Voy a retomar la publicación de mis artículos. No he podido hacerlo en marzo, pero sí voy a intentar continuar con la misma media de los meses anteriores.
Incluso, voy a cambiar de tercio,
escribiendo sobre la vida de un extraño personaje, que vivió en el siglo XVIII
en USA. No obstante, aún no he terminado con el ciclo sobre la guerra civil de
ese país, por lo que pienso escribir un par de artículos más sobre ese tema.
Timothy Dexter, que así se
llamaba nuestro personaje de hoy, fue un hombre que nació en 1747, en una
pequeña localidad de lo que hoy es el Estado de Massachusetts.
Parece ser que nació en el seno
de una familia muy modesta de origen irlandés. Así que le ocurrió lo habitual a
los niños de aquella época, que tuvo que dejar muy pronto el colegio para ponerse
a trabajar.
No sé si consiguió que alguien le
financiara o tendría algunos ahorros, lo cierto es que, con 21 años, montó su
propio taller, dedicado a la confección de guantes y pantalones de cuero.
Más tarde, se mudó a la importante ciudad portuaria de Charlestown, situada en el mismo Estado. Allí conoció a una joven viuda, aunque varios años mayor que él, que había heredado una buena fortuna de su difunto marido y que también le había dejado 4 hijos y una mansión. Así que, muy pronto, se casaron y eso le proporcionó cierta estabilidad económica. De ese matrimonio nacieron dos hijos.
Incluso, se mudaron a la importante
ciudad de Boston, donde la pareja logró contactar con personajes muy
importantes de aquella colonia británica.
Una vez iniciada la guerra de la
independencia de USA, el gobierno revolucionario, emitió unos billetes a los
que llamó “dólares continentales”. Parece ser que nunca fueron muy bien
aceptados por el público en general, pues la gente desconfiaba de su valor
real. Incluso, se sabe que los británicos contrataron a algunos artistas para
falsificar esos billetes a fin de que hubiera demasiados en el mercado,
haciendo que bajara su cotización.
Así que algunos próceres del
movimiento revolucionario se decidieron a comprarlos y utilizarlos para dar
ejemplo.
Contra toda lógica, Dexter, se lo
jugó todo a una carta. Decidió comprar todos los continentales que pudo,
utilizando tanto sus ahorros como la fortuna de su esposa. Así que lo más normal es que
se hubieran arruinado.
Sin embargo, un poco más adelante,
el nuevo Gobierno revolucionario decretó que cambiaría esos continentales por
bonos del Tesoro, pero pagando sólo el 1% de su valor nominal, aunque no valían
nada. Sin embargo, en el Estado de Massachusetts, los pagaron a la par. Así que
Dexter no lo dudó y fue, rápidamente, a canjear sus continentales por los
bonos.
Lógicamente, de esa forma, aumentó su fortuna. No obstante, como, aun así, seguía sin ser recibido por la buena sociedad de Boston, se mudaron a la pequeña localidad de Newburyport.
Allí compró una mansión y dos barcos para el comercio marítimo.
Como lo que le gustaba era hacerse
notar, encargó construir una serie de estatuas, construidas en madera,
dedicadas a los padres fundadores de esa nación, en el jardín de su casa y a la
vista del público. Por supuesto, en el centro había una con su efigie.
Seguía sin ser admitido en los
salones de la buena sociedad. Así que tomó la decisión de enviar a unos
empleados suyos a Francia para que compraran los muebles más elegantes para
decorar su mansión. Incluso, compró una carroza digna de un emperador, a la que
decoró con un escudo de armas, que había llamado su atención al consultar un
libro de Heráldica.
Compró una gran cantidad de
provisiones para agasajarlos, pero no acudió ninguno. No obstante, como ese acontecimiento
dio lugar a una larga guerra en Europa, ello provocó que subiera el precio de
los alimentos y, al venderlos, aumentó su fortuna. Ya sé que suena a chiste,
pero fue lo que ocurrió.
