ESCRIBANO MONACAL

ESCRIBANO MONACAL
UNA GRAN OBRA MAESTRA REALIZADA EN MARFIL

viernes, 20 de junio de 2014

LA DAMA DE ELCHE, LAS PERIPECIAS DE OTRA OBRA DE ARTE VIAJERA

Esta vez me voy a dedicar a narrar  lo ocurrido a una de nuestras obras de arte más famosas, desde su descubrimiento hasta que fue a parar al Museo Arqueológico Nacional, donde se expone ya definitivamente, siendo una de las obras más preciadas de su colección.
Fue hallada en el conocido yacimiento arqueológico de la Alcudia, a unos 500 metros al este del río Vinalopó y en una zona muy cercana a Elche.
Este lugar de emplazamiento fue utilizado por diversas culturas, pues estaba junto al río, lo cual les daba la oportunidad de navegar por él hacia el mar o hacia el interior.
La Alcudia está situada en una especie de montículo de unos 4 metros de altura, el cual se ha formado de una manera artificial, a base de verter allí escombros de otras antiguas ciudades.
Es posible que en la Antigüedad, este montículo, fuera realmente un islote en medio del río, pero hoy en día, el río está situado a la distancia indicada anteriormente.
Se ha comprobado que en esa zona ha habido 9 ciudades en los últimos tres milenios, levantándose unas sobre las ruinas de la anterior.
El 04/08/1897, al realizar trabajos de desmonte de estas tierras, por encargo del propietario de las mismas, unos operarios encontraron este busto.
Se sabe que el busto está realizado con piedra caliza de una cantera llamada actualmente “Peligro”, en una zona de Elche llamada Ferriol. Conserva todavía restos de la pintura con la que fue decorada.
Sus medidas son 56 cm, de alto total.  De canto a canto de las ruedas, que lleva a cada lado, 19 cm. El perímetro sobre hombro y pechos es de 1,15 m, siendo el diámetro de las ruedas de 19cm.
Los expertos opinan que se trata de un busto y no de la parte superior de una estatua, de la cual pudiera haber desparecido el resto del cuerpo.
En cuanto al hueco que se halla a su espalda, ha habido miles de opiniones al respecto, pero no se ha podido demostrar nunca cuál fue su utilidad. Mide 18 cm de diámetro por 16 de profundidad.
Algunos dicen que fue diseñada para ser colocada contra un muro, pues tiene su espalda sin labrar.
También ha habido siempre infinitas discusiones sobre si se trataba de la representación del rostro de una mujer, una diosa, etc.
Ciertos especialistas han basado su opinión en los relatos de Artemidoro de Éfeso, el cual visitó Iberia alrededor del año 100 a de C.

