Recientemente, ahora se está viendo cómo está resurgiendo eso que llaman la memoria histórica, donde cada bando apoya a los suyos, denigrando a los contrarios. Sin embargo, hoy voy a traer al blog la vida de un hombre ejemplar que sólo buscó siempre lo mejor para España, pero que nunca ha sido reivindicado por ninguno de los dos bandos.
Melquiades Álvarez
González-Posada nació a mediados de mayo de 1864 en Gijón (Asturias). Vino al
mundo en el seno de una familia numerosa muy humilde, que muy pronto perdió a su
padre, el cual era funcionario del Ayuntamiento de Mieres (Asturias).
Así que, para poder sobrevivir, se
mudaron a Oviedo, donde su madre alquilaba habitaciones para huéspedes y
Melquiades, al ser el hijo mayor, tomó una serie de responsabilidades, que no eran
habituales para su edad.
Melquiades, al mismo tiempo que
estudiaba, compaginaba esa actividad con el periodismo. Llegó a fundar un
periódico y a colaborar con un diario local. Así y todo, acabó la carrera con
19 años y el doctorado con 20.
Parece ser que, al principio, no
tuvo mucha clientela en su despacho de abogado. Así que se preparó para una
cátedra en su Universidad, logrando la de Derecho Romano con sólo 25 años.
Cinco años después, fue elegido
Decano del Colegio de Abogados de Oviedo. Sería su primer decanato.
En 1898, fue elegido diputado a
Cortes por Oviedo, representando al Partido Liberal. Ahí se labró una gran
reputación como uno de los mejores oradores del momento.
En sus discursos, solía defender
el derecho de huelga, una instrucción pública que llegara a todos y una
intervención del Estado en la sociedad para que las clases más desfavorecidas
no escucharan los cantos de sirena de los revolucionarios. Por lo visto, no
tuvo mucho éxito.
Sin embargo, parece ser que esta
vez sí que triunfó como abogado en Madrid. No le faltaron casos en su despacho
de la plaza de Colón.
También se codeó con lo más granado del republicanismo español, como Nicolás Salmerón, que fue uno de los presidentes de la I República; el novelista Vicente Blasco Ibáñez; el político Joaquín Costa o el prestigioso jurista Gumersindo de Azcárate. Todos ellos se pusieron de acuerdo para fusionar los numerosos partidos republicanos, que existían en aquel momento.
En 1909, se unió a Canalejas y al
conde de Romanones para fundar el llamado Bloque Liberal, que pretendía
reformar la Constitución de 1876 y reducir el poder de los militares en la
sociedad española.
Curiosamente, uno de los
impulsores de la Ley de Jurisdicciones, promulgada en 1906, fue el conde de
Romanones, cuando fue ministro de Gobernación en el Gobierno de Segismundo
Moret.
Esa norma legal restringía la
libertad de expresión y permitía que los civiles fueran juzgados ante consejos
de guerra formados por militares.
Ese mismo año, consiguió la
primera unión entre republicanos y socialistas para manifestarse contra la
política represiva del Gobierno ante los hechos de la Semana Trágica de
Barcelona. Algo que dio lugar a varias condenas a muerte, como la del pedagogo
Ferrer i Guardia.
Muy pronto, se unieron a esa
formación política personalidades tan importantes como Manuel Azaña, Ortega y
Gasset, Fernando de los Ríos, Américo Castro, Augusto Barcia, Gustavo Pittaluga,
Benito Pérez Galdós, etc.
En el programa de este partido
estaban la secularización del Estado, aumento de la inversión en obras públicas
y educación, aumento de los impuestos directos y disminución de los indirectos,
etc. Por otro lado, no estaban en contra de la Monarquía, siempre que fuera
constitucional.
En 1917, acudió a la reunión de
parlamentarios celebrada en Barcelona, a la que ya me referí en otro de mis artículos,
y firmó el documento, redactado por los asistentes, en el que se pedían unas
Cortes Constituyentes.
Ciertamente, llegó en un momento
clave a la presidencia de esa cámara, pues se acababa de aprobar la creación de
una comisión para investigar lo ocurrido en el infame Desastre de Annual.
