Hoy me voy a arriesgar a escribir un artículo sobre un personaje del que apenas existen datos. Así que no puedo contar mucho sobre él
Seguro que todos habréis visto
muchas fotos sobre la proclamación de la II República en Madrid, aquel martes,
14 de abril de 1931.
Hay que decir que eso ocurrió
tras anunciarse los resultados no de unas elecciones generales, ni de un
referéndum, sino de unas simples elecciones municipales, donde no se preguntó
nada a los electores referente a un cambio de régimen.
Simplemente, eso vino dado,
porque los fundadores de la II República habían dicho que considerarían estas
elecciones como un plebiscito y, si ganaban los partidos republicanos,
considerarían que los españoles querían que se proclamara una República.
Todo esto vino, porque tras el
final de la Dictadura del general Primo de Rivera, el monarca, Alfonso XIII,
había perdido el poco prestigio que le quedaba. No obstante, quiso hacer una
especie de borrón y cuenta nueva. Como si no hubiera ocurrido nada.
Parece ser que fue el propio
general Primo de Rivera el que lo propuso al monarca para sucederle en el
cargo.
Por lo visto, el general
Berenguer, era un tipo muy indeciso y de nula experiencia política. Así que
sólo consiguió impacientar a la prensa y hasta a los monárquicos de siempre.
Ello provocó que algunos se pasaran al campo de los republicanos.
Así que muchos políticos de los
partidos monárquicos tradicionales se negaron a entrar en un gobierno presidido
por Berenguer.
Curiosamente, aunque el PSOE
había colaborado con la Dictadura de Primo de Rivera y por ello estaba intacto,
ahora se oponía fuertemente a la de Berenguer.
Sin embargo, la CNT, que había
luchado contra esa Dictadura, había terminado muy maltrecha y en esa época fue
cuando comenzó a recomponerse, pues muchos de sus miembros se hallaban
encarcelados o en el exilio.
Evidentemente, no faltaron los catalanes . Enviaron a 3 representantes para no perderse lo que se pudiera discutir allí y decidir si les podría interesar o no unirse a esa causa.
Parece ser que, en diciembre de
1930, no se pusieron de acuerdo los responsables del intento de golpe de Estado
contra la Monarquía. Por lo visto, no se fiaban mucho unos de otros.
Lamentablemente, cuando quisieron
aplazarla 5 días, no le llegó a tiempo el aviso a la guarnición de Jaca
(Huesca) y comenzaron la sublevación. Como no les siguieron las demás
guarniciones, el intento fue inmediatamente aplastado y sus dos capitanes
responsables capturados, juzgados, condenados y ejecutados.
Lógicamente, esto hizo que mucha
más gente simpatizara con los republicanos. Ya se sabe lo que dicen los predicadores:
“sangre de mártires, semilla de conversos”. Por ello, en muchos sitios
aparecieron los retratos de estos capitanes como si se trataran de unos
mártires republicanos.
Posteriormente, esta conversación
le costó al capitán el pelotón de fusilamiento y al general, su expulsión del
Ejército, cuando fue proclamada la II República.
Como el rey se negó a ello y
Berenguer no obtuvo casi ningún apoyo para su propuesta, presentó su dimisión
al monarca, el cual la aceptó y, en febrero de 1931, nombró como nuevo
presidente del Gobierno al almirante Aznar, porque ningún político civil quiso
aceptar el cargo.
Sin embargo, en esta ocasión sí
que participaron en el Gobierno políticos muy conocidos, como el conde de
Romanones, García Prieto o Gabriel Maura, porque el rey ya había aceptado
convocar, tras las municipales, elecciones a Cortes Constituyentes.
El monarca puso sobre la mesa la
opción de formar un Gobierno de concentración, al objeto de convocar unas
Cortes Constituyentes. Sin embargo, el Comité revolucionario se veía más
apoyado que el monarca y no lo aceptó.
Después de este largo prólogo,
para poder entender esta historia, volvemos a nuestro personaje de hoy.
El citado militar fue
identificado como el teniente de Ingenieros Pedro Mohíno Díez. Parece ser que
nació en 1904, pero no conocemos su lugar de origen.
En 1921, aprobó los duros
exámenes de la selecta Academia de Ingenieros del Ejército de Tierra, situada
entonces en Guadalajara.
