En una reunión, a primeros de
septiembre de 1941, antes del ataque japonés a Pearl Harbour, el Gobierno nipón
decidió entrar en guerra con USA, antes que aceptar sus avasalladoras
condiciones. Por lo menos, tendrían la oportunidad de defenderse. No obstante,
no descartaban la opción de la negociación para solucionar esa situación.
La negociaciones no pudieron
arreglar esa situación. Al contrario, cada vez fue la cosa peor. Eso produjo la
dimisión del primer ministro, el príncipe Konoye, y su sustitución por el
general Tojo. Así el Gobierno se tornó con un tinte más militarista.
A pesar de la gran victoria en Pearl
Harbour, continuada con los avances en Filipinas, Malasia e Indonesia, la
guerra no transcurrió como estaba previsto y no fueron capaces de doblegar a
los USA y el resto de los occidentales. Ni siquiera consiguieron expulsarlos de
Asia, que es lo que realmente se pretendía.
Al final de la guerra, los
aliados consideraron que los políticos y militares japoneses habían sido los
culpables de esa guerra y los llevaron a un tribunal especial. Se formó en 1946
y se llamó Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente. Lo formaron
representantes de diversas naciones, como China, USA, Reino Unido, Francia,
URSS, Canadá, Holanda, Filipinas, Australia, etc.
Su presidente fue el juez australiano
sir William Flood Webb y el fiscal general fue el USA Joseph Keenan.
Fueron detenidos sin problemas
todos los inculpados, aunque varios de ellos se habían suicidado previamente. Algunos
ya habían sido juzgados anteriormente, porque habían caído prisioneros en manos
de los aliados.
A finales de abril, lograron
sentar en el banquillo a 28 inculpados, con el general Tojo, como miembro más
conocido del Gobierno japonés, el cual fue ministro de la Guerra y luego primer
ministro.
Algunos aliados, como los rusos ,
británicos, australianos y chinos, habían pedido también la imputación al
emperador Hiro Hito, pero Mac Arthur no lo permitió, para evitar desórdenes en
el país. Esa decisión fue muy bien vista en Japón.
La situación del país era muy
dura. Habían sufrido 3 millones de muertos en la guerra y todavía tenían varios
millones de soldados prisioneros en los campos de concentración de varios
países. Aparte de eso, había 11 millones de parados, que se dice pronto, y una
economía y una industria absolutamente arruinada por los bombardeos de la
guerra.
Tras de ello, siguió una depuración
a todos los niveles de la Administración, acusándoles de ser cómplices de esa
política belicista. En un primer momento, se llegó a una cifra modesta, unos 15.000
depurados, pero tras atender las exigencias de Stalin, se llegó a expulsar de
la Administración a más de 200.000.
La política de los aliados se
cree que fue respetuosa con la población civil y así, los japoneses, se
decidieron a retornar a sus labores habituales con un gobierno que presumía de
ser democrático.
Volviendo al Tribunal militar, se
utilizaron contra ellos las mismas acusaciones que contra los acusados nazis en
Alemania, o sea, crímenes contra la paz, contra la guerra, contra la Humanidad
y conspiración.
Tanto acusadores como los 104 abogados
defensores que participaron en este Tribunal, tuvieron mayores problemas que los
habidos en Alemania. Era difícil condenar al jefe del arma aérea japonesa,
cuando todos los días transitaban por las calles de Tokio, que habían sido
concienzudamente bombardeadas por los aliados. Por no hablar del lanzamiento de
las dos bombas atómicas.
La oficialidad nipona había
desenterrado el viejo código del bushido de los samuráis y había tratado con la
misma crueldad a sus soldados que a los prisioneros que cayeron en sus manos. Los
japoneses consideraban que no podían rendirse, porque perderían su honor y
sería preferible la muerte. Por ello, la vida de sus prisioneros no era
importante, pues se habían rendido ante ellos.
Durante el proceso se llegaron a conocer
los entresijos de las negociaciones entre USA y Japón, celebradas antes de la
guerra. Por eso, hoy en día, muchos historiadores piensan que el presidente Roosevelt
le apretó tanto las tuercas a Japón que, casi les obligó a entrar en guerra.
Antes de la II Guerra Mundial,
Japón, se quiso hacer un lugar entre las naciones colonialistas de la época y,
así, invadió diversas zonas de Asia, como China e Indochina. Luego, se buscó unos
amigos poderosos y firmó en 1940 un pacto llamado del Eje con Alemania e
Italia.
Antes de la entrada de USA en la
II GM, comenzó una política hostil hacia
Japón a base de la cancelación de exportaciones de materias primas, petróleo,
chatarra, herramientas, etc. También puso pegas a las importaciones llegadas de
Japón y embargó los bienes japoneses en USA.
