Hoy confieso que tenía dudas
sobre el tema que debía escoger para hacer una entrada en el blog. Todas ellas
se me han disipado cuando he entrado en el buscador y he visto que tenían la
imagen del día dedicada a este personaje.
La verdad es que llevaba mucho
tiempo con ganas de publicar algo acerca de ella, pero, por diversas razones,
no me había decidido a hacerlo.
Para mí, Clara Campoamor es un
buen ejemplo de una persona modesta, que lucha contra el destino que le ha
reservado la vida y se supera continuamente, a pesar de los obstáculos que
siempre le pusieron en su camino.
Nació en el barrio de Malasaña en
Madrid, en 1888, en el seno de una familia muy modesta, donde, aparentemente,
no le esperaría un buen futuro. Además, su padre murió cuando ella sólo tenía
10 años.
Como, en principio, no pudo
acceder a una buena formación, realizó muchos trabajos desde los 13 años hasta que aprobó una oposición para el Cuerpo
de Correos, siendo destinada a Zaragoza y luego a San Sebastián.
Ya en aquella época, ganó por
oposición una plaza para profesora de Taquigrafía en una escuela para adultos y
también entró a trabajar como secretaria en la redacción del periódico La Tribuna, algo que le permitió
conocer a gente de todo tipo, lo que le fue muy importante en su vida. También
tradujo algunos libros franceses.
Le animaron a retomar sus
estudios y, en muy pocos años, consiguió acabar la Secundaria, en el Instituto
Cisneros, y la carrera de Derecho,
poniéndose inmediatamente, en 1925, a ejercer la abogacía, un trabajo donde escaseaban
las mujeres. Fue la primera abogada que intervino ante el Supremo.
No olvidemos que hasta 1910, las
mujeres no habían tenido libre acceso a la Universidad y debían de pedir
permiso a los rectores y éstos debían tener el beneplácito del ministro, para
poder estudiar en ella. Esta norma aperturista se la debemos a los ministros
Julio Burell y al conde de Romanones.
Se dice que, incluso, para ir
dando ejemplo, crearon ex profeso una cátedra para la novelista Emilia Pardo
Bazán.
Estuvo muy cercana en sus ideas al
PSOE, pero luego se desvinculó de este partido por su colaboración con la
Dictadura de Primo de Rivera.
En esa época ingresa en el Ateneo
de Madrid y comienza a dar conferencias sobre la libertad y la igualdad entre
hombres y mujeres y sobre temas políticos. Además ingresó en 1922 en la
Sociedad Española del Abolicionismo, que luchaba contra la prostitución
femenina. Allí pronunció muchos discursos, junto a Elisa Soriano y María
Martínez Sierra.
En 1928 organizó, junto a otras
compañeras de diferentes países, la Federación Internacional de Mujeres de
Carreras Jurídicas, con sede en París.
También trabajó junto a Victoria
Kent y Matilde Huici en el Tribunal de Menores. Además, en 1930, fundó la Liga
Femenina Española por la Paz.
Aparte de ello, también trabajó
un tiempo en la delegación española ante la Sociedad de Naciones, en Ginebra.
Es muy posible que hiciera muy
buenas amistades en el Ateneo, porque, más adelante, coincidió en una Junta de
Gobierno de esa entidad con
Gregorio Marañón, como presidente, Gustavo
Pittaluga, como vicepresidente primero, Jiménez de Asúa, como vicepresidente
segundo, Manuel Azaña, como depositario… y ella como secretaria tercera.
Como la Dictadura quería manejar
a la intelectualidad, cesó a la directiva del Ateneo de Madrid y quiso poner en
su lugar a unas personas que les fueran fieles. A Clara la nombraron pro su
condición de funcionaria pública, pero como ella rehusó ese cargo, la obligaron
a pedir la excedencia de su puesto como funcionaria y le pusieron 100
funcionarios por delante de ella en el escalafón. Parece ser que Victoria Kent,
que también había sido tentada por la Dictadura, aceptó ese puesto en el Ateneo.
En aquella época, colaboró en el
diario La Libertad, donde tenía una sección llamada “Mujeres de hoy”, donde
defendía una mayor proyección de las mujeres en la sociedad.
Igual que se opuso a la
Dictadura, hizo lo mismo con la Monarquía y rechazó, en 1927, un premio de la
Academia de Jurisprudencia, por llevar aparejada la concesión de la Gran Cruz
de Alfonso XIII.
En 1928 ya participó en un
Congreso sobre protección de la infancia y ese mismo año fue elegida académica
en la Real Academia de Jurisprudencia y además delegada en el Tribunal de
Menores.
En 1929 ya tomó contacto con la
política, ingresando en Acción Republicana, partido liderado por Azaña.
