ESCRIBANO MONACAL

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UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

viernes, 19 de noviembre de 2021

CARL VON OSSIETZKY, UN GRAN LUCHADOR POR LA PAZ

 

Hoy voy a narrar la vida de un personaje poco conocido en España, pero de gran trascendencia para su país y también para la historia de los famosos Premios Nobel.

Como ya se indica en el título, su nombre fue Carl von Ossietzky y nació en 1889 en Hamburgo. Más de uno se habrá extrañado por ese apellido, que suena más a polaco que a alemán. Lo cierto es que sus padres eran de origen polaco, aunque, en aquella época, no existía Polonia.

Su familia era muy modesta y además sucedió que su padre murió cuando Carl sólo tenía 3 años. Afortunadamente, como su padre había trabajado en el bufete de un prestigioso abogado, que había llegado a ser alcalde Hamburgo, éste se hizo cargo de su educación.

Mientras tanto, su madre se casó con un escultor afiliado al SPD, el cual solía llevar al chico a los mítines políticos y hasta llegó a conocer al líder socialdemócrata August Bebel.

Parece ser que nunca fue muy aficionado a las matemáticas, lo cual le impidió obtener el título de Bachiller. No obstante, siempre fue un amante de la buena literatura.

Por lo visto, su benefactor en la Alcaldía, le ayudó a conseguir una plaza de funcionario en los tribunales de Justicia. Eso le dio la oportunidad de trabajar sólo por la mañana, mientras que la tarde la dedicaba a asistir a todo tipo de eventos culturales. Por entonces, ya empezó a escribir sus primeros poemas.

En 1908 se afilió a la Sociedad Alemana para la Paz, la más antigua de las sociedades pacifistas de ese país. Fundada por el Premio Nobel de la Paz Alfred Hermann Fried.

Poco después, también se afilió a la Asociación Democrática, un pequeño partido liberal de izquierda, que sobrevivió pocos años. A partir de entonces, se dedicó a escribir artículos y editoriales en varios periódicos.

En 1912, se casó con una curiosa mujer. Se trataba de una ciudadana británica hija de un militar colonial de esa nacionalidad y de una mujer perteneciente a una familia de la realeza de la India.

En 1914, ya no le fue tan bien, pues no se le ocurrió otra cosa que criticar una sentencia de un tribunal militar. Así que le procesaron y le condenaron a pagar una fuerte multa.

Después de ello, supongo que dejaría de creer en la Justicia. Así que dimitió de su cargo en los tribunales y ya sólo se dedicaría al periodismo.

Al llegar al I Guerra Mundial, en un principio, no fue reclutado, pero tuvo que dejar de escribir artículos criticando la guerra y volvió a su trabajo en los tribunales de Justicia.

No obstante, en 1916, ya fue reclutado, pero sólo como soldado de Ingenieros, encargado de construir todo tipo de fortificaciones.



Incluso, llegó a romper con algunos filósofos a los que había admirado hasta el comienzo de la guerra, porque ellos la justificaron como un medio de imponer “la superior cultura alemana en el mundo”.

En el período de entreguerras llegó a ocupar importantes puestos en la Sociedad Alemana para la Paz. Sin embargo, se enemistó con su presidente, porque lo veía como demasiado teórico.

Igual estuvo leyendo aquella frase de Santa Teresa: “obras son amores y no buenas razones”. Una frase que se suele aplicar a los que hablan mucho y hacen poco.

En 1919, fundó junto con otros intelectuales la Asociación de Participantes en la guerra por la paz, donde reunieron a miles de antiguos soldados alemanes y cuyo fin era educar a la gente para que no se produjeran más guerras. Precisamente, la gente que militaba en esa asociación sabía de sobra lo que era una guerra, porque la habían sufrido en carne propia.

Parece ser que promovieron, tanto a nivel nacional como internacional, la objeción de conciencia y la organización de huelgas generales en caso de peligro inminente de guerra. Aparte de la abolición del servicio militar.

También se manifestaron a favor de la Sociedad de Naciones, como Organismo encargado de impedir que se produjeran más guerras.

