ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

miércoles, 18 de junio de 2025

EL ACCIDENTE DEL CABO MACHICHACO EN SANTANDER

 

El 3 de noviembre de 1893 es una fecha que está en la mente de muchos santanderinos, porque se produjo un lamentable suceso, que alteró la vida normal de esa ciudad.

Ese día llegó a su puerto un barco llamado Cabo Machichaco. Se trataba de un vapor mercante, construido sólo 11 años antes en un astillero británico y propiedad de la famosa naviera Ybarra.

Procedía del puerto de Bilbao. Tenía que realizar una escala en Santander para dejar parte de su carga y luego seguir hasta Sevilla.

Aparentemente, llevaba sacos de harinas, bobinas de hierro, vigas de acero y maquinaria de diverso tipo.

Sin embargo, debajo de esos sacos, estaba la carga más importante: 1.712 cajas de dinamita y 12.000 kg. de ácido sulfúrico. El capitán sólo había declarado las 25 cajas de dinamita, que debían descargar en Santander.

Muy probablemente, la dinamita procedía de la fábrica que la Sociedad Española de la Dinamita tenía en Bilbao y es posible que ese ácido tuviera la misma procedencia.

Hay que decir que, en aquellos momentos, España estaba luchando contra una epidemia de cólera. Así que, como en Bilbao había varios casos de cólera, le obligaron a retrasar su entrada en el puerto y supongo que eso no le gustó nada ni a la naviera, ni a su capitán, el vizcaíno Facundo Léniz y Muga.

Aunque supongo que esos explosivos serían para los británicos, que entonces explotaban las famosas minas de Riotinto, en Huelva. Creo que tenían tanta prisa, porque era el primer cargamento de explosivos que se despachaba, después de la cuarentena y supongo que tendría un precio muy alto, porque llevaban muchos días sin explosivos para utilizarlos en las minas.

Quizás esa fue una de las razones por las que se le despachó pronto y le dejaron arribar al muelle más cercano a las dársenas para que pudiera descargar con mayor rapidez la carga, que tenía que dejar en esa ciudad.

Según se cree, alrededor de las 13.30, debió romperse uno de los envases que contenía el ácido sulfúrico y su contenido se fue dispersando por el suelo de madera de una de las bodegas. Lo que provocó que empezara a verse, por todas partes, un humo blanco, que era cada vez más espeso, procedente de una de las bodegas de proa. El ácido sulfúrico produce mucho calor al mezclarse con el agua.

Inmediatamente, la tripulación del barco se puso manos a la obra para apagar el fuego. También llamaron a los bomberos, pero entonces no podían venir tan rápidamente como ahora.

Así que fueron a ayudarles los marineros de otros barcos atracados en el puerto. Uno de los que fue a ofrecerles ayuda fue el santanderino Francisco Jaureguizar y Cagigal, capitán del vapor Alfonso XIII de la naviera Compañía Trasatlántica Española, que acababa de llegar procedente de Cuba.

Parece ser que era muy amigo del capitán Léniz y le preguntó si llevaba dinamita a bordo. Éste le respondió que ya había sido descargada. Lo cual era falso y el otro no se lo creyó, pero le ayudó.

También fueron muchos a curiosear, ya que eso era algo que no se veía todos los días. Incluso, acudieron algunas autoridades civiles y militares, como el alcalde, el gobernador civil o el jefe del regimiento de guarnición en esa plaza.

Eso ahora lo veríamos como algo inaudito, porque las autoridades sólo suelen ir cuando ya está apagado el fuego y, exclusivamente, para hacerse la foto. Así que no sé si fueron para poner un poco de orden o para impedir que se supiera la carga que llevaba ese barco, porque es muy posible que ellos sí lo supieran.

Varias horas más tarde, a pesar de los esfuerzos de los marineros, el fuego se propagó por todo el barco. Las llamas se podían ver desde muy lejos.

Posiblemente, se confiaron, porque, en aquella época, se creía que la dinamita sólo podía explotar con un detonador.

Sin embargo, a las 14.20, se produjo una gran explosión, que pilló desprevenidos a todos los que colaboraban en la extinción del incendio y a los cientos de curiosos, que se hallaban en el muelle, observándolo todo.

La explosión también provocó que las vigas, los clavos y raíles de hierro de 300 kg., que había en el interior del barco, salieran disparados e impactaran contra algunas casas cercanas al barrio portuario. Eso provocó la destrucción de varias manzanas de viviendas y varios incendios.

Todo ello, agravado con que la mayoría de los bomberos habían muerto con la explosión. Por eso mismo, los incendios tardaron una semana en lograr ser extinguidos y gracias a que acudieron bomberos de otros pueblos y provincias vecinas.

Todo el que hallaba en Santander pudo ver una enorme columna de humo negro, que apareció en el puerto, después de haber estallado el barco.

Oficialmente, se informó de que habían muerto 590 personas, aunque la gente siempre dijo que fueron más. Entre ellos, todas las autoridades, que habían ido a contemplar el incendio, los marineros, soldados, curiosos y hasta los dos capitanes mencionados anteriormente. Algo muy duro para una ciudad que entonces tenía unos 50.000 habitantes.