Al año siguiente, ya como una
reputada abogada, fue ponente en el Congreso de la Sección española de la Unión
Internacional de Abogados.
Uno de sus éxitos forenses fue la
defensa de su hermano Ignacio, junto a otros implicados, en la revuelta que dio
lugar a la Sublevación de Jaca. Para varios de sus defendidos se había pedido
la pena de muerte, pero ella consiguió que los jueces no dictaran esa
sentencia.
En 1930 es admitida en el consejo
nacional de Fuerza republicana, una especie de coalición republicana liderada
por Azaña.
En 1931, con la llegada de la II República,
fue elegida diputada por Madrid por el Partido Radical. Es curioso, porque la
votaron los hombres, ya que las mujeres aún no podían votar en España.
Hay que aclarar que su partido,
Acción Republicana, no la quiso como candidata y tuvo que abandonarlo para
entrar en el Partido Radical, de Alejandro Lerroux. Parece ser que ahí fue
cuando ingresó en la Masonería, pues la mayoría de los afiliados a ese partido
ya lo eran.
Junto con otros 20 diputados más
formó parte de la Comisión Constitucional, encargada de realizar el proyecto de
la nueva Constitución republicana.
Fue la primera diputada que habló
en unas Cortes y allí defendió de forma vehemente una serie de temas como la
legalización del divorcio, la no
discriminación por motivos de sexo, la igualdad legal entre los hijos nacidos
dentro y fuera de los matrimonios, etc.
El discutido tema del voto para
la mujer tuvo que ser debatido ampliamente por la Cámara. No era la primera
vez que este tema se discutía en la Cámara, pues ya, en 1908, el diputado conde
de Casa Valencia ya lo defendió argumentando que “las mujeres de España pueden
ser reinas, pero no electoras”.
Esto originó un gran debate en
las Cortes republicanas, pues los partidos de izquierdas se oponían al voto
femenino, argumentando que las mujeres estaban muy influidas
por los consejos
de sus párrocos y votarían lo que les dijeran ellos. Aparte de que calificaban
a las mujeres como simples histéricas. Así que en el PSOE le opusieron nada
menos que a Victoria Kent. Este es un caso muy llamativo de disciplina de
partido, pues Victoria también era una ardiente defensora de los derechos de la
mujer, pero se plegó a las órdenes de su partido.
Al final, Clara se salió con la
suya y el
proyecto de voto femenino se aprobó con el apoyo de los partidos de
la derecha y un sector del PSOE. Por cierto, Indalecio Prieto fue el perdedor y
eso, como veremos más adelante, no se lo perdonó nunca.
Incluso, a final de 1931,
intentaron incluir una enmienda para atenuar el voto femenino, pero no lo
consiguieron por un margen muy exiguo.
En 1933 no salió de nuevo
diputada y al año siguiente se salió del Partido Radical, porque, según
ella, se estaba derechizando mucho, por
su peligroso acercamiento a la CEDA.
En ese año pretendió afiliarse a
Izquierda Republicana y, aunque contó con el apoyo de Santiago Casares
Quiroga, que, según parece, era colega
suyo en la Masonería, no fue admitida, porque muchos la consideraron culpable
por haber perdido las elecciones a causa del voto femenino. De eso ella ya dio
cuenta en su libro “Mi pecado mortal. El voto femenino y yo”.
Nada más empezar la Guerra Civil,
tomó el camino del exilio, viviendo en París y luego en Buenos Aires.
Curiosamente, según dijo, zarpó
de España en un barco alemán hacia Italia, para alcanzar la frontera suiza.
Parece ser que Falange hizo gestiones para que la retuvieran en Génova, pero
luego le dejaron continuar hasta Lausana.
Como no le fue muy bien, intentó
volver a España, pero se encontró con que estaba procesada por haber
pertenecido a al Masonería. Algunos autores dicen que volvió a finales de 1947,
pero se exilió de nuevo en 1948, antes de que la encarcelaran.
También se dice que le ofrecieron
delatar a sus antiguos camaradas masones para no tener que afrontar una condena
de 12 años de cárcel. Evidentemente, se opuso a ello y no volvió.
En los años 50 consiguió un
trabajo en un bufete de abogados en Suiza y allí trabajó hasta que se quedó
ciega. Allí murió en 1972, a consecuencia de un cáncer, y hasta unos años después, no pudo ser
trasladado su cadáver para ser enterrado en España.
El PSOE, quizás, para lavar su
conciencia, creó el Premio Clara Campoamor. Una postura curiosa en un partido
que siempre le negó la entrada.
Posteriormente, se le han rendido
muchos homenajes. Incluso, se ha acuñado una moneda con su efigie y se le ha
dado su nombre a un barco del servicio de salvamento marítimo.
