Normalmente, mucha gente suele suponer que todos los españoles han sido siempre muy católicos y que España no se contagió de la ola de protestantismo que “invadió” casi toda Europa a partir de las ideas de Lutero. Ahora veréis que eso no es cierto.
Nuestro personaje nació en 1520
en Montemolín, una pequeña localidad al sur de Extremadura.
En su juventud ingresó en el
convento jerónimo de San Isidoro del Campo, situado en Santiponce (Sevilla). La
misma ciudad que en la época romana se llamó Itálica.
Parece ser que hasta allí llegó
un tipo al que llamaban Julianillo Hernández. No se trataba de un niño, sino de
un pobre hombre jorobado y de baja estatura, que introducía esas Biblias en el doble fondo de los toneles que transportaba.
Por lo visto, había vivido,
durante muchos años, en Alemania y allí había conocido a los grandes
reformadores protestantes. Así que se dedicó al contrabando de Biblias y otros
textos protestantes e introducirlos de esa manera en España. Como el Nuevo Testamento,
del teólogo cordobés Juan Pérez de Pineda.
No es de extrañar que llegara
hasta Sevilla, pues, en aquella época, era la ciudad más importante y más
cosmopolita de España.
Así que esos libros llegaron
hasta los monjes de ese convento, los cuales los leyeron con fruición y, de esa
forma, muchos de ellos se convirtieron en partidarios del luteranismo.
Evidentemente, esto no tardó
mucho en saberlo el Tribunal de la Inquisición de Sevilla. Así que, en 1557,
empezó a investigarlos y dos años después a ejercer la represión contra esa especie
de foco de luteranos. Por lo visto, 22 de los 40 miembros de ese convento
fueron acusados de herejía.
Así que en ambos casos sólo
pudieron quemar sus huesos, que habían sido, previamente, exhumados de sus
respectivas tumbas.
No puedo precisar dónde tuvieron
lugar esos autos de fe, pero sí puedo decir que uno de los quemaderos
preferidos por la Inquisición de Sevilla fue el famoso Prado de San Sebastián,
donde, hasta mediados de los 70, se estuvo celebrando la famosa Feria de
Sevilla.
Casiodoro y algunos de sus
compañeros se dirigieron a Ginebra (Suiza), donde gobernaba, de una forma
dictatorial, el famoso Calvino. Así que, como no les gustó mucho lo que vieron
se alejaron de allí. Casiodoro calificó Ginebra como “una nueva Roma”.
No me extraña que Reina
calificara así a la ciudad de Ginebra, pues, en aquella época, Calvino la
gobernaba con mano de hierro y, para ello, creó una especie de policía
religiosa, parecida a la que ahora existe en algunos países islámicos.
Hoy en día, nos puede parecer
increíble en un país, como Suiza, que presume de ser de los más democráticos
del mundo, pero eso es lo que pasaba entonces y hay que decirlo.
La siguiente etapa de su exilio
fue la ciudad alemana de Francfort, donde se integró perfectamente con los
protestantes de habla francesa.
Incluso, la misma reina accedió a
cederles un templo, en Inglaterra, donde esa comunidad de habla española pudiera
celebrar sus ritos litúrgicos. Parece ser que Reina consiguió atraer a Londres
a muchos españoles que habían residido en Ginebra y no estaban a gusto con la
férrea disciplina impuesta por Calvino. Es más, hasta consiguió atraer a
refugiados protestantes, procedentes de Italia y de los Países Bajos.
Por el contrario, Felipe II, puso
precio a su cabeza, dado que no consiguió su extradición y mandó espías para
intentar asesinarle.
De hecho, había dos bandos que le
perseguían. Uno de ellos, como ya he mencionado, era el de Felipe II, que
consiguió captar a Gaspar Zapata, un colaborador habitual de Reina, para que le
acusara de algunos pecados muy graves, como la sodomía.
El otro bando era el de Calvino y
sus partidarios, que se dedicaban a hacerse con porciones de sus obras, aún sin
publicar, para denunciar supuestas herejías que decían haber visto en ellas.