Parece ser que seguía sin ser muy
popular en esa ciudad. Es más, algunos abusaron de su ingenuidad para
recomendarle unos cuantos negocios ruinosos.
En cierta ocasión, le aconsejaron
que comprara miles de braseros de aquellos que se colocaban para calentar las
camas y los exportara a las islas del Caribe, donde todos sabemos que siempre suele hacer mucho
calor.
También hubo otro que le aconsejó
exportar guantes de lana a las islas del Caribe. Como eran de muy buena
calidad, los comerciantes chinos, se los compraron a buen precio para
exportarlos a Siberia. Una tierra donde les darían un mejor uso.
Otro de sus conciudadanos le
aconsejó exportar carbón a Newcastle, que era el sitio donde había más minas de
carbón de toda Gran Bretaña.
Sus barcos arribaron a esa
ciudad, justo cuando se había producido una huelga de mineros. Así que aumentó
el precio del carbón y también la fortuna de Dexter.
Este tipo me recuerda aquellos muñecos a los que llamaban "tentetieso", que, aunque los empujaras contra el suelo, siempre conseguían mantenerse en pie.
Otros de sus curiosos negocios
fue exportar Biblias a las islas del Océano Índico, donde fueron muy bien recibidas
por los misioneros, que acababan de asentarse en esos archipiélagos.
En cierta ocasión, se le ocurrió acaparar toneladas
de huesos de ballena y nadie sabía para qué los iba a querer. Esa ocurrencia le
sirvió para enriquecerse al venderlos con el fin de construir aquellos molestos
corsés que se pusieron tan de moda en aquella época.
Lo curioso de este hombre es que
se enriquecía sin tener ni idea de cómo lo estaba consiguiendo. Seguro que muchos
de sus vecinos se estarían tirando de los pelos al conocer esas noticias.
Como tenía un sentido del humor
más que discutible, a principios del siglo XIX, no se le ocurrió otra cosa que
fingir su propia muerte, en connivencia con familiares y amigos.
Con ello, quería ver la reacción
de algunas personas de su ciudad. Incluso, encargó un suntuoso ataúd y contrató
a un actor para que oficiara como sacerdote.
Sin embargo, parece ser que le
descubrieron muy pronto, pues alguien le vio paseando por la cocina de su casa.
Así que pidió disculpas a los presentes y les agasajó con un buen almuerzo.
Por lo visto, alguien le dijo que
los grandes hombres habían escrito su propia biografía para ser recordados por las
generaciones futuras.
Ni corto, ni perezoso, él se puso
a escribir la suya, pero de una forma totalmente ilegible, pues no había puesto
ni puntos, ni comas. Igual pretendía asfixiar a sus lectores. Le puso por título
“Un pepinillo para los conocedores”.
Como era de esperar, pronto le
llegaron las críticas, por no haber puesto ningún signo de puntuación. Así que,
para dar gusto al respetable público, encargó una segunda edición en un tomo,
donde, en su mayor parte, no había otra cosa que signos de puntuación para que
cada uno los colocara donde quisiera.
En un principio, lo imprimió como
una autoedición, encargando que sus empleados lo repartieran gratuitamente por
las calles.
Desgraciadamente, en 1806, le
llegó la muerte en su ciudad de Newburyport. Aunque se había hecho construir un
mausoleo para él y su familia, situado en la parte posterior de su casa, las
autoridades decretaron que el cadáver debía reposar en el cementerio local y
así se hizo.
Curiosamente, en la actualidad,
una cosa que llama mucho la atención es que una localidad como Newburyport, que
tiene unos 17.000 habitantes, tenga su biblioteca en un edificio tan grande. Se
trata de una de las mansiones donde residieron Dexter y su familia.
Desde luego, hay que reconocer
que consiguió lo que quería, que era pasar a la posteridad. La prueba evidente
es que estamos recordando su curiosa historia.
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