Esta vez traigo al blog un suceso
que, aunque se dio hace muchos siglos todavía sigue avergonzando a los miembros
de la Iglesia. De hecho, ni siquiera los historiadores hablan mucho sobre él.
Como supongo que mis lectores
estarán deseando enterarse sobre lo que ocurrió en ese famoso Concilio, voy a
entrar directamente en el tema.
Durante la Edad Media y,
concretamente, en el siglo IX, las relaciones entre el Imperio y la Iglesia nunca
fueron muy buenas. El clero quería imponerse sobre el Imperio, pues se veían a sí
mismo como los herederos del Imperio Romano. Incluso, mencionaban un documento
de Constantino I, donde, según ellos, les cedía todos sus territorios a la
Iglesia.
Por otra parte, los emperadores
del Sacro Imperio necesitaban el apoyo
de la Iglesia y la coronación a manos del Papa para ser reconocidos por sus
súbditos.
Tras la muerte del Papa Juan
VIII, el cual había conseguido mantener a raya al Imperio y a los pretendientes
de esa corona, fue sucedido en Roma por Esteban V, que no tuvo la fuerte
personalidad de su predecesor.
El trono del Imperio estaba
vacante y los principales aspirantes eran Guido de Espoleto y Arnulfo de
Carintia.
Esteban era partidario de Arnulfo
y le llamó a Roma, pero no pudo acudir a causa de una enfermedad grave. Guido
aprovechó la ocasión y presionó al Papa para que le coronase. El Pontífice
accedió para intentar terminar con el ambiente belicoso del momento.
El Papa murió poco después de la
ceremonia, así que había que elegir un nuevo pontífice. El elegido fue Formoso,
obispo de Portus, una localidad portuaria cercana a Roma. Corría el año 891 d. C.
Precisamente, Formoso había consagrado a Esteban V como Papa.
El nombramiento provocó algunas
discusiones, pues el Derecho Canónico, que estaba vigente en aquel m omento,
prohibía el traslado de los obispos de unas sedes a otras. Supongo que para que
fuera elegido forzosamente un obispo de alguna de las diócesis de Roma.
Formoso tenía fama de haber sido
un buen diplomático. Parece ser que le fueron encargadas difíciles
negociaciones, llevándolas todas a cabo de una manera exitosa.
Sin embargo, tuvo frecuentes
discusiones con el Papa Juan VIII, que, simplemente, lo veía como un peligroso
rival. De hecho, le hizo jurar que nunca pisaría Roma.
En 892, el emperador, Guido, presionó
a Formoso para que coronase a su hijo como rey de Roma, para asegurar su sucesión,
lo cual tuvo que hacer muy a su pesar.
A finales de abril de ese año,
Formoso tuvo que acudir a Rávena para coronar al hijo de Guido, Lamberto. Tenía
muy mala opinión de esa familia, los Espoleto, y siempre los consideró muy
malos cristianos.
En 893, Formoso, convenció a Arnulfo,
rey de Alemania, para que fuera a Italia a fin de quitarle el trono a los
Espoleto. Éste mandó tropas, pero no llegó hasta Roma por causas que se
desconocen.
En 894 murió el emperador Guido y
Formoso se metió entonces en un juego muy peligroso. Volvió a animar a Arnulfo
a ir contra Roma para echar del poder a los Espoleto.
Esta vez tuvo más suerte, porque Arnulfo
llegó a Roma a finales de 895 y los Espoleto
y sus secuaces salieron huyendo al ver el poderío de las tropas germanas.
En 896, Arnulfo, fue coronado
emperador por Formoso en el atrio de la antigua Basílica de San Pedro.
Tras esta ceremonia quedaba por
convencer a Lamberto para que cediera sus derechos a Arnulfo, como nuevo
emperador, sin embargo, su madre, Agiltrude, se negó rotundamente a ello. No
debemos perder de vista a este nuevo personaje.
El nuevo emperador decidió ir
contra las huestes de Lamberto, pero su enfermedad crónica no se lo permitió. Así
que se dio media vuelta y se fue hacia Alemania, dejándolo, como se suele
decir, solo ante el peligro.
Esta ocasión fue aprovechada por los
Espoleto, los cuales regresaron a Roma para imponerse con sus tropas a Formoso.
No sabemos qué ocurrió realmente.
Lo cierto es que el 4 de abril de 896 el Papa Formoso murió. Unos dicen que “de
muerte violenta” y otros que fue, simplemente, envenenado. También es cierto
que era un poco mayor para esa época. Como era tradicional por entonces, fue
enterrado, como los demás Papas, en el atrio de la Basílica de San Pedro.
Su sucesor, Bonifacio VI, sólo
duró 15 días en el trono papal. Algo que no era entonces demasiado extraño,
pues hubo 11 Papas en 10 años.
El siguiente Papa fue Esteban VI.
Así que tanto Lamberto como su protectora madre se dirigieron a él para que
organizase un acto que frenase cualquier futuro intento papal de meterse en la
política imperial.
La idea fue realizar una especie
de juicio, dentro de un concilio eclesiástico, para el cual ya tenían decidido
el fallo y, además, querían utilizar una pena muy cruel de los antiguos romanos
llamada la “damnatio memoriae”. Algo así como borrarte de todos los registros,
como si ese personaje nunca hubiera existido.
Esta pena exigía llevar al
acusado ante un tribunal presidido por el Papa Esteban VI, el cual se reunió en la llamada Basílica Constantiniana.
