En mis dos últimos artículos me he referido a los 8 procesados por el asesinato de Lincoln. La mitad de ellos fueron condenados a muerte y la otra mitad a cadena perpetua.
Sin embargo, otro de esos conspiradores se les escapó y voy a narrar su historia en este artículo.
John Harrison Surratt jr., que
así era como se llamaba, nació en 1844, en una antigua zona rural, que hoy es
un barrio de Washington DC.
Su familia era muy piadosa y fue
bautizado en una iglesia católica, que se encuentra muy cerca del edificio del
Capitolio. Tuvo un hermano mayor y una hermana menor que él.
Curiosamente, en 1862, John,
conoció la noticia de la muerte de su padre, cuando se hallaba estudiando en un
seminario diocesano, en Maryland.
A partir de ahí, dejó el
seminario y ocupó el puesto de jefe de correos de su lugar de residencia, en
Maryland, que había quedado vacante tras la muerte de su padre.
Con la llegada de la guerra, tomó partido por el bando confederado y fue fichado por su servicio de espionaje. Se dedicó a informar sobre los movimientos de tropas federales.
Parece ser que fue el ya
mencionado Dr Mudd el que le presentó a Booth. Por su parte, Surratt le
presentó al resto de los conspiradores.
Por lo visto, antes de ingresar
en el seminario, Surratt, había estado estudiando en una Academia Militar. Allí
coincidió con Herold y lo incorporó a su banda.
No sé por qué todos admitieron
sin rechistar el liderazgo de Booth. Algunos pensarían que por su fuerte
personalidad. Sin embargo, yo me decantaría porque era un tipo con mucho dinero
y me parece que los componentes de su banda eran gente con poco futuro.
Así que decidieron que
utilizarían como lugar de reunión uno de los salones de la pensión que
regentaba Mary Surratt, la madre de John. Un lugar muy discreto, situado en la
propia capital.
Durante la guerra se habían
producido varios intercambios de prisioneros. Sin embargo, para terminar cuanto
antes con este conflicto, el general Grant, prohibió que se produjeran más
canjes.
Esto hizo que Booth pensara en
secuestrar a Lincoln para canjearlo por miles de prisioneros sudistas y así
poder reorganizar el Ejército Confederado.
Lo intentaron un par de veces,
pero fallaron, porque Lincoln era famoso por cambiar, constantemente, de planes
o tal vez, fue advertido de estos intentos.
Según parece, Booth, estuvo presente en el discurso que dio Lincoln el 11/04/1865, frente a la Casa Blanca.
Esta vez fue más allá y no sólo defendió la liberación de todos los esclavos, sino también su derecho al voto. Evidentemente, esto no le hizo ninguna gracia a Booth y fue cuando ya pensó en matarle.
Parece ser que, al día siguiente,
se reunió con los miembros de su banda y les expuso que había cambiado de
planes y que el nuevo objetivo sería matar al presidente. El caso es que nadie
se opuso a ello, pero se ve que la idea no le gustó a casi ninguno.
Tras conocer la noticia de la rendición del general Lee en Appomattox, aumentaron sus objetivos. Querían descabezar la Unión, asesinando no sólo al presidente, sino también al vicepresidente y al secretario de Estado.
Era un intento de darle una nueva
oportunidad a la Confederación, dado que aún tenía algunas de sus tropas en pie
de guerra, las cuales no se rindieron hasta junio de ese año.
Como ya dije, la mañana del
14/04/1865, Booth, fue, como de costumbre, a recoger el correo, que le guardaban
en el Teatro Ford. Allí se encontró con un hermano del empresario, el cual le
comentó que el presidente y su esposa iban a acudir esa noche al teatro.
No voy a volver a mencionar otra
vez los detalles del magnicidio. En cuanto a Powell, consiguió entrar en la
habitación donde se hallaba convaleciente Seward, el secretario de Estado. Lo
acuchilló varias veces y luego lo dejó, pensando que lo habría matado, pero
sobrevivió.
Por lo que se refiere a Azterodt,
se sabe que reservó una habitación en el Hotel Kirkwood de la capital, situada
en el mismo piso que la de su objetivo, el vicepresidente, Andrew Johnson.
Volviendo a John Surratt,
desconozco el motivo por el que no se hallaba en la capital, sino, según su
testimonio, en Elmira, una localidad del Estado de Nueva York.
Se me ocurre pensar que podría
estar allí para contactar con algunos miembros del Servicio Secreto
Confederado, que eran muy activos en Nueva York y en Canadá.
Durante su estancia en ese país
fue protegido por algunos miembros del clero católico y permaneció escondido
hasta que terminó el juicio y fueron ahorcados los condenados a muerte. Entre
ellos, su propia madre.
Como ya he dicho, algunos opinan
que el Gobierno USA, iba detrás de John, sin embargo, encausó a su madre con la
intención de que éste se presentase, pero no lo hizo.
Posteriormente, huyó disfrazado
hasta Liverpool, donde le dieron cobijo en un templo católico de esa localidad.
Sin embargo, no gozó mucho de su
nueva vida, en la que tenía una identidad falsa. Unos meses después, coincidió
con un antiguo amigo suyo, que también se había alistado en los zuavos.
Cuando éste se enteró de que lo
estaban buscando, lo denunció tanto a sus mandos militares, como al cónsul de
USA ante el Vaticano.
A finales de 1866, fue arrestado
en su cuartel, situado en un lugar alejado de la capital, y cuando iba a ser conducido
hasta Roma, se escapó, saltando por un acantilado.
Desde allí, consiguió llegar
hasta Alejandría (Egipto), pero fue detenido y entregado a las autoridades
consulares de USA.
