Hoy traigo al blog un fenómeno
que, he de confesar, desconocía hasta hace muy poco tiempo. Se trata de las
beguinas, las cuales eran unas mujeres que realizaban vida en común y que
usaban unos hábitos parecidos a los de las monjas, pero no lo eran.
Ya en el siglo
IV DC algún autor nos habla de los diferentes tipos de comunidades religiosas
de hombres o mujeres, que existían sobre todo en los desiertos de los actuales
Siria y Egipto. Algunos de estos monasterios fueron fundados por conocidos
santos de la Iglesia Católica.
También hubo
muchas mujeres que dedicaron su vida a Dios en otros entornos como su propia
casa o, en forma colectiva, en los llamados beaterios.
Desde la
fundación de la orden cisterciense, en el siglo XII, ésta protegió a las
beguinas, las cuales solía ser un grupo de mujeres que se reunía para la
oración o para el estudio. Posteriormente, también cuidaron a los enfermos, a
las parroquias o ayudaban a los párrocos. No pedían limosnas.
Las beguinas
habían realizado unos ciertos votos de castidad, donde rechazaban el matrimonio
y se dedicaban a las obras de caridad. No renunciaban a sus propiedades y en
cualquier momento podían dejar sus votos y casarse, si así lo deseaban.
A finales del
siglo XIII parece que ser que habían aumentado considerablemente y empezaron a
ser un problema para la Iglesia. Parece ser que el motivo fue la disminución de
los hombres con motivo de las guerras y las Cruzadas. Por ello, fueron perseguidas
y obligadas a convertirse en monjas o a dejar sus actividades. Incluso, se dice
que en algunos sitios fueron consideradas brujas y quemadas por ello.
Aunque parezca
mentira, durante el Medievo, las monjas tuvieron mayor libertad y mayor acceso
a la cultura que en el Renacimiento,
pues, tras el Concilio de Trento, los conventos femeninos perdieron todo su
poder y el acceso a la cultura que tuvieron los masculinos. Parece ser que el
número de mujeres religiosas era casi el doble que el de los varones y de esa
forma se pretendió tenerlas más sometidas al poder central del Papa.
En el caso de
las beguinas nunca hubo una casa madre, ni orden general, ni reglas comunes.
Solían vivir en casas sencillas cerca de los hospitales o las iglesias donde
ejercían su actividad. Cada comunidad se organizaba a su manera.
Parece ser que
el origen de las beguinas está en la zona de Lieja (Bélgica), desde donde
trascendió este fenómeno hacia el Sur y el Este de Europa.
En 1233 fueron
reconocidas por el Papa Gregorio IX, al objeto de que no se alejaran de la Iglesia.
Hubo algunas
beguinas místicas que gozaron de cierta
fama en su momento como Hadewych de Amberes, Matilde de Magdeburgo, María de
Oignies, Lutgarda Tongeren, etc. Son nombres que hoy en día no nos dicen nada,
pero algunos autores creen que, junto con los trovadores, crearon la lengua
literaria francesa y alemana, escribiendo en la lengua vulgar que hablaba ya
todo el mundo.
El caso de Margarita
Porete, una autora muy conocida en su época, fue muy lamentable. En su obra “El
espejo de las almas simples” reivindicaba la oración privada y el contacto
directo con Dios, sin necesitar a ningún clérigo para ello. Su libro ya fue
quemado en 1306 y se le advirtió de que no lo publicara más. Ella se negó
valientemente y fue detenida. Otra de las imputaciones fue la traducción de las
obras del místico Eckhart. Fue encarcelada durante varios años hasta la salida
del juicio y, al no abjurar de sus ideas, fue quemada en público en 1310.
El conocido
Bernardo Gui, inquisidor que aparece en la obra “El nombre de la rosa” escribió
un “Manual del inquisidor”. En esta obra ya se cita a las beguinas como una de
las herejías para combatir.
Nunca buscaron
un aislamiento total, como otras órdenes religiosas. Tampoco quisieron
rebelarse abiertamente contra la Iglesia, aunque sí querían exponer sus puntos
de vista, los cuales fueron revisados con lupa por los inquisidores. Se negaron
en redondo a aceptar el celibato por ir contra natura.
El Papa
Clemente V, en 1316, se dedicó a perseguir a todo movimiento que se apartara, aunque
fuera levemente, de las doctrinas de la Iglesia. Sobre todo si era femenino.
En 1452, una
bula de Nicolás V intentó que las beguinas entraran en la orden carmelita. El
propio duque de Borgoña, Carlos el Temerario, ordenó que gran parte de los bienes
de éstas pasaran a la orden carmelita.
A partir del
siglo XVI, el movimiento se radicalizó y muchas de ellas se unieron a los
protestantes más radicales.
Hoy día ya no
existen, pero sobrevivieron en Bélgica hasta la primera mitad del siglo XX.
Los beguinajes
flamencos fueron inscritos por la UNESCO, en 1998, en la lista del patrimonio
mundial.
Un post muy instructivo, sabía muy poco sobre este tema.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la historia y hoy vi esta noticia y encontre tu blog, toda una casualidad. Saludos
ResponderEliminarhttp://www.lavanguardia.com/vida/20130416/54371255454/beguinas-apagan-luz.html
La verdad es que es muy curiosa la forma en que lograron sobrevivir durante tanto tiempo en un mundo que les era hostil.
ResponderEliminarSaludos.
mira que curiosidad encontramos, interesante..
ResponderEliminarYo también me encontré con esta historia, cuando andaba buscando otras cosas y, por eso, le dediqué un artículo.
EliminarMuchas gracias por tu comentario y saludos.
Interesante blog que he conocido a raíz de un comentario realizado en otro. Le dejo el encale del mío por si le interesa su variada temática: www.purakastiga.blogspot.com
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado. Te invito a leer más artículos en mi blog y espero que te gusten también. Me apunto la dirección del tuyo, para consultarlo próximamente.
EliminarMuchas gracias y saludos.