Confieso que la semana pasada
estuve oyendo un programa de radio, por aquello de huir del resto de emisoras
que sólo hablaban de una cosa: el fútbol. Allí escuché por primera vez el nombre de una
compositora musical renacentista, cuyo nombre no me sonaba de nada.
Seguramente, dentro un tiempo, escribiré
una entrada sobre ella, cuando consiga el material suficiente para la misma.
En ese programa, que, mayormente
estaba dedicado a intentar eliminar esta lacra de nuestros días, que es la
violencia conyugal, salió un nombre que me resultaba muy conocido, Isabel de
Médici.
Este nombre salió a colación,
porque uno de los locutores dijo que había sido la protectora de esta famosa compositora
y no dijeron nada más sobre ese tema.
Me extrañó mucho que no comentaran
nada más sobre Isabel, pues, precisamente, había sido víctima de la llamada
“violencia de género” y murió por esa causa. Entiendo que a lo mejor es que
desconocían ese dato.
Empezaré, como siempre, por el
principio. Isabel de Médici nació en 1542 en Florencia, siendo sus padres Cosme
I y la guapa, elegante y famosa Leonor Álvarez de Toledo, hija del virrey
español en Nápoles. Un matrimonio que gozó de todos los parabienes de la Corte
española.
Pasó parte de su niñez en el
Palacio Pitti, ese que sale en todos los manuales de Historia del Arte, y luego
sus padres la comprometieron con Paolo Giordano Orsini. Miembro de esa distinguida
familia, que, además, estaba emparentado, aunque de manera ilegítima, nada
menos que con el Papa Julio II.
No si sería una unión para ir en
contra de los Colonna, tradicionales y sangrientos enemigos de los Orsini. Algunos autores dicen que su padre lo hizo
para asegurar la frontera sur de sus posesiones. Ya se sabe que, en esa época, se
solían concertar estos matrimonios sólo por conveniencia política o económica.
La boda se realizó cuando ella
cumplió los 16 años, cuando ya llevaban varios años prometidos. Algo muy común
en esa época.
La cosa no empezó muy bien, pues
su marido siempre había sido bastante violento y no solía estar en casa. Así
que ella, que se quedaba habitualmente sola, se hizo amante del primo de su
marido, un tal Troilo.
Éste llegó a saberlo, pero no
quería enemistarse con su suegro, ya que su alianza era muy importante para sus
negocios.
A la muerte de Cosme, le sucedió
en el cargo Francisco I, hermano de Isabel, que ya no la protegió tanto.
Paolo escogió este momento y se llevó
a su esposa a una villa alejada de Florencia. Allí consumó el asesinato. Unos
dicen que la estranguló y otros que la ahogó, cuando se estaba bañando.
Por lo visto, él alegó en su
defensa que “le había dado tiempo para que pidiera perdón por sus pecados”. Algo
increíble para la mentalidad actual.
Desgraciadamente, esta actuación
fue vista por la Justicia de la época como un medio justo para limpiar su honor
e, incluso, algunos autores lo tomaron
como un buen ejemplo a seguir.
Tampoco dejaron escapar a su presunto
amante, Troilo, primo de Paolo. Le acusaron de tramar una conspiración contra
Francisco I. Así que huyó a París, pero fue localizado por los espías
florentinos, siendo capturado y asesinado.
Algunos autores dicen que podría
haber tramado ese asesinato para casarse con su amante, Victoria Accoramboni,
la cual también estaba casada, pero se quedó viuda, “casualmente”, por las mismas
fechas. Su difunto esposo estaba emparentado con Felice Peretti, luego llamado
Sixto V, cuando fue coronado como Papa.
Aunque se mudaron al norte de
Italia, supongo que para prevenir alguna venganza familiar, Paolo y su pareja
tampoco duraron mucho tiempo, pues ambos murieron de repente y con pocos días
de diferencia entre ambos óbitos.
Algunos dicen que fueron envenenados por los
agentes de Francisco I de Médici y otros, por los de Ludovico Orsini, a causa
de una venganza familiar. O sea, más o menos, como en las películas sobre la
Mafia.
Isabel al morir tenía ya 34 años
y del matrimonio con Paolo nacieron 3 hijos. No debemos de olvidar que venía de
una estirpe muy importante. Concretamente, su bisabuelo fue el II duque de
Alba.
No confundirlo con el gran
militar que todos conocemos por sus hazañas, que fue el III duque de Alba,
Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel.
No termina aquí la cosa. Como me
ha quedado la entrada un poco corta, voy a rematar la faena.
Resulta que Isabel tuvo bastantes
hermanos. La mayoría fueron hijos legítimos, pero no todos. Algo muy común en
su época.
Nos vamos a fijar en la figura de
su hermano menor, llamado Pedro. Éste tuvo siempre un carácter muy irritable y
algunos dicen que le influyó en ello que casi no conoció a su madre, pues
aquella murió joven, con sólo 40 años, a
causa de la malaria.
