar a su hijo el Delfín  de Francia, así que el canciller le ordenó al capitán de la guardia buscarlo y traerlo a palacio con su madre. El militar tuvo suerte y regresó con el niño sano y salvo.
Más tarde, este niño, accedió al trono con el nombre de Luis XIII. Este rey es el que aparece en la novela  de Dumas “Los tres mosqueteros”.
Como ya dije en el otro artículo, Ravaillac, era un tipo que estaba como una cabra y creía ser una especie de intermediario entre Dios y el rey de Francia, para decirle que tenía que combatir a los hugonotes.
Intentó en varias ocasiones ver al rey, pero los guardias y sus consejeros lo impidieron. Así que cambió de estrategia.
Por aquel entonces, se decía que el rey estaba preparando sus tropas para hacer una “Noche de San Bartolomé”, pero a la inversa. O sea, donde las víctimas fueran los católicos. Al oír eso, su mente enferma”comprendió” que lo único que podía hacer era matar al rey.
Tras su captura, la mayor preocupación de sus interrogadores era conocer a los posibles inductores o cómplices del asesinato. A pesar de las fuertes sesiones de tortura, no consiguieron nada. Él siempre dijo que Dios se lo había encargado. Ni siquiera, tras oír la sentencia, cambió de opinión. Siempre dijo que había actuado solo.
Incluso, en el mismo cadalso, el confesor le dijo que sólo le daría la absolución si le confesaba la verdad y él le contestó lo mismo.
Tras estos acontecimientos, la gente siguió preguntándose si había habido algún tipo de complot.
Jacqueline de Voyer, Sra. D’Escoman, denunció a su jefa, la marquesa de Verneuil y al duque de D’Epernon, como organizadores de este asesinato, tras haber oído, unos días antes del crimen,  una serie de conversaciones entre ellos.
El problema es que no pudo probarlo adecuadamente. Por eso, fue juzgada y condenada por calumnias y, posteriormente, recluida en un convento.
También se comentó que pudieron coincidir dos complots diferentes. Uno el de Ravaillac y otro el de los 8 jinetes, que aparecieron de improviso tras la muerte del rey.
Al mismo tiempo, se sospechó de la conducta de D’Epernon, que no movió un dedo por defender a su rey, se opuso al linchamiento de Ravaillac, mandó llevarlo preso a su propio palacio, etc. No hay que olvidar que estos dos personajes ya se conocían con anterioridad a este hecho.
Incluso, movió todos los hilos para que en un tiempo récord de 2 horas, es sabido que las cosas de palacio siempre iban muy despacio, se reconociera, por el Parlamento, a la reina María de Médicis, como reina regente, debido a la minoría de edad del Delfín.
La mayoría de los datos en que me he basado para escribirlo proceden de  un artículo del eminente profesor D. José Manuel Reverte Coma.

3 comentarios:

  1. No comparto,varias aseveraciones de este comentario.Por ej,Enrique no cambio de religion x voluble o inconstante,la primera vez,cambio para salvar la vida1572 San Bartolome)Fual

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  2. No comparto en absoluto varios dichos de este articulo,por falaces.Enrique no cambiaba de religion por inconstante,cambio para salvar su vida en 1572 (san bartolome) y mas tarde para que los protestantes lo apoyen a conquistar su reino.La ultima conversion al catolicismo,fue para ser rey y terminar las muertes entre franceses.Enrique ,con todos sus defectos,fue alguien que pregono,la libertad de conciencia,contra Felipe 2 que se decia ultra catolico y termino muriendo x la sifilis que le paso una prostituta.

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    1. Le aconsejo que se lea bien mi artículo. Yo no digo que fuera inconstante en su credo, sino que lo hacía para salvar el pellejo. Así que sólo le movía el interés.
      Precisamente, se lo cargaron por eso, porque la Iglesia católica no quiso consentir que un protestante estuviera reinando en una de las naciones más católicas. También, a lo mejor, porque así perderían la parte de los ingresos que les llegaran desde Francia.
      No tengo muy claro que se convirtiera en rey para acabar con las muertes entre franceses. El Edicto de Nantes estaba muy bien, pero tardó muchos años para que adquiriera una completa efectividad.
      Desconozco dónde habrá leído eso de que Felipe II murió por una sífilis. Así que, si no le importa, me gustaría que me contara cuál es su fuente.
      Muchas gracias por su comentario y saludos.

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