ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

sábado, 2 de septiembre de 2017

ALFONSO I EL BATALLADOR O EL REY ARTURO

Esta vez voy a narrar la historia de un rey que siempre se creyó más un guerrero profesional que, simplemente, un monarca.
Nació hacia 1073, aunque se conoce con certeza su lugar de nacimiento. Fue hijo de
Sancho Ramírez, rey de Aragón y Pamplona, porque entonces todavía no se llamaba Navarra. Su madre fue Felicia de Roucy, hija de un noble de la región de Champaña y segunda esposa de Sancho Ramírez.
Como no era el mayor, sino el segundo hijo del segundo matrimonio de su padre, desde el principio, su formación fue encaminada para que, en el futuro, se convirtiera en uno más de los señores feudales del reino. De hecho, en los documentos de su época como infante, figura con el nombre de Alfonso Sánchez.
Durante el reinado de su hermanastro, Pedro I, participó en algunas campañas, como la toma de Huesca y en otra que se realizó para apoyar al famoso Cid Campeador. Ahí se pudo apreciar su gran valía como guerrero. Algo muy cotizado en esa época donde se vivía en un constante estado de guerra.
No olvidemos que Pedro I de Aragón y el Cid siempre fueron grandes amigos y siempre se apoyaron mutuamente. Parece ser que María Rodríguez, una de las hijas del Cid se casó con Pedro el único hijo varón de Pedro I, el cual murió muy joven y antes que su padre.
Por cierto, por si alguno no lo sabe, aunque en el Cantar del Mío Cid se dice que las hijas de este famoso héroe medieval se llamaban Elvira y Sol, sus nombres reales eran María y Cristina. En otro artículo trataré sobre la relación entre estas dos mujeres y la Casa Real española.
Lo cierto es que parece que nuestro personaje tuvo mucha suerte, porque murieron muy pronto todos los que le precedían en el trono.
Primero murió su hermano Fernando, primogénito del segundo matrimonio de su padre. Luego murió su padre a causa de un flechazo, cuando se hallaba sitiando Huesca. Después, murió su hermanastro Pedro I, con sólo 36 años y tras un reinado de sólo 10 años. Éste llegó a tener descendencia, pero sus dos hijos murieron antes que él. De hecho, se dice que por ese motivo murió de pena.
En 1104, cuando nuestro personaje se sentó en el trono de Aragón, su reino era mucho menor que la comunidad española que hoy conocemos con el mismo nombre.
Lo primero que hizo fue terminar la conquista de la comarca conocida como las Cinco Villas, para asegurarse la frontera del Ebro.
Una de las cosas que más urgían ahora no eran las conquistas militares, sino darle un heredero al reino. Lo cierto es que el rey ya tenía 31 años y seguía estando soltero.
Sus diplomáticos estuvieron sondeando al resto de las cortes peninsulares y vieron que Alfonso VI, rey de Castilla y León, estaba muy interesado en casar a su hija y heredera Urraca, que se hallaba viuda y con un hijo, Alfonso Raimúndez, que había tenido de su matrimonio con Raimundo de Borgoña. El objetivo del monarca castellano era unir los reinos cristianos peninsulares y Alfonso I le pareció un monarca con el suficiente carisma para lograrlo.
Parece ser que en las capitulaciones matrimoniales se acordó que, si de este nuevo matrimonio nacía un varón, sus derechos estarían por delante de los del hijo que ya tenía Urraca. Eso no gustó absolutamente nada a los nobles castellanos, leoneses y gallegos
Así que Alfonso I tuvo que enfrentarse a esa rebelión de nobles gallegos, encabezada por el famoso obispo Diego Gelmirez. No le costó mucho vencerla, pues tuvo el apoyo de Enrique de Borgoña, conde de Portugal y tío de Alfonso, el hijo de Urraca.
Parece ser que Alfonso I nunca fue del agrado de la nobleza castellana, pues se dedicó a fomentar el ascenso de la incipiente burguesía y no dejó que la nobleza les moliera a impuestos, tal y como solía hacer, habitualmente.
