Una vez escribió el famoso autor
español Mariano José de Larra, también conocido por sus varios seudónimos, como
el de Fígaro, que “escribir en España es llorar”.
Más tarde, otro conocido autor
español, llamado Luis Cernuda, dijo que “escribir en España no es llorar, sino
morir”.
Hoy en día, algunos autores
noveles opinan que, en nuestro país, escribir no es llorar, sino algo muy placentero.
Lo realmente difícil es publicar. Menos mal que, gracias a Internet, los
autores se empiezan a dar a conocer a sus lectores directamente, sin pasar por
las respectivas editoriales. Por lo menos, en ese aspecto, parece que hemos
avanzado un poco.
Esta vez, traigo al blog a un
personaje muy peculiar. Su nombre fue Vicente Blasco Ibáñez y se puede decir
que fue uno de los autores españoles que han tenido más éxito en toda la
Historia y que vivió muy bien gracias a sus escritos.
Nació en Valencia en 1867, en el
seno de una familia aragonesa dedicada al comercio, pocos años del inicio de la
I República española.
Ese espíritu rebelde que el guió
toda su vida, quizás fue debido a sus recuerdos infantiles. No había cumplido
aún los 7 años cuando fue testigo directo de la rebelión cantonal. Precisamente,
los insurrectos levantaron una barricada en su propia calle, donde el chiquillo
pudo ver pululando por allí a algunos de los jefes del cantón.
Es posible que, influido por ese
hecho revolucionario, sus primeras lecturas fueron “La historia de los
girondinos”, de Lamartine y “Los miserables” de Víctor Hugo. Obras que hoy en
día no se considerarían muy apropiadas para un niño de esa edad.
Debió de ser algo parecido a un superdotado,
pues presumía de haber aprobado la carrera de Derecho, estudiando en cada curso
sólo 15 días antes de los exámenes y aprobando todas las asignaturas. La verdad
es que parece poco creíble, pero, ya se sabe, que hay gente para todo.
Siguiendo con sus aficiones
revolucionarias, en su juventud militó en la Masonería y, dado que era profundamente
anticlerical, junto con su pandilla se dedicaban a incordiar a todas las
manifestaciones religiosas.
Un poco más tarde se afilia al
partido republicano y allí descubre que, aparte de escribir bastante bien,
también está dotado para la oratoria.
Utiliza su palabra para combatir
el conservadurismo propio de su época y esa convicción que tenían los pobres de
que no había ninguna manera para mejorar su forma de vida.
Fundó al periódico “La Bandera
federal”, el cual utilizó para difundir sus ideas, que podríamos calificar de
bastante revolucionarias.
En una ocasión, cuando visitó Valencia el
marqués de Cerralbo, representante del Partido Carlista y senador del reino,
boicoteó su estancia allí, promoviendo todo tipo de algaradas. Así que fue
buscado por la Justicia y tuvo que exiliarse en París.
El marqués de Cerralbo también
fue un personaje muy curioso y, posiblemente, le dedique en el futuro otra de
mis entradas.
La verdad es que este país es muy
curioso. En plena guerra carlista, durante la I República española, el partido carlista
continuó legalizado y funcionaba como si tal cosa.
La estancia forzosa de Blasco en
la capital francesa, entre 1890-91, le
vino bien para conocer la
Literatura que se hacía más allá de nuestras
fronteras y, concretamente, el movimiento del Naturalismo.
Esto se puede apreciar muy claramente
en su primera novela de tipo valenciano, “Arroz y tartana”, publicada en 1894.
Ese mismo año, fundó el periódico
“El pueblo”, el cual utilizó para dar a conocer las ideas del republicanismo
federal, que estaba encabezado entonces por Pi y Margall, y luego las suyas
propias. Su ideario fue calificado como “blasquismo” por sus duros ataques a
los gobiernos de la época de la Restauración.
Es curioso que este periódico, en
su primera fase, bajo la batuta de nuestro autor, tuviera una ideología
republicana muy radical. Luego, fue desplazándose
hacia una posición más moderada, con la llegada de otros directores y terminó, durante
la II República y bajo la dirección de su hijo Sigfrido, apoyando la
sublevación militar de 1936. Por lo que fue incautado por el gobierno
republicano.