En 897 hacía unos 9 meses que
había muerto Formoso, así que el cuerpo estaba ya en avanzado estado de
putrefacción. Así y todo, lo llevaron ante el tribunal, vestido con todos los
símbolos papales y lo ataron en un asiento para que su esqueleto no se
derrumbara. Evidentemente, las pocas fuentes que comentan el acto hablan de la
pestilencia que emanaba del cadáver y de que se podían ver los gusanos en las
cuencas de sus ojos.
Parece ser que la sesión duró
varias horas y, a pesar de que tuvo una buena defensa por parte de un diácono,
se le hicieron graves acusaciones y se le halló culpable.
En la sentencia, entre otras
cosas, se decía que había llegado al trono de una forma ilegal y que, por
tanto, era un Papa indigno. Así que todo lo que había hecho, como decretos,
órdenes y hasta las ordenaciones pasaban a quedar anuladas. Por tanto,
decidieron destruir todos sus escritos, revocar todos sus decretos y borrarle
de la Historia.
Posteriormente, le arrancaron
todos sus vestidos papales, pudiendo verse que todavía llevaba en su cuerpo el
cilicio que acostumbraba a llevar en vida. Sólo eso le dejaron. Incluso, le
cortaron los 3 dedos con los que solían bendecir a la gente.
Un grupo de soldados tomó el
cuerpo del difunto Formoso y lo lanzó a una fosa
común, donde solían ir a parar
los cuerpos de los condenados a muerte, tras haber sido ejecutados.
No contentos con ello, algunos partidarios
de la familia Espoleto sacaron el cadáver de la fosa y lo lanzaron al río
Tíber.
El Papa Esteban VI no perdió el
tiempo y ordenó a todos los cargos nombrados por Formoso que dimitieran de los
mismos.
Como Formoso también tenía muchos
partidarios en Roma, pues siempre fue un hombre muy querido allí, éstos
asaltaron en 897 el Vaticano y se llevaron preso al Papa Esteban VI,
encerrándole en una celda subterránea y asesinándole un poco más tarde.
Estos acontecimientos nos son conocidos
a través de los escritos de Liutprando de Cremona y de Fodoardo de Reims.
Los partidarios de Formoso
pusieron en el trono papal a un tal Romano, que murió al poco tiempo, también de
forma violenta.
Su sucesor fue Teodoro II, el
cual sólo duró 3 semanas, pero le dio tiempo a revocar los decretos de Esteban
VI y devolvió sus cargos a los nombrados por Formoso. También rehabilitó a nuestro
personaje e hizo quemar las actas de ese cruel concilio.
En cuanto al cadáver de Formoso,
se dice que una crecida del Tíber hizo que su cuerpo fuera arrastrado hacia una
orilla, donde le encontró un ermitaño y le dio sepultura.
Enterado Teodoro II de esto, dio
orden de ir a buscarlo y, tras revestirle con todos sus atributos papales, le
devolvieron en una solemne procesión hasta el atrio de San Pedro, donde volvió
a ser enterrado.
Algunos autores de la época
afirmaban que las estatuas del Vaticano
inclinaron su cabeza al paso de la comitiva fúnebre, como homenaje a este
desgraciado Papa.
La llegada de Juan IX al trono
papal puso un poco de paz en este tema, pues quemó los documentos que aún
quedaban sobre este concilio y perdonó a todos los que habían intervenido en
él.
También se dispuso que en
adelante fuera válida la elección de los Papas por los obispos y el clero en presencia
del senado de Roma y el pueblo.
La situación no quedó del todo
clara, pues, su sucesor, Juan IX, a pesar de haber sido nombrado en 898, con el
apoyo de Lamberto de Espoleto, ya emperador desde 894, acabó la tarea de su predecesor,
convocando un concilio en Rávena, donde rehabilitó al Papa Formoso.
Declaró inválida la elección de
Arnulfo como emperador y coronó, en su lugar, a Lamberto.
Un par de Papas más adelante, nos
encontramos con la figura de Sergio III, el cual, a pesar de haber sido
nombrado obispo por el Papa Formoso, era un ferviente partidario de los
Espoleto. Por supuesto, también participó en el execrable concilio de esta
entrada.
Al llegar al trono papal, en 904,
ordenó la anulación de todos los decretos donde se rehabilitaba la figura de
Formoso.
Luego, realizó otro juicio contra
Formoso, aunque esta vez no estuvo su cadáver presente ante el tribunal y lo
condenaron de nuevo. Lanzándolo de nuevo al Tíber.
Esta vez, su cuerpo se enredó en las
redes de unos pescadores y su cadáver fue ocultado durante un tiempo, hasta que
pudo ser enterrado definitivamente, a la muerte de Sergio III, en 911, en su antigua sepultura.
Una de las pocas cosas buenas que
hizo Sergio III fue reconstruir la basílica de San Juan de Letrán, la cual
había sido derrumbada por un terremoto, justo después del concilio cadavérico. Algunos
lo vieron como una manifestación de la ira divina.
En cuanto a los Espoleto,
Lamberto murió a causa de una caída de un caballo, aunque otros dicen que murió
en una batalla, y su madre ingresó en un
convento, donde murió.
Esto me ha recordado el caso de aquel al que mataron en un puente con un paraguas. Cuántas cosas habrá de este tipo que no se conozcan.
ResponderEliminar
ResponderEliminarhttps://youtu.be/2H_JS64MziI