Tampoco les cayó muy bien al clero venido de Borgoña, invitado por Alfonso VI y que se había asentado a lo largo del Camino de Santiago, pues no les dejaba expansionarse.
Evidentemente, como él procedía de Aragón y Pamplona, pues les fue cediendo los castillos reconquistados a sus nobles de confianza, que venían de estos reinos. Así que los nobles castellanos se confabularon contra él, encabezados por un antiguo pretendiente de la reina, Pedro González de Lara.
Lógicamente, Alfonso I, no tuvo ningún problema en vencer a estos rebeldes y dejarles muy claro que el que mandaba era él.
En 1110, durante el transcurso de esta rebelión, el rey de la taifa de Zaragoza, intentó un ataque por la espalda contra Alfonso I. La respuesta de éste fue muy clara, le venció y le dio muerte en la batalla de Valtierra. Precisamente, ese mismo año fue tomada Zaragoza por los almorávides, los cuales ahora ambicionaban tomar Barcelona.
Parece ser que entre los dos cónyuges había un lejano parentesco. Los dos eran nada menos que bisnietos del rey Sancho III el Mayor de Navarra, al que también dediqué hace tiempo otro de mis artículos.
Lógicamente, este detalle no se les pasó por alto a los miembros del clero, que estaban descontentos con la política de este monarca. Precisamente, el propio arzobispo de Toledo, que era uno de esos monjes venidos de Borgoña, le pidió al Papa la anulación de ese matrimonio.
Al mismo tiempo, parece ser que los dos cónyuges nunca se llevaron bien. Ella era una mujer joven y deseaba vivir con su marido. Mientras que éste disfrutaba guerreando y viviendo entre sus soldados, como uno más de ellos. Incluso, se dice que en alguna ocasión, el rey le pegó a la reina.
De esa forma, se llegó a la guerra civil entre los partidarios de ambos. Como había ocurrido anteriormente, Alfonso I, se trajo a sus huestes de Aragón y Navarra y derrotó sin muchos problemas a las de Castilla y León.
A todo esto, había declarado a Urraca incapaz para gobernar y la había encerrado en una fortaleza, de la que la liberaron sus partidarios. Esta guerra civil duró nada menos que 5 años.
Lo cierto es que el matrimonio nunca se llevó nada bien. Además, nunca llegaron a tener ese hijo tan esperado. Así que las relaciones entre ellos se caracterizaron por varias separaciones y reconciliaciones. Incluso, los partidarios de Urraca, le pedían a la reina que nombrara a su hijo como nuevo rey de Castilla y León, en lugar de su marido. No olvidemos que los clérigos franceses procedían de Borgoña, el mismo lugar de donde procedía su primer marido y padre de su hijo.
Siempre fue así, hasta que, en 1114, Alfonso I se hartó de esa situación y aceptó la resolución del Papa, que anulaba este matrimonio, por motivos de parentesco. Desde ese momento, Alfonso I, sólo fue rey de Aragón y Navarra. Mientras que Urraca I lo fue de Castilla y León.
Así que nuestro personaje se dedicó de lleno a continuar la Reconquista en su reino, aunque se quedó con algunas pequeñas zonas de Castilla.
Esta vez puso su vista en la conquista de la estratégica ciudad de Zaragoza, capital del reino taifa del mismo nombre. Para ello, consiguió que un concilio celebrado en Tolosa animara a los caballeros de otros reinos a intervenir en esta aventura, calificándola como cruzada. De esa manera, pudo disponer de tropas venidas de Francia, de los condados catalanes, de Castilla, etc.
Así consiguió que esa importante ciudad capitulara en diciembre de 1118 y poco más tarde otras villas cercanas. Entre ellas, Tarazona. Precisamente, puso como señor de Zaragoza a su amigo Gastón de Bearn, que había participado en la Primera Cruzada, la cual logró la conquista de Jerusalén.
Parece ser que los objetivos finales de este soberano siempre fueron conquistar Tortosa y Valencia para, desde allí, encabezar una Cruzada a Tierra Santa. Algo que nunca pudo realizar.