A partir de entonces, la máxima autoridad fue el presidente de la Diputación, Francisco Sáinz Trápaga, que no resultó afectado gracias a que no había ido al puerto.

También se incendiaron cientos de casas cercanas al puerto. Todo eso ocurrió, porque no se respetaron las medidas de seguridad dictadas por las autoridades de ese puerto, que obligaban a descargar las mercancías peligrosas en otras zonas más alejadas de la ciudad.

Por otro lado, hubo miles de heridos y los sanitarios no daban abasto para atender a tanta gente. Así que muchos se ofrecieron para ayudar.

Hay quien dice que la causa del incendio fue debido a que el capitán Jaureguizar y el comandante militar del puerto, el mallorquín Pedro Domenge y Roselló, convencieron al capitán Léniz para que hundiera el barco. Como tenían mucha prisa para abrirle vías de agua, unos obreros intentaron hacer saltar los remaches a base de martillazos. Esos martillazos producirían alguna chispa, que, muy probablemente, dio lugar a esa explosión.

Parece ser que un agente de aduanas, llamado Nicolás Benítez, que también era químico, fue corriendo para advertirles de que no hicieran eso, pero llegó demasiado tarde.

Ese día había varios barcos atracados en ese puerto. Con lo cual, también sufrieron daños, producidos por las vigas, que salieron disparadas del barco incendiado. Por lo visto, aparecieron restos del barco nada menos que a 600 m del lugar de la explosión.

Incluso, algunos trozos del barco impactaron contra un tren, que, en aquel momento, estaba saliendo de la estación, provocando varios heridos entre el personal ferroviario y los viajeros.

No hará falta que diga que nunca se persiguió a los culpables, porque es lo que siempre ha ocurrido en un país como España, donde siempre ha reinado la corrupción por todas partes.

Sin embargo, el escritor Echegaray, escribió en su obra “Naufragios”: “Lo que ocurría sencillamente es que desde aquel mismo instante había quedado patente la infracción de los reglamentos portuarios, cometida por parte del buque, de su consignatario, de la aduana y de las autoridades en general. Todos, absolutamente todos, eran culpables por imprudencia o negligencia (en mayor o menor grado) y además no tenían noción exacta de lo que estaban arriesgando en aquellos momentos”.

Sólo 4 meses después de esta gran tragedia, se dispuso que se vaciara la carga, que había quedado dentro de la bodega de ese barco, cuyos restos seguían en ese puerto. Para hacerlo, iban a utilizar grúas y buzos. Parece ser que la orden procedió del ministro de Hacienda, Germán Gamazo.

A primeros de marzo de 1894, un grupo de obreros se puso a trabajar para desguazar el barco. Parece ser que todavía había 463 cajas de dinamita, que estaba en buen estado, en la parte de popa. Así que es posible que saltara alguna chispa y eso produjo una nueva explosión. No tan grande como la anterior. Pero lo cierto es que provocó la muerte de 15 de los 18 trabajadores, que operaban en el barco.

Por lo visto, esto provocó mucho descontento popular. Surgieron manifestaciones y duros enfrentamientos con la Guardia Civil.

Afortunadamente, a finales del mes de marzo, llegó el cañonero Cóndor de la Armada española, el cual consiguió volar todo lo que quedaba de ese barco. Previamente, como medida de precaución, evacuaron a toda la población de la ciudad a una colina cercana, desde donde pudieron contemplar la explosión que destruyó por completo ese barco.

Por lo visto, el barco iba sobrecargado, porque el que tenía que haber zarpado la semana anterior se averió y este vapor tuvo que llevar su propia carga y la ajena.

Desgraciadamente, no fue ésta la única tragedia sufrida por la ciudad de Santander. La noche del 15/02/1941 tuvo lugar un gran incendio con unas consecuencias muy graves.

No se conoce bien el motivo, aunque se cree que pudiera haber sido debido a una chispa procedente de una chimenea, que prendió en alguna parte y eso, con el añadido de un fuerte viento del sur, que soplaba en aquella zona, hizo que se propagara muy rápidamente.

El incendio afectó nada menos que a 14 Ha, correspondientes a la zona más céntrica y antigua de la ciudad.

Cientos de edificios y miles de viviendas fueron afectados y unas 10.000 personas se quedaron sin casa. Por no hablar de la pérdida de cientos de comercios, hoteles, bares, etc. El fuego llegó hasta la misma catedral.

Afortunadamente, no hubo víctimas mortales, aunque sí muchos heridos. Salvo un bombero madrileño, perteneciente a un grupo, que se había trasladado desde la capital para ayudar en la extinción del incendio y que murió, cuando realizaba su trabajo.

Una de las consecuencias directas de este suceso fue el traslado de esos vecinos a otros nuevos barrios, construidos en el extrarradio. Mientras que, en la zona arrasada por el fuego, se construyeron edificios de oficinas y viviendas para la gente más acomodada.

 

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