ESCRIBANO MONACAL

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UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

lunes, 23 de agosto de 2021

MELQUIADES ÁLVAREZ, UN FAMOSO REPUBLICANO ASESINADO POR LOS PROPIOS REPUBLICANOS.

 

Recientemente, ahora se está viendo cómo está resurgiendo eso que llaman la memoria histórica, donde cada bando apoya a los suyos, denigrando a los contrarios. Sin embargo, hoy voy a traer al blog la vida de un hombre ejemplar que sólo buscó siempre lo mejor para España, pero que nunca ha sido reivindicado por ninguno de los dos bandos.

Melquiades Álvarez González-Posada nació a mediados de mayo de 1864 en Gijón (Asturias). Vino al mundo en el seno de una familia numerosa muy humilde, que muy pronto perdió a su padre, el cual era funcionario del Ayuntamiento de Mieres (Asturias).

Así que, para poder sobrevivir, se mudaron a Oviedo, donde su madre alquilaba habitaciones para huéspedes y Melquiades, al ser el hijo mayor, tomó una serie de responsabilidades, que no eran habituales para su edad.

No obstante, a base de becas, consiguió estudiar Derecho, en la Universidad de Oviedo. Por lo visto, uno de sus profesores fue Leopoldo Alas “Clarín”, el famoso autor de La Regenta. Una obra que no gustó nada a la alta sociedad ovetense.

Melquiades, al mismo tiempo que estudiaba, compaginaba esa actividad con el periodismo. Llegó a fundar un periódico y a colaborar con un diario local. Así y todo, acabó la carrera con 19 años y el doctorado con 20.

Parece ser que, al principio, no tuvo mucha clientela en su despacho de abogado. Así que se preparó para una cátedra en su Universidad, logrando la de Derecho Romano con sólo 25 años.

Cinco años después, fue elegido Decano del Colegio de Abogados de Oviedo. Sería su primer decanato.

En 1898, fue elegido diputado a Cortes por Oviedo, representando al Partido Liberal. Ahí se labró una gran reputación como uno de los mejores oradores del momento.

En 1901, repetiría su escaño, pero esta vez se presentó dentro del Partido Republicano. Ciertamente, sus discursos fueron muy celebrados, tanto entre los periodistas como entre los políticos, por su gran manejo de la oratoria. Algo que se valoraba mucho en aquellas Cortes. Le llegaron a apodar “el tribuno”.

En sus discursos, solía defender el derecho de huelga, una instrucción pública que llegara a todos y una intervención del Estado en la sociedad para que las clases más desfavorecidas no escucharan los cantos de sirena de los revolucionarios. Por lo visto, no tuvo mucho éxito.

Sin embargo, parece ser que esta vez sí que triunfó como abogado en Madrid. No le faltaron casos en su despacho de la plaza de Colón.

También se codeó con lo más granado del republicanismo español, como Nicolás Salmerón, que fue uno de los presidentes de la I República; el novelista Vicente Blasco Ibáñez; el político Joaquín Costa o el prestigioso jurista Gumersindo de Azcárate. Todos ellos se pusieron de acuerdo para fusionar los numerosos partidos republicanos, que existían en aquel momento.

En 1909, se unió a Canalejas y al conde de Romanones para fundar el llamado Bloque Liberal, que pretendía reformar la Constitución de 1876 y reducir el poder de los militares en la sociedad española.

Curiosamente, uno de los impulsores de la Ley de Jurisdicciones, promulgada en 1906, fue el conde de Romanones, cuando fue ministro de Gobernación en el Gobierno de Segismundo Moret.

Esa norma legal restringía la libertad de expresión y permitía que los civiles fueran juzgados ante consejos de guerra formados por militares.

Ese mismo año, consiguió la primera unión entre republicanos y socialistas para manifestarse contra la política represiva del Gobierno ante los hechos de la Semana Trágica de Barcelona. Algo que dio lugar a varias condenas a muerte, como la del pedagogo Ferrer i Guardia.

En 1912, fundó el Partido Reformista. Una formación de tendencia republicana, laica y que pretendía luchar contra el caciquismo imperante en ese momento. Hasta 1917, este partido fue presidido por Gumersindo de Azcárate. Tras la muerte de éste, ocurrida ese mismo año, pasó a presidirlo Melquiades Álvarez.