Durante más de 3 años, estuvo
huyendo de sus perseguidores, lo que le obligó a residir en varias ciudades de
Europa, como Francfort, Heidelberg, Basilea o Estrasburgo.
No sé si sería por ese motivo o
por considerarle un “hereje protestante”, la Inquisición de Sevilla, inició un
proceso contra él. A raíz de esas investigaciones, sabemos que nació en
Montemolín (Badajoz), y, al final, su efigie fue quemada en la hoguera. Fue
condenado por heresiarca, o sea, maestro de herejes. Al mismo tiempo, todos sus
libros pasaron, inmediatamente, al Índice de libros prohibidos por la Iglesia
Católica.
Parece ser que el motivo de imprimir
un oso en la portada se debió a que el editor quiso evitar poner un motivo
religioso, ya que, en aquella época, no se podían realizar traducciones de la
Biblia a lenguas habladas por la gente.
No obstante, algunos creen que no
fue el único autor de esa Biblia, sino que podría haber sido ayudado por otros
miembros de su congregación, dado que aprecian diferentes estilos, a lo largo
de esa obra.
a otras lenguas europeas.
Parece ser que los gobernantes de
algunas ciudades, como Basilea o Estrasburgo, le denegaron el permiso para
publicar esa obra en estas ciudades, dado que había tropas españolas en sus
cercanías. Hasta que, por fin, le otorgaron el permiso en la famosa ciudad
universitaria de Heidelberg (Alemania).
Parece ser que Casiodoro se
reunió con un editor, llamado Oporino, el cual estaba muy interesado en
publicar su Biblia. Desgraciadamente, murió antes de hacerlo y tampoco había
fondos para proseguir con el empeño.
No sé si se trataría de una
estratagema para despistar a la Inquisición, porque a él nunca se le hubiera
ocurrido llevar su Biblia a Ginebra.
Tras muchas vicisitudes, logró
que su Biblia se publicara en 1569 en la ciudad de Basilea (Suiza).
Curiosamente, la ilustración del
oso y la colmena no era la marca utilizada por Guarin, sino por otro impresor,
llamado Apiario. Parece ser que a Casiodoro le gustaba mucho y, como ya no la
usaba, no sabemos si se la cedió gratuitamente o tuvo que pagarle por ello.
No obstante, los espías de Felipe
II siguieron la pista de esas Biblias y muy pronto descubrieron que habían sido
publicadas en Basilea y que habían sido enviadas a Amberes, donde a muchas de
ellas les cambiaron su portada por la de un célebre diccionario de esa época.
Por lo visto, tras la huida del
convento de Santiponce, las vidas de Cipriano y Casiodoro fueron por caminos diferentes.
El primero fue un convencido calvinista, mientras que el segundo siempre luchó
por la libertad de las creencias de los fieles y no admitió que los censores de
Calvino examinaran su obra, antes de su publicación. Así que siempre hubo una
clara enemistad entre ambos.
Parece ser que no fue la primera
Biblia traducida al español. En 1280, durante el reinado de Alfonso X el sabio,
ya se publicó una en español. Sin embargo, se trataba de una traducción desde
el latín y no, directamente, desde fuentes primarias, como la Biblia del oso.
Volviendo a nuestro personaje de
hoy, en 1585, cuando residía en Amberes (Bélgica) tuvo que salir huyendo de esa
ciudad, pues iba a ser conquistada por las tropas de Felipe II.
De ahí, se marchó, de nuevo a
Francfort, donde siempre había sido muy bien acogido. De hecho, su esposa era
de esa ciudad. Fundó un establecimiento comercial para la venta de paños de
seda.
En 1593, fue también elegido
pastor de la congregación de esa localidad, pero ya tenía 73 años y no le
quedaban muchas fuerzas para ejercer esa labor.
Al año siguiente, murió en esa
misma ciudad. Uno de sus hijos le sustituyó en su labor pastoral.
Aparte de la Biblia del oso y el
Catecismo, también publicó unos comentarios a los Evangelios de San Juan y San
Mateo (1573), la Confesión de fe (1577) e incluso unos estatutos para una
sociedad, radicada en Francfort, que ayudaba a los pobres y perseguidos por su
fe.
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