Es preciso mencionar que concibió
este diario no sólo para la propaganda política, sino también para acercar la cultura
al pueblo, pues también publicó por entregas novelas y cuentos de autores muy
reconocidos, como Galdós, Valera, Kipling, Dickens, Maupassant, su admirado
Zola, Tolstoi, etc.
Esta aventura empresarial le
llevó momentáneamente a la ruina y tuvo que vender su casa para poder pagar sus
deudas. Más tarde, cuando se hizo famoso, se pudo construir una casa en la
playa de “la Malvarrosa”.
En 1898 publicó su gran obra “La
Barraca”, dentro de su ciclo de novelas sobre su región. Esta obra es bastante
conocida en España por haber sido emitida por TVE, junto a “Cañas y barro”.
Su actividad revolucionaria era
incansable y fue procesado en 1892 por molestar con su grupo a una expedición
de peregrinos en viaje hacia Roma. Ese mismo año, publicó una novela tipo
folletín increpando a la orden de los Jesuitas.
En 1896 intentó soliviantar a las
masas para manifestarse en contra de la guerra de Cuba, aunque todavía no
combatía España contra USA, sólo contra los rebeldes cubanos.
Por estos actos fue procesado y
condenado de nuevo al exilio en 1896, del cual regresó dos años más tarde,
siendo elegido diputado a Cortes en las siguientes 6 legislaturas, hasta que dejó la política en 1908.
Se dice que, al regresar de la
cárcel, muchos partidarios suyos fueron a su casa y allí, desde el balcón de la
misma, les dio un discurso, donde al final todos acabaron cantando “La
Marsellesa”. En fin, genio y figura…
Entre 1894 y 1906 publicó sus
obras más conocidas: Arroz y tartana, Flor de Mayo, La Barraca, etc. Fue siempre
un trabajador infatigable. Se dice que escribía 14 horas seguidas y luego se
iba a descansar con alguna de sus múltiples amantes.
También en estos años comenzó una
nueva actividad. Fundó con un amigo la Editorial Prometeo y se dedicó a
publicar novelas de autores clásicos y otros más contemporáneos a precios muy populares,
para fomentar la cultura entre las clases obreras.
Volvió a París y allí publicó en
1914 la obra que le dio la fama universal, “Los cuatro jinetes del
Apocalipsis”.
Ya cansado, en 1921, se retiró a
una casa que poseía en la Costa Azul, concretamente en Niza, para escribir sus
últimas novelas, dirigidas a un público más amplio que las anteriores.
Pese a su popularidad, algunos
autores afirman que no se le agrupa dentro de la Generación del 98 por tener sus obras un menor contenido
intelectual.
Volviendo a su aspecto político,
organizó en Valencia un movimiento de masas, que, seguramente, pondría más de
una vez los pelos de punta a los numerosos gobiernos de la Restauración, el
cual estaba compuesto por las llamadas “clases trabajadoras”. O sea, las clases
arruinadas por la Revolución Industrial: el proletariado y el antiguo
artesanado.
Solían reunirse en varios
casinos, donde aparte de su labor política, también fomentaban el conocimiento
de la cultura.
Aparte de eso, formaban una
especie de “milicia” que se movilizaba enseguida por cualquier cosa, pues ellos
afirmaban que la soberanía popular había que ejercerla diariamente y no se le
podía delegar en nadie.
Consiguieron ser la fuerza
política más importante de Valencia hasta la llegada del Frente Popular,
durante la II República.
Algunos autores afirman que el éxito
de su partido estuvo en que fue un movimiento populista, muy cercano a los
intereses de la gente. También intentaron siempre utilizar expresiones
populares, organizar todo tipo de fiestas, fomentar las relaciones de barrio,
etc.
En 1903 hubo una escisión dentro
de su grupo, el PURA, pues su “segundo de a bordo”, Rodrigo Soriano, aspiraba a
ocupar el liderazgo de todo el partido. Hubo discusiones de todo tipo y hasta
un tiroteo al final de un mitin, con varios muertos y heridos.
Así, en 1905, Blasco se decidió a
trasladarse a Madrid, para intentar rebajar la tensión política que se vivía
entonces en Valencia.
Otras de las características de
su política es que bloquearon cualquier intento de anexión cultural o política
de Valencia por parte del nacionalismo catalán.