Muy pronto, se unieron a esa formación política personalidades tan importantes como Manuel Azaña, Ortega y Gasset, Fernando de los Ríos, Américo Castro, Augusto Barcia, Gustavo Pittaluga, Benito Pérez Galdós, etc.

En el programa de este partido estaban la secularización del Estado, aumento de la inversión en obras públicas y educación, aumento de los impuestos directos y disminución de los indirectos, etc. Por otro lado, no estaban en contra de la Monarquía, siempre que fuera constitucional.

En 1917, acudió a la reunión de parlamentarios celebrada en Barcelona, a la que ya me referí en otro de mis artículos, y firmó el documento, redactado por los asistentes, en el que se pedían unas Cortes Constituyentes.

En 1922, un miembro de este partido llegó a ocupar una cartera ministerial en uno de los gobiernos de Manuel García Prieto, mientras que Melquiades fue elegido presidente del Congreso de los Diputados.

Ciertamente, llegó en un momento clave a la presidencia de esa cámara, pues se acababa de aprobar la creación de una comisión para investigar lo ocurrido en el infame Desastre de Annual.

Como ya dije en uno de mis primeros artículos, la responsabilidad de realizar un informe sobre lo ocurrido le fue encargada al general Picasso, un militar procedente del Estado Mayor y tío del genial pintor. Hay quien dice que lo relatado por este militar en su informe no le hizo ninguna gracia al rey.

Desgraciadamente, en septiembre de 1923, el general Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, dio un golpe de Estado, imponiéndose como dictador y suspendiendo la vigencia de la Constitución de 1876. Obviamente, ese informe se “perdió” hasta la llegada de la II República.

Unos meses después del golpe de Estado, los presidentes del Congreso de los Diputados y del Senado, que eran, respectivamente, Melquiades Álvarez y el conde de Romanones, fueron recibidos en audiencia por el rey y le pidieron que convocara a las Cortes, para continuar siendo un monarca constitucional. Parece ser que el rey les escuchó, pero no les hizo mucho caso. Por ello, nuestro personaje, ya dejó de apoyar a la Monarquía.

En 1926, un complot, formado por civiles y militares, pretendió derrocar al dictador. Sin embargo, fueron descubiertos a tiempo y a ese intento le llamaron la “sanjuanada”, porque estaba previsto que se llevase a cabo el día de San Juan.

Uno de los organizadores de este complot fue Melquiades Álvarez. Entre los implicados había nombres muy conocidos. Podemos destacar al conde de Romanones, el capitán general Valeriano Weyler, el teniente general Aguilera, Gregorio Marañón, el general Batet, el coronel Segundo García, etc.

Curiosamente, el dictador, no quiso hacerles mucho daño. Así que sólo les impuso fuertes multas y algunos de los militares, tras ser juzgados ante un Consejo de guerra, fueron expulsados del Ejército.

No obstante, nuestro personaje, que era un hombre muy optimista, exclamó: “La República es obra de muy poco tiempo”.

Por lo que respecta al Partido Reformista, antes de la llegada de la Dictadura, ya se habían ido de esa formación algunos de sus afiliados más conocidos. Así que el dictador lo disolvió mediante un Real Decreto promulgado en mayo de 1924.

En 1930, nuestro personaje, se declaró partidario de convocar unas Cortes Constituyentes, que decidieran el futuro régimen de España. Pero ya era demasiado tarde para intentar levantar una Monarquía que había caído con la Dictadura.



En 1931, se cumplió el pronóstico de Melquiades Álvarez y se proclamó la II República. Una de las primeras cosas que hizo fue refundar su partido con el nombre de Partido Republicano Liberal y Demócrata.

Parece ser que sus apelaciones a la moderación no fueron muy del agrado del Gobierno entrante. En cambio, él siempre fue partidario del Krausismo, el cual se basa en transformar a la sociedad y al Estado desde dentro y no creando revoluciones para derribarlo.

Ciertamente, no era una época muy propicia para el conservadurismo. La gente esperaba muchos cambios y cuanto antes mejor. Eso lo supo ver muy bien la izquierda y así consiguió muchos votos.