Siempre se consideró simplemente
una republicana que estaba muy alejada tanto del fascismo como del comunismo.
Durante la Guerra Civil no quiso
optar por ninguno de los dos bandos, pues consideraba que había radicales y
liberales en los dos.
Fue muy crítica con la
información que censuró el Gobierno sobre la revolución de Asturias, de 1934.
Incluso, le pidió directamente a Lerroux la presidencia de una fundación
dedicada a mantener a los niños que se habían quedado sin padre durante esa
revolución.
Clara siempre fue una especie de
“verso suelto”, porque nunca les rió las gracias ni a la derecha ni a la
izquierda. Sólo aspiró a ser una republicana liberal.
La derecha nunca le perdonó haber
sido republicana y masona, aparte de haber luchado a favor de legalizar el
divorcio. De hecho, participó, como abogada, en algunos divorcios de gente muy
conocida.
La izquierda, esa que la reivindica
ahora tanto, no le perdonó haber perdido las elecciones en 1933, ni haber
condenado las brutalidades cometidas por los milicianos, con la complicidad del
Gobierno republicano.
Por mi parte, no estoy de acuerdo
con la excusa de que la izquierda perdió las elecciones de 1933 a causa del
voto femenino, porque las mismas mujeres les votaron en 1936 y ganó el Frente
Popular.
No fue nunca muy popular en el
terreno político, pero tuvo la inteligencia de apoyarse en cada momento en un
bando para poder conseguir lo que quería.
Yo creo que esta mujer debería de tener, como mínimo, una calle dedicada a ella en cada ciudad española. Es lo mínimo que deberían de solicitar las mujeres, en prueba de gratitud a quien les dio la posibilidad de participar en la política del país.
Es una mujer admirable que en cualquier otro país estaría en todos los libros de texto como referente de mujer luchadora y defensora del voto femenino.
ResponderEliminarSobre todo admiro dos cosas: la claridad y modernidad de sus ideas respecto a la necesaria igualdad jurídica entre mujeres y hombres (incluido el voto) y su valentía al jugarse su carrera política por ser coherente con esas ideas.
Una gran mujer sin duda alguna. Un buen texto para recordarla.
Saludos!!
Yo creo que fue una mujer admirable, que actuó como todo un referente de ese tercer bando, que existió durante los años 30 y del que nadie habla. Ese bando no era de derechas ni de izquierdas, simplemente quisieron ser honrados consigo mismos y servir a su país de la mejor manera posible.
ResponderEliminarEn su caso, supongo que siempre tuvo muy claro que tenía en su contra el haber nacido en el seno de una familia muy modesta, haberse quedado huérfana de padre muy joven y, por último, ser mujer. Supo luchar durante toda su vida contra esos 3 obstáculos, pero no pudo con otro más, que fue el no optar por un bando o el otro. Realmente, no quiso hacerlo, pues, al principio, los dos bandos pretendieron atraérsela, pero, cuando vieron que no podían, intentaron destruirla.
Es muy lamentable que intentaran hacerlo utilizando otra feminista muy conocida, como fue Victoria Kent, y mucho más que ésta aceptara hacerlo. De hecho, Clara, se mofaba de ella de vez en cuando, en las sesiones de las Cortes. No hubiera estado de más que hubieran unido sus fuerzas para sacar de su postración a las mujeres.
Tampoco estaría de más que en España recuperáramos a una serie de personajes que han sido claves para llegar a la situación actual y no dejarnos llevar por una serie de ideas encorsetadas, influidas por los ideales políticos de cada uno.
Saludos y muchas gracias por tu comentario.
Magnífico post, Aliado, no dejas lugar a objeciones.
ResponderEliminarBueno, lo que no he explicado claramente es que, seguramente, Victoria Kent siguió la política de su partido en ese momento. Ya se sabe que dicen los socialistas que fuera del partido "hace frío".
ResponderEliminarParece ser que Primo de Rivera contactó con el PSOE y la UGT y le pidió su apoyo.
Entre los socialistas hubo mucho debate, pero, a pesar de la opinión de Prieto, se decidió colaborar con la Dictadura, para que el partido no saliera perjudicado. Así, ella entró en el Ateneo, igual que Largo Caballero gozó de un cargo secundario en el Gobierno.
Según parece, a la UGT le prometieron que tendría venia si les apoyaban y también que eliminarían a la CNT y se quedarían ellos con todos los votos sindicalistas.
Lógicamente, al llegar la II República, el PSOE fue el único partido que llegó intacto a ella.
Saludos.
Había olvidado darte las gracias por tu amable comentario.
ResponderEliminarSaludos.