También intentaron no chocar
directamente con los intereses de la burguesía, por ello, les concedieron
algunos negocios urbanísticos.
Tras pasar varios líderes por el partido,
en 1929 llegó a ocupar ese cargo Sigfrido, hijo menor de nuestro personaje. Por
este nombre, podemos adivinar que fue un gran admirador de Wagner y su música. Como
le fue dando al partido un tono más conservador, eso hizo que poco a poco se
fuera acercando a la CEDA, lo cual le restó muchos votos y provocó su fracaso
electoral en 1936.
Un aspecto de Blasco Ibáñez
que no es muy conocido consiste en su afición por los duelos. Ya se sabe que en
aquella época se retaba a cualquiera por un “quítame allá esas pajas”. Nuestro personaje
nunca se acobardó y se batió en duelo contra todo el que le retó. Eso sucedió
en muchas ocasiones.
En una ocasión, en 1904, cuando participaba
en una manifestación para celebrar el aniversario de la I República y pedir la llegada
de otra, se formó un gran alboroto, donde hubo varios heridos, como el mismo
Blasco, y él le echó la culpa del mismo a
la propia Policía.
Como esto provocó una gran
indignación en el cuerpo, le exigieron que se arrepintiera de lo dicho. Lógicamente,
nuestro autor se negó, así que los policías eligieron a un buen tirador, el
teniente Alestuei.
Se citaron una mañana en una finca
de los alrededores de Madrid. El duelo fue a pistola, lo cual daba una gran ventaja
al representante policial.
Blasco disparó el primero y su proyectil
fue hacia el aire. Luego lo hizo el policía, el cual falló. El segundo disparo
de nuestro autor también se fue al aire. Sin embargo, esta vez el policía
apuntó mejor y le disparó al cuerpo, con lo que Blasco cayó al suelo, pero
resultó ileso, porque la bala rebotó en la hebilla del cinturón. Con esto terminó
el duelo.
Como detrás de un gran hombre siempre
hay una gran mujer, no deberíamos olvidar a su primera esposa, María Blasco del
Cacho. Perteneció a la burguesía acomodada, siendo su padre presidente de la
Audiencia de Castellón. Se conocieron en Valencia, porque ella se refugió allí
en casa de unos parientes, huyendo, como otros
muchos de una cruel epidemia de
cólera que mató, entre otros, a su padre.
Seguro que su callada labor fue
de una gran ayuda para nuestro escritor a pesar de su vida tan aventurera,
llena de duelos, amantes, exilio, cárcel, la ruina en varias ocasiones, etc. Juntos
tuvieron cuatro hijos y permanecieron casados más de 30 años.
Hacia 1905, cuando Blasco ya era
famoso gracias a sus novelas, conoció a una mujer muy distinguida. Su nombre
era Elena Ortúzar, a la que él llamó Chita. Se trataba de una hermosa chilena,
esposa del agregado cultural de esa embajada. Un hombre mucho mayor que ella.
Como, en un principio, no tuvo
mucho éxito con ella, escribió un folletín llamado “La voluntad de vivir”,
donde se narraba la vida de una bella sudamericana casada, pero no satisfecha
sexualmente, que llevaba a un hombre al suicidio. Poco antes de su publicación,
ella
se puso en contacto con nuestro personaje y esa reconciliación hizo que
Blasco quemara esta obra en su casa, sin llegar a ser publicada.
Convivieron durante el exilio del
escritor en Menton y sólo se casaron en 1925, al enviudar el autor, aunque ella
ya era viuda desde 1917.
Pareció una relación un tanto
extraña entre una mujer muy católica y adinerada con un autor extremadamente anticlerical,
republicano y muy populista.
Chita le acompañó en todos sus
viajes, cuando, tras la publicación de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, su
fama se hizo internacional, no habiendo sido superada al día de hoy por ningún
otro autor español.
Esta obra contra la I Guerra
Mundial, fue un gran éxito, que, sólo en USA, alcanzó la cifra de 1.000.000 de
ejemplares vendidos. Hoy en día se considera el primer “best seller”
internacional.
Este éxito internacional no podía
pasar desapercibido por los productores del entonces incipiente “Séptimo arte”.
Me refiero, claro, al cine.