También fue partidario de la libertad de enseñanza, de la independencia de la Justicia y hasta de las autonomías. Incluso, a pesar de ser un conocido republicano, llegó a afirmar que respetaría la voluntad del pueblo, si éste prefería seguir con una monarquía parlamentaria.

De hecho, siempre fue partidario de que los políticos escucharan la voz del pueblo y estuvieran siempre en contacto con él. No como algunos de los que, en la actualidad, no saben ni lo que vale un café.

En 1933, apoyó al Gobierno de derechas de Alejandro Lerroux y también afirman que fue partidario de utilizar la mano dura para castigar a los implicados en la llamada Revolución de Asturias, que afectó a toda España, pero, a esa región, con mayor intensidad.

En una de sus intervenciones en las Cortes dijo lo siguiente: “Democracia sin orden, no es democracia. Es demagogia. Y la demagogia es la peor de las tiranías, porque es la tiranía anónima de las multitudes empujadas por la propia ley de la impunidad, hacia los horrores del crimen”.

Otra de sus intervenciones más aplaudidas fue un discurso que impartió en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. En él criticaba la forma de gobierno de las izquierdas, diciendo: “En el espíritu de estos nuevos Licurgos, que han aparecido en la escena de la política, que nos prometen de buena fe todo linaje de bienandanzas, ha surgido la idea, a mi juicio errónea, de que, para gobernar con acierto, es forzoso hacer tabla rasa del pasado, sin escrúpulo alguno y con la fuerza ciega de los iconoclastas; que se puede moldear una legislación a capricho, seducidos muchas veces por un falso ideal, prescindiendo completamente del bagaje histórico de un pueblo, y que esa legislación artificiosa elaborada con tales perjuicios, puede tener desde luego, eficacia y consistencia. Es un dislate enorme, que solo acogen los espíritus simplistas y obcecados…”.

Desde luego, se ve que siempre se opuso a las revoluciones, porque son casi imposibles de controlar.

En 1936, había cumplido 72 años. Ya era un hombre muy mayor para esa época y se hallaba alejado de la política, aunque seguía trabajando en su bufete de abogado. Además, era el decano del Colegio de Abogados de Madrid.

Paradójicamente, aunque nuestro personaje siempre se llevó muy mal con el dictador, aceptó la defensa de su hijo, José Antonio Primo de Rivera, porque era un compañero de profesión, aunque manifestaba no participar en las ideas de su defendido.

Por lo visto, antes del golpe del 18/07/1936, alguien le aconsejó que se marchara de Madrid. A lo que él le respondió que “sería una gran cobardía”. El caso es que él solía pasar los veranos en Oviedo, pero ese año no se fue, porque estaba pendiente del proceso contra José Antonio.

Tras la derrota del golpe en Madrid, permaneció en la capital. Algunos le aconsejaron que se refugiase en alguna Embajada, sin embargo, él se trasladó a la casa de una de sus hijas.

Por lo visto, no tenía miedo, pensando que el pueblo todavía le apreciaba por ser uno de los pioneros del republicanismo español. Supongo que soñaría con fundar una República al estilo de Francia, donde conviven la izquierda y la derecha. Ciertamente, en aquella época, también existía un Frente Nacional y otro Popular en Francia.

El problema es que no vio que las cosas habían cambiado. Ya no había sitio para republicanos de derechas. En el bando republicano sólo admitían a los de izquierdas.

Siguió interesándose por los asuntos de su bufete y, en cierta ocasión, llamó al presidente del Supremo para preguntarle sobre un recurso que había presentado ante ese Tribunal. Su interlocutor le advirtió sobre el peligro que corría por defender a José Antonio, que era un personaje muy impopular en ese momento.

Su particular calvario comenzó cuando, a principios de agosto de ese año, una sirvienta lo delató. Poco después, unos milicianos se presentaron en el domicilio de su hija, con la intención de llevárselo.

Parece ser que le habían puesto dos escoltas de la Policía, los cuales se enfrentaron verbalmente a los milicianos y estos tuvieron que irse de vacío.

No obstante, esa misma tarde, unos guardias de asalto se presentaron en esa vivienda, con una orden de detención contra nuestro personaje, firmada por el propio director general de Seguridad.