Lo cierto es que, aparte de ser un gran guerrero, también tuvo fama de tratar muy bien a los musulmanes que habitaban las ciudades reconquistadas. Les ofrecía unas condiciones muy ventajosas, lo que hacía que la mayoría de ellos permanecieran viviendo en las mismas.
Una prueba de la importancia de Zaragoza es que en 1120, los almorávides, intentaron recuperarla, pero fueron vencidos por las huestes de nuestro personaje en la batalla de Cutanda. Más adelante, reconquistó Calatayud y Daroca.
La fama de este guerrero fue más allá de sus fronteras. Así, en 1125, acudió a una llamada de los mozárabes del reino de Granada. Invadió el territorio musulmán a través de Valencia, Murcia y Andalucía, venciendo en varias batallas. Lo cierto es que no consiguió cumplir sus objetivos. Sin embargo, se atrajo a varios miles de mozárabes con los que colonizó los territorios que había reconquistado en Aragón.
En 1126, murió Urraca I de Castilla y llegó al trono su hijo, Alfonso VII, que se autotituló como “el Emperador”.
Lo primero que se le ocurrió a este nuevo rey fue intentar recuperar las tierras de Castilla que estaban en poder del monarca aragonés. Cuando los dos ejércitos se hallaban frente a frente,
unos mandatarios aragoneses consiguieron que no hubiera lucha y que se firmara el tratado de Támara. Mediante este documento, Alfonso I devolvería las tierras castellanas a Alfonso VII y éste no se volvería a titular como “Emperador".
Nuestro personaje, siguió dedicándose a guerrear en su zona de influencia. En 1130, apoyó a su aliado Gastón de Bearn, en sus luchas al otro lado de los Pirineos. Incluso, llegó a sitiar y conquistar la plaza fuerte de Bayona.
Más tarde, atacó Lérida y Fraga. Incluso, atacó la villa de Mequinenza mediante galeras. Parece ser que el ataque a Lérida, que era la capital de otro reino de taifa, se produjo, porque había hecho un pacto con algunos condes catalanes a espaldas suyas y eso no le gustó nada.
En 1133, comenzó el asedio de Fraga. Esta vez no tuvo en cuenta que los almorávides mandaron refuerzos por vía fluvial, a través de Tortosa, y, en septiembre de 1134,  se encontró rodeado por tropas venidas desde Córdoba, Valencia y Murcia. Así que tuvo que emplearse a fondo, siendo gravemente herido en el combate. Lo cierto es que tuvo que retirarse, ya que el ejército cristiano fue atacado por sorpresa y masacrado por los musulmanes.
A este monarca no le quedó otra que huir con los pocos supervivientes de su ejército y refugiarse tras los muros de Zaragoza.  Las graves heridas recibidas en esa batalla hicieron que su estado de salud empeorase y murió sólo 20 días después de su llegada a esa ciudad. Tenía 61 años.
Esta vez perdió, pero su marcador tiene un saldo muy positivo, pues se cree que venció en nada menos que 29 batallas. Fue uno de los guerreros más apreciados de su tiempo. De hecho, a su muerte, había duplicado la superficie de los reinos que había recibido de su antecesor.
Su tumba se halla, actualmente, en el antiguo Monasterio benedictino de San Pedro el Viejo, situado en la ciudad de Huesca.
Se sabe que este monarca hizo dos testamentos. El primero fue en 1130, durante el asedio de Bayona. Ciudad que pertenece actualmente a Francia.
El segundo lo dictó en la villa de Sariñena, unos días antes de morir.
Este fue el más conflictivo. No se le ocurrió otra cosa que hacer testamento en favor de Dios y legar sus reinos a las órdenes militares del Temple y a los Hospitalarios.
A su muerte, este documento trajo muchos problemas a sus reinos. Por una parte, sus súbditos no quisieron darle validez legal. Sin embargo, los miembros de estas órdenes les exigieron que se cumpliera o, en caso contrario, a ser indemnizados por no haber recibido el legado del monarca.
Lo cierto es que este testamento era completamente ilegal en aquel reino, porque, según las leyes aragonesas, él sólo podría disponer libremente de los territorios que hubiera conquistado. Los que hubiera recibido al llegar al trono pertenecían al patrimonio de la Corona y como tal deberían ser cedidos a su sucesor.