Como ya dije en uno de mis
primeros artículos, la responsabilidad de realizar un informe sobre lo ocurrido
le fue encargada al general Picasso, un militar procedente del Estado Mayor y
tío del genial pintor. Hay quien dice que lo relatado por este militar en su
informe no le hizo ninguna gracia al rey.
Desgraciadamente, en septiembre de 1923, el general Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, dio un golpe de Estado, imponiéndose como dictador y suspendiendo la vigencia de la Constitución de 1876. Obviamente, ese informe se “perdió” hasta la llegada de la II República.
Unos meses después del golpe de
Estado, los presidentes del Congreso de los Diputados y del Senado, que eran, respectivamente,
Melquiades Álvarez y el conde de Romanones, fueron recibidos en audiencia por
el rey y le pidieron que convocara a las Cortes, para continuar siendo un monarca
constitucional. Parece ser que el rey les escuchó, pero no les hizo mucho caso.
Por ello, nuestro personaje, ya dejó de apoyar a la Monarquía.
En 1926, un complot, formado por
civiles y militares, pretendió derrocar al dictador. Sin embargo, fueron
descubiertos a tiempo y a ese intento le llamaron la “sanjuanada”, porque
estaba previsto que se llevase a cabo el día de San Juan.
Uno de los organizadores de este
complot fue Melquiades Álvarez. Entre los implicados había nombres muy
conocidos. Podemos destacar al conde de Romanones, el capitán general Valeriano
Weyler, el teniente general Aguilera, Gregorio Marañón, el general Batet, el
coronel Segundo García, etc.
Curiosamente, el dictador, no
quiso hacerles mucho daño. Así que sólo les impuso fuertes multas y algunos de
los militares, tras ser juzgados ante un Consejo de guerra, fueron expulsados
del Ejército.
Por lo que respecta al Partido
Reformista, antes de la llegada de la Dictadura, ya se habían ido de esa
formación algunos de sus afiliados más conocidos. Así que el dictador lo
disolvió mediante un Real Decreto promulgado en mayo de 1924.
En 1930, nuestro personaje, se declaró partidario de convocar unas Cortes Constituyentes, que decidieran el futuro régimen de España. Pero ya era demasiado tarde para intentar levantar una Monarquía que había caído con la Dictadura.
Parece ser que sus apelaciones a
la moderación no fueron muy del agrado del Gobierno entrante. En cambio, él siempre
fue partidario del Krausismo, el cual se basa en transformar a la sociedad y al
Estado desde dentro y no creando revoluciones para derribarlo.
También fue partidario de la
libertad de enseñanza, de la independencia de la Justicia y hasta de las
autonomías. Incluso, a pesar de ser un conocido republicano, llegó a afirmar
que respetaría la voluntad del pueblo, si éste prefería seguir con una
monarquía parlamentaria.
En 1933, apoyó al Gobierno de
derechas de Alejandro Lerroux y también afirman que fue partidario de utilizar
la mano dura para castigar a los implicados en la llamada Revolución de
Asturias, que afectó a toda España, pero, a esa región, con mayor intensidad.
Desde luego, se ve que siempre se opuso a las revoluciones, porque son casi imposibles de controlar.
En 1936, había cumplido 72 años.
Ya era un hombre muy mayor para esa época y se hallaba alejado de la política,
aunque seguía trabajando en su bufete de abogado. Además, era el decano del Colegio de Abogados de Madrid.
Paradójicamente, aunque nuestro
personaje siempre se llevó muy mal con el dictador, aceptó la defensa de su
hijo, José Antonio Primo de Rivera, porque era un compañero de profesión,
aunque manifestaba no participar en las ideas de su defendido.
Por lo visto, antes del golpe del
18/07/1936, alguien le aconsejó que se marchara de Madrid. A lo que él le
respondió que “sería una gran cobardía”. El caso es que él solía pasar los
veranos en Oviedo, pero ese año no se fue, porque estaba pendiente del proceso contra
José Antonio.
Por lo visto, no tenía miedo,
pensando que el pueblo todavía le apreciaba por ser uno de los pioneros del
republicanismo español. Supongo que soñaría con fundar una República al estilo
de Francia, donde conviven la izquierda y la derecha. Ciertamente, en aquella época, también existía un Frente Nacional y otro Popular en Francia.