Esto puede ser difícil de
entender hoy en día, pero en Europa era normal la malaria en las zonas costeras.
Lo malo del asunto es que, según dicen los científicos, está volviendo de nuevo
a nuestras costas. Quizás sea un efecto del llamado “calentamiento global” del
planeta.
Volviendo a lo nuestro, en 1571
acordaron su boda con su prima Leonor de Toledo, hija de un hermano de su madre
y muy bien relacionada con la familia Colonna. Es curioso, porque su esposa se llamaba
igual que su madre. Así que no deberíamos de confundirlas.
Además, los dos cónyuges se
conocían desde muy niños, pues, como Leonor se quedó muy pronto sin madre, fue criada por los padres de Pedro, en
Florencia, con el resto de sus hijos. Así que siempre, a pesar de la diferencia
de edad, Isabel y ella fueron muy buenas amigas.
Parece ser que Pedro era muy dado
a dejar sola a su esposa e ir a disfrutar de la compañía de prostitutas. Incluso,
dicen que la maltrataba físicamente de manera habitual.
A causa de la soledad, su esposa
empezó a tener una relación puramente epistolar con Bernardo Antinori, un noble
florentino.
El marido llegó a interceptar
algunas de esas cartas y, siendo como era, muy violento, no se le ocurrió otra cosa
que vengarse de ella con sus propias manos.
Llevó a su esposa a una villa
alejada de Florencia y allí la asesinó con la ayuda de una toalla, como
reconoció más tarde. Otros dicen que lo hizo con una correa de un perro. Ella
solamente tenía 23 años.
El amante fue arrestado y murió
en prisión. Algunos afirman que fue estrangulado en su celda de la isla de
Elba. La misma isla donde estuvo, más tarde,
exiliado Napoleón.
Pedro envió unos días más tarde
una nota a su hermano Francisco, el gran duque, donde decía que Leonor había
muerto a causa de un accidente y éste se encargó de comunicar esa noticia al
resto de su familia.
En algunos escritos de ciertos
embajadores a sus cortes, se relata el hecho con todo lujo de detalles,
informando, además, que la fallecida se intentó defender hasta el último
momento, lesionando de forma visible a su marido, y que fue enterrada “como si
fuera una plebeya”.
Su hermano, que nunca le llevó ante
los tribunales por este asesinato, movió
sus influencias y lo mandó durante unos años a España, donde se endeudó
excesivamente a causa de su afición por el juego y los objetos de lujo. Todo
ello, a pesar de tener un puesto muy importante en el ejército español.
Los españoles, que por entonces
teníamos mucho peso en el mundo, no como ahora, presionaron ante el rey, Felipe
II, para saber la verdad.
Así, Francisco, tuvo que rendir
cuentas ante Felipe II y reconocer que había sido asesinada por su hermano a
causa de sus amoríos con Antinori.
Sus argumentos tuvieron que ser
muy sólidos, pues Antinori era un militar muy condecorado y además se portó
como un héroe en Lepanto. Así que era muy apreciado por Felipe II.
Parece ser que también le dijo
Francisco a Felipe II que, según había confesado un reo, la víctima estaba incluida en una de esas conjuras
que, periódicamente, se realizaban contra los Médici. A lo mejor no hay que
hacer mucho caso de esa confesión de un amigo de Antinori, pues se consiguió
bajo tortura, lo que era muy habitual en esa época.
No obstante, Francisco de Médici,
consiguió que se absolviese a su hermano Pedro y que Felipe II no se interesase
más por este caso, a pesar de las protestas de Pedro de Toledo, hermano de la
difunta y persona de mucho peso en la corte española.
En fin, un caso más donde
prevaleció la razón de Estado sobre la Justicia y donde dos mujeres jóvenes
fueron asesinadas impunemente y, además, con el visto bueno, aunque fuera a
posteriori, del rey Felipe II de España.
TODAS LAS IMÁGENES PROCEDEN DE WWW.GOOGLE.ES
Lo he leido te contestaré mañana
ResponderEliminarAunque con retraso, Aliado, acabo de leer tu estupendo artículo, que me ha dejado un cuerpo que para qué te voy a contar. Lo que nos has contado demuestra que no hace falta ser un iletrado para ser una bestia.
ResponderEliminarBueno, dicen que donde hay más violencia conyugal y más suicidios es en los países escandinavos, que es donde se supone que hay menos analfabetos y donde la educación es mucho mejor.
ResponderEliminarSaludos y muchas gracias por tus comentarios.
Gracias, me gusta, es bien duro ver y sentir, que muy poco ha cambiado el desprecio hacia la mujer, a través del tiempo.
ResponderEliminarPues, desgraciadamente, es así.
EliminarMuchas gracias por su comentario y saludos.