En julio de 1927 terminó sus
estudios, obteniendo el título de teniente de Ingenieros, según aparece en el
Diario Oficial del Ministerio de la Guerra.
Parece ser que siempre estuvo
bien considerado por sus superiores. Poseía una estatura de 1,72, un tanto por
encima de la media española en ese momento.
Posteriormente, fue nombrado
ayudante del batallón y, más tarde, ayudante del regimiento. Algo llamativo
para ser un simple teniente.
Con motivo de la sublevación
militar de 1930 colaboró en los interrogatorios a los militares sublevados.
Sin embargo, la cosa sería
diferente a partir del 14/04/1931. La mañana de ese martes, concretamente, a
las 7 de la mañana, ya ondeó, por primera vez, la bandera republicana en el balcón
del Ayuntamiento de Eibar (Guipúzcoa).
Poco a poco, fueron apareciendo
esas banderas tricolores en otros ayuntamientos e instituciones oficiales de
toda España. Por ejemplo, en la sede central de Correos, hoy Ayuntamiento de
Madrid, la bandera fue izada sobre las 15.00.
Sin embargo, sobre las 17.00, en
medio de un gran gentío, apareció en plena Puerta del Sol un camión, encima del
cual se habían subido varios seguidores del nuevo régimen y, entre ellos, se
veía a un militar con una bandera. Ese era Pedro Mohíno.
Para su sorpresa, fue la misma
bandera que se encontraron los miembros del nuevo Gobierno, al acceder a ese
edificio, sobre las 19.00, a fin de realizar el primer Consejo de Ministros de
la II República.
Curiosamente, hasta esa fecha, no
consta en ninguna parte que este teniente fuera un militante republicano.
Realmente, no se sabe cuál fue la
razón por la que se subió a aquel camión, enarbolando una bandera republicana.
Él siempre afirmó que fue, más bien, una cuestión de corazón, más que de
cabeza.
A finales de abril de ese mismo
año, siguiendo las instrucciones del nuevo presidente del Consejo de Ministros
y, a la vez, ministro de la Guerra, Manuel Azaña, que había enviado a todos las
dependencias militares, el teniente Mohíno, firmó un documento de adhesión al
nuevo régimen.
El impreso tenía una serie de casillas,
donde debían ir firmando todos los militares, destinados en cada una de las
dependencias. El que se negara a hacerlo, sería expulsado inmediatamente del
Ejército.
Ya en mayo del mismo año, su
regimiento, como tantos otros, fue destinado a la vigilancia de varios
edificios religiosos, pues se estaban empezando a quemar diversos conventos en
Madrid.
Sin embargo, parece que aquello
no debió de gustarle mucho, pues en marzo de 1936, con motivo de su ascenso a
capitán, pidió volver a servir en el Ejército.
Lo cierto es que es muy extraño
que se tramitara con tanta urgencia el traslado, concretamente, el 17 de mayo, de
esos dos regimientos de Caballería, a Palencia y Salamanca, para lo cual se
utilizaron 15 trenes con un buen número de vagones.
Parece ser que los socialistas de
esa localidad habían visto que existían frecuentes contactos entre los mandos
de esos regimientos y conocidos políticos de derechas. Por tanto, sospecharían
que estarían detrás de los preparativos del golpe. Como quedó demostrado en
cuanto empezó el conflicto bélico.
De esa manera, el Gobierno se
aseguraba tener alrededor de la capital fuerzas mandadas por militares de una probada reputación republicana.
En la ciudad se suceden los actos
violentos. Varios grupos asaltaron unas armerías y se hicieron con armas y
municiones. Con ellas se pasearon por las calles.
Entretanto, Monterde, siguiendo
las instrucciones del Gobierno, ordenó al capitán Salazar que saliera al mando
de una columna en dirección al pueblo de Cobeña a fin de apoyar a las fuerzas
republicanas, que luchaban en el Puerto de Somosierra.
Por lo visto, cuando el mismo
Monterde se dirigió al cuartel de los ciclistas discutió con los oficiales de
ese batallón. Le dispararon y murió en el acto. En el tiroteo, también resultó
herido otro teniente coronel, jefe del batallón ciclista, llamado Gumersindo de
Azcárate. Un hombre muy amigo de Azaña. No confundirlo con un tío suyo, el
célebre jurista y político del mismo nombre.