Parece ser que, cuando compareció ante el mencionado cargo público, éste le propuso que le escoltarían hasta Portugal, a lo que él se opuso, pensando que los milicianos pagarían con su familia.

Por lo visto, luego llamó a un amigo suyo, el cual le ofreció quedarse en su casa. Sin embargo, los cargos policiales le dijeron que estaría más seguro encerrado en la Cárcel Modelo de Madrid.

Curiosamente, él y algunos presos pensaban que allí podrían estar a salvo. Dado que la cárcel seguía vigilada por guardias de asalto y funcionarios de prisiones.

Sin embargo, el 17 de agosto, llegó una orden por la que se permitía entrar a un grupo de milicianos en el recinto,  para registrar a los presos políticos. Esos milicianos procedían de algunas de las numerosas checas que había en Madrid.

Sólo 3 días después, volvieron los milicianos para liberar a todos los presos comunes con el fin de que se unieran a su causa.

Como el día 21 todavía quedaban algunos presos comunes en la cárcel, estos provocaron un incendio, que dio lugar a que muchos presos políticos tuvieran que salir al patio.

En ese momento, un grupo de milicianos, que se hallaban apostados en los tejados próximos, comenzaron a disparar contra los presos y de esa forma, asesinaron a unos 30 militares, que se hallaban en el patio.

Como el Gobierno se lavó las manos, en lugar de cumplir su función y solucionar este asunto, los milicianos entraron en la cárcel y echaron a los funcionarios.

A partir de entonces, el grupo de milicianos, hizo lo que le dio la gana con los presos políticos. Por lo visto, eligieron un grupo de 32 a los que les dijeron que los iban a juzgar. En ese grupo estaba nuestro personaje, junto con varios exministros del Gobierno de Lerroux.

Ese juicio sólo fue un simulacro, porque ya habían decidido que los iban a matar. Parece ser que Melquiades les increpó varias veces diciendo: “Matáis de la peor manera toda idea de libertad y de democracia” y les llamó cobardes y canallas.

Por lo visto, uno de los milicianos no quiso aguantar más y le hizo un corte con su bayoneta en la garganta, para que no pudiera seguir hablando.

Eso me recuerda al arresto del famoso Maximilien Robespierre, al que le rompieron la mandíbula a fin de que no pudiera hablar para defenderse.

Durante la madrugada, los llevaron al sótano de la cárcel y allí los ametrallaron a todos. Una escena que me recuerda mucho a la de los asesinatos del último zar de Rusia, su familia y sus empleados.

Por la mañana, sacaron los cadáveres de la cárcel y los lanzaron al interior de un camión. Posteriormente, los depositaron en el interior del Cementerio de la Almudena, en Madrid.

Estos asesinatos y, sobre todo, el de nuestro personaje afectaron mucho a varios políticos y miembros del Gobierno, como Azaña, que era íntimo amigo suyo, o Indalecio Prieto, que algunos dicen que exclamó: “Hoy hemos perdido la guerra”.

Hay quien afirma que su ingreso en la cárcel no fue algo casual, sino debido a un complot contra él, ya que no existía ningún motivo para que estuviera encerrado y así se aseguraban que muriera.

Yo no lo sé, pero tampoco es descartable, porque se produjo en un momento donde muchos aprovecharon para saldar cuentas debidas a viejas enemistades, envidias, deudas impagadas, etc.

No sé si ya lo he contado en este blog, pero existe una anécdota que explica muy bien todo esto.

Durante la guerra civil, en Barcelona,  unos milicianos anarquistas, fueron a detener a un empresario, con el fin de fusilarlo en cualquier parte. Por supuesto, sin un juicio previo.

Cuando él ya se vio perdido, le dio un documento al jefe del grupo, con el ruego de que se lo diera a su mujer, para que pudiera ir viviendo, tras su muerte. Afortunadamente, el jefe, sabía leer y vio que ese era un documento relativo a un préstamo, que le había dado el detenido a otra persona. Curiosamente, esa otra persona era quien lo había denunciado, acusándolo de ser un quintacolumnista.

Así que el pelotón dejó en libertad al detenido y fueron a buscar al denunciante, al que luego fusilaron.

 

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