Entre sus fines también estaban educar a la gente para la paz, promover el bienestar y la justicia social, la democracia parlamentaria y ser lo contrario de las varias asociaciones militaristas que se formaron en Alemania en el período de entreguerras.

Anualmente, organizaban manifestaciones por toda Alemania, cuyo lema era “Nunca más la guerra” y tuvieron un gran éxito. Además, también gozaron del apoyo del SPD y de los sindicatos.

Incluso, se relacionaron con otras asociaciones de veteranos de otros 
países, que habían luchado contra Alemania en la I Guerra Mundial.

Desgraciadamente, a partir de 1922, muchos de sus dirigentes fueron fichados por varios partidos políticos. Por ello, el movimiento fue perdiendo fuerza hasta que se disolvió en 1927.

Volviendo a nuestro personaje de hoy, a partir de 1919, quiso volver a dedicarse al periodismo, pero lo tuvo un poco complicado. Así que se dedicó a dar conferencias por todo el país.

En 1924, fundó con otros amigos el Partido Republicano. Entre sus principios estaba el fortalecimiento de lo público frente a lo privado, al igual que la creación de instituciones de autogobierno popular.

Por lo visto, la creación de este nuevo partido no agradó a otros, como el SPD, pues argumentaban que sólo serviría para repartir el voto de la izquierda y disminuir su fuerza.

Efectivamente, como no obtuvieron muchos votos en las elecciones realizadas en ese mismo año, se disolvió después de las mismas.

Posteriormente, ingresó, como redactor jefe en el periódico Weltbühne. Una publicación, que, en un principio, sólo se había dedicado a dar información sobre el mundo de la cultura. Allí se metió en un buen lío por culpa de un artículo publicado por uno de sus colaboradores.

A pesar de que el Tratado de Versalles impuso a Alemania unas cifras máximas de tropas y de armamento, nunca lo cumplió. De hecho, creó una especie de Ejército paralelo, como si fueran asociaciones juveniles, donde se enseñaba instrucción militar. Esto fue denunciado por varios pacifistas y condenados por ello.

Walter Kreiser era ingeniero aeronáutico y periodista. Fue el colaborador del periódico que, en 1929, publicó un artículo denunciando que Alemania estaba refundando su fuerza aérea y que tenía bases secretas hasta en la propia URSS. Esto ya lo conté en mi artículo sobre el Tratado de Rapallo.

Hay que decir que el Tratado de Versalles, que dio fin a la I Guerra Mundial, prohibió expresamente que Alemania contara con una fuerza aérea.

Evidentemente, enseguida fueron llevados ante la Justicia, acusados, tanto Kreiser como Ossietzky, de traición a la patria.

El asunto dejó en evidencia al Gobierno alemán. Si lo negaba corría el peligro de que los demás periódicos investigaran más este asunto. En cambio, si castigaba duramente a estos periodistas sólo provocaría que los países firmantes del Tratado de Versalles se interesaran por este tema y quisieran comprobar in situ si se estaban cumpliendo con lo dispuesto en el mencionado documento.

Por supuesto, el Gobierno soviético, envió enseguida un mensaje al alemán en el que les exigía que no se publicara absolutamente nada sobre su colaboración en este asunto.

Por ello, se lo estuvieron pensando hasta agosto de 1931, cuando el Gobierno alemán cedió ante la presión de los militares y presentó cargos contra los acusados.

El juicio empezó a mediados de noviembre de ese mismo año y, por supuesto, el juez ordenó que fuera a puerta cerrada. Los funcionarios que declararon por el Ministerio de Defensa reconocieron que los datos eran ciertos y que ponían en peligro la seguridad nacional.

Sin embargo, el abogado de Ossietzky dijo que el único interés de su representado era llamar la atención de ese Ministerio antes de que estallase el escándalo y que él sólo protestaba por el presupuesto invertido en ese asunto y que era desconocido por el Parlamento.

El tribunal dictó sentencia a finales de noviembre, condenado a ambos periodistas a 18 meses de cárcel por divulgar secretos militares, alegando que no fueron leales a Alemania.