A partir de ese momento, quedó al
mando de todo el comandante Rojo Arana. Sin embargo, parece ser que el capitán
Mohíno, sin consultar con sus superiores, ordenó que le siguiera la banda de
cornetas y tambores, hasta el Ayuntamiento del pueblo.
Anteriormente, Mohíno junto con
el capitán Salazar, habían detenido y encerrado a sus mandos, los comandantes
Besga y Fraile y también al capitán Ramón castro, que no quisieron sublevarse
contra el Gobierno republicano.
Siguiendo instrucciones del
Gobierno, sobre las 17 horas, un avión militar dio varias pasadas sobre el
pueblo, lanzando octavillas, donde notificaba el licenciamiento de los soldados y
a los oficiales sublevados les daba un plazo de 24 horas para rendirse.
Seguro que a algunos les sonará
el apellido de este coronel, pues fue el mismo que, al mes siguiente, dirigió la
defensa de Badajoz.
Tras sufrir un pequeño bombardeo
de la aviación republicana, sobre las 11 de la mañana, el comandante Rojo, fue
a parlamentar con el coronel Puigdengolas. En esa reunión se acordó respetar
las vidas de los oficiales y exculpar al resto de la tropa.
Parece ser que Puigdengolas no ejercía
un control adecuado de sus tropas, pues los milicianos mataron a dos oficiales
e hirieron a otro, cuando les estaban entregando sus armas. Así que este
coronel hubo de interponerse para que no corriera más sangre.
Parece ser que los elementos
radicales presionaron al Gobierno para que juzgara y condenara cuanto antes a
los presos que se hallaban en esa cárcel. A tal fin, el 22/08, colocaron unas
ametralladoras en los tejados y azoteas de los edificios cercanos a ese recinto
y, con la excusa de un incendio, ordenaron a los presos que salieran al patio.
En ese momento, abrieron fuego
contra los reclusos y mataron a muchos de ellos. Sin embargo, esta vez, Mohíno,
tuvo suerte y se escapó por los pelos.
El 24/08/1936 se reunió ese
tribunal de urgencia en la propia Cárcel Modelo. Curiosamente, estaba presidido
nada menos que por el presidente del Tribunal Supremo, junto con dos
magistrados más de la misma institución. Ese presidente fue el mismo que, unos
años antes, condenó al general Sanjurjo, también por haberse sublevado contra
el Gobierno republicano.
También se designó un jurado,
cuyos miembros eran todos, casualmente, miembros de organizaciones obreras y
sindicales.
Los acusados fueron divididos por
grupos. En uno de ellos estaban el comandante Rojo Arana y los capitanes Rubio
Paz, Aguilar Gómez y Mohíno Díez. Fueron considerados los cabecillas de la
rebelión.
Tal y como estaba previsto, todos
fueron condenados a la pena de muerte. Ni siquiera esperaron a tener el visto
bueno del Consejo de Ministros, según se ordenaba en la Legislación vigente en
ese momento.
No está muy claro, pero algunos autores afirman que fueron fusilados en una explanada cercana a la Escuela de Arquitectura de la actual Universidad Politécnica de Madrid, situada en la Ciudad Universitaria.
Unos días después, tuvo lugar el juicio contra los oficiales del Batallón Ciclista, que terminó con 7 condenas a muerte y otras de muchos años de cárcel.Ya en septiembre, tuvo lugar el juicio contra el resto de oficiales del Batallón de Ingenieros Zapadores. Esta vez no se dictaron penas de muerte. Sin embargo, varios de los oficiales, tanto de Ciclistas como de Zapadores, que continuaban en esa cárcel, fueron asesinados unos meses más tarde, cuando tuvieron lugar los fusilamientos en Paracuellos.
Curiosamente, la bandera del batallón de Ingenieros, que había colocado el capitán Mohíno en el balcón del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, fue llevada a Madrid y colocada en el balcón principal del Ministerio de la Gobernación. El mismo sitio donde el capitán Mohíno colocara su otra bandera 5 años antes. La II República dio la espalda a uno de los suyos.
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