Este viajero narraba que ciertas mujeres iberas llevaban collares de hierro con armazones en la cabeza, sobre el que se colocaban un velo.
También decía que otras llevaban una especie de adorno alrededor del cuello, que se comunicaba con la nuca y las orejas, doblándose hacia arriba. Para que no se les cayera el manto, se ponían una varita para sujetarlo.
Otros autores argumentan que no puede referirse a una divinidad, pues no se da en el retrato esa perfección, ya que las dos mitades de la cara no son iguales.
Siempre han mostrado muchos autores reticencias a considerarla una obra de arte realizada por manos iberas. Algunos han afirmado que se trata de una obra realizada por un artista griego y se ha comentado que tiene cierto parecido con el “Apolo Chastwort”, que pertenece a la colección del Museo Británico, en Londres. Francamente, yo no le veo tanto parecido como dicen.
Pierre Paris, el primer experto que pudo verla y adquirirla, la consideró ibérica, pero propia de un artista influido por haber conocido obras griegas.
Sobre su datación, la mayoría de los especialistas piensa que fue realizada entre el 500-450 a. de C. En ese contexto fue cuando se importaron muchas piezas de cerámica procedentes de Grecia y sus colonias, correspondientes a las figuras rojas con fondo negro.
Ahora, vayamos a los detalles de su hallazgo. Ese día de agosto de 1897, un jovencito de sólo 14 años,
llamado Manuel Campello Esclápez, que había ido a llevar agua a los jornaleros, se entretuvo en golpear la tierra con un azadón de uno de ellos y tuvo la suerte de que su herramienta diera con una piedra y se le ocurrió ver qué era.
En esta zona de la finca se pretendía hacer una nivelación para plantar naranjos y limoneros, así que el propietario contrató a unos obreros, los cuales se dedicaron a cavar, porque, por entonces, no existían esas máquinas tan potentes que tenemos ahora.
Como ya habían sido encontrados otros restos arqueológicos en la zona, el Dr. Campello, propietario de la finca, había dado orden a los obreros para que le llevaran inmediatamente cualquier objeto que encontraran.
Por eso, en cuanto hallaron la figura, la llevaron a la casa del doctor. Como todo el mundo quería verla, la expuso duro un tiempo en la terraza de su casa y así, en Elche, acabaron llamándola “la reina mora”.
Es preciso aclarar que este hombre  estaba casado con la hija de un arqueólogo aficionado y gran coleccionista, Aureliano Ibarra. Este, a su muerte, dejó su colección a su hija, con el deseo que fuera vendida al Estado, para ser expuesta en el Museo Arqueológico Nacional.
Parece ser que hubo acuerdo, pero, como siempre, el Estado falló y no cumplió su parte. Las condiciones eran pagar en 3 plazos, sin embargo, les devolvieron la última letra de cambio a los vendedores. Lo que no gustó nada al Dr. Campello.
No obstante, Pedro Ibarra, hermano del fallecido Aureliano, hizo unas fotos al busto, las cuales envió al Museo Arqueológico Nacional y a algún experto extranjero, que solía trabajar en España. Todo el mundo pretendía comprarla, pero nadie puso dinero encima de la mesa.
La cosa se precipitó cuando, a mediados de agosto, se presentó en la ciudad el prestigioso arqueólogo francés, Pierre Paris, con el pretexto de ir a ver la representación del famoso “Misterio de Elche”.
Como buen francés, enseguida olió el negocio y comunicó el hallazgo a los responsables del Museo del Louvre, pidiendo permiso para adquirirla.
Como allí, la Administración siempre ha funcionado bastante mejor que aquí, se autorizó inmediatamente el pago de los 4.000 francos franceses, que había ofertado el arqueólogo al Dr. Campello.
Así que, pese a la oposición de medio pueblo, el busto realizó su primer viaje hacia la capital francesa, vía Barcelona y Marsella.
Ya en París, fue instalada en el Museo del Louvre, donde se la recibió con todos los honores, precisamente, los que aquí no le habían dado, y fue colocada en la sala Apadana. También se la bautizó por primera vez con el nombre de Dama de Elche.
En 1939, volvió a viajar, junto con otros tesoros del Museo del Louvre a una zona de Montauban, en el sur de Francia, para que no le afectaran los combates de la II Guerra Mundial.
Desde su salida de España se habían hecho infinidad de gestiones para su retorno, pero nunca fue posible, ni siquiera para exponerla provisionalmente.
Llegado el año 1941, dado que tanto en la Francia ocupada como en España, existían dos gobiernos afines, se pudo llegar a un entendimiento y, mediante un intercambio, nuestra Dama, pudo regresar, junto con otras obras de arte, que nunca debieron salir del país.
Al llegar a España, se expuso inicialmente en el Museo del Prado, ya que esta Entidad era la que había aportado algunas obras para su intercambio. Allí estuvo expuesta durante unos 30 años.
No obstante, en 1965, volvió a ser expuesta de forma provisional en su tierra y allí se retrató su descubridor con ella.
En 1971, el ministerio ordenó su traslado al Museo Arqueológico Nacional, en condición de depósito, que es donde permanece expuesta al público, desde entonces.
No obstante, en 2006, tras múltiples gestiones, se tomó la decisión de cederla temporalmente a la ciudad de Elche, para que estuviera allí con ocasión de la inauguración de su excelente Museo Arqueológico.
Sin embargo, en 2005, a raíz de la publicación de una obra firmada por el profesor John F. Mofflitt, toda la comunidad científica española, se levantó al unísono en su contra.
El citado profesor afirmaba en su obra que sospechaba que la estatua fuera una falsificación, argumentando una serie de motivos, que han ido siendo desmontados con el tiempo.
Incluso, se permitió afirmar que el autor de la falsificación podría haber sido un artista hoy en día casi olvidado, llamado Francisco Pallás, quizás por ser el único que, gracias a su perfección técnica, podría haberlo realizado. No es de extrañar, porque todos sabemos que muchos americanos carecen del sentido del ridículo y corrientemente suelen opinar sobre todo aquello que desconocen.
No obstante, tras unas investigaciones realizadas por el CSIC español en 2005 y en 2011, se ha comprobado que los restos de pintura que aún quedan en la figura son antiguos y que en el hueco trasero se han podido encontrar aún restos de cenizas procedentes de huesos humanos de la época ibérica.
En fin, como siempre, nos dejamos quitar nuestras obras de arte y luego lloramos, porque se las han llevado al extranjero y es cuando les damos el valor que tienen. A ver si un día cambiara un poco este país y no nos volvieran a pasar estas cosas.

  


2 comentarios:

  1. Yo he tenido la suerte de trabajar en el Museo Arqueológico y encontrar estos tesoros hacen que te sientas trasladado a otra época, es magia. En cuanto a su emplazamiento, yo sería partidaria de que estuviera en Elche, a fin de cuentas es de donde procede, pero al menos está en un museo español.

    ResponderEliminar
  2. De todas maneras, el gran problema de la Arqueología, entre otros, es que, para encontrar algo en un nivel inferior, tienes que destrozar todos los anteriores, para siempre.
    Otra cosa que se me ocurre es que no sé si los restos están mejor bajo tierra o a la vista del público, porque, muchos de ellos, se han conservado muy bien tapados y ahora se están destruyendo.

    Saludos.

    ResponderEliminar