Posteriormente, fue extraditado y
enviado hasta su país, en un barco de vela de la Armada USA. A su regreso,
también fue encarcelado en el viejo Arsenal de la Armada, en Washington DC.
Año y medio después de que se
produjera la ejecución de los implicados en ese complot, entre los que se encontraba
su propia madre, John, tuvo que comparecer ante un tribunal ordinario del
Estado de Maryland.
Hay que aclarar, que, tras el
juicio y la ejecución de esos conspiradores, el Tribunal Supremo USA sentenció
que, aunque su país estuviera en guerra, los civiles, tendrían que ser juzgados,
como siempre, ante los tribunales ordinarios y no ante los militares. Por
supuesto, con el correspondiente jurado.
Así y todo, no se pudo probar que
John formase parte del complot para derrocar al Gobierno. Primero, mediante el
secuestro y luego asesinando al presidente Lincoln.
Por ello, aunque el jurado estuvo
deliberando nada menos que 70 horas, no pudieron llegar a ningún veredicto. Por
tanto, el juez lo declaró inocente y ordenó su inmediata puesta en libertad. Está
claro que no hay cómo jugar en “casa”.
Tras su liberación, emigró a
Sudamérica, donde probó suerte en varios países, pero no le sonrió la fortuna y
regresó a USA.
Posteriormente, se dedicó a la
enseñanza en una academia femenina. También comenzó una gira de conferencias.
También afirmó que el Gobierno
Confederado no tenía nada que ver en ese asunto, lo cual me parece raro, porque
ya existía un precedente.
A principios de marzo de 1864,
tuvo lugar una incursión de una especie de comando de tropas de la Unión, al
mando de un joven militar, el coronel Ulric Dahlgren. Él y sus tropas llegaron
hasta Richmond, la capital de la Confederación, pero cayeron abatidos en una
emboscada.
Parece ser que un niño buscó en
los bolsillos del fallecido coronel para ver si llevaba algo de valor y se
encontró con una cartera, donde había unos documentos. Se los entregó a su
maestro y éste, al ver de lo que se trataba, los llevó a las autoridades
militares.
Por supuesto, se montó un
escándalo considerable, cuando el Gobierno Confederado dio a conocer estos documentos
a la prensa y no sería de extrañar que o bien ese Gobierno o el propio Booth,
quisieran devolverle la visita al presidente Lincoln. No olvidemos que la
guerra civil USA fue la primera guerra total. O sea, que las acciones bélicas
no se limitaban a los frentes, sino a todas partes.
Así que, como unos días después,
John, tenía previsto dar otra conferencia en Washington DC, o sea, en “campo
ajeno”, pues ya no pudo darla a causa de las protestas y el mal ambiente que
había para recibirle en la capital.
Así que, por si acaso, dejó de
impartir conferencias, y ya se dedicó de lleno a la enseñanza en un colegio
católico. Por supuesto, situado en su Estado de Maryland.
Curiosamente, se casó con una
mujer emparentada con el creador del himno nacional USA, a pesar de que él
detestaba a la Unión y fijaron su residencia en Baltimore.
Este caso tuvo también efectos en
otros ámbitos. Por ejemplo, desde 1850, había una ola de anticatolicismo en USA
y, de hecho, se crearon algunos partidos políticos, que tenían esa tendencia.
Desde la fundación de USA, este
país había mantenido relaciones diplomáticas con los Estados Pontificios y
luego con el Vaticano, pero sólo a nivel consular.
Sin embargo, en 1867, cuando
comenzó el juicio contra John Surratt, resurgió ese anticatolicismo y eso llevó
a que se aprobara en el Congreso USA la prohibición de relaciones diplomáticas con
el Vaticano. Lo hicieron de una forma indirecta, prohibiendo que el Gobierno pudiera
enviar fondos a ese consulado.
permitió alistarse en un regimiento papal. Eso sí, con un nombre falso. Incluso, argumentaron que el Papa había prohibido el culto protestante, que se celebraba en la sede del Consulado de USA.
A partir de esa fecha, entre los
dos países sólo hubo contactos a nivel de emisarios que enviaban,
temporalmente, uno u otro mandatario, pero no una sede permanente.
Ni siquiera el famoso presidente
Kennedy, que fue el primer católico que llegó a presidente en USA, consiguió
derogar esa ley. Por cierto, Biden es el segundo presidente católico de toda la
historia de USA.
Verdaderamente, la Iglesia
Católica, tampoco hizo mucho por atraerse al Gobierno USA. Más bien, fue al
contrario. León XIII no entendía que pudiera haber una separación entre la
Iglesia y el Estado.
Incluso, consideró como una
herejía los intentos de algunos altos prelados de la Iglesia Católica en USA,
que pretendían ser más tolerantes en la doctrina a fin de atraerse a un mayor
número de personas hacia el Catolicismo.
No obstante, en 1925, el Tribunal
Supremo de USA, sentenció que esa ley era inconstitucional y la abolió en su
totalidad.
De hecho, cuando Kennedy se
presentó como candidato a la presidencia tuvo que dejar las cosas muy claras: “Yo
no soy el candidato católico para la presidencia. Yo soy el candidato del
Partido Demócrata a la presidencia, que además es católico.”
Lo cierto es que hasta 1983 no se
consiguió derogar esa ley y eso que se calcula que hay un 25% de católicos en
USA, pero también hay un 45% de protestantes.
Al final, en enero de 1984, se
procedieron a retomar las relaciones diplomáticas entre ambos países y al
nombramiento de embajadores. Es posible que algo tuvieran que ver en ello las
buenas relaciones existentes entre el presidente Reagan y el Papa Juan Pablo
II.
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