Tras la sentencia, Kreiser marchó inmediatamente al exilio, mientras que Ossietzky se negó a abandonar Alemania y empezó a cumplir su condena en mayo de 1932. Sin embargo, el Gobierno dio una amnistía por Navidad y fue liberado ese mismo año.

Desgraciadamente, Hitler llegó al Gobierno en enero de 1933 y hubo muchos cambios. Uno de ellos provocó una nueva detención y encarcelamiento de nuestro personaje. Incluso, llegaron a quemar sus libros, junto con los de otros pacifistas. Parece ser que su nombre era uno de los que encabezaban las listas de personas a detener por parte de los nazis.

Una de sus frases fue premonitoria: “Si quieres luchar contra el espíritu contaminado de un país, tienes que compartir su destino en común.”

Sin embargo, no acertó cuando, antes de la llegada de Hitler al poder, dijo que no le veía ningún futuro al Partido Nazi.

No obstante, siempre llamó a la unión de todos los antifascistas para luchar contra la llegada al poder de los nazis.

A partir del mes de abril de ese mismo año fue dando tumbos de un campo de concentración a otro. Siendo maltratado en todos ellos.

Por ello, ya en 1934 su estado de salud era muy malo y fue enviado a la enfermería, donde, a ciencia cierta, no se sabe si le inyectaron el bacilo de la tuberculosis, como afirman algunos autores. Cosa que sí hicieron con otros prisioneros.

A mediados de 1935, un delegado suizo representante de la Cruz Roja, visitó el campo donde estaba internado y pidió verlo. Se encontró a un ser casi moribundo.

Por ese motivo, se inició una campaña internacional, que consiguió que lo ingresaran en un Hospital. Allí le diagnosticaron tuberculosis en estado grave.

Desde 1934, varias organizaciones le habían propuesto para el Premio Nobel de la Paz. De hecho, parece ser que no lo consiguió en 1935 por culpa de las presiones diplomáticas del Gobierno alemán sobre el noruego.

Es preciso recordar que el Premio Nobel de la Paz es el único que se otorga en Noruega. Los demás Premios Nobel se dan en Suecia.

Esta movilización internacional consiguió, por una parte, que fuera liberado e ingresado en un hospital alemán, aunque seguía vigilado por la Policía.

Por otra parte, el famoso político alemán Willy Brandt, que se hallaba exiliado en Noruega, movió a sus contactos y, por fin, consiguió que, en 1936, le dieran el Premio Nobel a nuestro personaje. Con carácter retroactivo, porque había sido declarado desierto el de 1935.

Evidentemente, esto no le hizo ninguna gracia ni a Hitler, ni a sus secuaces y le quisieron obligar a que lo rechazara, sin embargo, él lo aceptó.

Así que ya podemos imaginar el cabreo que se llevaría Hitler. Así decretó que, desde ese momento, ningún alemán pudiera aceptar un Premio Nobel. En su lugar, creó el Premio alemán del Arte y la Ciencia, que nunca tuvo la misma consideración que los Nobel.

Posteriormente, un día se acercó un abogado a su esposa, asegurándole que administraría muy bien el dinero del premio. Desgraciadamente, se trataba de un estafador y desapareció con el dinero.

Finalmente, a principios de mayo de 1938, murió Ossietzky en el hospital donde estaba ingresado, a causa de la tuberculosis que padecía.

Afortunadamente, su esposa y su hija consiguieron huir y exiliarse en el Reino Unido.

En los años 80, Rosalinde, su única hija, intentó que un tribunal alemán revisara la sentencia de 1931 contra su padre, para que nadie le pudiera llamar traidor. Curiosamente, el caso llegó al Tribunal Supremo de Alemania y éste se pronunció de acuerdo con la sentencia, que condenó en ese año a su padre.

Por cierto, a ver si se anima alguno de mis lectores a hacerse también seguidor del blog y así llega, por lo menos, a los 100, ya que este mes se cumple décimo aniversario del mismo.

 

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