Realmente, esto de dejar en herencia las posesiones a las órdenes militares era más o menos normal en la época, pero no en el caso de los reyes. De hecho, se sabe que Talesa, prima de Alfonso I y viuda de Gastón de Bearn, cumpliendo la voluntad de su marido, cedió todos los territorios que éste había obtenido en Zaragoza y alrededores a la Orden del Temple.
También otro amigo del monarca, llamado Lope Garcés, el peregrino, a su muerte, legó parte de sus bienes a la Orden del Santo Sepulcro.
Precisamente, este rey había creado un par de órdenes militares a imitación de estas que ya eran famosas. Posteriormente, cuando se permitió la entrada de los templarios en el reino de Aragón, esta orden absorbió a las pequeñas que habían sido creadas por este monarca.
Curiosamente, se dice que el primer caballero de la península que se hizo templario fue Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, el cual se casó con María Rodríguez, hija del Cid, cuando ésta enviudó de su matrimonio con el hijo de Pedro I de Aragón.
Las consecuencias más graves de este documento es que hicieron que se separaran para siempre los reinos de Aragón y Navarra. En el primero reinaría, Ramiro II, un hermano del monarca fallecido. Mientras que en el segundo lo haría García Ramírez, hijo de Cristina Rodríguez y, por tanto, nieto del Cid Campeador y bisnieto de Sancho III el mayor, rey de Navarra.
Hoy en día, algunos piensan que la famosa leyenda del rey Arturo y los caballeros de la tabla redonda estuvo basada en Alfonso I el batallador. De hecho, el primer relato que recogió las leyendas sobre este rey mitológico se escribió en vida de nuestro monarca.
Incluso, en algunas crónicas musulmanas se habla de él como “el rey pescador”, pues, junto con sus tropas,  tuvo que pescar para alimentarse, durante la campaña de Granada. O sea, aquel que custodiaba el famoso Santo Grial.
No olvidemos que el famoso cáliz que se custodia, actualmente, en la catedral de Valencia y que se tiene, por algunos, como el verdadero Santo Grial, en la época de este soberano, se hallaba oculto en el monasterio de San Juan de la Peña, en Huesca. Tras haber pasado por varios escondites a causa de la invasión musulmana de la Península Ibérica.
Curiosamente, en 1213, dentro de la comitiva de la duquesa Beatriz de Suabia, que venía a casarse con el rey de Castilla y León, Fernando III el santo, venía un noble de la orden del Temple, llamado Wolfram von Eschenbach.
Por cierto, no olvidemos que la novia era hija de Felipe de Suabia, rey de Alemania, y de Irene Ángelo, hija del emperador de Bizancio Isaac II.
En 1215, Eschenbach, escribió una obra llamada “Parzival”. Lo curioso es que siempre dijo que había conocido esta historia durante este viaje, acompañando a la novia hasta la ciudad de Toledo.
En algunos pasajes de dicha obra, menciona el apodo de “Anfortas”. Parece ser que algunos conocían a Alfonso I con ese apodo, pues era la forma reducida del título que se veía en las monedas de plata acuñadas en Castilla durante su reinado, en las cuales aparecía la leyenda “Alfonso Totus Rex”. Seguramente, este caballero alemán pudo ver alguna de estas monedas en Toledo, pues en la Edad Media las monedas solían circular durante mucho tiempo.
Algunos autores identifican a algunos amigos de Alfonso I con personajes que aparecen en el mito de Arturo. Para ellos, Perceval podría ser Rotrou III du Vall de Perche. Por lo que se refiere a Galvern podría tratarse de Gastón IV de Bearn.
En el caso de Lancelot, podría ser Pedro González de Lara, que estaba enamorado de la reina Urraca I y la liberó de su cautiverio. Parece ser que en su escudo se podía observar una gran lanza de la que colgaba el pendón real.
En fin, espero que os haya gustado, aunque me ha quedado un poco largo. También habréis visto que he separado lo que es Historia de lo que es un mito más. Con respecto a lo segundo, cada cual es muy libre de creer o no en esas cosas.

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