Siguió interesándose por los
asuntos de su bufete y, en cierta ocasión, llamó al presidente del Supremo para
preguntarle sobre un recurso que había presentado ante ese Tribunal. Su
interlocutor le advirtió sobre el peligro que corría por defender a José
Antonio, que era un personaje muy impopular en ese momento.
Su particular calvario comenzó
cuando, a principios de agosto de ese año, una sirvienta lo delató. Poco
después, unos milicianos se presentaron en el domicilio de su hija, con la
intención de llevárselo.
No obstante, esa misma tarde,
unos guardias de asalto se presentaron en esa vivienda, con una orden de detención
contra nuestro personaje, firmada por el propio director general de Seguridad.
Parece ser que, cuando compareció
ante el mencionado cargo público, éste le propuso que le escoltarían hasta
Portugal, a lo que él se opuso, pensando que los milicianos pagarían con su
familia.
Por lo visto, luego llamó a un
amigo suyo, el cual le ofreció quedarse en su casa. Sin embargo, los cargos
policiales le dijeron que estaría más seguro encerrado en la Cárcel Modelo de
Madrid.
Curiosamente, él y algunos presos
pensaban que allí podrían estar a salvo. Dado que la cárcel seguía vigilada por
guardias de asalto y funcionarios de prisiones.
Sólo 3 días después, volvieron
los milicianos para liberar a todos los presos comunes con el fin de que se
unieran a su causa.
Como el día 21 todavía quedaban
algunos presos comunes en la cárcel, estos provocaron un incendio, que dio
lugar a que muchos presos políticos tuvieran que salir al patio.
En ese momento, un grupo de
milicianos, que se hallaban apostados en los tejados próximos, comenzaron a
disparar contra los presos y de esa forma, asesinaron a unos 30 militares, que
se hallaban en el patio.
Como el Gobierno se lavó las
manos, en lugar de cumplir su función y solucionar este asunto, los milicianos
entraron en la cárcel y echaron a los funcionarios.
Ese juicio sólo fue un simulacro,
porque ya habían decidido que los iban a matar. Parece ser que Melquiades les
increpó varias veces diciendo: “Matáis de la peor manera toda idea de libertad
y de democracia” y les llamó cobardes y canallas.
Por lo visto, uno de los
milicianos no quiso aguantar más y le hizo un corte con su bayoneta en la
garganta, para que no pudiera seguir hablando.
Durante la madrugada, los
llevaron al sótano de la cárcel y allí los ametrallaron a todos. Una escena que
me recuerda mucho a la de los asesinatos del último zar de Rusia, su familia y
sus empleados.
Por la mañana, sacaron los
cadáveres de la cárcel y los lanzaron al interior de un camión. Posteriormente,
los depositaron en el interior del Cementerio de la Almudena, en Madrid.
Estos asesinatos y, sobre todo, el de nuestro personaje afectaron mucho a varios políticos y miembros del Gobierno, como Azaña, que era íntimo amigo suyo, o Indalecio Prieto, que algunos dicen que exclamó: “Hoy hemos perdido la guerra”.
Hay quien afirma que su ingreso
en la cárcel no fue algo casual, sino debido a un complot contra él, ya que no
existía ningún motivo para que estuviera encerrado y así se aseguraban que muriera.
Yo no lo sé, pero tampoco es
descartable, porque se produjo en un momento donde muchos aprovecharon para
saldar cuentas debidas a viejas enemistades, envidias, deudas impagadas, etc.
No sé si ya lo he contado en este
blog, pero existe una anécdota que explica muy bien todo esto.
Durante la guerra civil, en Barcelona, unos milicianos anarquistas, fueron a detener a un empresario, con el fin de fusilarlo en cualquier parte. Por supuesto, sin un juicio previo.
Cuando él ya se vio perdido, le
dio un documento al jefe del grupo, con el ruego de que se lo diera a su mujer,
para que pudiera ir viviendo, tras su muerte. Afortunadamente, el jefe, sabía
leer y vio que ese era un documento relativo a un préstamo, que le había dado
el detenido a otra persona. Curiosamente, esa otra persona era quien lo había denunciado,
acusándolo de ser un quintacolumnista.
Así que el pelotón dejó en
libertad al detenido y fueron a buscar al denunciante, al que luego fusilaron.
TODAS LAS IMÁGENES PROCEDEN
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