Algunos autores dicen que este conflicto
económico entre USA y Japón comenzó ya en 1938, cuando los USA se reunieron con
los británicos para planificarlo y quitarse de encima a un competidor en esa zona.
Japón se encontró en un callejón sin salida, pues al embargo del
petróleo le siguió el del caucho y el de las herramientas. Eso haría que su Ejército
se quedara en muy breve plazo sin combustible. Así que había que agilizar las
negociaciones o decidirse por unos planes de guerra.
Así, el 6 de septiembre, como ya
dije en un principio, la decisión tomada por el Gobierno japonés fue exigir por
vía diplomática, durante un breve periodo, la cancelación de todas estas
medidas o declarar la guerra inmediatamente a USA, Reino Unido y Holanda, las
potencias más importantes de esa zona.
Tras el plazo dado por el
Gobierno, su primer ministro insistió en ampliarlo y seguir con las
conversaciones diplomáticas, pero los militares le obligaron a dimitir en
octubre. No obstante, Tojo, les dio un nuevo plazo a los diplomáticos hasta el
30 de noviembre de ese año.
El ministro de Exteriores japonés
envió una propuesta al Gobierno USA, donde se ofrecía el abandono de los territorios
que Japón había invadido en Indochina a cambio del final del embargo.
Por supuesto, el Gobierno USA, no
lo aceptó y pidió muchas cosas, que, evidentemente, sabía que Japón nunca
podría aceptar.
En los archivos USA, existe un telegrama
enviado por el secretario de Marina, Frank Knox, donde advierte a los jefes de
sus unidades de que tomen las medidas oportunas ante un posible ataque de
Japón, pues las conversaciones diplomáticas han fracasado.
Según parece, el 29 de noviembre,
el emperador reunió a los miembros del Gobierno y a sus asesores y decidieron
que la única manera posible de solucionar esta situación era declarar la
guerra. El emperador no se opuso a esa decisión. Así, la flota combinada
japonesa recibió la orden de atacar, conforme a los planes del Estado Mayor.
Así, el presidente USA, que se
había acostado el día antes convencido de la inminencia de un ataque japonés,
acogió con satisfacción contenida que se hubieran decidido a atacar la base de Pearl
Harbour e, inmediatamente, pidió al Parlamento la declaración de guerra contra
Japón.
Argumentamos todo esto, porque,
como la opinión pública USA clamó venganza desde que empezó la guerra, no se
pueden admitir estas rebuscadas sentencias desde otra óptica que desde la más estricta
venganza contra los perdedores. También se proclamó en las
conferencias de Teherán,
Yalta y Postdam, que los aliados, una vez acabada la guerra castigarían a los
presuntos culpables de la misma. En el otro bando, claro.
Los abogados defensores, que eran de USA, sólo tuvieron 2 semanas para
preparar la defensa, argumentaron una y otra vez que Japón no tuvo otra opción que decidirse
por la guerra.
Las dudas sobre la culpabilidad
de los reos se evidenciaron en los largos interrogatorios y la duración del
juicio. Los jueces sólo pudieran dictar sentencia ya a finales de 1948. Entre tanto,
3 de los 28 encausados había muerto.
Se pronunciaron 7 condenas a
muerte, 16 a cadena perpetua y 2 a diversas condenas de prisión. Ninguno de ellos
fue absuelto. No se oyó ni un grito, ni un lamento y todos escucharon el fallo
judicial con el autocontrol reconocido en los asiáticos. Los condenados a muerte
fueron ahorcados un mes después.
En plena guerra de Corea, el
discutido general Mac Arthur, decía comprender las razones por las que los japoneses
se decidieron por la guerra, pues, a causa de los embargos, les habían
bloqueado el acceso de sus industrias a las materias primas y eso les
condenaría a un gran retraso económico. Por supuesto, por entonces, ya eran sus
aliados.
A partir de los años 50, se indultó
a alguno de los encarcelados e, incluso, llegaron a ocupar puestos en los nuevos
gobiernos democráticos de Japón.
Lo más curioso de todo este
asunto es que nadie quiso saber nada sobre los brutales experimentos del
Ejército japonés, realizados durante la II Guerra Mundial e, incluso,
anteriormente, durante la invasión de China, con armamento químico y
bacteriológico. Sus responsables no fueron jamás condenados por ello. Parece ser
que los USA esgrimieron la excusa de que protegiéndolos podrían aprovechar sus secretos para la guerra
fría que acababa de empezar.
Se sabe que algunos de estos
científicos fueron interrogados durante mucho tiempo y negociaron así su
indulto y el de sus subordinados.
Las nuevas autoridades borraron
su historial por completo e, incluso, en algunos casos les declararon oficialmente
muertos y les organizaron un entierro falso.
Alguno de ellos, tras haber
estado bastante tiempo en USA, al volver a Japón, fue recibido con los máximos
honores.
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