Le llaman desde USA, donde todo
el mundo desea conocer al autor de este libro. Da infinidad de conferencias sobre
todos los temas imaginables y gana mucho dinero con ellas. Incluso, una cadena
de prensa le contrata para que escriba artículos para ella, pagando a precio de
oro. De hecho, cuando vuelve a Europa, lo primero que hace es comprarse un
Rolls Royce.
En Hollywood firmó la cesión de
derechos para filmar una versión en cine mudo de su famosa obra, que fue
protagonizada por el luego célebre actor Rodolfo Valentino.
La película fue estrenada en 1921
y no hará falta decir que fue un rotundo éxito de crítica y público.
En 1926 repitió experiencia en el
cine con otra obra llamada “La tierra de todos”, la cual fue protagonizada por
la famosa estrella, Greta Garbo.
Estos éxitos en el cine le dieron
una enorme riqueza y él no se recataba de mostrarla a sus colegas, por lo que
recibió muchas críticas. También ganó mucho dinero por sus artículos sobre sus
viajes por todo el mundo.
Otra actividad de Blasco digna de
mencionar, aunque no estuvo ahí muy afortunado, fue su intento de organizar
colonias en Argentina.
Tras un viaje a esas tierras,
realizado durante 1909, escribió un libro, donde relataba sus aventuras en ese
país. Tanto gustó esa obra al presidente argentino que le invitó a fundar unas
colonias en la zona de Río Negro.
A finales de 1911 adquirió una
gran parcela de unas 5.000 Ha, donde pensaba fundar una especie de Valencia
republicana.
Esto le provocó muchos quebraderos
de cabeza, pues, desde el principio, tuvo que sortear muchos problemas. Más adelante,
el cambio de gobierno en la provincia argentina de Corrientes y la quiebra de
algunos Bancos que financiaban esta empresa, le hizo tener que desplazarse a
París para pedir financiación. Durante su estancia en la capital francesa le pilló
el estallido de la I Guerra Mundial y, por tanto, le negaron estos préstamos. Así
que su colonia se arruinó y los 200 colonos tuvieron que marcharse a otras
tierras.
Aprovechó su estancia en Francia
para actuar como corresponsal de guerra de varios periódicos, dejando muy claro
que estaba a favor de los aliados.
Más tarde, publicó su famosa obra
“Crónica de la guerra europea de 1914”, donde relató los hechos de una forma
muy naturalista. Incidiendo en aspectos como el imperialismo europeo, el empobrecimiento
y el hambre en el continente, el odio entre los diferentes países y la crisis
económica, que daría lugar a la aparición en varios países de los gobiernos
dictatoriales de tipo fascista. El original de esta obra se perdió,
posiblemente por sus ataques a estos regímenes totalitarios.
Como es lógico, aunque ya tenía
una edad avanzada, tampoco se cortó un pelo en sus ataques contra el régimen
del general Primo de Rivera. Aquí aprovechó en sus escritos para meterse a la
vez con el dictador y con el rey.
Tuvo que sufrir varios años de exilio
y un día de 1928, cuando estaba escribiendo su última novela, falleció, “al pie
del cañón”, en su casa de Fontana Rosa, en Menton (Francia).
Aunque dejó escrito que deseaba
ser enterrado en su tierra natal, tuvo que esperar la llegada de la II
República para que sus restos fueran trasladados a su amada Valencia, donde
recibió sepultura cerca del mar.
El régimen surgido tras la guerra
civil quiso borrar su memoria. Incluso, persiguieron a su familia y confiscaron
sus bienes, pero no pudo conseguir que la gente se olvidara de este famosísimo
representante de la Literatura española.
Igual me ha quedado muy extenso este
artículo, no obstante, espero que os
haya gustado.
Aunque tarde, una vez más, debo felicitarte por tu magnífico artículo que ilustra, como siempre de forma muy didáctica, la fascinante vida de un señor que, a fin de cuentas, supo vivir (porque pudo, claro). Solo quería añadir un pequeño comentario. Además de la versión cinematográfica protagonizada por Rodolfo Valentino, "Los cuatro jinetes del Apocalipsis" también tuvo una versión estrenada el año 1962 y ambientada en la Segunda Guerra Mundial. En esta ocasión los actores fueron Glenn Ford (Gilda), Charles Boyer (Descalzos por el parque), Ingrid Thulin (Fresas salvajes) y Karlheinz Böhm (Sissi).
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